Crítica película El viejo roble de Ken Loach – Luisjo Cuadrado

Ficha

Título original: The Old Oak

Año: 2023

Duración: 110 min.

País: Reino Unido

Dirección: Ken Loach

Guion: Paul Laverty

Reparto: Dave Turner (TJ Ballantyne), Ebla Mari (Yara), Claire Rodgerson (Laura), Trevor Fox

Charlie (Chris McGlade), Vic (Col Tait) …

Música: George Fenton

Fotografía: Robbie Ryan

Compañías: Coproducción Reino Unido-Francia; Sixteen Films, Why Not Productions. Distribuidora: Front Row Filmed Entertainment

Género: Drama | Vida rural. Racismo

Sinopsis

El Viejo Roble es un lugar especial. No sólo es el único pub que queda en pie, es el único sitio donde la gente puede encontrarse en una comunidad minera otrora próspera que ahora vive tiempos duros tras 30 años de declive. TJ Ballantyne (Dave Turner), el dueño, está decidido a toda costa a no soltar El Viejo Roble, pero la posibilidad de aferrarse al lugar se reduce incluso más cuando el pub se convierte en territorio disputado tras la llegada de refugiados sirios asignados al pueblo. TJ conoce a una siria con una cámara (Ebla Mari) y entre ambos va fraguándose una insólita amistad ¿Pueden encontrar una vía de encuentro para que ambas comunidades se entiendan? He aquí el trasfondo de un drama profundamente conmovedor sobre la pérdida, el miedo y la dificultad de encontrar la esperanza.

Crítica

San Agustín

Hace treinta años Ken Loach nos deleitó con Lloviendo piedras (1993), un sencillo drama, muy casero, que sirvió al director británico para hacer una crítica implacable de las condiciones sociales de los obreros ingleses (una temática que iba a ser inherente a su obra). Años después, dirigió Mi nombre es Joe (1998) con el problema del alcohol y la marginación con la que también consiguió numerosos premios. Felices dieciséis (2002) y Solo un beso (2004) abordan el drama social de los más jóvenes poniendo, en esta última, el acento en las diferencias religiosas y sociales. En 2006 realiza una de sus obras más redondas hasta ese momento, El viento que agita la cebada. Ya con guion de Paul Laverty, aborda los terribles conflictos entre británicos e irlandeses ambientada en la década de los años 20. En 2012, dirige La parte de los ángeles en la que aborda los problemas de una vida sin tener esperanza, una constante en su producción. Las dos últimas entregas son Yo, Daniel Blake (2016) y Sorry We Missed You (2019) donde recoge dramas sociales que tiene que ver con la sociedad británica y cómo la precariedad laboral afecta a las familias de clase media, más bien tirando a baja, y, encima, cómo los nuevos avances tecnológicos no ayudan a salir de esa situación, ignorando lo que las luchas de los movimientos obreros consiguieron en su día. Como vemos, el cine social, un cine comprometido, como medio para la crítica y denuncia de los problemas sociales, es una constante a lo largo de la carrera cinematográfica de este viejo roble.

La película El viejo roble es un retrato conmovedor y hasta cierto punto angustioso de una sociedad, la británica, que vive la llegada de un grupo de inmigrantes sirios a una población que sufre los males de los tiempos modernos: especulación inmobiliaria (devaluación del casco urbano), los parados de larga duración y el abandono y deterioro de los servicios públicos, entre otras cosas porque no hay trabajo para todo el mundo. La llegada de estas personas supondrá una revolución en las anodinas vidas de sus habitantes. El director sitúa la acción en el noroeste de Inglaterra, en Durham.

Yara (Ebla Mari), es una joven siria, amante de la fotografía. Su cámara se ha vuelto un objeto inseparable que retrata minuciosamente su huida, junto con su familia, del régimen de Bashar el Ásad. «Cuando miro a través de la cámara, decido ver con esperanza y fortaleza». TJ Ballatyne (Dave Turner) es un hombre bueno. Es la mano amiga que ayuda a instalarse a esta familia en uno de esos pisos que se han quedado vacíos y apenas valen nada porque la ciudad no ofrece una oferta de futuro. TJ apenas sobrevive regentando su taberna (El viejo roble) vendiendo pintas a los parroquianos. Al principio, vemos como el rótulo de su taberna actúa como una metáfora de lo que representa su local. Al comienzo del día, cuando levanta la persiana de El viejo roble, tiene que colocar la última letra porque se vence. Nada más colocarla se vuelve a descolocar. Es un local destartalo que en su momento fue un gran lugar de encuentro. Fue la sede de las concentraciones para apoyar (y dar de comer a la gente necesitada) por las terribles huelgas de los mineros que lucharon para evitar el cierre de la mina que ahora les ha llevado a esta situación. TJ, desde la barra de su pub, asiste, impotente, a la degradación de una sociedad, y a la precaria vida de algunos de sus miembros allí instalados bebiendo una pinta tras otra. El discurso de sus parroquianos es victimista a la par que sectario, racista y xenófobo. No empatizan con una situación mucho más grave que la que ellos padecen. Son gente que han tenido que huir de sus casas llevando consigo lo poco que les cabe en una maleta. Tendrá que ser el binomio Yara-TJ la que se encargue de limar esperezas y tratar de establecer un puente de unión de ambas comunidades. Ambos tienen la ayuda imprescindible de una amiga de toda la vida de TJ, activista como él, Laura (Claire Rodgerson), una fuerza positiva para acercar a las dos comunidades.

La cámara fotográfica de la joven Yara, -su objetivo le permite ver la vida a través de él-, tratará de que ese sea el vínculo de unión. Un anexo de la taberna, ahora cerrado por estar en desuso, centra la mirada de la joven. Sus paredes están decoradas con grandes fotos que recogen momentos de esas huelgas, de esas reuniones en los que el pueblo estaba unido porque había una ilusión, una causa por la que luchar. Yara tiene el sentido y la facultad de ver la vida a través de ese objetivo de su cámara lo que le permite, por un lado, estar en contacto con los problemas del día a día y, por otro, mantener un poco la distancia. Y es ahí, en esas paredes donde le salta el chip. ¿Esta circunstancia de lucha por los derechos más elementales de estos vecinos, no es lo mismo que le pasa a la comunidad siria? Yara se da cuenta de que tiene que ser ahí y tienen que ser la comida lo que provoque un cambio en la situación y que esas comidas, acuciadas por el hambre de los más desprotegidos sean del país que sean y sin importar la raza ni la religión (que esa es otra), estén presididas por la SOLIDARIDAD.

A la circunstancia de la llegada de inmigrantes a su pueblo, hay que añadir la existencia de un caldo de cultivo que tenía a la población un tanto alterada. La existencia de rumores constantes que anuncian en las cárceles la existencia de viviendas baratas para presos que sirve a la extrema derecha para inocular su veneno en la sociedad. Esto lleva a que un hombre decente como Charlie (Trevor Fox), miembro de la comunidad, se agobie tanto por las circunstancias que le lleve a tomar decisiones de difícil justificación. La falta de esperanza, la injusticia y la imposibilidad de tomar una decisión lleva a situaciones límites a los parroquianos, hasta actuar con miedo e incluso odio. No hay que olvidar que estas gentes son los herederos del cierre de las minas en la época de Margaret Thatcher y que viven con desencanto el abandono y la pobreza que padecen. Descargan su rabia en los recién llegados que ven que se les «facilita» las cosas para que se instalen allí. Una escena conmovedora es cuando un crío del pueblo ve como a una niña de las recién llegadas, que se ha convertido en vecina, le dan una bicicleta usada, una bicicleta que el crío no ha tenido nunca porque sus padres no se lo podían permitir. Sin embargo, gracias a la solidaridad de algunos miembros de otras comunidades, la niña puede disfrutar de esa bici. A diferencia de otras propuestas del director británico, sin ir más lejos las dos últimas, aquí el conflicto no se le puede achacar al propio Estado como un mal endémico, si no que el problema radica en las propias gentes y en la asimilación de unas circunstancias que (la llegada de inmigrantes) les despeina su propia vida.

Estamos viviendo episodios constantes que reflejan lo que Ken Loach aborda en sus películas. Por ejemplo, la xenofobia. Recientemente, en Dublín, la forma que aborda las redes sociales estos temas, alienta los bulos y dan alas al miedo, a menudo –casi siempre- infundado. Y es cuando se produce la reacción furibunda que desemboca en unos disturbios desmesurados y extremadamente violentos.

Una vez más, cabe destacar el sólido guion del reivindicativo Paul Laverty. Sobrio y eficiente, sin salirse de esa fina línea que separa del realismo social puro y duro, del adoctrinamiento con fines morales. Elegante. Además, aprovecho, para alabar a la persona. Tuve ocasión de contactar con él en la pasada SEMINCI y como pudimos ver tanto el público asiste en el Teatro Calderón como los telespectadores a la hora de recoger el galardón no se olvidó, una vez más, de los más desfavorecidos poniendo el dedo en la llaga de las reciente barbaries que se han cometido y se están cometiendo en Palestina, en la tierra de Judea.

Para muchos de nosotros, decir SEMINCI es sinónimo de Ken Loach. Se trata de un director habitual y no podía faltar en esta entrega en la presentación que nos hizo aquí en Valladolid. Junto a su inseparable Paul Laverty volvió a poner el dedo en la llaga aludiendo a su cine («en mi país no hay un festival como este que recoge este tipo de cine independiente y alejado de las grandes distribuidoras» y a la satisfacción de ver que hay directores como Agnieszka Holland que saben recoger ese testigo con su película Green Border. El cine, y en particular Valladolid, va a echar de menos a esta voz crítica. Sus relatos llenos de humanismo, más necesarios que nunca, se vuelven imprescindibles en un mundo donde el capitalismo impera a sus anchas. Basta ver que la película se estrenó en el Festival de Cannes coincidiendo con la implantación de unas nuevas políticas antiinmigrantes del gobierno de Rishi Sunak. Más caldo de cultivo. Echaremos de menos, y mucho, el compromiso de Ken Loach. Solo nos queda que los hermanos Dardenne, Jean-Pierre y Luc (El niño de la bicicleta, 2011, Dos días, una noche, 2014), no nos defrauden con sus próximas películas.

La película consigue emocionar gracias entre otras cuestiones a la buena química entre dos de sus protagonistas: el actor Dave Turner (TJ) y la joven Ebla Mari (Yara). Sus actuaciones resultan muy naturales y convincentes. Junto a ellos hay una serie de personajes (sobre todo los inmigrantes sirios) no profesionales que juntos conforman un buen elenco para transmitirnos esa emoción a los espectadores, sin olvidarnos de los mencionados Trevor Fox y Claire Rodgerson. Tal vez, casi con toda seguridad, estemos asistiendo a lo que es un canto de cisne: la última película del director británico Ken Loach. Un retrato humano que es un relato que nos invita a la reflexión para que la empatía y solidaridad presidan estos tiempos en que la integración es tan necesaria. La convivencia entre distintos grupos de distintas culturas tiene que ser posible y su integración imprescindible. Ese es el mensaje que no solo está presente en El viejo roble, sino que prácticamente en toda la producción del cineasta británico Ken Loach, un director a contracorriente que no ha dudado en poner en evidencia los males de nuestro sistema económico que se vuelve tolerante con los más ricos e injusto con los más necesitados. No suelo acabar mis trabajos con una metáfora, pero en este caso haré una excepción. Hacia la mitad de la película, un par de jóvenes amigos británicos, vecinos del pueblo, pasean sus perros potencialmente peligrosos. La escena se repite en varias ocasiones. A veces, los chuchos van atados y otras veces no con lo cual hostigan al perrito del bueno de TJ. Este ante las continuas amenazas increpa a sus propietarios para que sujeten a esas fieras. Al final pasa lo que se veía venir. A veces, algunos de nuestros políticos hostigan a la gente mediante sus perros de presa y también a veces no los pueden controlar y se provoca el enfrentamiento. El poder de quien sujeta el perro y la impunidad que logra sin que sus actos sean juzgados. Ahí lo dejo. Vayan al cine.

Puedes consultar, aquí, la crítica que emitió mi compañero Carlos Ibañez en estas mismas páginas.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus