Crítica película As Bestas de Rodrigo Sorogoyen

Crítica As Bestas de Rodrigo Sorogoyen

Ficha

Título original: As bestas.

Año: 2022.

Duración: 137 min.

País: España.

Dirección: Rodrigo Sorogoyen.

Idioma original: castellano, gallego y francés.

Guion: Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen.

Música: Olivier Arson.

Fotografía: Álex de Pablo.

Reparto: Marina Foïs, Denis Ménochet, Luis Zahera, Diego Anido, Marie Colomb, paisanos de Barjas y El Bierzo.

Productora: coproducción entre España y Francia. Arcadia Motion Pictures, Cronos Enterteinment AIE,  Caballo Film, Le Pacte, RTVE, Movistar Plus+, Canal+, Ciné+.

Premios: Festival de San Sebastián 2022, Premio del Público. Festival de Tokio 2022, Mejor película, Mejor director, Mejor actor: Denis Ménochet.

Género: thriller psicológico, drama, vida rural, España vaciada.

Sinopsis.

Antoine y Olga son una pareja francesa, en la cincuentena, que han encontrado en un valle de la Galicia interior la aldea donde realizar sus aspiraciones de vivir en el campo, dedicándose a cultivar una huerta de forma ecológica. La convivencia con los vecinos es correcta, se siente aceptados, salvo por los dos hermanos Anta y su madre. Se cierne sobre el valle un proyecto para la instalación de aerogeneradores por parte de una gran compañía eléctrica y hay mucho dinero en juego si todos aceptan que se instalen en los montes comunales.

Crítica.

La película se inicia con imágenes a cámara lenta de la “rapa das bestas”, tarea en la que se inmoviliza a los potros entre tres personas para luego cortarles las crines y desparasitarlos. Esta tarea ganadera y ancestral se hace a pelo, sujetando al caballo por el cuello y derribándolo. Hay un contacto total entre los hombres y el equino, una lucha con un fin pacífico y útil, que no excluye el riesgo de salir herido.

Estas imágenes, el mismo título de la película, actúan de introducción y de metáfora para las imágenes siguientes, que retratan un lugar idílico de suaves colinas, valles poblados de castaños y robles, y aldeas de piedra y madera con vieja casas en buena parte derruidas. Es el paisaje y el paisanaje de la Galicia interior, de comarcas como Valdeorras, o rayanas con León como los Ancares, o los valles occidentales del Bierzo en torno a la Peña do Seo.

Es a uno de esos “pueblines” donde Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs) se han mudado para poder realizar una de sus aspiraciones: vivir en un lugar que les gusta, que no es otro que eso que se denomina medio rural, por sus formas de vida y de subsistencia y, más recientemente, España vaciada por la despoblación y el abandono de actividades económicas vinculadas a la ganadería y a cultivos poco rentables. Antoine y Olga han dejado su vida urbana en Francia y han invertido todos sus ahorros en comprar una casa (que han rehabilitado) y unos terrenos donde cultivar verduras de forma ecológica, vendiéndolos directamente en los mercados del entorno. A la vez, con una visión amplia y generosa, quieren rehabilitar otras viejas casas derruidas para animar a otras personas a venir a vivir a un lugar casi deshabitado o a urbanitas que quieran pasar sus vacaciones en un lugar tranquilo.

El plan de Antoine y Olga, unos neorrurales según la nueva denominación, no debería molestar a nadie, como así es en general, y la película nos muestra esas buenas relaciones y la estrecha vecindad con algunos de sus habitantes, dedicados al pastoreo de cabras, a la ganadería vacuna o ya jubilados. Antoine quiere cultivar esas relaciones sociales y uno de los lugares que frecuenta en su justa medida es el bar de la aldea.

Aunque ahora casi todo el cine es thriller, o dice que es thriller, aquí se inicia un thriller de verdad. Uno de los buenos: intenso, in crescendo, que discurre hacia un clímax definitivo, rotundo. Todo lo contado anteriormente es contexto, algo necesario en una crítica pero no en un film. El thriller es un género que Sorogoyen y su guionista habitual Isabel Peña dominan como demostraron en Que dios nos perdone (2016) o El reino (2018), y en cierta forma en Madre (2019). O en la miniserie para plataformas Antidisturbios (2020). Aquí también, porque la película empieza en un bar, en una conversación socarrona entre un tal Xan (Luis Zahera), de la familia de los Anta, y Antoine, el cliente forastero que quiere socializar. En esa conversación sabemos que algo ocurre, que algo se masca. En un inicio casi indirecto, pero suficiente para que intuyamos que no todo es idílico en ese pueblo y ese valle, que los intereses de unos y de otros son diferentes y que hay un lucha subterránea que pugna por salir a primer plano y desencadenar una tormenta.

Desde este momento Sorogoyen irá hilando escenas de movimiento y de reposo. Las de movimiento consisten, a veces, en hechos nimios que en otro contexto no tendrían importancia, pero que ya sabemos que aquí sí la tienen: una broma pesada en la carretera, un retrovisor roto por accidente o premeditación, un animal que ha roto una cerca, o no… Las escenas de reposo son largas charlas en el bar, sobre todo entre Xan, el portavoz de los hermanos Anta, y Antoine, que versan sobre los motivos por los que un francés, un gabacho, (en singular porque las mujeres, por ahora, tiene un papel secundario), ha venido a un lugar remoto, donde Cristo perdió el mechero.  

Si en las secuencias de movimiento la cámara sigue a los personajes desde cierto distanciamiento y objetividad, moviéndose al compás, en las de quietud la cámara se queda fija o cambia de posición según cambian de posición los personajes: el objetivo en este caso  son los diálogo ente los dos hombres, siempre con mofas y circunloquios por parte de Xan, que  manifiestan esa tensión insoportable que está minando la existencia de Antoine, carcomiendo su sueño, y volviéndole un paranoico con causa, al empezar a grabar con una cámara cada uno de sus movimientos y los de sus enemigos. Porque los enemigos, los hermanos Anta, cada vez dan más la cara, cada vez hostigan más a la pareja de franceses. El tiempo apremia.

Y aquí vuelve la sociología y la política (algo que vamos entendiendo según vemos la película): en un momento dado Xan le exige a Antoine que le diga de corazón porqué ha venido a vivir a “su” valle, a “su” aldea. Xan no lo puede entender, porque él solo quiere huir de allí. Largarse a sus cincuenta años para iniciar una nueva vida que él considera más cómoda y hasta más digna en una ciudad, con una familia e hijos, quizá. Y Antoine se lo está impidiendo: porque ese sueño de Xan y su hermano discapacitado psíquico (Diego Anido) de ser taxistas, depende de que Antoine consienta en vender su participación en los montes comunales, donde una gran compañía eléctrica pretende erigir un grupo de aerogeneradores. Para Xan es la liberación de una vida sin salida, con olor a vaca (dice él), sin mujeres (emigraron) y sin dinero para empezar en otro sitio, como sí lo ha hecho Antoine y su mujer, aunque en sentido inverso: de la ciudad al campo. Esa es la tragedia que se está horneando.

Esta es la sociología y política que Sorogoyen nos relata de forma implícita en una de esas escenas en las que el dialogo, largo, tenso, sucede a la acción. A la tensión producida por la acción le sucede, de forma natural, la tensión psicológica de dos personas argumentando sus razones desde postura irreconciliables. Desde un punto de vista fílmico, alternar en un thriller estas dos formas de generar tensión (la de la acción y la del diálogo en bronca), tiene su mérito y su complejidad. Tiene una vocación de ruptura y hasta de provocación. Una forma de decir: esto es una película, no un aserie (y pienso en Antidisturbios, donde sería imposible que durara tanto un diálogo).

Como Antoine y su pareja Olga no renuncian a su proyecto, y la familia Anta tampoco va a renunciar a cobrar el dinero que les corresponde por la instalación de “la eólica”, el film tras otros episodios de broncas y sabotajes, tendrá su clímax con la máxima violencia posible como es todo asesinato: en el monte, entre castaños, con el suelo lleno de erizos, entre la humedad, con un plano secuencia que finaliza como ese rito de “as bestas” con el que se ha iniciado la película. Aquí se cierra un primer círculo, una primera parte. Es el duelo con el que se resuelve la trama en un wéstern, después de desarrollar el tema de la lucha de dos familias por un territorio, por su posesión en exclusiva. Sorogoyen cita Sin perdón como referente, pero podríamos citar también Raíces profundas, con el tema del forastero, o Conspiración de silencio, con el tema del extranjero ante los autóctonos, o Deliverance, con los urbanitas de los que abusan unos palurdos.

Sorogoyen e Isabel Peña deciden aquí romper la película. Ha pasado un tiempo, sabemos que Antoine ya no está, y que Olga ha decido quedarse, seguir viviendo en su casa y cultivando su huerta. Por amor y en recuerdo de Antoine hasta compra unas ovejas, pues esa fue la última ilusión de su marido. “Si no hubiera estado yo, te matan”, le había dicho en uno de los momentos más tensos de la película. Los hermanos Anta no matan mujeres, de igual manera que la matriarca de los Anta siempre está en segundo plano, aunque los respalda y quizá sea la que los azuza. Olga continuará porque ese proyecto de vida rural también es el suyo, y también lo hace en memoria de Antoine. Renunciar (de poder hacerlo) sería darle una segunda muerte. Esas convicciones son las que explicará a la hija de ambos que ha ido a visitar a su madre y a rescatarla de ese lugar inhóspito y salvaje para ella. Es un dialogo también largo, también tenso. Como son tensas las pesquisas de Olga para encontrar pruebas sobre la presunta desaparición de Antoine y sus relaciones con los investigadores de la Guardia Civil.

La película podría haber finalizado en la primera parte, pero Sorogoyen prefiere hacer una doble inversión, tanto de géneros, pues el thriller ha finalizado, como de roles. Pasamos casi a otro género, al drama sin más, aunque todavía queda la resolución del caso. Y a la vez, Olga adquiere un protagonismo en el film que no había tenido hasta ahora. Desde un punto de vista narrativo es discutible, pero desde la riqueza dramática y la complejidad fílmica, proporciona una nueva lectura: los hombres, incluido Antoine, han resuelto el asunto de una forma propia de los hombres, con violencia, con una exhibición, en el fondo y formas, de puro machismo. Es el modo tremendista de un Pascual Duarte, o el de tantas películas del Oeste, que no dejan de tener su modelo originario en Homero y La Ilíada.

Esta parte actúa de contrapunto. Olga no abandona: ni el proyecto común de vivir donde quieran, ni la búsqueda de justicia. Su empeño romperá las distancias que existían con su hija, pero también con la propia madre de los Anta, en una escena inmensa, donde le ofrece su ayuda: “somos dos mujeres solas”.

El hallazgo de una cámara (la que llevaba Antoine siempre), resuelve el caso, pero aquí los guionistas han renunciando a lo fácil, y dejan en un “fuera de campo” los detalles. En una lucha cuerpo a cuerpo, es difícil que no haya restos textiles y genéticos en el cadáver, por ejemplo. Esta parte renuncia también a lo obvio, a seguir las leyes de hierro de las series.

Sorogoyen e Isabel Peña tuvieron la idea de escribir y rodar As bestas después de leer el caso de Martin Verfondern, asesinado en Santoalla (Petín), por una disputa entre una familia de lugareños y un forastero holandés que se había instalado en el pueblo. En El País, que publicó dos reportajes antes de su asesinato, y otros después, se puede seguir el caso. Los guionistas se inspiran en este asunto, pero han cambian el lugar de los hechos, la nacionalidad de los forasteros, y las circunstancias. Les interesaba narrar cómo se llega a matar por dinero, por sentido de pertenecía a un lugar, por ser un foráneo respecto a los autóctonos, e introducir esa variación sobre la forma diferente de estar en el mundo de hombres y de mujeres.

La película no intenta condenar a nadie, para eso están los tribunales de justicia. Deja que cada parte del conflicto se explique. Tras los Anta está la frustración producida por una desigualdad endémica: la de no haber tenido la oportunidad de abandonar un modo de vida que no han podido comparar con otro; se sienten atrapados en esa vida ancestral como siervos de la gleba, mientras fantasean con un dinero “caído del cielo” (la eólica) que les puede permitir cumplir su sueño de comprar un taxi y tener una mujer y unos hijos. Es un sueño modesto, pero muy real.

Para los que somos de pueblo y hemos vuelto al pueblo (retrorrurales, digamos), sabemos que no todo sus moradores aman el campo y la naturaleza: la ven como un trabajo más, mejor o peor, o como un negocio. El romanticismo de algunos neorrurales les parece ridículo y quijotesco: como un Don Quijote es presentado Antoine bajo un molino. De igual manera, hay que pisar con cuidado en un mundo donde siempre se es forastero por muchos años que se lleve viviendo en él. Hay un sentido de pertenencia, de propiedad, de hacer “lo que me da la gana porque es mi pueblo”, que conviene captar. Antoine y Olga son forasteros para la familia Anta: unos recién llegados, cuando ellos y sus ancestros llevan siglos en el valle. ¡Cómo van a tener los mismos derechos sobre los montes comunales!, se indignan. Xan no puede entenderlo y se llena de rabia. En el caso narrado en As bestas se junta también la avaricia, una tremenda avaricia azuzada por las tentaciones de los especuladores.

Antoine y Olga no son unos neorrurales románticos. Saben por qué han ido a ese valle y tienen un proyecto de futuro para esos montes y praderas abandonadas: la agricultura ecológica, la venta directa al consumidor, la rehabilitación de casas abandonadas pensando en un turismo sostenible… Es un modelo que asienta población, que mantiene las casas en pie, que genera actividad económica en el lugar y genera futuro. El modelo de los aerogeneradores, de la energía eólica, solo reparte un dinero que propicia el abandono de las actividades ganaderas y provoca más despoblación. Además de destruir el paisaje, como está ocurriendo en la España vaciada. Las compañías eléctricas buscan terrenos baratos para una necesidad existencial como es sustituir las energías de origen fósil. Los aerogeneradores deberían instalarse en los lugares de mayor consumo, en la periferia devastada de las grandes ciudades, no en los paisajes idílicos, en nombre para más inri de luchar contra el calentamiento global y por un nuevo modelo de economía verde. Una estafa más del capitalismo sin escrúpulos. Un lavado de cara espurio.

Entendida la mentalidad, las circunstancias, las necesidades, las ilusiones, de unos y de otros, el crimen, como es obvio, no resuelve nada sino que agrava los problemas: familias destrozadas, imposibilidad de consenso, odios eternos (que Olga quiere romper son su generosidad). Xan y su hermano son los verdaderos perdedores tras crear caos y muerte a su alrededor. Solo han exhibido su incuria y su impotencia.

Los actores Marina Foïs, Denis Ménochet, Luis Zahera, Diego Anido y Marie Colomb (la hija de la pareja) realizan excelentes interpretaciones, plenas de naturalidad. A Denis Ménochet le conocemos por su papel crucial al inicio de Malditos Bastardos (2009)o en Custodia compartida (2017). Y a la actriz Marina Foïs por Una íntima convicción (2018), por ejemplo. Luis Zahera compone un personaje desde las entrañas, como es habitual en él, y Diego Anido es todo un descubrimiento como el hermano “tonto”. Hay actores que no lo son, habitantes de esos valles, que contribuyen a dar autenticidad a la cinta.

La fotografía de Álex de Pablo ha sabido captar el paisaje de esos montes y valles, de los castañares y de los erizos caídos en el suelo, de la humedad y de la nieve, o el aspecto desolado de las viejas casas derruidas. Un tratamiento naturalista, atento a los cambios de estaciones, del otoño al invierno, con lugares cerrados que transmiten cutredad (el bar) o acogimiento (la casa de Antoine y Olga). La música de Olivier Arson hace variaciones que nos pueden recordar a la de Olivier Messian y su música sobre el canto de los pájaros, o acompaña con sonidos de percusión los ruidos naturales. (Una gran banda sonora).

La película aunque va de gallega por cuestiones de producción, ha sido rodada en buena parte en el valle del río Corporales, en Quintela, un “pueblín” con solo tiene un vecino del municipio de Barjas, en la parte más occidental del Bierzo: valles gallegohablantes y con un paisaje y una tipología de viviendas igual a la Galicia que “vende” el film. Es de justicia decirlo. Rodada por tanto en las tres lenguas en las que hablan los protagonistas en distinta proporción: castellano, gallego y francés. (Otro mérito del film).

En fin, una gran película. No se la pierdan. (Además, en Valladolid se puede ver en su versión original, en los tres idiomas).

(Puedes consultar la crítica de mi compañero Luisjo Cuadrado como complemento a esta. En este enlace.)

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus