Crítica película Mi crimen de François Ozon

Crítica Mi crimen de François Ozon – Luisjo Cuadrado

Ficha

Título original: Mon crime

Año: 2023

Duración: 102 min.

País: Francia

Dirección: François Ozon

Guion: François Ozon, Philippe Piazzo. Obra: Georges Berr, Louis Verneuil

Reparto

Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz) Pauline Mauléon (Rebecca Marder) Odette Chaumette (Isabelle Huppert) Juez Rabusset (Fabrice Luchini) Palmarède (Dany Boon) Sr. Bonnard (André Dussollier) André Bonnard (Édouard Sulpice) Sr. Brun (Régis Laspalès)

Música: Philippe Rombi

Fotografía: Manuel Dacosse

Compañías: Mandarin Cinéma. Distribuidora: Gaumont

Género: Drama. Intriga. Comedia | Crimen. Años 30

Sinopsis

    Francia, 1935. Un investigador deberá resolver el asesinato de un banquero parisino. De entre una serie de pintorescos sospechosos destaca Madeleine, cuyos deseos de fama y fortuna se pondrán en el camino de la investigación.

Crítica

Nos encontramos con otra película ambientada en un momento clave en la historia del cine, 1935, cuando conviven en la industria cinematográfica el cine mudo con el cine sonoro. El primero de ellos, el cine mudo, ya solo queda para muy pocos genios (como Charles Chaplin). Tras la conquista del sonido en el cine llegó la primera película sonora de éxito como fue El cantante de jazz (1927, Alan Crosland). Esta transición se retrata muy bien en tres grandes películas: Cantando bajo la lluvia (1952, Gene Kelly y Stanley Donen), El artista (2011, Michel Hazanavicius, The Artist) y muy recientemente, Babylon (2022, Damien Chazelle), de la cual ya me hice eco en estas mismas páginas.

Curiosamente, también esta gran película está basada en otra como así he comentado en la reciente Maestro(s). En esta ocasión se trata de una obra de teatro Mon crime (1934) de Georges Berr y Louis Verneuil que tuvo un gran éxito (también fue llevada al cine en Hollywood en 1937 con el título de Confesión sincera, con la actriz Carole Lombard como protagonista) y que se adaptaba a las pretensiones del director François Ozon. El director francés adapta libremente para que la trama se identifique con temas actuales sobre el poder y las políticas de genero jugando también con el paralelismo que existe entre la justicia y el teatro.

François Ozon lleva más de una veintena de películas desde su ópera prima Sitcom (1998), es decir, que lleva casi a una película por año. Ha mostrado una excelente polivalencia con las diferentes y buenas propuestas de un género u otro. Durante años fue considerado como una de las promesas en cuanto a la dirección. Hace las películas que él quiere, con propuestas tan interesantes como Frantz (2016) que versa sobre el amor en la I Guerra Mundial o la magnífica En la casa (2012) por la que recibió la Concha de Oro del Festival de San Sebastián. En esta ocasión lanza una mirada a los años 30 con un guiño a esas comedias hollywoodienses (las screwball) donde los diálogos son chispeantes, vivos y un tan impostados siguiendo modelos propios de Sturges o Lubitsch.

La película Mi crimen es una comedia enrevesada con toques de humor absurdo. Participa de esas características del humor negro que buscan la carcajada ante la fatalidad o la situación crítica por la que pasan los protagonistas. En esta ocasión, una actriz en paro y su compañera de piso, abogada, se ven envueltas en una serie de circunstancias por la que desfilan una sucesión de personajes (un comisario ambicioso, una vieja gloria del cine mudo, un juez histriónico y su secretario que tiene más vista que el propio juez) que provocan situaciones desternillantes. Aun así, ese humor ácido sirve para denunciar situaciones que, afortunadamente, han quedado un tanto atrás como es el voto femenino y la dependencia de la mujer hacia el marido no solo en lo económico.

Adentrémonos un poquito más en el desarrollo de la trama. Sinceramente creo que Mi crimen es una de las propuestas más lúcidas de los últimos meses. Madeleine y Pauline son dos jóvenes que tratan de encontrar su hueco en la Paris de 1935. Madeleine (Nadia Tereszkiewicz), joven, rubia, muy atractiva, es una actriz que busca ese papel que la haga destacar por encima del resto. Para ello acude a una cita con un empresario productor para ver si encaja en el proyecto. Oímos como se produce una trifulca y asistimos a la huida despavorida de la casa del productor de una Madeleine totalmente desencajada. Pauline (Rebecca Marder), morena, de pelo largo, atractiva, joven, es una abogada que busca representar a gente para sacar un dinero en el que entre otras cosas le sirve para pagar la casa de la que está a punto de ser desahuciada. No son buenos tiempos para que una mujer encuentre trabajo en un sector laboral muy machista. Madeleine y Pauline comparten no solo casa, sino cama, pues se trata de apenas una habitación, sin comodidades. La situación es extrema. A pesar de eso, Madeleine le cuenta a su compañera que ha rechazado el papel porque el productor se sobrepasó. A partir de este momento todo sucede con una rapidez de vértigo. Madeleine es acusada de asesinato y Pauline se ofrece para representarla. Cada una de ellas ve en este crimen una oportunidad de ascenso en sus carreras, una para lucimiento como actriz y otra para destacar como abogada ante el tribunal formado por hombres. La actriz confesará que ella es la autora del crimen con lo que ocupará portadas de periódicos y saldrá en todos los noticiarios. Y a partir de ahí se produce una espiral de situaciones estrambóticas con la aparición de un juez inepto que quiere quitarse el caso de en medio rápidamente acusando al primero que pasaba por allí, un excéntrico millonario, un joven pretendiente, el padre de este pretendiente que no quiere ni ver a la chica y una diva del cine mudo que reclama su parte.

No es la típica lucha de celos entre una rubia y una morena. Nada de eso. Hay una cierta admiración entre ellas. Incluso Pauline deja entrever que siente algo más hacia su compañera. Quizás por el ambiente en el que viven no deje salir sus sentimientos (y la verdad es que no me extraña pues incluso se las llega acusar de dormir juntas –habrase visto tamaño descaro y desvergüenza-). Lo que entre las dos buscan es una lucha para que a la mujer se la reconozcan una serie de derechos que ahora carecen. El abuso sexual del productor se minimiza (nos remite a los reciente episodios del Me too y el caso Weinstein); se cuestiona la independencia de la mujer fuera del hogar familiar; se cuestiona el derecho al vota femenino y se cuestiona que la mujer pueda tener una cuenta en un banco sin que su marido esté presente. Y todo presentado con gracia, con grandilocuencia de quien está en un estrado. Pero es que también se pone el ojo en el papel de los medios de comunicación que parece que estén aguardando un suceso sórdido para cebarse con él con un tono amarillista sin importar la verdad («no dejes que la verdad te estropee un gran titular»).

Cabe destacar la importancia que tiene la actuación de los personajes. No es solo de interpretar el papel, sino de que se note que se está interpretando ese papel, pues esa es la intención de su director. Es un homenaje a esas comedias de situación de esos «locos» años. Los personajes femeninos simplemente lo bordan. Nadia Tereszkiewicz como actriz más bien del montón, pero que lo borda cuando tienen que actuar (ante los jueces), se muestra inocente, frágil, bonita de corazón. Rebecca Marder, sobresale también en ese papel de abogada, que no es otra cosa que una actriz defendiendo a su cliente ante el tribunal. Ambas usan primero su inocencia, para después demostrar su convicción en defensa de sus intereses. Luchan denodadamente con todas las armas que tienen a su alcance. A su lado aparece una inconmensurable veterana Isabelle Hupert en su papel de Odette Chaumette. Exultante en su papel de vieja gloria del cine mudo que no duda en medrar para adaptarse al cine sonoro. Un personaje que nos remite a actrices como Bette Davis o Gloria Swanson. Hupert encaja perfectamente en eso que decía antes, que la interpretación de estas actrices se tiene que notar que están interpretando. Ella se mimetiza, copia a la perfección los ademanes de estas «viejas glorias» con su pavoneo y su histrionismo.

Los personajes masculinos no van a la zaga: Fabrice Luchini (un divertidísimo juez junto a un su hilarante secretario que forman una pareja sin igual), Dany Boon o Jean-Christophe Bouvet se muestran muy solventes y creíbles. Todos encajan, gracia a un guion consistente, en esta alocada comedia, con diálogos llenos de chispa, rápidos, con situaciones frenéticas, con humor ácido y mordaz, que ponen a prueba a todo el elenco.

Un guion consistente, cuyas tramas contienen toda una serie de ingredientes como asesinatos, amantes, juicios, desahucios, abuso sexual y que se apoyan en la sátira, el humor ácido y mordaz, con diálogos veloces con sus agudas réplicas y repartiendo gags por todo el metraje.

El director francés consigue recrear el ambiente de forma brillante. Hay detalles que contribuyen a ello como el anuncio de la película en la marquesina del cine donde se está proyectando. Se trata de Curvas peligrosas (1934), que constituye un homenaje a Billy Wilder (su primer largometraje). También durante el proceso se menciona el caso real de Violette Nozière que fue acusada de matar a su padre en 1933 (historia que luego fue llevada al cine por Claude Chabrol). La recreación incluye espacios tan singulares llevó al equipo de producción al ayuntamiento de Charleroi en Bélgica donde brilla el art decó más puro y dónde nunca antes se había rodado. La fotografía fue clave para conseguir tonos pasteles y una desviación hacia colores atrevidos y saturados propios de aquellos momentos.

Mención especial merece el vestuario. Un claro ejemplo lo podemos ver en la ropa que luce Odette Chaumette que da sentido a su papel. Es una actriz superviviente del cine mudo y luce esos vestidos más propios de finales del siglo XIX que los acordes de los años 30 de la siguiente centuria. Viste los típicos verdes, burdeos y negros. Este vestuario se complemente con el excelente trabajo de su cabello rojo y tez clara de Isabelle Huppert. En el otro extremo podemos contemplar a la pareja femenina protagonista. Pauline luce más masculina y su ropa es más rígida. Mientras que Madeleine tiene que mostrar una feminidad triunfante con sus vestidos ceñidos, de escotes generosos y caderas y senos pronunciados. Todos los detalles cuentan a la hora de planificar y llevar a cabo una película. Y aquí Ozon y su equipo lo han sabido cuidar.

En definitiva, François Ozon con Mi crimen crea una película ambientada en 1935 pero que la dota de una gran modernidad. Bastante humor y artificio pero que logra poner el acento en la búsqueda femenina de la independencia y la lucha sin fin contra el patriarcado imperante. Paradójicamente, nuestras jóvenes protagonistas, mediante el engaño y la mentira, más que los objetivos feministas alcanzaron grandes beneficios económicas para ellas mismas. Pero también -pone el acento- en otras cuestiones que tienen repercusiones actuales como ese el acceso a la fama a cualquier precio y los abusos sexuales de aquellos que están en el poder y se aprovechan de ello. El director escoge la mejor manera de contar la historia, en un tiempo, el nuestro, de dura realidad, y no es otra que a través de una farsa hilarante, llenas de situaciones absurdas y contada de una forma irónica, con mucha gracia y oficio, cuyo resultado final es una comedia pero no tan inocente como pudiera parecer en un principio.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus