Obituario – Cormac McCarthy: el arte de escribir sobre la suerte

Obituario – Cormac McCarthy: el arte de escribir sobre la suerte

            Ayer, mientras los católicos celebraban san Antonio de Padua, los supersticiosos españoles miraban a todas partes por ser martes y trece y los políticos llenaban de egos pagados por todos los noticiarios se nos iba en palabras de Stephen King “el mejor de los escritores de nuestra generación”, Cormac McCarthy.

            Era novelista, dramaturgo y guionista, dicen las enciclopedias y un millón de artículos sobre su figura, pero también era un descendiente de irlandeses orgulloso de serlo, educado en la fe católica, que nunca le acabó de convencer y una necesidad de creer en que la suerte, por mala que sea, siempre podría haber sido peor. También creía en el ser humano y por eso su obra está repleta de malas personas, para que sus lectores tuviésemos claro que éramos mejores que sus asesinos, traficantes, miserables apocalípticos y demás personajes que trufaron su vasta obra, tan gótica como llena de encanto sureño, tan repleta de sangre como de amor y, sobre todo, de la palabra mágica en su vida: suerte.

            Aunque nacido en Rhode Island, pasó toda su infancia y adolescencia en Knoxville, Tennessee. Después se alistó durante cuatro años y vivió en Alaska, destinado allí. En sus gélidas y larguísimas noches escribió cuentos y condujo un programa en una radio de la capital, Juneau. Después de licenciarse, en 1959, regresó al estado cuna del country. Allí publicó dos cuentos A Drowning Incident y Wake for Susan, y se casó con una compañera de estudios. No terminó la carrera y se trasladó por motivos laborales a Chicago. Tuvo su primer hijo y se dio cuenta de que su matrimonio no funcionaba cuando regreso al condado de Sevier, al sur del estado, y finalizó su primera novela y su matrimonio, casi a la vez.

            Presentó El guardián del vergel a Random House, “porque era la única editorial que me sonaba”. Allí fue seleccionado y le pusieron a Albert Erskine, editor de William Faulkner hasta la muerte de éste en 1962, como supervisor de su obra. Erskine trabajó con McCarthy las siguientes dos décadas puliendo su estilo y orientando su escritura hasta más allá de sus admirados Salinger y Wolfe. La novela. publicada a comienzos de 1965 entronca en la tradición de contar historias a través de un personaje adolescente en el duro sur, siguiendo la tradición de Mark Twain y que alcanzó su máximo esplendor con obras como Locos en Alabama, de Mark Childress, o El arpa de hierba, de Truman Capote.

            Justo antes de la publicación y con una beca de la Academia Americana de las Artes y de las Letras se embarcó para Irlanda con el fin de escribir y conocer la tierra de sus ancestros, pero en el barco conoció a la cantante inglesa que amenizaba las largas horas de navegación con quien contrajo matrimonio al año siguiente y comenzó un periplo por Europa conociendo Inglaterra, patria de su nueva cónyuge, Francia, Suiza Italia y España. Al final, pararon en Ibiza donde pudo concluir su segunda novela, La oscuridad exterior, que se publicó en cuanto regresó a Estados Unidos, en 1968. Erskine pulió la prosa sureña y comentó la originalidad del argumento con elementos sucios como el incesto y la bondad cambiante por el factor suerte y la moral del sur.

            La crítica neoyorkina fue muy favorable a sus dos primeras novelas y aquel novelista joven que había regresado a Knoxville, a una de sus ciudades dormitorio, arrancaba comentarios muy positivos sobre su manera de ver y entender la narrativa, sin entrar en modas ni corrientes literarias.

Después de eso, y tras no venderse demasiado bien su novela, se traslada Louisville. Adquiere una granja y escribe su tercera novela, al algo confusa, pero muy bien escrita, Hijo de Dios, donde confunde a ratos al lector con sus cambios narrativos y su uso de la narración en primera persona con técnica coloquial. Aquí la crítica fue dispar y ya no era uno de los mimados de la Gran Manzana. Sus ventas fueron escasas y su editor trató de exprimirle en esos duros comienzos de los años 70. Destacar que aparece un tema que luego le dio una de sus grandes obras, el survivalismo, género aún más cinematográfico que literario y que McCarthy dominaba con maestría.

Tras estos dos fracasos y acuciado por la necesidad económica escribe entre 1974 y 1975, el guion de la película The Gardener’s Son (estrenada en junio de 1977), del director Richard Pearce. Aquello alivió su cuenta corriente y le abrió un nuevo camino profesional: el cine.

Y como cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana, su esposa y él se separan trasladándose él a El Paso, Texas, para comenzar su siguiente proyecto y formalizar el divorcio, que no se produjo hasta cuatro años después por problemas durante la separación. Así que Cormac, bautizado como Charles, escribió la historia de un hombre de éxito que abandona todo y se dedica a ser pescador en el río Tennessee. Algo de autobiográfico tenía y mucho de necesidad de salir de sí mismo y convertirse en el gran escritor que su editor decía que era. Suttree, que así se llamaba, llevaba cocinándose y escribiéndose durante veinte años y fue toda una liberación para el novelista su publicación.

Tras esto recibió una nueva beca. Se mantuvo con el dinero de esta, que recibió de la Fundación MacArthur en 1981, y gracias a ello pudo acabar su siguiente obra, Meridiano de sangre, western apocalíptico ambientado en la década de 1840 que se desarrolla entre el norte de México y sur de Texas, publicada en 1985. De nuevo había algo de survivalismo en ella y mucho de respeto a las grandes obras ambientadas en la frontera, las guerras indias y todo lo que el desarrollismo voraz y deseo exacerbado de riqueza trajo desde Nueva Inglaterra hasta finalizar en California.

El cambio de década le trajo un nuevo editor, tras la jubilación de Erskine, Alfred A. Knopf y una novela de amplísimo reconocimiento y uno de los premios grandes en esas latitudes, el National Book Award: por su obra Todos los caballos hermosos, conocida en España por su versión cinematográfica del año 2000 protagonizada, entre otros, por Penélope Cruz y Matt Damon. La crítica y las ventas fueron unánimes esta vez y Cormac alcanzó, por fin, el olimpo de la narrativa, que tanto merecía. La soledad, el amor y la suerte vuelven a jugar papeles cruciales en la historia de Grady, Rawlins y Alejandra. Estructurada con pulcritud, con personajes perfectamente definidos y algo que ya vimos en alguna de sus obras anteriores, la búsqueda de uno mismo a través del camino. No es Kerouac ni Gifford, pero a ambos debe mucho esta novela, aunque no lo parezca.

Después reescribió teatro y estrenó su obra The Stonemason, escrita en la década de 1970, que narra las vicisitudes de tres generaciones de una familia negra en Kentucky. Como no paraba de ganar premios literarios la obra no tuvo ningún problema para funcionar tanto en Texas como en otros estados hasta alcanzar Broadway.

Pero McCarthy tenía en la cabeza otras dos novelas sobre ese microcosmos que hay a ambos lados de río Grande. En 1995 publicó En la frontera, segunda de las tres obras que compondrán su trilogía de la frontera y que es un hermoso canto a la soledad y al respeto por todo lo que nos rodea, en este caso, una loba preñada que mata reses para subsistir y que hace que el protagonista luche para cazarla y matarla hasta que se da cuenta de que sólo es una superviviente, como lo es él, en ese duro mundo del desierto de Nuevo México y decide salvarla la vida y devolverla a su hábitat en las montañas mexicanas. Pero al regresar todo es oscuridad y muerte y Billy, el protagonista, nos hace mascar su soledad en uno de los finales más hermosos de McCarthy, con un perro herido, un protagonista amargado y unas lágrimas brotando por haber espantado su última oportunidad para no estar solo. De nuevo el camino, tres viajes entre ambos lados de la frontera, y un mundo, particular, que se desmorona al tiempo que el mundo, en general, continúa su tortuoso paso al ritmo de la codicia y la lujuria.

En 1998 publica la tercera parte de la trilogía y se casa por tercera vez, Ciudades de la llanura se llama la novela y Jennifer Winkley la esposa, con la que tendrá un hijo, John Francis. Ella era treinta y dos años más joven y eso pesó sobremanera. Pero la obra vuelve a meternos en polvorientos caminos, caballos, ranchos y una tristeza existencial, pero nacida de las obras anteriores de la trilogía. Así, la novela reúne a John Grady Cole, el protagonista de Todos los caballos hermosos, con Billy Parham, el protagonista de En la frontera. Billy es nueve años mayor que John Grady, quien cuenta diecinueve años, y los dos vaqueros tiene una amistad fraternal al inicio de la novela mientras trabajan juntos en una hacienda ganadera próxima a Alamogordo, Nuevo México, lugar tristemente famoso por las pruebas nucleares previas al lanzamiento de la primera bomba atómica en Hiroshima. De nuevo El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, Chihuahua, en México, cerrando el triángulo con el rancho fronterizo en el que ambos trabajaban por poco salario, pero felices tras sus terribles pasados. Pero Grady se enamora de una prostituta nueva del burdel que suelen frecuentar y todo se convierte en dolor, sangre y muerte mientras Billy, impotente, sólo puede ver la deriva de su amigo y los acontecimientos. De nuevo un hermosísimo final para el personaje de Billy.

El éxito no le hizo enloquecer, aunque sí su esposa. McCarthy se tomó su tiempo para redactar y encajar perfectamente las piezas de su siguiente novela, No es país para viejos, publicada en julio de 2005 por la editorial Alfred A. Knopf y llevada al cine por los hermanos Coen en el año 2007. Siendo ganadora del premio de la Academia a mejor película ese mismo año. Las ventas a nivel mundial se dispararon y fue traducida a cuarenta y tres idiomas inmediatamente después del premio cinematográfico.

Después vino La carretera, aclamada internacionalmente y ganadora del Premio Pulitzer. Fue publicada el mismo año que otra obra de teatro, The Sunset Limited, en 2006. Entre lo más destacado fue que lo hacía al tiempo que se divorciaba por tercera vez y nada más ser publicada fue incluida entre las mejores obras de las últimas tres décadas, por American Revue y seleccionada como obra del año por el Book Club, iniciativa de Oprah Winfried para que la juventud americana lea obras de calidad (la eterna plagiadora española de las mañanas en uno de los canales privados podría copiar también esta iniciativa… Claro que qué autor que se precie acudiría a un programa conducido por una fotocopiadora humana).

La crítica fue mejor que buena y las ventas se dispararon tras la entrevista de la presentadora americana por excelencia. Estoy, y el éxito de No es país para viejos hizo que McCarthy regresase al cine con un nuevo guion, que escribió en su casa de Santa Fe, Nuevo México, a la que se había trasladado tras su último divorcio. Corría 2012 cuando vendió original de The Counselor, a Nick Wechsler, Paula Mae Schwartz, y Steve Schwartz, que previamente habían producido la adaptación cinematográfica de La carretera. El libreto, posteriormente, se transformó en una película homónima, dirigida por Ridley Scott, quien rodó gran parte de la película en Navarra y dio Michel Fassbender uno de sus papeles más completos, dicho por el propio actor.

Después publicó algo más, pero ya no como grandes obras, sino como pequeñas novelas para recordar su oficio y donde se acomodó a historias tan bien escritas como ejercicios de estilo como carentes, dicho por más de un crítico, de un meollo al que hincar el diente. Aunque yo no estoy muy de acuerdo porque El Pasajero es una mordaz crítica hacia la moralidad de ese tipo de ciencia que vive del más duro capitalismo y que es capaz de cualquier cosa con tal de que el proyecto siga adelante. Un thriller metafísico sólo al alcance del autor.

También el año pasado publicó Stella Maris, donde resuelve con maestría una historia basada en transcripciones psiquiátricas de las sesiones con Alicia Western, investigación filosófica que cuestiona nuestras nociones de Dios, la verdad, la cordura y la existencia misma. Un complemento ideal para su anterior obra.

Pues este autor inquietante y muy especial a la hora de manejar sus temáticas se nos ha ido el 13 de junio de 2023, con placidez y como consecuencia de algo que ya no se dice, parece ser que está mal visto, la edad.

Un grande entre los grandes al que siempre es bueno regresar, porque ineludiblemente nos enseña algo. Él mismo dijo que no le interesaba lo inmediato, lo breve, sino lo que exigiese tiempo para ser llevado a cabo, o eso le dijo en una entrevista a John Jurgensen para The Washington Post, en noviembre de 2009:

“No estoy interesado en escribir historias cortas. Cualquier cosa que no gaste años de tu vida y te conduzca hacia el suicidio, difícilmente merecerá ser hecha.”

Y eso es todo, que es mucho, o muchísimo.

Carlos Ibañez

Revista Atticus