Obituario: Ibañez o la vida en dos trazos: un dibujo y una sonrisa

Francisco Ibañez (1936 – 2023) o la vida en dos trazos: un dibujo y una sonrisa

Cuatro meses antes de que diese comienzo la guerra civil nacía en esa Barcelona universal del primer tercio del siglo anterior Francisco Ibáñez Talavera, hijo de un contable de origen valenciano y una ama de casa andaluza, de eso que se dice ahora clase media baja, y que en realidad es la de obreros y empleados. Tuvo tres hermanos más y estudió contabilidad tras el desastre de aquella confrontación que sumió a España en un atraso social, cultural y político bochornoso, pero tras ser botones en un banco y estudiar por la noche se dio cuenta de que su afición por las historietas iba más allá de la mera necesidad de evasión y él mismo comenzó a garabatear chistes y gags visuales obligando al lector a buscar la gracia o encontrar la carcajada en la viñeta siguiente.

Así estuvo hasta 1957, cuando se dio cuenta de que ganaba bastante más dinero dibujando que trabajando en la contabilidad. Cosa que a su padre abochornó y pensó, cómo no cuando se trata de algo creativo en este país, que se iba a morir de hambre. Pero no aquel muchacho joven con gafas y entradas no paraba de generar historietas divertidas y la gente pedía más en aquella España donde había que tratar de olvidar la oscuridad social como fuera. De esta manera murió el ayudante de cartera y riesgos de banca y nació el padre del inmortal Mortadelo.

Fue la editorial Marco quien le contrató a tiempo completo donde entró a formar parte de la plantilla de Paseo infantil, que, por desgracia, desapareció ese mismo año y donde decidió sobrevivir creando series como Pepe Roña o continuando la serie Loony, de Alfonso Figueras.

Increíblemente mostraba una madurez creativa y una capacidad de detalle que comenzaba a granjearle una merecida fama de divertido, palabra que parece negar la posteridad para los popes de la crítica, pero que a los ojos de cualquiera verá que ha hecho de Ibáñez una palabra que me gusta mucho: universal. Así que le dejaron crear nuevos personajes. Así, el 20 de enero de 1958 veía la luz por primera veía Mortadelo y Filemón en la editorial Bruguera, mucho más grande y desarrollado su negocio que Marco y que pronto contrataría en exclusiva a aquel muchacho que salía poco de casa y que cuando lo hacía era a un café cercano para buscar personajes secundarios de sus historietas. De hecho, parece ser que Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio surgieron de la observación en aquel café en una plaza próxima a su casa donde se relajaba con aquel bebedizo si perder su capacidad de observación y plasmación de cada matiz.

Pronto verían la luz personajes como los ya citados, la familia Trapisonda o el Botones Sacarino, nacido de su experiencia en ese oficio cuando era un crío en aquella Barcelona que trataba de levantarse de sus propias cenizas, eso sí con muchas ayudas del régimen. Bruguera le dosificaba en sus diferentes publicaciones: el DDT o Pulgarcito para que los lectores no dejasen de buscar sus tiras.

En esa misma época nació su celebérrima Rue del Percebe Nº 13, análisis de las comunidades de vecinos de cualquier barrio con picaresca, diversión y profusión de detalles en cada uno de los dibujos.

Pero llegó el momento de la evolución y con una fuerte influencia de los cómics franceses y belgas comenzó a editar historias grandes en los especiales de Mortadelo: cabeceras como Mortadelo (1970), Súper Mortadelo (1972), Mortadelo Gigante (1974) o Mortadelo Especial (1975), a veces sin respetar sus más mínimos derechos laborales. Aquello ya no eran dos páginas y una sucesión de viñetas preparando la carcajada o haciéndola brotar sino toda una historia desarrollada a golpe de talento en ambas facetas, la del guion y la del dibujo. Además, Francisco se había casado y tenía dos hijas, Bruguera le apretaba y explotaba para que escribiese más, garabatease más y vender más. La industria le devoró, siguiendo el símil del trazo e imaginando la obra de Goya sobre Saturno y su afición a comerse a sus hijos. Hasta que no pudo más y tras crear Tete Cohete abandona a su explotadora editorial y se queda huérfano al quedarse Mortadelo, pasando a su laboratorio creativo y alejado de la chispa que Ibáñez daba a sus personajes. Se puede imitar a un genio, pero nunca serlo, y eso le pasó a Bruguera en esos años, pocos, que aquella desfachatez duró.

En 1986 Grijalbo ficha a Ibáñez para su Revista Guai y crea para ellos Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo y 7, Rebolling Street. Pero duró poco esta aventura porque un año después, la Ley 22/1987, de Propiedad intelectual, dinamitó el negocio fraudulento de tantas editoriales y el creador de Mortadelo cogió las riendas nuevamente de sus personajes estrella. Y todo regresó por donde debía, pero con Ediciones B. E Ibáñez pudo concentrarse en hacer seis álbumes al año como tenía en contrato. Regresó su mordacidad política y su crítica social a degüello contra todo lo que se movía y lo hacía de manera inmoral, como siempre, pero sin censuras ni autocensuras. Personajes como el futbolista Van Pasten o el ínclito Bárcenas aparecieron en sus diferentes historias, pero también Pelotensko, presidente de la FIFA y su corrupción sin límite o aquellas olimpiadas donde no dejó títere con cabeza aprovechando los eventos deportivos de verano por excelencia.

Y así hasta el fin de sus días, como él mismo dijo, salgo de casa para encontrarme con los niños, con amigos, porque mis lectores son todos amigos. Le encantaba recibir méritos como firmarle su ejemplar a un niño ojiplático ante su ídolo o un joven que le dijo que el Princesa de Asturias, que no le dieron en tres ocasiones diferentes, se lo perdía. Y él, con su humor socarrón comentó en una entrevista que el certificado que realmente le importaba era el de estar vacunado contra la viruela.

Se nos fue el hombre que fomentó más la lectura que todos los sesudos técnicos de los ministerios de Educación y de Cultura. Gracias por tantos momentos de diversión y reflexión sardónica, que es ese tipo de cavilación donde siempre acabamos con una sonrisa, la misma con la que ahora nos estará mirando mientras disfraza a los ángeles de cualquiera de sus personajes quitándoles ese horrible halo de seriedad que la iconografía cristiana les ha otorgado. Seguro que estará comentando que sus dos agentes secretos, en realidad, “eran un par de cabroncetes rayanos en la picaresca del siglo de Oro”, como dijo en una entrevista en Televisión Española mientras hacía sus dos gestos favoritos: un trazo dibujado y una sonrisa en los labios.

Carlos Ibañez

Revista Atticus