68 SEMINCI – Crítica película Green Border de Agnieszka Holland

Crítica película Green Border de Agnieszka Holland – Carlos Ibañez

Ficha

Título original: Zielona granica (Green Border)

Dirección: Agnieszka Holland

Guion: Gabriela Lazarkiewicz-Sieczko, Maciej Pisuk, Agnieszka Holland

Reparto: Jalal Altawil, Maja Ostaszewska, Behi Djanati Atai, Mohamad Al Rashi, Dalia Naous, Tomasz Włosok

Año: 2023

Duración: 147 min.

País: Polonia

Música: Frédéric Vercheval

Fotografía: Tomasz Naumiuk

Compañías: Coproducción Polonia-Francia-República Checa-Bélgica; Astute Films, Blick Productions, Beluga Tree, Canal+ Polska, Centre du Cinéma et de l’Audiovisuel

Género: Drama | Inmigración

Sinopsis

En los bosques traicioneros y pantanosos que conforman la llamada “frontera verde” entre Bielorrusia y Polonia, los refugiados de Medio Oriente y África que intentan llegar a la Unión Europea están atrapados en una crisis geopolítica cínicamente diseñada por el dictador bielorruso Alexander Lukashenko. En un intento de provocar a Europa, los refugiados son atraídos a la frontera mediante propaganda que promete un paso fácil a la UE. Peones en esta guerra oculta, se entrelazan las vidas de Julia, una activista que ha abandonado su cómoda vida, Jan, un joven guardia fronterizo, y una familia de refugiados sirios.

Crítica

Agniesza Holland vuelve con una película excesiva, sobredimensionada y con todo un vademécum de las maldades que sufren los refugiados que vienen de otras culturas la vieja, rica y falsa Europa de los mercaderes en la que desarrollamos nuestro día a día.

Le sobra metraje por todas partes y se nota que es una película de pancarta, porque todas las desgracias acontecen al mismo grupo y de todas las formas posibles: por supuesto con la enemistad manifiesta a los gobiernos, no tan distantes en ideología del tirano bielorruso y la caterva crecida a los pechos de la falsa democracia polaca (auspiciada por reaccionarios), pero, como en todas la películas presuntamente valientes, trata de contar los distintos puntos de vista y hasta hay un policía de fronteras con conciencia, como en El Crimen de Cuenca había un guardia civil que no tortura.

Una historia que comienza con una familia de refugiados sirios camino de Suecia donde vive un hermano del padre de familia e hijo del abuelo que habla un poco de inglés para poder entenderse, y una señora afgana que se adosa a su plan y que es hermana de uno de esos traductores que Occidente dejó tirados ante la llegada de los talibanes en su tierra natal. Ella representa la inocencia de todos los viajeros neófitos, que creen que el extranjero simpático que conoció en su tierra será igual de hospitalario en la suya. Y comienza el juego miserable de hacer pasar la frontera hacia la Unión Europea, vía Polonia o hacia Bielorrusia y sus siglos de corrupción institucionalizada, que se lo cuenten a la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich, quien debió salir de su país por denunciar el régimen de su país.

Hay un personaje, la psicóloga, que toma conciencia después de contemplar en primera persona una tragedia y ver el trato indecente, inhumano y absolutamente vejatorio al que someten a la mujer que salva de ahogarse en un lodazal, la refugiada afgana que había huido. Y ahí la película habla del entumecimiento burgués al que los medios, todos repletos de subvenciones públicas, nos han colocado a los ciudadanos, a los que carecen de conciencia crítica, que cada día son más, y sueltan el argumentario como papagayos de aquellos a los que votan y que, en realidad, y bien escuchado, da igual el partido, es un “estupidiario”, valga el neologismo.

Y el final de esta historia en cuatro capítulos y un falso epílogo, que parece hermoso lo convierte en algo grotesco al elegir a cinco chicos guapos y dos blancos y tres negros, pero sin mácula, en un rap colaborativo y una canción que estropea con unos planos individuales de fotomatón que saca a cualquier espectador de la historia y se ve todo lo falso que en el cine hay y que tanto odiaba Godard, uno de los referentes de la directora.

Pero volvamos al cine: la realizadora aprovecha horriblemente mal las texturas en blanco y negro, utiliza el rodaje con drones sin motivo y alarga planos innecesarios una y otra vez.

Por otro lado, y con un metraje menor (dura 147 interminables minutos), hubiese sido un arma muy poderosa para denunciar los dos grandes males de occidente; la aporofobia y el racismo. En el estrambote, que no epílogo, de la historia se ve cómo los mismos que luchaban contra el “efecto llamada” (término tan manido por los conservadores, y más allá, del continente) ayudan con mimo a los que vienen de Ucrania cuando la Rusia de Putin decidió invadir su país.

Mal comienzo, por muchos premios que le den. Lo dan más por su mala conciencia que por sus méritos cinematográficos. Porque Europa está repleta de gente como el paciente de la psicóloga que se queja de todo y se toma de todo para no alterarse, pero que no hacen nada, al menos hasta que haya gente que le pide que toma conciencia y partido y se convierta en una persona necesaria.

Lamento que esta apuesta sea fallida por motivos muy personales.

Carlos Ibañez

Foto: Luis Gracia Reglero
Foto: César Mena

Agnieszka Holland, una habitual de la SEMINCI, ha desembarcado en esta 68 edición con Green Border, crónica del drama migratorio entre Bielorrusia y Polonia, esa ‘frontera verde’ de bosques que se convierte en una trampa para los miles de personas que huyen de las guerras de Oriente Medio alentadas por el dictador Lukashenko, que, con la aquiescencia de Rusia, convirtió ese corredor en una estrategia de presión a la Unión Europea respondida con brutalidad por parte del gobierno polaco.

«Las autoridades polacas utilizaron este asunto como herramienta política; la violencia se utiliza como herramienta política», ha reflexionado la veterana realizadora polaca durante la presentación de la película, un filme que compite en la Sección Oficial y cuya repercusión, tras su estreno en Venecia —donde ganó el Premio Especial del Jurado—, ha sorprendido a la propia Holland, según ha reconocido durante el encuentro con los medios. Un blanco y negro sobrio y una cámara al hombro para una historia que navega entre el documental y la ficción y entre cuyos protagonistas se encuentran algunos refugiados sirios reales.

«La frontera polaca es sólo una de las fronteras que hay en el mundo», ha planteado, en relación con otros conflictos actuales, la directora de Europa, Europa, quien también ha alertado del peligro de «normalizar e institucionalizar el uso de la violencia», contrapuesto a la humanidad y el respeto hacia los migrantes que muestran algunos ciudadanos retratados en la película.

Fotografías: Luis Gracia Reglero y César Mena

Revista Atticus