Crítica película Pobres criaturas de Yorgos Lanthimos

Ficha

Título original: Poor Things.

Año: 2023.

Duración: 141 min.

País: Irlanda.

Dirección: Yorgos Lanthimos.

Idioma original: inglés (V.O.S.E).

Guion: Tony McNamara. Adaptación de la novela homónima de Alasdair Gray.

Fotografía: Robbie Ryan.

Música: Jerskin Fendrix.

Reparto: Emma Stone, Mark Ruffalo, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Christopher Abbot, Jerrot Carmichel, Kathryn Hunter, Margaret Qualley, Hanna Schygulla, Vicki Peperdine, Suzy Bemba, Tom Stourton, etc.

Productora: coproducción de Irlanda/Gran Bretaña/Estados Unidos. Element Pictures, Film4 Productions, Fox Searchlight, TSG Entertainment.

Género: ficción histórica, ciencia ficción, erotismo, siglo XIX, realismo mágico.

Premios: Festival de Venecia 2023, León de Oro. Premios Globos de Oro: Mejor película/comedia o musical y Mejor actriz principal para Emma Stone. Premios Oscar: 11 nominaciones. Premios BAFTA: 11 nominaciones.

Sinopsis

El científico Godwin Baxter (Willem Dafoe) revive a una suicida con un trasplante de cerebro y la da el nuevo nombre de Bella Baxter (Emma Stone). Ella desconoce quién es en realidad y con su nuevo cerebro irá desarrollándose, aprendiendo, y teniendo clara conciencia de que desea conocer y reconocerse. Encerrada desde su “nacimiento” en el laboratorio del científico, sabe que debe salir al mundo y vivir las experiencias que le toquen en ese camino de autoconocimiento que todo humano debe transitar. Huirá con Duncan Wedderburn, (Mark Ruffalo), un don juan y bon vivant (además de sinvergüenza) que quiere vivir una aventura erótica con ella y enseñarla el gran mundo con paradas en Lisboa, Alejandría, Paris y de nuevo Londres. Libre de prejuicios, de las ataduras mentales y sociales que la sociedad decimonónica impone a la mujer, Bella vive salvajemente y traspasa los límites no solo de su época sino también, quizás, de la nuestra: nos encontramos ante una ficción histórica o historia/ciencia/ficción.

Emma Stone in POOR THINGS. Photo Courtesy of Searchlight Pictures. © 2024 Searchlight Pictures All Rights Reserved.

Crítica

 Yorgos Lanthimos es un cineasta al que le gusta en cada nueva película dar una vuelta de tuerca a lo que cuenta y al cine como arte. Es lo que hace en Pobres criaturas, entre los aplausos de una parte de la crítica ante su propuesta cinematográfica, y el pateo de la otra parte. Es algo que lleva ocurriendo con Lanthimos desde Canino (2009), con esa vivienda (un chalet) donde viven unos niños recluidos y aislados de las influencias externas, o Langosta (2015), otra distopía sobre adultos encerrados en una cárcel hasta que encuentren pareja, o El sacrificio de un ciervo sagrado, sobre las experiencias vitales que nos enfrentan a situaciones cuya salida es el sacrificio y la crueldad, o La favorita (2018), sobre el poder absoluto de la realeza y de algunas favoritas, en este caso, y la falta de topes a veces en la indignidad y la humillación humana. En todas ellas el cineasta juega con situaciones al límite, en general crueles, despóticas, que pueden colocar al espectador ante su propia incomodidad o el rechazo. Y en todas hay una vocación estética por ir más allá de lo convencional, una voluntad creativa en la puesta en escena que hace única cada una de sus películas, en alguien que no concibe el cine como una rutina.

En Pobres criatura, esa necesidad de encontrar la forma que convine a lo contado, al fondo, se manifiesta de forma esplendorosa: partiendo del mito de la criatura de Frankenstein, escrito por Mary Shelley, y de todas las adaptaciones cinematográficas del mismo, la película recrea la parafernalia asociada en nuestra imaginación al doctor Frankenstein y a su laboratorio, para revivir en esta caso a una mujer y no a un hombre, y dotarla de un cerebro que no será en este caso el de un criminal: un cerebro por otra parte que no es el de un adulto sino el de un niño, el de un feto más bien, que debe desarrollarse, crecer y aprender. Sí, suena a disparate, pero todo depende de cómo te lo cuenten.

La puesta en escena es una recreación, un pastiche, desde la ficción histórica y la ciencia ficción, de las décadas finales del siglo XIX, con la utilización de un vestuario y una decoración propias de esa época interpretados desde el barroquismo y un cierto gusto kitsch. Con unos escenarios diseñados en estudio y con técnicas digitales en las que una ciudad como Lisboa, reconocible, es también una Lisboa ucrónica donde circulan teleféricos o monorraíles, propios de nuestro futuro, en vez de los clásicos tranvías. Un mundo recreado que parece sacado de las ilustraciones de algunas de las novelas de anticipación de Jules Verne (Dueño del mundo) y de las adaptaciones que hiciera Karel Zamen (Una invención diabólica, 1958). Pero también participa de la escenografía, como se ha señalado, de La nave va (1983) de Federico Fellini, con su barco de cartel publicitario y con ese sentido de gran guiñol o gran teatro del mundo calderoniano.

Emma Stone in POOR THINGS. Photo by Atsushi Nishijima. Courtesy of Searchlight Pictures. © 2023 20th Century Studios All Rights Reserved.

Esta decisión estética responde a una intención ética o política en Lanthimos, pues el científico Godwin Baxter al “dar vida” a su criatura, (como hiciera el doctor Frankenstein), elige o le es dada una mujer, pero (lo más importante), desde su conciencia cívica considera que los humanos pueden aprender y mejorar. Así que no solo “crea” a Bella Baxter (a la que da su propio apellido), sino que también la educa y le proporciona un maestro o más bien un cuidador, Max McCandles (Ramy Youssef), no abandonándola a su suerte ni renegando de ella como su antecesor el doctor Frankenstein. Esta determinación de vindicar el aprendizaje, la educación, es fundamental en la trama de la película, como lo será el viaje para vivir experiencias propias que emprenderá por su cuenta Bella Baxter una vez se emancipe.

Emancipación que llevará a Bella Baxter a huir con un truhan (es todavía una joven ingenua y romántica)) e iniciar un peregrinaje abordo de un barco con paradas en Lisboa, Alejandría y, ya por tierra, con una estancia en París. El aprendizaje de Bella no es solo intelectual, o de conocimiento teórico, es un aprendizaje de vida, en el que el deseo, el erotismo y las prácticas sexuales serán fundamentales en su formación. Bella siente el deseo y lo busca, atreviéndose a transgredir las normas de la época (recordemos que estamos en un siglo XIX ucrónico), y que también, como prospección, puede perturbar algunas de las nuestras en el siglo XXI. No solo no se impondrá cortapisas para satisfacer ese deseo sexual, sino que entrará en terrenos de arenas movedizas para la mentalidad de su época o para algunas de las tendencias culturales en boga del momento presente, como es el ejercicio de la prostitución.

Es la libertad de Bella como personaje, trasunto de la libertad creativa de Alasdair Gray (el novelista), de Tony McNamara (el guionista) y del propio cineasta Lanthimos, al contarnos cómo en su aprendizaje primero es explotada por un señorito chulo (Mark Ruffalo) para luego ser ella la que le explota. O cómo consiente en ser explotada en un burdel de lujo para a la vez explotar a los puteros a su manera. El camino de Bella es el del autoconocimiento sobre sí misma, y en ese camino no admite reglas ajenas y, por tanto, es trasgresora al estilo del surrealismo y otras vanguardias de inicio del siglo XX, o como lo seguía siendo décadas después Luis Buñuel en la Belle de jour (1967). Es así como Bella Baxter habita dos épocas, dos mundos, en virtud de esta trama ucrónica. Y si en la del siglo XIX sería un personaje imposible de encontrar en La regenta de Clarín (por poner un ejemplo de novela realista o naturalista) o en La Eva futura de Villiers de L’Isle-Adam (que propone un futuro incumplido para la mujer), la que habita mentalmente en el siglo XXI pude provocar alguna censuras por la elección de la prostitución como forma de satisfacer su deseo de placer y de conocimiento.

POOR THINGS. Photo Courtesy of Searchlight Pictures. © 2023 Searchlight Pictures All Rights Reserved.

La película desde un punto de vista narrativo va de menos a más, una vez presentados los personajes y la etapa de crianza en el laboratorio de Godwin Baxter. Hay que superar este ínterin un tanto moroso. Desde la huida de Bella con Duncan, la trama se centra y se acelera, como en una danza giróvaga, en ese viaje por ciudades fantasmagóricas y escenarios donde se aúnan personajes hiperrealistas en escenarios lujosos y lujuriosos. Como en todo viaje de rapiña, de aventura o de aprendizaje, siempre hay un regreso, en este caso a Londres, al laboratorio de su “padre creador”, para retomar un amor que entonces no fue posible con Max McCandles (Ramy Youssef), pero ante todo es un retorno para conocer su pasado (su origen real), o sencillamente para conocer la verdad. Es algo que se dice en uno de los diálogos del film: todo viaje lo es al autoconocimiento, a la verdad, por dolorosa que sea. Ese es el viaje de esta película. Una verdad ganada por los senderos que cada uno considere o pueda, pues no hay nada más doloroso que tomar un camino impuesto por otros, distinto del decidido por nuestras búsquedas y nuestros gustos personales, como le ocurría al Mochuelo en El camino de Miguel Delibes.

Emma Stone, Willem Dafoe y Marc Ruffalo, se entregan a la historia y lo bordan. Han demostrado en su filmografía de lo que son capaces como actores. Emma Stone ya había trabajado con Lanthimos en La favorita, y conocía que el director suele llevar a sus personajes al límite, incluida la exposición de sus cuerpos: la actriz crea su personaje con convicción, como lo hace un deformado Dafoe como padre de la criatura, o un pícaro desenmascarado como el seductor seducido del personaje encarnado por Mark Rufallo. O Hanna Schygulla (Martha) en un personaje secundario pero importante en el desarrollo de la trama por su papel y porque enlaza a una gran actriz del pasado, con una arrolladora personalidad, con nuestro presente. O Jarrod Carmichael (Harry), acompañante inverosímil de Martha, no por su juventud respecto a una dama de edad, sino porque es negro y estamos en el siglo XIX, lo que solo puede ser una ironía sobre esas películas y series que cambian el pasado para introducir a personas de otros orígenes con carácter retrospectivo, algo que no sucede en esta película puesto que es una ucronía manifiesta.

La fotografía de Robbie Ryan se pone al servicio de la historia, y es indisoluble de ella, con el uso alternativo del blanco y negro y del color, con la utilización de imágenes saturadas o distorsionadas por lentes de ojo de pez para recrear ese mundo ucrónico y a veces esperpéntico. Un mundo propio de la ciencia ficción (steampunk), que recrea ilustraciones o fotogramas que asociamos en nuestra imaginación a novelas y películas ya citadas anteriormente.

Asimismo la música (por llamarla de alguna manera) de Jerkins Fendrix, acompaña con sus disonancias el desarrollo de la acción, huyendo de la música ambiental propia de los no-lugares. Son como los ostinatos de Bernard Hermmann usados en Psycho en la escena del asesinato en la ducha, pero utilizados como recurso habitual durante todo el film.

Ante esta película la crítica, los espectadores, se pueden dividir entre los que consideran que es carne de festivales, una impostura o una pretenciosidad hecha para epatar, o los que la consideran una película trasgresora tanto en su propuesta estética como en los contenidos complejos y nada simples que nos muestra. Mi opinión es la segunda obviamente (si fuera la primera no perdería el tiempo escribiendo sobre ella). Lanthimos no es un soplagaitas, es un cineasta que juega al borde del abismo creativo, con un espíritu no tanto cruel o sádico, sino gamberro. Pero con un gamberrismo serio (como a veces también hace Michael Haneke), empeñado en no sucumbir a la rutina como artista y en no rendirse ante los mensajes correctos e inmaculados para evitar ofender a alguien.

El mundo de ciencia ficción recreado en la película me encanta y he disfrutado con el laboratorio del nuevo doctor Frankenstein, con ese Londres con coches de vapor, con ese paquebote con forma de acorazado, con ciudades como Lisboa, Alejandría, París o Londres de aspecto fantástico y absolutamente apócrifo. Una puesta de escena bellísima al servicio de una trama y de unas imágenes complejas porque si “comienzas a hacer declaraciones de panfleto, tu película será efímera”, como declaraba el cineasta palestino Elia Suleiman en su reciente viaje a España. 

Acabaré con la obviedad de que la película gana en pantalla grande y en versión original, pero cada uno ve las películas donde y cuando puede.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus