Crítica película Un blanco fácil de Jean Pierre-Salomé

Crítica Un blanco fácil de Jean Pierre-Salomé – Gonzalo Franco Blanco

Un blanco fácil***

Ficha.

Título original: La syndicaliste.

Año: 2022.

Duración: 122 min.

País: Francia.

Dirección: Jean-Pierre Salomé.

Idioma original: francés.

Guion: Fadette Drouard, Jean-Paul Salomé. (Adaptación de la crónica periodística La syndicaliste de Caroline Michel-Aguirre.).

Fotografía: Julien Hirsch.

Música: Bruno Coulais.

Reparto: Isabelle Huppert, Alexandra Maria Lara, Benoît Magimel, Marina Foïs, Yvan Attal, Grégory Gadebois, Piere Deladonchamps, Françoise-Xavier Demaison.

Productora: Heimatfilm, Le Bureau, Le Pacte.

Género: denuncia política, thriller policial/judicial, acoso laboral y sexual, sindicalismo, sobre un caso o hecho real, crónica periodística.

Festivales: participó en el Festival de Venecia 2022.

Sinopsis.

Maureen Kearney (Isabelle Hupert) es delegada sindical en la empresa Areva, dedicada al sector de la energía nuclear. El relevo en la dirección de la empresa desvela una operación encubierta para vender tecnología nuclear francesa a China, que así podría construir centrales nucleares de bajo coste, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en Areva y en Francia. La sindicalista a que alude el título original empieza a trabajar para descubrir los entresijos de esa operación que puede suponer la pérdida de miles de puestos de trabajo en su empresa (como así sucedió). Su lucha supondrá para ella pagar un alto precio personal.

Crítica:

Los intereses económicos y de poder en una empresa estratégica para el Estado francés como era Areva, desatan los hechos narrados en la película, propios de un thriller político/judicial con un toque de crimen organizado o de mafia. A Maureen, delegada sindical en su empresa, le llega un chivatazo sobre una operación encubierta para vender alta tecnología francesa a China, lo que supondría a corto plazo un buen negocio para Areva, pero a la larga la probable pérdida de miles de puestos de trabajo en Francia.

El contexto económico de Areva (algo un tanto obviado en el film) es el de una empresa con un monstruoso déficit debido a la acumulación de retrasos en la construcción de centrales nucleares en otros países (Finlandia, vb.) y a las consecuencias del accidente nuclear de Fukushima (2011). En lo político a la elección de Françoise Hollande como presidente de la República en sustitución de Nicolas Sarkozy, en 2012, y el consiguiente baile de nombramientos en las grandes empresas participadas por el Estado.

En estos dos contextos a Maureen Kearney le llega un chivatazo sobre esa operación de venta a China que es llevada en el mayor secreto. Quien se lo pasa confía en ella, por su trabajo desarrollado durante más de doce años como delegada sindical electa de la empresa Areva,  por su tenacidad y porque no tiene pelos en la lengua.  Maureen podría mirar para otro lado, pero decide, con las únicas armas de su palabra, de su insistencia, dar la cara y pasar la información al nuevo gerente de la empresa, al nuevo ministro y hasta lo intenta con el nuevo presidente de la República.

Desde ese momento, los poderes perjudicados empezarán su operación de acoso: primero con llamadas telefónicas, con seguimientos, con amenazas veladas, hasta el momento culmen: sufre un salvaje atentado en su casa, con secuestro y violación ritualizada. Los detalles los omito, no porque sean escabrosos (que lo son), sino para desvelar lo menos posible la trama.

En principio, el atentado la convierte en víctima. Una doble víctima, pues su vida sindical y su vida privada se ven afectadas de modo muy grave. La sindical o pública porque se ve envuelta en una investigación policial y judicial como eso, como víctima, en principio. En lo personal porque su entorno le aconseja (dentro de lo que se le puede aconsejar), que lo deje todo o que baje el listón por su propia seguridad personal y la de su familia.

Decía que es víctima, en principio, desde la perspectiva policial y judicial, porque en un giro que no dudo en calificar de rocambolesco acabará siendo acusada de simular su atentado y su violación. Sin duda la investigación policial es prolija pero muy deficiente. Y ciertamente su abogado no es un “ciencias”. Un hecho muy lamentable de este caso (y de tantos), es que los investigadores de la Gendarmería (y algunas manos negras), empiezan a indagar no en los hechos probados, sino en el historial médico y en la conducta privada de Maureen: una violación cuando era joven (y no pareció resistirse…), años de terapia psicológica, una adicción al alcohol ya superada… Mucha mísera y mala praxis por parte de los policías y de los magistrados. Hasta la violación es cuestionada por el forense, con “deducciones” nada concluyentes. De victima pasa a ser una acusada y, en un momento dado, a ser una condenada a cárcel y multa. Todo esto está narrado con precisión, distanciamiento, con un ritmo a veces trepidante, a la vez que vemos cómo las conclusiones de policías y jueces funcionan como una apisonadora en la cabeza y en la vida privada de Maureen.

Un vía crucis como este (son hechos reales), necesitaba una actriz como Isabelle Hupert, protagonista absoluta de la película. Para bien o para mal, es el eje imprescindible. El gerente de su empresa, Areva, la insulta llamándola tocapelotas o tocacojones, y le lanza (él a ella) una silla. Hay un ambiente muy macho en las grandes empresas y en los despachos ministeriales, cosa que está muy bien reflejada. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, en frase célebre que podía habérsele ocurrido al caimán Berlusconi (pero ya estaba inventada). Isabelle Hupert construye un personaje aparentemente distante, pagado de sí mismo, afable a veces, siempre obstinado en la defensa de sus principios y de sus proyectos. Una persona honrada que paga un precio muy alto y que también se lo hace pagar a su marido y a su hija. Y una persona que en el fondo es un ser frágil, muy tocada por su pasado, que se ha creado una máscara de dureza con su maquillaje, sus labios pintados de rojo, su peinado a lo Kim Novak y su forma de vestir sencilla y elegante. Es discutible (la película es buena pero no perfecta) el trabajo digital para hacer desparecer las injurias de la edad en el rostro de la actriz, que tiene setenta años y que tiene que interpretar a una mujer veinte años más joven.

El guion elaborado por el propio director, Jean-Pierre Salomé, y Fadette Drouard, cuenta la historia de forma cronológica, pero se permite (y funciona), que veamos algunas cosas en otro momento. Por ejemplo, vemos los resultados del atentando y de la violación, pero el nudo, es decir, cómo ocurrió, lo veremos después, en el tramo final del film. Es una decisión pertinente, en una película con un ritmo narrativo fuerte, que no permite distracciones al espectador, atento e intrigado por lo que sucederá a continuación, tanto en la pelea de la sindicalista por desvelar la verdad, como en las peripecias policiales y judiciales, o en el giro inesperado que la convierte de víctima en culpable. No es por tanto una cinta árida, sino atractiva, inquietante, y hasta instructiva sobre el funcionamiento del poder económico y político y su capacidad de aplastar como sea a quien ponga en peligro sus intereses y corruptelas.

Hay dos cuestiones que se tocan poco o nada en la película. No se cuestiona la energía nuclear, y se retrata, en mi consideración, de forma un tanto parcial y a veces pintoresca lo que es ejercer de delegado sindical, de sindicalista, debido -supongo- al poco conocimiento de los guionistas sobre esta actividad. También le pasaba a la excelente, por otra parte, El buen ladrón de Fernando León de Aranoa.

Pero en fin, alguien se ha atrevido a escribir un libro y luego a dirigir una película con el título de La sindicalista. No está mal.

Os dejo un tráiler:

 

 Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus

*** A los que han titulado en España Le syndicaliste como Un blanco fácil, habría que darles un premio. No sé cuál pero alguno habrá. Alguno relacionado con la neurociencia, sugiero, para poder escudriñar sus cerebros (o sus carteras).