Jean Seberg o la belleza robada por el FBI – Carlos Ibañez

Jean Seberg o la belleza robada por el FBI

Jean Seberg (1938-1979) lors du tournage de «Bonjour Tristesse» sur la cÙte d’Azur en 1957.

Jean Seberg (13 de noviembre de 1938 – 30 de agosto de 1979) fue una actriz estadounidense que participó en numerosas películas entre las que destacan: Juana de Arco (1957, Otto Preminger), Buenos días tristeza (1958, Otto Preminger)), Al final de la escapada (1960, Jean-Luc Godard) o Lilith (1964, Robert Rossen). Fu un icono de la nouvelle vague francesa, Pero también destacó por sus inquietudes y compromiso con los más desfavorecidos. En los años 60 los Estados Unidos vivían un momento convulso. Seberg, una auténtica estrella de cine en esos años, apoyó el movimiento de las Panteras Negras. Mientras algunos veían esto como una pose, el FBI la acusó de ser una activista y le hizo la vida imposible presionándola hasta conseguir que su salud mental se deteriorara hasta el punto del suicidio. Una vida intensa en tan solo cuarenta años.

Este año se cumplen ochenta y cinco años del nacimiento de Jean Seberg, posiblemente la mejor actriz de su época gracias a una forma nueva y diferente de actuación: la creadora de algo fundamental a día de hoy en el cine, la economía gestual para que la expresión brote desde el alma a los ojos para que el espectador sepa lo que siente, no lo que hace con ese sentimiento.

            Fue Otto Ludwig Preminger quien la descubrió entre más de dieciocho mil aspirantes para hacer el papel de Juan de Arco en la película Sint Joan, basada en la obra de George Bernard Shaw, aunque en España se tituló con el nombre en vida, corta vida, de la que luego de ser quemada se elevó a los altares y donde daba réplicas a Richard Widmark, que hacía del delfín y futuro rey Carlos VII, todo un patán que durante años pasó a la historia como el hombre que ganó la Guerra de los Cien años, ciento dieciséis años después de su inicio.

            Cuando Jean firmó el contrato sólo había hecho obras de verano y estudiado primero de carrera de Arte Dramático en la Universidad de Iowa, famosa por su excelsa cátedra de Psicología Social, pero no por el trabajo actoral. Contaba dieciocho años aquel día de octubre de 1956 y una vergüenza terrible al verse superada por aquella desmedida expectación mediática que ya no le abandonaría hasta el fin de sus días.

            Ella hizo de su papel una mezcla de suerte teatral en lo vocal y de ausencia gestual en la parte sin diálogos. Y aquello no conquistó a la crítica, tan acostumbrada a la gestualidad medida, pero nunca comedida, de las actrices en boga: tales como Audrey Hepburn o Grace Kelly. Por si fuese poco la chica de Marshalltown, en Iowa, poseía una belleza nada deslumbrante y era en su rigidez clásica en el rostro donde se mostraba todo su potencial en aquella industria de marcado carácter machista. Sólo un compañero de reparto de esta cinta supo ver el vendaval que se le venía al mundo del cine, quizás por su homosexualidad nada oculta, John Gielgud, pero dijo a un amigo que esa muchacha tenía la actuación en su sangre y que era cuestión de tiempo que la gente lo viese.

            Al año siguiente, y de nuevo de la mano de Preminger, rueda en Francia Buenos días, Tristeza, basada en la novela homónima de Françoise Sagan. Aquí encarna algo que mucha gente se plantea: ¿hasta dónde estás dispuesto a llegar para seguir teniendo una vida cómoda? El director rodea a su nueva estrella de dos pesos pesados de la interpretación británica, David Niven y Deborah Kerr, quienes encarnan un amor de verano que no es un amorío y la hija del primero, Cecile, ve que aquel nuevo vértice que les convierte en un triángulo no es de su conformidad. Y vemos a una Jean con crudeza extrema en sus ojos y una pena existencial que nace de aquel verano tan terrible mientras Juliette Gréco canta el tema central de la película insertándolo en la acción al estilo de los musicales, pero tan alejada esta propuesta de éstos que la hizo novedosa.

Aquí ya la crítica comienza a ver lo que atisbó Gielgud, una actriz revolucionaria en su método sin ser del Método. Bellísima en blanco y negro y envuelta en un halo de congoja continuamente mientras que su papel se vuelve jovial y de gran viveza cuando la película pasa a tecnicolor. Y rompe, a su manera, con la forma de dialogar acaloradamente para subrayar el culmen del guion. Ese momento mágico de quien sólo pestañea repetidamente como muestra de violencia contenida convenció al genio francés para hacer de ella la estrella de su largometraje Al final de la escapada. Decía más con ese continuo movimiento de párpados que un millón de actores mostrando la violencia como exhibición, mientras que Jean lo hacía para la inhibición. A Preminger le gustó tanto ese momento álgido que fue lo único que mostró de su película en el tráiler original.

A partir de aquí todo cambia. Tras una película bajo contrato con la Columbia, Un golpe de gracia, a mayor gloria de Peter Sellers, quien interpreta tres papeles, en esta disparatada comedia y Jean hace del amor de uno de los tres, del aguerrido y valiente ciudadano que comanda el ejército que decide invadir Estados Unidos. Una astracanada, sin más.

Y llegó Godard y su Patricia Franchini, antológica. No hay un solo plano malo en la película ni en ninguno donde la vendedora de periódicos no destaque y se gane al público y hasta a la crítica, que dos años antes había decidido enterrarla antes de ver su evolución y sin comprender que ella traía algo nuevo y diferente. Por suerte existía el director parisino y él supo ver lo que sólo Gielgud intuyó. Y por eso ahora podemos disfrutar de interpretaciones maravillosas de actores y actrices siguiendo este camino que hasta uno de los grandes, William Holden, tomó para interpretar Primavera en otoño y su director en esa película, Clint Eastwood, en la segunda etapa de su carrera, principalmente desde El jinete pálido, aunque desde que coincidiese con ella en La leyenda de la ciudad sin nombre se convirtió en uno de sus iconos interpretativos a seguir. Pero siguiendo el orden cronológico y con Godard, Á bout de souffle se convirtió en una cinta de culto y sólo por eso Jean Seberg será recordada mientras haya humanidad, pero es que, además, súbitamente fue denominada la musa de la Nouvelle Vague y todo el mundo se rindió a ella, que hablaba un francés justito debido su efímero matrimonio con un abogado galo de veintitrés años cuando ella tenía diecinueve. Bien es cierto que su amistad con la joven escritora Françoise Sagan, fraguada durante el rodaje de Bonjour Tristesse le ayudó a mejorar tanto su idioma como su dicción en esa lengua. Entre otras cosas la autora le dio a leer los poemas de Paul Eluard, cuyos versos daban título a la novela y posterior película, y acceso a su amplia biblioteca, cosa que Jean aprovechó tanto como pudo.

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Carlos Ibañez

Revista Atticus