Crítica película Las chicas están bien de Itsaso Arana

Crítica Las chicas están bien de Itsaso Arana – Por Gonzalo Franco Blanco

Ficha

Año: 2023.

Duración: 85 min.

País: España.

Dirección: Itsaso Arana.

Idioma original: castellano.

Guion: Itsaso Arana.

Fotografía: Sara Gallego.

Música: Johann Sebastian Bach, Keith Jarret, Niño Josele y otros

Reparto: Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itsaso Arana, Itziar Manero, Helena Ezquerro, Gonzalo Herrero.

Productora: Los Ilusos Films. Elástica Films.

Festivales: estrenada en el Festival Internacional de Karlovy Vary.

Género: Comedia dramática. Teatro. Cine dentro del cine.

Sinopsis

Un cuento de verano, en sentido rohmeriano, sobre la convivencia entre cuatro actrices y una directora que van a ensayar una obra de teatro clásico en un lugar sosegado: una casa rural cercana a un pueblo. Durante los días de ensayo las chicas se irán conociendo mediante las relaciones cotidianas y a través de los ensayos de la obra. Los asuntos que conforman la vida humana, como el amor, la belleza, la orfandad, la poesía, la amistad, el arte, la muerte, serán materia de conversaciones, y no solo impregnarán la obra de teatro ensayada, sino que la irán recreando, como sospechamos que sucede también con la misma película que estamos viendo.

Crítica

Comentaba Nanni Moretti en una entrevista en El País Semanal (3 de septiembre de 2023), previa al estreno de su nuevo film El sol del futuro, el placer que supone ir a ver una película en un cine: un lugar donde te cuentan algo tan antiguo (y tan moderno) como es una historia. Un locus amoenus, tal como yo lo entiendo, donde se apagan las luces como paso a un sueño inducido que es la cinta que vamos a ver. Un lugar donde los móviles se apagan y durante una hora y media da igual que el mundo se haya acabado o haya una urgencia (que seguro que no lo es tanto). Un lugar (el único, junto al teatro, la danza…), que rompe la conectividad perpetua, esa pesadilla infernal, esa adicción con pocos antídotos: uno de ellos es ver el cine en el cine. Hablaba también Moretti de que en su opinión solo hay dos tipos cine que tienen y tendrán sitio en las salas: el cine gran espectáculo y el cine de autor, como el suyo, por ejemplo. Y seguro que tiene razón.

La expresión locus amoenus (lugar ameno), como es sabido, es un tópico literario ligado a la literatura bucólica y pastoril, al Beatus ille de Horacio, o a La vida retirada de fray Luis de León. Y resulta pertinente aplicarlo a Las chicas están bien, pues las cuatro actrices y la directora se retiran a una casa rural, un antiguo molino en las afueras de un pueblo, para ensayar una obra de teatro clásico, cuyo título no recuerdo, sobre cuatro hermanas que reciben cartas de un hermano lejano. Las actrices y la directora no solo van a ensayar, sino a convivir y conocerse. El texto ensayado, que habla de amor, extrañamiento, muerte, poesía, y de las cosas de la vida, se entrecruza con las experiencias y las opiniones de las actrices, con sus biografías y sus aspiraciones personales y profesionales.

La directora, en el doble sentido de directora teatral en lo que vemos, y directora del film que vemos, Itsaso Arana, escribe una carta ya instalada en la casa y en su habitación, cuyo texto resulta a la vez eso que en el cine se llaman títulos. El propio título de la película, los nombres de las actrices… En un juego que ya nos advierte que estamos ante una ficción que se sabe que lo es. En otro momento, Bárbara, una de las actrices, que es Bárbara Lenny, se dirige a la cámara, a nosotros, para contarnos una historia. Esta confusión entre las actrices como personajes de la películas, y las actrices como esa chicas que se dedican al cine y al teatro, y que se llaman igual dentro de la pantalla y fuera, nos involucra, nos llama a los espectadores, como si no solo fuéramos eso, espectadores, sino participantes incidentales en un ensayo, en una representación.

El juego es bonito, estamos acostumbrados a él por la autoficción, género muy utilizado en los últimos tiempos. Pero la película no sería una delicia, como creo que lo es, y así lo sentí y percibí cuando la veía, si no fuera por la voluntad de la directora y guionista, de la creadora, por exponer en ese lugar ameno, como lo hemos denominado, un diálogo a cinco voces y media, donde los personajes ensayan, recitan, un bellos texto un tanto arcaizante, y a la vez se recitan o representa a sí mismas, contándonos sus cosas: esas sobre la muerte de un padre y una madre (grandes momentos de emoción del film), o sobre ese amor a un chico  que una de las chicas, Irene (Irene Escolar), no se atreve a manifestarle al interesado por esas cosas de los roles. Pero también caben las incertidumbres ante el embarazo y el futuro nacimiento de un hijo en Bárbara (Bárbara Lenny)…

Obra teatral, ensayos con las actrices vestidas con los trajes de época, incluido los miriñaques, vida cotidiana (levantarse, bañarse…), y conversaciones, se mezclan y a la vez se recrean, en el sentido de que el texto de la obra teatral se enriquece con ese flujo, como sospechamos que también se enriquece la propia película que vemos con la aportaciones de las actrices mediante sus interpretaciones, y que el guion inicial de Itsaso Arana es recreado por la improvisación de las chicas. Así lo ha comentado la directora en varias entrevistas: como el texto podía ser modificado en cada toma con las aportaciones de las actrices, resultado de su saber hacer y de sus experiencias íntimas.

En la película se nota, se percibe, la complicidad de todo el equipo durante el rodaje, de las actrices principalmente, para conseguir no tanto contar una historia (que se cuenta y muy bien), como en mostrar la vida, tal como explicaba Eric Rohmer sobre su cine. Un ritmo armonioso de diálogos sencillos pero con sustancia, un baile de rostros y cuerpos (bellos sin duda) que caminan, nadan, bailan, ante nuestro ojos, para confeccionar unas escenas que no pretenden ser bucólicas a posta, pero que consiguen esa delicia, esa levedad, que confortan nuestros corazones o nuestros espíritus de espectadores.

De las muchas lecturas o niveles que tiene esta película, en su aparente sencillez, hay un estrato que enlaza con los cuentos de hadas, no solo por la presencia de un niño al que su abuela le lee el cuento de la princesa y el guisante (al que se le da una vuelta), sino por la aparición de un príncipe y de un sapo, personajes y entes reales, pero a la vez trasuntos de los personajes de los cuento de hadas. Tal es el caso del único actor, Gonzalo (Gonzalo Herrero), que sería un príncipe, en todo caso, destronado de su leyenda y de los roles estereotipados asociados a ella. Ni el sapo se convierte en príncipe, ni la dama en encuentra a su príncipe azul, pues el amor romántico no solo produce dolor (el placer lo damos por sabido), sino que ha sido (y es) una cárcel de cristal donde solo una de las partes solía tener la llave de la celda.

Película de mujeres y de un hombre (con un papel menor), y película feminista, pues es (otro estrato más del film) una reflexión desprejuiciada, tranquila, sobre mujeres, actrices, madres y también sobre hombres, roles, y una nueva masculinidad no tóxica para ellas y ellos, representado por Gonzalo, el príncipe azul destronado de su rol por su propia decisión, o el sapo capturado y devuelto a su entorno, al río, sin que ya lo habite un príncipe castigado que espere ser liberado de su prisión.

¿Todo esto cabe en la película? Pues creo que sí, y con esa gracia que toca las cosas con una varita mágica y las hace leves pero cargadas de profundidad, como un iris cuando lo miramos. La complicidad de las actrices, sus aportaciones personales (de su intimidad), son imprescindibles para conseguir ese resultado. También un encomiable montaje para equilibrar la duración de las secuencias, o dividirlas en cuadros o partes, separadas por escenas de toile de Jouy, que resultan ser una telas bordadas (hasta las tengo en una lámpara) pero de las que desconocía su nombre. Como resulta imprescindible el trabajo de la dirección de fotografía, tanto en interiores, como en los exteriores: la luna al fondo de una calle, o la secuencia donde los personajes se funden en la oscuridad según caminan de vuelta a la casa. O el uso de la música incidental, sin una banda sonora propia, con composiciones de Johann Sebastian Bach, en versiones diversas.

Las chicas están bien (es la frase de bienvenida a la casa rural y es una expresión que aparecerá en otras ocasiones), es la ópera prima como directora de Itsaso Arana, actriz que ya ha participado en diecinueve películas, y que fue coguionista con Jonás Trueba en La virgen de agosto (2019), donde además era la protagonista, deliciosa película también sobre un verano en Madrid y una joven mujer que lo pasea. Itsaso Arana ha colaborado con Jonás Trueba en varias películas, y son obvias las coincidencias en el tipo de cine que quieren hacer: pequeños equipos de rodaje, importancia del trabajo actoral, cierto papel de la improvisación, o más bien de las aportaciones que surgen durante el rodaje, atención a los comportamientos de los personajes y a las inquietudes de las generaciones a las que ellos pertenecen…

Las influencias, las referencias o, más bien las asociaciones cinéfilas que se han hecho sobre el cine de Itsaso Arana, citan a Jean Renoir (las escenas campestres, la importancia de los actores), a Éric Rohmer (los sucesos mínimos, las estaciones, cierto sentido epicúreo de la vida), o a Hong Sang-soo (la autoficción, el minimalismo, la búsqueda de la emoción pura). La cineasta cita como referente a Céline Sciamma (Tomboy, 2011, Retrato de una mujer en llamas, 2019), pero se puede añadir Frances Ha (2012) de Noah Baumbach, con Greta Gerwig de protagonista y coguionista, como otro posible referente para hacer ese mapa mental que parecemos necesitar para situar lo nuevo. E Itsaso Arna es lo nuevo en este momento. Es ella la que ponía dirección a una carta al inicio de la película (recuerden), y que una vez finalizada esta, nos es enviada. Es una carta al futuro. A nuestro futuro.

Si la palabra “delicia” la leí en primer lugar en un comentario de mi amigo y gran cinéfilo Jose Mateo, y yo la he utilizado en esta reseña en al menos tres ocasiones, es porque esa es la sensación con la que vi y salí del cine: con la de que me habían contado una historia deliciosa.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus