Exposición Monet. Obras maestras en el Musée Marmottan Monet, París

CentroCentro —espacio del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid— y Arthemisia en colaboración con el Musée Marmottan Monet de París han organizado la exposición Monet. Obras maestras del Musée Marmottan Monet, París.

Con más de 50 obras maestras de Monet, procedentes del Musée Marmottan Monet de París, explicarán toda la trayectoria artística del maestro impresionista leída a través de las obras a las que más apego tenía el propio pintor, las «suyas», las que conservó celosamente hasta la muerte en su casa de Giverny, y de las que nunca quiso separarse, entre ellas los celebérrimos y emblemáticos Nenúfares.

El Musée Marmottan Monet alberga el más importante y nutrido conjunto de obras del inconmensurable artista francés, fruto de la generosa donación que realizó su hijo Michel en 1966.

Para la exposición de Madrid, el museo prestará obras tan excepcionales como Retrato de Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis (1905), junto con cuadros de gran formato como sus cautivadores Nenúfares (1917-1920) y sus evanescentes Glicinas (1919-1920).

La exposición, organizada por CentroCentro —espacio del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid— y Arthemisia en colaboración con el Musée Marmottan Monet de París, tendrá como comisaria general la conservadora del Musée Marmottan Monet Sylvie Carlier con el co-comisariado de la historiadora de arte Marianne Mathieu y la asistente de conservación del Musée Marmottan Monet Aurélie Gavoille, encargadas de realizar el discurso expositivo de la selección de obras que componen la muestra.

El recorrido de la exposición se centra en las distintas etapas de las investigaciones de Monet, desde sus inicios en las costas normandas hasta su última obra, los Nenúfares, pintados en su propiedad de Giverny, pasando por sus viajes a Holanda, Noruega y Londres. Destacar que la mayoría de los cuadros expuestos forman parte de la herencia directa de Claude Monet. Se trata de las obras que Monet guardó en su estudio, en la casa familiar de Giverny, hasta su muerte en 1926.
Monet. Obras maestras del Musée Marmottan Monet se desarrolla en las siguientes secciones temáticas.

Claude Monet (1840-1926), Nenúfares, hacia 1916-1919. Óleo sobre lienzo, 130×152 cm.
París, Musée Marmottan Monet, legado
Michel Monet, 1966. Inv. 5098
© Musée Marmottan Monet, Paris

Sección I
Los orígenes del Musée Marmottan Monet: desde el imperio hasta el impresionismo
En 1932, Paul Marmottan (1856-1932) legó su palacete del XVI arrondissement de París y sus colecciones a la Académie des Beaux-Arts, que en 1934 convirtió el edificio en un museo. El mobiliario imperial y los cuadros neoclásicos ilustran la pasión de Marmottan por el arte de la Europa napoleónica y constituyen el primer fondo de la institución parisina, que en 1999 adoptó el nombre de Musée Marmottan Monet.

La incorporación del apellido del gran pintor refleja el enriquecimiento de la propia institución. Este excepcional conjunto nació en 1940 gracias a la donación de Victorine Donop de Monchy, de quien se expone en la muestra un retrato, así como dos de las obras maestras que donó al museo, La primavera a través de las ramas y El tren en la nieve. La locomotora, ambas de Claude Monet.

En 1966, el museo pasó a ser depositario del primer fondo mundial de obras de Claude Monet (1840-1926) gracias al legado del hijo pequeño y descendiente directo del pintor, Michel Monet, que, aparte del busto de Monet por Paulin, añadió a las colecciones de la institución un centenar de cuadros de su padre desde sus inicios como pintor hasta su última etapa. Cuarenta de ellas forman el núcleo de esta muestra.

Sección II
La luz impresionista
Con su decisión de salir del estudio y pintar la naturaleza, los impresionistas rompen con la jerarquía de los géneros en la pintura.

A partir de entonces lo que prima ya no es tanto el tema en sí como la sensación provocada por un paisaje o por las escenas de la vida moderna.

Convertido en maestro de la pintura al aire libre, Monet dedicó toda su vida a captar las variaciones luminosas y las impresiones de colores de los lugares que miraba. Más que en el motivo, su interés se centraba en la transfiguración de este último por obra de la luz. Para aprehender esta luz cambiante, el pintor trabajaba deprisa a base de pinceladas sucesivas y no dudaba en aventurarse por lugares expuestos a cambios meteorológicos bruscos. La costa de Normandía, y sus puestas de sol o los paisajes de Holanda, adonde volvió en 1886, le permitieron abordar las intensidades lumínicas de una naturaleza aún salvaje.

Claude Monet (1840-1926). El tren en la nieve. La locomotora, 1875.
Óleo sobre lienzo, 59×78 cm
París, Musée Marmottan Monet, donación Eugène y Victorine Donop de Monchy, 1940
Inv. 4017
© Musée Marmottan Monet, Paris

Sección III
El plein air
En el siglo XIX, el advenimiento del ferrocarril y la invención de la pintura en tubos dieron más libertad de movimiento a los pintores, junto con la posibilidad de pintar al aire libre, práctica que sin embargo tenía sus limitaciones. Obligados a desplazarse con su material, los artistas elegían lienzos de pequeño formato y fáciles de transportar. También tenían que pintar deprisa, a fin de plasmar lo que veían al instante.

Fueron Johan Barthold Jongkind (1819-1891) y Eugène Boudin (1824-1898) quienes iniciaron a Monet en esta práctica. El pintor recorría Francia con asiduidad e hizo varios viajes por el extranjero con el objetivo de pintar marinas, paisajes o escenas de la vida familiar, como el retrato abocetado de su esposa Camille (1870). En algunas de sus sesiones en plein air, Monet recurría a los servicios de un porteador, como Poly, a quien conoció en Belle-Île en 1886 y de quien pintó un retrato.

Sección IV
El jardín de Monet en Giverny. más allá del impresionismo
En 1883 el pintor se instaló en Giverny. En 1890 se hizo dueño de la propiedad y desde entonces ya no se alejó del valle del Sena. Al haber mejorado su situación económica pudo dedicarse casi en exclusiva durante veinte años a acondicionar la casa, y sobre todo a diseñar el jardín. Esta nueva estabilidad le permitió explorar el entorno y afinar su vista y su estudio de la naturaleza pintando todos los aspectos de las plantas y flores que lo rodeaban. La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su obra, cuyo único asunto acabaron siendo los iris, los hemerocallis, los agapantos y sobre todo los nenúfares, al tiempo que adoptaba como tema predilecto su jardín acuático.

Claude Monet (1840-1926). El velero, efecto del atardecer, 1885
Óleo sobre lienzo, 54×65 cm.
París, Musée Marmottan Monet, legado
Michel Monet, 1966. Inv. 5171
© Musée Marmottan Monet, Paris

Al final de su vida, Monet vivía rodeado por sus creaciones, a caballo entre su estudio y su jardín. Las obras aquí expuestas proceden de su domicilio y constituyen, por su excepcionalidad y sus dimensiones, un conjunto único en el mundo.

Sección V
Las grandes decoraciones
Desde 1914 hasta su muerte, en 1926, Monet representó su jardín acuático de Giverny en ciento veinticinco paneles de gran formato de los que regaló una selección a Francia (lo que se conoce actualmente como los Nenúfares de la Orangerie). Estas pinturas monumentales, pintadas directamente en el estudio, llevan a su paroxismo las investigaciones iniciadas ya con los Nenúfares de 1903 y 1907.

Claude Monet (1840-1926), Iris, hacia 1924-1925. Óleo sobre lienzo, 105×73 cm
París, Musée Marmottan Monet, legado
Michel Monet, 1966. Inv. 5076
© Musée Marmottan Monet, Paris

Al representar un fragmento de su estanque en formatos muy grandes, Monet no solo prescinde de cualquier perspectiva y referencia espacial, sino que también propone sumergir al espectador en una extensión de agua convertida en espejo: nubes y ramas de sauces se reflejan en la superficie del estanque en la que ya no se distingue entre arriba y abajo. Estos paisajes sin principio ni final invitan a una experiencia contemplativa en la que basta con representar una flor, un detalle de la naturaleza, para sugerir su inmensidad.

Sección VI
La abstracción en cuestión
En 1908, Monet empezó a sufrir de cataratas, dolencia que le impedía ver con claridad y alteraba su percepción de los colores. Durante la lucha del pintor contra esta ceguera progresiva, su paleta se redujo quedando dominada por los marrones los rojos y los amarillos, como dejan patente en esa época, los ciclos de El sendero de los rosales, los Puentes japoneses y los Sauces llorones.

Su pintura también se volvió más gestual. Desde entonces en sus cuadros se hizo visible la mano que sujetaba el pincel. La forma se diluye frente al movimiento y el color y en su tránsito desde la representación hasta el esbozo acaba siendo casi indescifrable.

Estos cuadros de caballete sin parangón en la trayectoria de Monet dejaron una huella muy profunda en los pintores abstractos de la segunda mitad del siglo XX.

Aspecto de una de las salas de la Exposición.

Acerca de Monet
Claude-Oscar Monet (París, 14 de noviembre de 1840 – Giverny, 5 de diciembre de 1926) está considerado en la historia del arte como uno de los fundadores del Impresionismo francés, hasta el punto de que el propio nombre del movimiento artístico está vinculado a una de sus obras, Impresión, sol naciente (1872). Dentro del movimiento, es sin duda el exponente más consistente y prolífico.

La filosofía de la pintura de Monet, que se puede apreciar en sus famosas series, es la de retratar la naturaleza tal como es, siempre cambiante; de modo que incluso tomar el mismo argumento una y otra vez no significa reproducir el mismo cuadro. El viento y las sombras devuelven a los ojos del artista un tema siempre cambiante.

Valoración
A la muestra se accede por una especie de vestíbulo ideado como un espacio multimedia que recrea la atmósfera de los jardines de Giverny. La oscuridad te recibe en una estancia en donde las imágenes se suceden tanto por las paredes como por los suelos con el sonido de los pájaros y el viento recreando esos jardines; incluso con las carpas nadando a nuestros pies. Estos fuegos de artificio no desmerecen, no desentonan. Ofrecen un pequeño plus (nada aportan a los cuadros) pero si que ayudan a sosegar al apresurado visitante. Se repiten en un par de transiciones de unas salas a otras. Quizás son conscientes los organizadores del mal que asola en las exposiciones de nuestros días y que no es otro que el propio éxito: la muchedumbre que acude a las muestras. Muchas veces el gentío impide acercarte al cuadro para examinarlo con detenimiento. Pero esto es lo que hay. Hay que hacer rentable la inversión.

La muestra de Monet recoge una panorámica del arte del artista considerado por todos como padre del impresionismo. Es la mayor muestra antológica realizada en los últimos treinta años en nuestro país. Podemos echar en falta «grandes obras» (hubiera sido de regocijo general que hubiera viajado Impresión sol naciente, 1872), los números unos de la producción del pintor, pero la exquisita selección nos permite hacernos una idea de su evolución estilística y también el lugar que ocupa dentro de la historia del arte con esos cuadros de su etapa final que supusieron la puerta de entrada a la abstracción, quizás como fruto de la experimentación o quizás como resultado final de todo lo que venía realizando Monet. En estos cuadros están sintetizados sus series de la fachada de la Catedral de Rouen, los almiares o los nenúfares realizado en diferentes horas del día e incluso de estaciones del año.

Aspecto de una de las salas de la Exposición.

A través de las obras seleccionadas vemos como Monet era un curioso e infatigable viajero ávido de captar la luz en sus diferentes circunstancias. Sus viajes por Noruega captan la tonalidad de la nieve, o Londres donde se centra en la niebla y en el reflejo de la luz sobre el agua (maravillosa la silueta del Parlamento). En Londres también se nutrió de las influencias del pintor paisajista Turner.

La exposición no rehúye esos últimos momentos en la vida de Monet en los que los problemas de visión le amargaban la experiencia de pintar. Es curioso ver sus lentes con uno de los cristales de distinto color para tratar de paliar las deficiencias de ese ojo. Su paleta (también presente en la muestra) se redujo a marrones, rojos y amarillos. Es ahí cuando en su producción se nota más la constante experimentación en la repetición de los motivos llegando a la abstracción. Tal vez por mor de esos problemas de visión en su obra final prima más el movimiento que la forma.

Además de esos cuadros propios que Monet guardó hasta el final de sus días, podemos contemplar algunos de los que atesoraba como si de un coleccionista se tratara (aunque más bien creo que era para ayudar a sus propios compañeros que no tuvieron el éxito que si que tuvo Monet en vida). Monet ha sido un referente en la historia del arte. Batalló con sus pinceles por captar la luz. Un maestro en el plein air, un genio en el estudio del color.

Monet. Obras maestras del Musée Marmottan Monet
21 de septiembre de 2023 – 25 de febrero de 2024
CentroCentro, Madrid

Puedes descargarte esta entrada en el formato de artículo que publicaremos en Revista Atticus 45 en marzo. Artículo.

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus