Crítica película Upon Entry (La llegada) de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez

Crítica película Upon Entry (La llegada) de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez – Gonzalo Franco Blanco

Ficha

Título original: Upon Entry.

Año: 2022.

Duración: 77 min.

País: España.

Dirección: Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez.

Idiomas originales: catalán, castellano e inglés (V.O.S.E).

Guion: Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez

Fotografía: Juan Sebastián Vásquez

Reparto: Alberto Ammann, Bruna Cusí, Laura Gómez, Ben Temple, Gerard Oms, David Comrie.

Productora: Zabriskie Films, Basque Films, Sygnatia, TV3.

Género: thriller psicológico, drama, relaciones de pareja, políticas de inmigración.

Premios: Festival de Málaga 2023, Mejor actor: Alberto Ammann. Tallinn BN Film Festival 2022, Premio FIPRESCI.

Sinopsis

Diego (Alberto Ammann) es un urbanista venezolano con permiso de residencia en España, y Elena (Bruna Cusí) es una bailarina y profesora que residen en Barcelona: ambos han decidido irse a vivir y trabajar en Estados Unidos. Su intención es impulsar sus carreras profesionales: en el caso de Diego porque su titulación, cree, le dará más oportunidades de trabajar en su campo en Miami o San Francisco; en el caso de Elena quizá pese más la búsqueda de nuevas expectativas artísticas. Pero al llegar al control de entrada del aeropuerto de Nueva York son conducidos a la sala que los agentes de inmigración denominan de “inspección secundaria”, y donde serán sometidos a un desproporcionado (y borde) interrogatorio no tanto sobre cuestiones burocráticas o aduaneras -sus visados están en regla-, sino sobre sus conductas, sus decisiones o sus ideas sobre la procreación…

Crítica

Nos encontramos ante una pequeña joya que no ha necesitados demasiados minutos (77), ni muchos actores (cuatro principales), ni banda sonora, ni grandes espacios (solo unas pocas salas de ese no-lugar que es un aeropuerto), para contarnos una historia, para desarrollar una trama que adquiere el ritmo vertiginoso de un thriller, sin violencia explícita, puesto que en lo contado todo es soterrado, ominoso, debido al abuso de poder de quien decide con su sola voluntad (olvidemos las legalidades), si alguien entra en un país o si es devuelto al de origen.

El sudor que puede recorrer la frente o la piel de Diego y Elena no es tanto externo como un tóxico interno que los irá desmoronando. Ellos que solo son una simple pareja que viaja a Estados Unidos con sus papeles en regla, pasaportes y visados, son apartados sin explicaciones de la cola de pasajeros en el control de aduana, y llevados a una sala para una inspección e interrogatorio suplementarios. La explicación sobre qué está pasando, qué les está pasando, es algo que se les niega y que solo irán intuyendo, descubriendo, según avanza el interrogatorio. Y no valen las chulerías del tipo “mis derechos civiles”, pues como les advierte la agente hispana, principal interrogadora, es ella y solo ella quien va a decidir si entran o no entran en Estados Unidos. Y no hay otra instancia superior, ni hay un móvil con el que llamar a un familiar, o al abogado, pues la primera media de las autoridades de inmigración es separarles de sus celulares y, de paso, hacer una copia de sus memorias.

Casi todos, en estos tiempos de turismo masivo, hemos matado horas en aeropuertos y hemos pasado en suficientes ocasiones el control de equipajes y el de pasaportes. Es un momento delicado en todos los países, pero más en ciertos países, bien por prepotencia en Estados que se consideran de superior categoría, o bien por los escasos escrúpulos de los funcionarios en estados dictatoriales y corruptos. Es fácil recordarse rígidos, o sudorosos, sonrientes o serios, ante la mirada en general torva del policía, o el trato a baquetazos del aduanero… Y eso viajando de turistas, en el fondo protegidos por el pasaporte, por una agencia de turismo y por una embajada, llegado el caso. Así que por falta de experiencia es difícil ponerse en la situación del inmigrante o del exiliado: aunque intentemos imaginarlo es imposible vivirlo como lo vivirán ellos, siempre con temor a ser expulsados o detenidos, a no tener los papeles adecuados para encontrar trabajo, vivienda, y siempre pendientes de la renovación de los mismos, con una administración morosa en la resolución de estos casos.

Que los directores y guionistas, Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez, venezolanos residentes en España, dedicados al mundo de la imagen y del cine, saben de estas cuestiones es obvio. Pero los codirectores no han querido hacer un documental, han querido realizar una película de ficción, que parte de experiencias propias o ajenas, y se realiza siguiendo las leyes del relato o de la narrativa, que además de contar algo desea transmitir y provocar emociones en el espectador, en este caso. Lo que no es óbice para que el documental, por ejemplo, también transmita emociones (y fuertes), pero su propia naturaleza no permite tratar la materia con la que está hecha los sueños con la libertad de la ficción: algo que sí es posible en esta, graduando la trama para crear incertidumbre, o suspense, o repartiendo con sabiduría los momentos de tensión o de sorpresa.

El guion de Upon Entry (La llegada) es uno de los mejor concebidos (y luego rodados) para conseguir el objetivo de llevarnos de una situación anodina, como es viajar en avión, a una situación de desamparo absoluto,  desconectados del mundo, bajo el peso de la bota de la ley, pero de una ley ajena e ininteligible, propia de El proceso de Franz Kafka, totalmente absurda para sus víctimas, pasando, en tanto, por el desconcierto y finalmente con el surgimiento de cierta desconfianza mutua entre los dos miembros de la pareja tras ser sometidos a una clara extorsión psicológica. Y a la vez es un libreto sencillo en su fondo, pues lo único que nos cuenta (si tuviéramos que contar la película) es una despedida y la salida desde el aeropuerto de Barcelona, la llegada al aeropuerto de Nueva York, y unos interrogatorios en una sala anodina de este último.

Ese guion tan medido necesitaba de dos intérpretes como Bruna Cusí (Verano 1993, 2017 de Carla Simón) y Alberto Ammann, que desde la naturalidad rutinaria de tomar un taxi, o pisar un aeropuerto, pasan casi imperceptiblemente al miedo, a la indignación abortada y, por fin, al descubrimiento de aspectos de sus vidas mutuas que desconocen y que el interrogatorio policial descubre sin su consentimiento, sin que sea el lugar ni el tiempo adecuado, algo que solo les correspondería a ellos. Alberto Ammann (Marte, serie de TV, 2016) compone un personaje que gira desde la ingenuidad, la confiabilidad, a que recaiga sobre él la sospecha, fundada o infundada, sobre sus motivaciones y sus decisiones no solo personales sino íntimas. Como en el caso de Bruna Cusí, que también debe transitar desde la confianza a la duda inducida.

La otra actriz fundamental es Laura Gómez, que encarna a una agente de inmigración que dirige los interrogatorios y que es quien (como les recuerda ella) decidirá si entran o no entran en Estados Unidos. Que sea un personaje de origen hispano, de primera generación, es una decisión de producción muy conveniente. “El tirano oprime a los esclavos, y ellos no se vuelven contra él sino que aplastan a los que tienen debajo”, escribe Emily Brontë en Cumbres Borrascosas (en la clásica traducción de María Rosa Lida), y aquí podemos comprobarlo, como se comprueba en las elecciones estadounidenses, donde una parte los migrantes hispanos votan las opciones trumpistas una vez han adquirido el derecho al voto. En otra decisión perspicaz la agente hispana les habla en inglés, pero en un momento se digna a hablarles en castellano (cuando están solos los tres) como una concesión, y que es el idioma en el que se desarrolla la mayor parte de la película. Es un personaje muy bien trazado, nada maniqueo, sobre el que es fácil como espectador centrar nuestra ira, pero no así para los personajes de Elena y Daniel, que se ven sojuzgados por su capacidad para decidir sobre sus vidas, al menos en esos instantes.

Las decisiones más cinematográficas tienden a producir cierta claustrofobia. El film se inicia en un taxi camino del aeropuerto, con los dos viajeros apretados en el asiento trasero; luego los vemos en la cola del control de pasaportes, en tomas cercanas, sin que nunca veamos un espacio amplio, o los exteriores del aeropuerto. Es ese no-lugar definido por Marc Augé, un no-lugar donde no se vive, impersonal, filmado además con un color granulado y desvaído. De la cola se pasará a una sala, a una mesa y a unas sillas: la cámara aquí se centrará en los cuerpos sentados, en los rostros y en su expresividad. Apenas hay salida, como no sea a otra sala igual o a la irrupción de un cuarto personaje, otro agente, de rostro torvo y exento de cualquier empatía. Se supone que cumplen su trabajo, de forma quizá eficaz, pero completamente deshumanizada. Porque su tarea no parece consistir en descubrir falsificaciones en los documentos, o antecedentes delictivos, sino en rastrear y hurgar en las posibles motivaciones de Daniel, en este caso el sospechoso no tanto por sus actos, como por su origen.

La ausencia de música, de banda sonora, es otra decisión coherente (sobraría), sustituida por los ruidos de una obra que se está haciendo en las dependencias anexas a la sala de interrogatorios, y que no solo molesta a los retenidos, sino que en ocasiones les impide oír las preguntas. Todo esto contribuye al desasosiego de los personajes, que contagia a la vez a los espectadores, que difícilmente pueden distraerse de la tensión que emana del contexto, del propio interrogatorio, de las decisiones precipitadas de la pareja o de sus reacciones ante ciertas sospechas. Un thriller psicológico, en efecto.

El final es un anticlímax, una muestra más del absurdo que les han hecho vivir a Elena y a Daniel. Con una gran economía de medios, los directores han conseguido un máximo de resultados artísticos. Para Alejandro Rojas y para Juan Sebastián Vásquez (que es director de fotografía) es su opera prima. Y sin duda han conseguido una buena película, en el fondo y en la forma.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus