Mis mejores películas del 2022 por Carlos Ibañez Giralda

Carlos Ibañez, mis mejores películas del 2022

10 PELÍCULAS PARA HABLAR DE UN PÉSIMO AÑO

            Si hubiese que hablar del 2022 en términos personales le hubiese pedido a mi editor que me liberase de tal carga, pero como hay que hablar de cine y, si puede ser, de buen cine pues me he puesto manos a la obra para comentar diez películas dignas de ser vistas y estrenadas en este año donde la codicia se ha disparado, aún más si cabe, y la democracia se ha depauperado hasta límites insospechados. Este año donde todos nos hemos rasgado las vestiduras por Ucrania, pero no por el resto de los conflictos que en el mundo son y han sido, demostrando unas carencias como humanos bastante notables, y en la que los pobres son más pobres, los ricos son más ricos y los jubilados carne de cañón para los desalmados bancos.

            Pero hablemos de cine. No tienen un orden científico sino meramente por su fecha de estreno y, supongo, que mi estado de ánimo al sentarme frente a la pantalla, otra vez grande, otra vez sin bozal. Respetando a cada creador y su mundo interior, a sus equipos de trabajo y a sus elencos artísticos, aunque no sus trabajos si siento que me hacen perder lo único realmente importante en esta vida: el tiempo.

            Afortunadamente no me gusta pontificar ni tener una visión mesiánica de nada, pero sí alabar el buen gusto y la manera de tocar la fibra de una película, del muchísimo trabajo que hay detrás de cualquier película y, en especial, de esa gente que da un giro de tuerca adicional para que su historia emocione, conmueva y exija reflexionar a quien acude a la sala de cine.

            Licorice Pizza nos llegó en febrero, con su ritmo desigual, pero nunca tedioso, y contando una historia sobre qué es ser para poder pertenecer de dos personas cuya estrella parece decaer con cada fotograma, pero que renace en ellos mismo a través de su disímil relación, ella mayor que él, un adolescente que trabaja en el mundo del espectáculo. Ella judía con una familia peculiar y él gentil con una madre que también tiene lo suyo. Y en medio de todo esto la oportunidad de un negocio y una sociedad fraguada en el amor que el chico siente por la muchacha y por la condescendencia que, al principio, ella siente por él. Paul Thomas Anderson, el director, nos vuelve a regalar personajes que parecen personas, sin sufrimientos gratuitos y héroes homéricos. Sólo dos personas que quieren vivir, aunque sus caminos no acaben de confluir. Hermosísima banda sonora a cargo del genio de Johnny Greenwood, ese multi instrumentista de Radiohead, y una fotografía excelente con un tipo de soporte muy de moda en los años setenta, donde se sitúa la acción. Y es que no deja detalle al azar, como en sus anteriores trabajos, el director y guionista, Es una película de las que dejan buen sabor de boca y un magnífico regusto.

            El acontecimiento nos llegó en marzo, aunque ya la habíamos paladeado en la SEMINCI en la edición 66, pero se estrenó comercialmente en 2022 y por eso la incluyo, con ese relato asfixiante sobre el aborto cuando estaba prohibido y la ruina que era para cualquier mujer con perspectivas de futuro. Sin dejar ni un segundo a la duda y sí muchos a la reflexión tras salir de la sala de proyección. Es una película para que la vean desde el punto de vista humano y nada que ver con la moral inoculada, la política o la religión. Sólo es un drama de una chica joven que comete el error de amar y de ser amada con todas sus consecuencias y cómo salir de esas consecuencias. Muy bien interpretada y con ese savoir fair de los grandes cineastas franceses a la hora de crear el guion técnico a partir de un sólido guion literario. Sensacional Audrey Diwan, que nos demuestra que casi sesenta años después debemos seguir hablando del aborto.

            No bears, del mejor realizador iraní tras Kiarostami, Jafar Panahi. La historia es doble y terriblemente social. Un director, el propio Panahi, rueda una película en el extranjero, en Turquía, pero tiene prohibido salir del país, Irán, con lo cual él ve todo en remoto desde un pueblo fronterizo, polvoriento, abandonado y perdido entre supercherías y tradiciones antediluvianas para poder ir dando órdenes a su ayudante y equipo, que están en Anatolia rodando una historia, paralela y rotunda, sobre la inmigración ilegal a la que se ven sometidos los refugiados políticos de Oriente Medio. Dignísima producción jugando con los límites de la censura moral de ese régimen nada ético. Cine arriesgado en un mundo con los derechos individuales y de creación absolutamente en retroceso… Y no me refiero sólo al gobierno de Teherán.

            42 segundos es una de esas películas sobre el mundo del deporte de elite donde vemos cómo y cuánto hay que sudar para poder llegar a colgarte una medalla. Bien interpretada, aunque con alguna carencia en la dirección de actores, pero bastante logrado. Sólo patina el chirrido del nacionalismo, pero vivimos en épocas donde parece que llevemos dos siglos de retraso desde el punto de vista político y social. La narración de la final en tres idiomas sobra por todas partes, pero este problema seguirá mientras la ley electoral sea la actual y el recuento de votos en este país se hace como se hace. El cine español también puede presumir de héroes deportivos y de algo muy necesario: de unidad cuando ésta es necesaria. A ratos me recordó a Orgull, el cuadro de Ferrer Dalmau sobre los soldados catalanes que formaron un casteller para la conquista de Tetuán durante la guerra hispano marroquí en 1860.

            Mali Twist apareció en mayo en las carteleras de selectos cines de España. Historia donde Robert Guédiguian, el director y guionista, además de militante comunista de base, despelleja en su última película los integrismos, el tradicionalismo, el colonialismo y todo sin faltar el respeto a nadie sino con una mera exposición de hechos bajo una historia de amor juvenil entre un miembro del comunismo maliense copiado del Vietmihn de Ho Chi Mihn, pero al estilo africano, y una chica que huye de su pueblo donde ha sido casada a la fuerza por su familia para la obtención de unas tierras y siete vacas como dote en ese Malí recién independizado de 1962. Película para que todos los que opinan sobre la situación actual de África occidental sin tener ni idea vean la realidad histórica. Para los que amamos ese continente, y esa zona del continente, es reconfortante ver que aún hay personas que ven personas y no mano de obra barata, recursos a expoliar y todas las sandeces que se oyen por la calle o se leen en los periódicos dichas con ignorancia y malicia, con racismo oculto tras palabras políticamente correctas.

            Vasil es una comedia nada amable con un drama tremendo y silencioso de fondo: la aporofobia, porque la xenofobia y el racismo desaparecen cuando el que viene lo hace acompañado de una tarjeta de crédito bien llena. Maravillosamente interpretada, posiblemente la mejor en sentido colectivo de este año, y con un guion donde todas las miserias de esta sociedad hortera y darvinista social queda perfectamente retratada en lo más importante, en el matiz. Sólo le falla algo de ritmo en algunas partes y elipsis narrativas mejor llevadas, pero, para ser una ópera prima, es una sensacional película.

            Los pasajeros de la noche, sin eufemismos, es una joya para cualquiera que desee saber cómo se hace un guion contando la Historia reciente de un país a través de una narración familiar y de cómo funciona la vida de un ciudadano alejada, cada vez más, de la realidad sociopolítica de un país, en este caso Francia. Magníficamente interpretada por todos los actores, desde el que juega al fútbol en el estudio de radio y ofrece una galleta hasta Charlotte Gainsbourg, quien lleva el mayor peso de la acción. Dulce, conmovedora, generosa, solidaria, pero, sobre todo, superviviente. Eso, como decía el personaje de Juliette Binoche en Herida, le convierte en alguien que sabe que puede aguantarlo todo y salir de ahí. Ha padecido cáncer de mama, un divorcio y un no saber qué hacer con su vida tras éste y de todo sale y con nota, aunque le cueste ir hacia delante sabe que debe hacerlo. Muy recomendable salvo por ese triple final que la alarga innecesariamente.

            Nada es una joya sobre el egoísmo, la teatralidad llevada hasta el absurdo absoluto y todo un homenaje al cine con mensaje, pero sin pancarta. Irreverente, iconoclasta, estrambóticamente real en su irrealidad, nacida de una novela cruda, pero las imágenes no ahorran, sino que abundan, en esa degeneración nacida de una idea de regeneración. Planteada como una vuelta de tuerca a la historia de Simón en el desierto, aunque aquí no hay desierto ni este asceta es cristiano ni estilita, sino un adolescente que se sube a un árbol para contar que todo en la vida, en esta sociedad, es mentira y que sólo quieren que seamos una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia anterior, sin dejarnos aportar nada ni creer en nada que ya no se haya creído. Pierre-Anthon, que así se llama, abandona la clase y se va a vivir a la copa de un árbol cercano a su casa. A partir de aquí el juego para ayudarle y retratar quién es quién en el guion nos va llenando de piezas y vaciando de humanidad. Sus compañeros de clase recrean una teoría social y muestran el nivel de egoísmo de lo que llamamos sociedad avanzada, que como toda perífrasis, trata de esconder lo que en realidad es mero egoísmo.

            The quiet girl es, sin duda una de esas películas donde la palabra que la resume es bonita. Tierna, pero no sensiblera, y con un halo de reconocimiento del verdadero amor como pocas… Y más en estos tiempos donde nada se analiza y todo se sustancia en décimas de segundo. Aquí, como todo lo bueno, se va haciendo a fuego lento hasta el apoteósico final. Con toda la belleza de la Irlanda rural y los años convulsos de comienzos de los ochenta donde una niña calificada como extraña es llevada por su padre, un ser atroz sin sentimientos ni escrúpulos, a la granja de unos familiares sin hijos mientras su madre pare a su hermanito. Es verano y la niña no es aceptada por el familiar, pero sí, y con mucho cariño, por su esposa. Y comienza la batalla interior de ambos por acercarse mutuamente. No hay buenismos, eso que tanto asco me da, sino un filme contando una historia puramente humana. Con la tradición del gran cine rural de la isla verde como referente y un respeto al espectador digno de encomio donde todo queda a la inteligencia de éste y no en planos que subrayan evidencias y giros de guion absolutamente innecesarios.

            El menú es, sin duda, una de las películas de este año que agoniza. Cuando una obra nace de la sátira sólo se puede calificar de astracanada o de genialidad, o de una mezcla de ambas sin perder la locura que supone jugar al límite con el entendimiento del espectador. Pues el menú combina todos estos elementos rodeado de unas interpretaciones pulcras para que todo resulte absolutamente creíble dentro de un ambiente de teatro del absurdo absoluto, porque en el menú nada queda al azar, desde la elección del formato y del tipo de película hasta los escasos, pero muy significativos, escenarios elegidos, por no hablar de la selección de los personajes. Y, evidentemente, el guion, que se resume en un conjunto de dardos lanzados al corazón del esnobismo del ego que otorgan las estrellas que da Bibendum y todo lo que se mueve alrededor. Nunca debemos olvidar que comer por esnobismo no es comer sino ser lacayo de ese tirano social tan imponente en este comienzo de milenio de redes sociales y críticos especializados en nada, pero que cacarean sobre cualquier tema… Incluido el cine. Gran película, muy bien interpretada y rodada para no engañar a nadie sino para corroborar algo necesario: sobran imbéciles y el primero el que consideró arte a algo tan efímero como es la comida.

            Y colorín colorado… Si me hubiesen pedido la peor película del año lo tengo claro, pero como no me la han pedido he decidido que voy a pasármelo bien y otro día hablaremos de eso.

Carlos Ibañez

Revista Atticus