Crítica película As bestas de Rodrigo Sorogoyen por Luisjo Cuadrado

Crítica película As bestas de Rodrigo Sorogoyen con guion de Isabel Peña

Esta crítica de As bestas surge con el deseo de expresar ciertas sensaciones que la película me ha transmitido y es un complemento a la que mi compañero Gonzalo Franco Blanco ha vertido en estas mismas páginas. Puedes consultar en este enlace. Y lo hago porque considero que As bestas es una de las mejores películas del año (incluso con las visionadas en la 67 SEMINCI).

As bestas es un título que hace referencia a una tradición centenaria, ancestral que se desarrolla anualmente en Galicia, a principios de julio y durante tres días y que se conoce como la «Rapa das bestas». La más conocida es la que se celebra en la localidad pontevedresa de Sabucedo. Consiste en bajar los caballos salvajes del monte al pueblo para encerrarlos en el curro (recinto cerrado con muretes de mampostería) donde serán aloitados (se les cortará las crines) por los aloitadores. Los aloitadores, sin más herramientas que las manos y la fuerza de su cuerpo, se encargarán de sujetar el caballo y tratar de tumbarlos para cortarle las crines, desparasitarlo y, a veces, marcarlo. Ahí radica uno de los puntos de As bestas: la fuerza bruta que se ejerce contra el animal en el que existe un código que aprenden desde niños basado en la acción y colaboración de dos o tres aloitadores. Una forma noble y muy peligrosa de lucha del hombre contra la bestia hasta conseguir vencerla.

La película está estructura en dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas llena de tensión. A veces parece que estuviéramos en una de las grandes películas del mago del suspense: Alfred Hitchcock. En ella, los protagonistas son los hombres. Grandes e impecables actuaciones de Denis Menochet (contenido y muy creíble), Luis Zahera (inconmensurable) y Diego Anido (actor gallego, muy solvente y que constituye un gran descubrimiento). Y luego hay una segunda parte, algo más pausada (no exenta de tensión como es la relación madre con su hija o con los vecinos) donde las protagonistas son las mujeres. Marina Fois da vida a Olga, la pareja de Antoine. Fruto de esa relación han tenido una hija, Marie (Marie Colom) que sigue viviendo en Francia. Y la otra mujer, la madre de los hermanos Anta, que no se la ve mucho, pero es como en la sociedad rural, estar está (y ya lo creo). Tiene mucho peso específico, pero su recorrido en escena es relativo. Con solventes actuaciones, sobre todo en las dos primeras. Ambas están contadas desde la objetividad, con una cámara que se mueve cuando los personajes se mueven, con el fin de contarlo de forma objetiva y que sea el espectador el que tome partido. No se juzga; se presentan los hechos desde los dos puntos de vista. Como dice el propio director Sorogoyen: «As bestas puede resultar ser un western moderno, donde en la primera parte hay un tiroteo y en la segunda un duelo».

Lo mejor de la cinta de Rodrigo Sorogoyen (sin olvidarnos el gran trabajo de su guionista Isabel Peña) es que arranca la película con el conflicto latente. Nos vemos, como espectadores, inmersos en una tensa, muy tensa, arenga de Luis Zahera a sus compañeros (en realidad es a todos sus convecinos, aunque no estén presentes y sirve para introducirnos a nosotros también en el bar) mientras juega al dominó. Se nota que el ambiente está caldeado, que lo que dice lo dice con el corazón y la rabia, muy pausado, muy «tranquilo» incluso cuando entra el francés en la escena. Se dirige a él con odio bajo la máscara falsa de la moderación. Desde ese primer momento estamos tensos como cuando llegabas a casa con una mala nota del colegio y sabías que te iba a caer una buena regañina. Ese gran acierto de Sorogoyen de no mostrar lo que ha acontecido antes de comenzar la acción con la que arranca la película, hace que estemos descubriendo, poco a poco, lo que ha ido sucediendo, que no es otra cosa que el ambiente se ha ido enrareciendo porque los aldeanos llevan toda la vida allí y ahora una pareja de franceses recién llegados (ya llevan dos años por la aldea) no quiere vender sus terrenos a una empresa de aerogeneradores. La cizaña del vil metal. La tiranía del dinero fácil. La posibilidad de cambiar de vida por la gran suma que les ofrecen por sus terrenos ricos en paisaje y belleza, pero que resultan ya muy pobres para unos paisanos que ya están hartos de esa vida. Ansía salir del futuro de la mierda de las vacas; poder rodearse de mujeres y, por qué no, poder tener un hijo, coño, que ellos también tienen derecho a esa vida (en boca de Xan). Y han visto en el maná caído del viento una oportunidad de oro de marcharse a Orense, comprar una licencia de taxi y compartirlo con su hermano. El francés le hace las cuentas. La energía, el producto de la venta de sus terrenos, no da para tanto, aunque sean unas ilusiones comedidas (los pobres se muestran, a veces, igual de pobres en sus ambiciones). Quieren marcharse del campo, para trabajar en la ciudad. Mientras que Antoine ha hecho el camio a la inversa: dejó su trabajo en la ciudad, para trabajar el campo.

Antoine se muestra como un auténtico Quijote. Incluso es válida la analogía tan evidente con los molinos de aspa de tela y los de metal. Nos vale para evidenciar que está solo ante el mundo. Que es muy guay eso de la ecología y lo de irse a vivir al campo, dejando los tumores de la ciudad, y lo de restaurar las casas a pesar de que no son suyas, solo por el hecho de dar vida al pueblo y que llegue esa cosa tan molesta que es la mochufada (¡qué bien lo explica Santiago Lorenzo en su libro Los asquerosos!) de fin de semana. Hay que saber escuchar a la gente que vive el día a día en el lugar. Y como decía Atticus Finch, calzar sus zapatos para empatizar con ellos. Aunque también hay que creer que otra gente encuentra su vida entre las hortalizas de última generación al estilo tradicional y gente que dedica su vida a la contemplación de los pájaros o al cuidado de la Naturaleza. Gracias a ellos tenemos un mundo un poco mejor (no me cabe duda). No todo tiene que mirarse bajo el prisma del brutal capitalismo.

Por encima de todo destacaría la confrontación que tiene lugar entre madre e hija. Solamente por la secuencia de su discusión por la conveniencia de replantearse la situación sobrevenida, la película As Bestas merece la pena. Constituye un corto dentro del largo. Tiene una tensión, un clímax, e incluso hasta oírlo en francés que tiene una sonoridad diferente que resulta brillante. Es brutal. Es magnífica. Es una obra maestra. ¡Chapó! para el señor Sorogoyen.

As Bestas es un thriller psicológico, aunque se puede encuadrar perfectamente dentro del western. Aun no participando en ese espacio físico del Viejo oeste americano, sí que nos cuenta una historia de personajes en el que el terruño les condiciona su modo de vida y define su idiosincrasia. Marco grandioso el paisaje que actúa como elemento hostil. Un reflejo de lo salvaje frente a lo civilizado. Además, es un drama intimista en donde la venganza es protagonista, pero nos deja un espacio para la esperanza. Es duro, muestra una sociedad un tanto ancestral y muy arcaica que se concentra en el bar del pueblo. En él no se ven mujeres, los hombres se dedican a beber hasta emborracharse, a jugar al dominó, algo de tele y mucha permanencia allí, sin más, viendo pasar la vida. Allí tratan de solventar con un chato (más bien una botella) sus diferencias. No hay maniqueísmo en As bestas. Nos presenta dos formas de entender la vida y su director nos evita la reducción simplista de que una sea la buena y la otra sea la opción mala. Un película inquietante y perturbadora. No se la pueden perder. Háganme caso.

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus