Exposición «El pequeño museo más bello del mundo» en la Fundación Juan March, Madrid.

Fotografía publicada en el artículo «Museums: A New View on the Cliff», en
Time, vol. 88, n.º 5, julio de 1966.
Foto: Eric Schaal / Cortesía Eric Schaal Estate

Desde el pasado 26 de abril y hasta el 30 de junio, la Fundación Juan March en su sede madrileña acoge la exposición «El pequeño museo más bello del mundo». De esta manera la institución nos acerca a Madrid las obras de estos geniales, y pioneros, artistas españoles que protagonizaron un capítulo único en la historia reciente de España: la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. El primero de España que recogía obras contemporáneas. Algunas de las obras presentes en la exposición es la primera vez que salen de la sede conquense. Con motivo de las obras de acondicionamiento del Museo de Arte Abstracto la entidad Juan March decidió ofrecerse a otras instituciones para que acogieran esta iniciativa.

Este Museo (la Fundación Juan March es su titular desde 1981), se convirtió en el primer espacio creado y gestionado por los propios artistas. Fernando Zóbel (1924 – 1984, del que ahora se está celebrando el centenario de su nacimiento) fundó esta institución en 1966. La sede fue una construcción muy modesta del siglo XV que se conocía como las Casas Colgadas de Cuenca. Zóbel capitaneó un equipo entre el que destacaban las figuras de Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Manolo Millares, José María Yturralde o José Guerrero.

La fe pionera de Zóbel en estos artistas y en su iniciativa se materializó en un espacio único definido por muchos como un templo de arte abierto al vacío y lleno de colorido. Este singular e insólito lugar llamó la atención al primer director del MoMA de Nueva York, Alfred H. Barr que tras su visita y en una comida entre colegas, elogió el Museo con la expresión que da título a la muestra: «El pequeño museo más bello del mundo».

«El pequeño museo más bello del mundo» es la frase que vertió Alfred H. Barr y por eso debe de ser entrecomillado. Así nos lo recuerda Manuel Fontán del Junco (Director de Museos y Exposiciones, Fundación Juan March) durante la presentación a los medios que tuvo lugar el pasado viernes 26 de abril. Allí recogidos en un rincón de la sala de exposiciones, nos recibió junto a su equipo curatorial para esta ocasión: Celina Quintas, responsable del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, Fundación Juan March y Anna Wieck, co-comisaria del proyecto.

Fontán empezó su pequeña intervención por lo más obvio. El porqué de esta muestra. Desde sus comienzos, Fernando Zóbel quiso asegurarse un espacio para poder mostrar su legado. Y ahí apareció la Fundación Juan March que se hizo cargo de todo. En 1981 es cuando se produjo la donación de Zóbel de la colección de arte abstracto español que pasó a la Fundación con una vocación eminentemente pública. Y también porque así se podía cumplir el sueño de dinamizar el Museo de Arte Abstracto Español. Con motivo de la intervención que se iba a producir en el 2019 en un edificio del siglo XV, con obras del siglo XX para mostrar en el siglo XXI. Manuel Fontán nos recordó que esta inusual intervención produjo un verdadero estado de excepción al tener que vaciar el Museo con motivo de la climatización de las salas. Y todo ello sin apenas cerrar al público. Por esta circunstancia se consideró la posibilidad de organizar una exposición itinerante con parte de su colección. Se lanzó «una oferta» a un buen número de instituciones internacionales para ver si participan en este proyecto. Al final se eligieron entre las que respondieron a cinco instituciones:

  • Centro José Guerrero, Granada
  • Fundació Catalunya La Pedrera, Barcelona
  • Fundació Suñol, Barcelona
  • Meadows Museum, SMU, Dallas (Texas, EE. UU.)
  • Ludwing Museum, Koblenz (Alemania)

La muestra es, pues, fruto del deseo de otras instituciones por contar la historia de un museo y aprovechar para mostrar parte de su colección.

Por su parte, Celina Quintas, nos recuerda que desde su creación en 1966 el Museo ha sufrido muchos cambios. En 1978 ya se vio que la sede en su formato original se quedaba pequeña. Se produjo la ampliación con tres salas nuevas. En 1981 también se produjo una intervención para adaptar el museo a una nueva realidad con motivo de la donación a la Fundación Juan March. En 2016 se cumplía el 50 aniversario de su fundación y se produce la primera parte de las obras de climatización con la ampliación de nuevas salas y la recuperación de espacios como la sala polivalente. En el 2022 se realizan las obras finales de climatización del museo que comenzaron en 2016 (dirigidas por el arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade).

La intervención de Anna Wieck sirvió para hacer un repaso de esas instituciones que apostaron por acoger este proyecto itinerante y la importancia que tuvo que cada una de ellas estableció su diálogo propio con sus propias obras

Valoración

Manuel Fontán Junco, Celina Quintas y Anna Wieck. Fotografía: Luisjo

De aspecto juvenil, con su jersey de pico y camisa de corte tradicional, Manuel Fontán recibió a los medios en un espacio recreado con apenas unas sillas y un banco corrido con esa cercanía tan habitual en él. Delante de El río IV, 1976, de Fernando Zóbel, como si fuera una coqueta ágora; atrás quedaron los ánimos de aliento que su propio equipo dirigía a Celina y a Anna, quizás no tan duchas en el arte de enfrentarse a los periodistas y que se pudieron oír tras la cortina momentos antes del inicio. Todo ello recordaba a la propia fotografía que ilustra el dossier de prensa en donde un grupo de amigos se encuentran en la casa de Torner en Cuenca allá por 1966 Fernando Zóbel, Gustavo Torner, Gerardo Rueda, José Guerrero…).

Reunión de amigos, entre los que figuran Fernando Zóbel, Alfonso Zóbel, Gustavo Torner, Gerardo Rueda, José Guerrero y Roxane W. Pollock con sus hijos Tony Guerrero y Lisa Guerrero, en casa de Torner
en Cuenca, 1966.
Foto: Eric Schaal

Tras las oportunas intervenciones y las consabidas preguntas y sus respuestas, procedimos a iniciar un recorrido por la recreación de este espacio en el cual, en esta ocasión, se ha querido simular los recovecos de la sede conquense. Cuestión difícil de conseguir, pero la intención es muy buena. Cabe destacar ese espacio, central, que todo diseñador planifica que es el cajón blanco, ese lugar donde pueden lucir las obras sin más artificio que la propia entidad de la creación. Aunque a mí me gustó ese otro rincón todo lo contrario al anterior, en penumbra total. Pero vayamos por partes.

La exposición reúne obras de algunos de los principales exponentes de la abstracción española entre los años 50 y 80. Figuras clave en el nuestro panorama como Eduardo Chillida, Antoni Tapies, Jorge Oteiza, Pablo Palazuelo, Antonio Saura, José Guerrero Gustavo Torner, Elena Asins, Eva Lootz, Soledad Sevilla, Miguel Ángel Campano y el propio Fernando Zóbel. Todas las obras fueron coleccionadas por el propio artista alma gestora del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca: Fernando Zóbel. Este espacio, enteramente sostenido por Zóbel con ayuda de los propios artistas, fue una auténtica novedad que solo pudo entenderse porque un artista supo ver que había un público desasistido. Y lo hacía (esto fue de vital importancia) porque lo hizo con total independencia de la oficialidad política cultural de una España fuera de onda en la recta final del franquismo. Creó un espacio para el juego libre de la imaginación, típico del arte desde los inicios de la conciencia estética moderna y de las primeras vanguardias.

Es un conjunto selecto de obras que habitualmente se encuentran en el Museo, y que pocas veces salen de su sede conquense. Es una oportunidad de conocer estas obras fuera de las salas donde se habían ido configurando. Constituyen, si me permiten la expresión, la Champions league del arte abstracto español, la selección más representativa de esta generación de artistas. Fernando Zóbel aportó una solución original a un acuciante dilema político y cultural en un país casi sin museos, ya que logró consolidar el trabajo de una generación de artistas, preparó el camino para las generaciones futuras, favoreció el interés de un público nuevo hacia este tipo de arte y ofreció recursos a estudiantes, investigadores, críticos y amantes del arte. Hoy, casi sesenta años después (estamos invitados a los fastos que se celebrarán dentro de dos años), la Fundación Juan March, titular del museo por donación de Zóbel en 1981, mantiene viva la iniciativa de su creador.

En esa selección se ha respetado al máximo la primera exposición de las obras que hizo Fernando Zóbel al inaugurar el museo en 1966. Y también rastros del Cuenca recreados en las paredes de Madrid. No hay un orden de visita ni cronológico ni temática ni por autores. La institución madrileña propone simplemente un deambular por estos espacios recreados para apreciar estas grandes obras.

Recibe al visitante Eduardo Chillida (1924 – 2002) con su obra Abesti gogorra IV (Canto rudo IV), 1959–1964. Una escultura «construida» con varias piezas de madera de chopo perfectamente ensambladas entre sí que pasa por ser una de las obras más prestigiosas y conocidas del autor vasco. Su colocación aquí alude directamente a su ubicación en Cuenca donde también recibe al curioso visitante. Chillida siempre buscó una cierta reflexión sobre el espacio y cómo delimitarlo y de articularlo. Hay que recordar que la propia institución Juan March, a la entrada de su sede madrileña, dispone de una escultura de Chillida, Lugar de encuentro VI, de hormigón armado.

Eduardo Chillida (1924-2002)
Abesti gogorra IV [Canto rudo IV], 1959-1964
Madera de chopo ensamblada
98 × 135 × 119 cm.
Colección Fundación Juan March, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca
© Zabalaga Leku, VEGAP, Madrid, 2024
Foto: Santiago Torralba

Poco más allá podemos contemplar la obra de Antonio Saura, Brigitte Bardot de 1959. Se trata de un óleo sobre lienzo de gran tamaño en el que podemos ver parte de las influencias de su admirado Pollock con esa superficie grande donde el gesto pictórico puede alcanzar una liberación total y el modo nervioso de extender la pintura por el lienzo. Saura no buscó la realización de un retrato figurativo de la actriz. Se trata de construir un cuadro a partir de una figura descoyuntadamente sexual como así expresó el crítico de arte Juan Manuel Bonet.

En ese cajón central blanco podemos contemplar la obra colorista de Miguel Ángel Campano, Sin título (El puente II), 1979. Hay una evidente tensión entre la trama geométrica de líneas verticales y horizontales que ordena el plano pictórico dividiendo y compartimento el cuadro de una manera evidente. Los estudiosos han querido ver en este cuadro una muestra de la profesión de fe en la pintura que anima toda la obra de Campano. Su obra está caracterizada por el gesto amplio, la riqueza del color, intenso y enigmático y los grandes formatos (son casi siete metros cuadrados). Apenas unos años antes de la creación de esta obra, Campano había evolucionado hacia una abstracción geométrica gracias a la influencia de sus compañeros Gustavo Torner y Gerardo Rueda.

En este mismo espacio podemos contemplar otra obra emblemática y de gran formato. Se trata de Semana Santa en Cuenca, 1967 de Manuel Hernández Mompó. Es cierto que en un primer momento me llamó la atención por sus dimensiones. Al acercarme es como si el artista quisiera narrarme un episodio perfectamente identificable como es la Semana Santa. Podemos ver elementos que destacan al posar la vista en el cuadro y que junto conforman el desarrollo de una historia. La obra de Mompó recoge una temática popular con escenas de calles y fiestas como, en este caso, la Semana Santa. Paulatinamente sus obras sufrirán un proceso de disolución de las formas encaminándose hacia una pintura abstracta con sugerencias figurativas.

Otra obra destacable es la que lleva por título Número 460-A, 1963, de Luis Feito. Un autor que rehuía a las interpretaciones que los críticos hacían (o pretendían hacer de su obra). De esta pintura, con cierta ironía, llegó a decir: «ahí está toda la orquesta: tierras, exposiciones, estallidos, un sol». En esta época, sus cuadros se organizaban en torno a un núcleo. Podía ser un sol que parece distinguirse de lienzo. A su alrededor se despliega una gran mancha negra. El fondo, que algunos se han atrevido a denominar cielo, sería ese fondo amarillo. El efecto es de una gran fuerza y de una gran energía.

Luis Feito (1929-2021)
Número 460-A, 1963
Óleo y arena sobre lienzo
89 × 115 cm.
Colección Fundación Juan March, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca
© Luis Feito, VEGAP, Madrid, 2024
Foto: Santiago Torralba

En un espacio casi negro, evocando esos recovecos al que aludía el director Manuel Fontán de los espacios del primigenio museo conquense, nos encontrados con dos obras cuya situación en este espacio y gracias también a la iluminación las realza aún más si cabe (me entero al realizar este trabajo que la obra se encuentra situada en la sala negra del Museo de Cuenca del Arte Abstracto -lógico entonces-). La primera de ellas es Número 396, 1964 de Antonio Lorenzo. Lorenzo está considerado, dentro de esa generación española de los cincuenta, encuadrados en el calificativo de paisajista abstracto. Se muestra resplandeciente con unos colores vivísimos, como si los hubieran plasmado ayer mismo. En palabras de Juan Manuel Bonet: «Lorenzo crea, por medio de empastes, un espacio. Un espacio estructurado, ordenado, en cuyo borde inferior hay –de ahí la sensación paisajística– unos núcleos que definen un horizonte». Podemos disfrutar allí mismo de Homenaje a Zurbarán, 1970, de Gustavo Torner. Esta obra supone una declaración de intenciones sobre el funcionamiento de la abstracción. No se puede sintetizar más. Torner lejos de perderse en descripciones históricos, anecdóticas, el artista se centra en uno de los rasgos fundamentales de la pintura de Zurbarán: el uso del claroscuro. El manejo de la luz hace que haya un centro visual que dinamiza toda la superficie del cuadro. Quienes han montado la instalación han sabido captar perfectamente esa idea y es como si del propio cuadro saliera una luz que ilumina esta estancia oscura donde se encuentra ubicada la obra.

En esta selección particular no puede faltar una obra de Fernando Zóbel. Su emblemática Jardín seco, 1969. Se trata de un cuadro que su contemplación nos transmite una cierta tranquilidad, por un lado, y por otro es como una brisa fresca producido por esa evocación del aleteo de lo que parece ser una mariposa. Una mariposa como símbolo de la alegría primaveral de esa exuberante naturaleza que el propio título nos indica. La gama tonal también nos sitúa en un otoño pictórico. Fernando Zóbel se inspiraba en la naturaleza. En sus obras trataba de representar esa esencia. Los primeros que lo hicieron fueron los impresionistas, de los cuales parece que Zóbel se quedó con la abstracción que iniciara Monet con sus nenúfares (por ejemplo). En un primer momento el color parece predominar la obra. Pero tras una observación detenida la luz y el movimiento cobran un mayor protagonismo.

No quisiera terminar sin hacer una especial mención a las esculturas de Jorge Oteiza (Sólido abierto con módulo de luz, 1967) y de Martín Chirino (El viento, 1963), sin olvidarnos de la obra de Equipo 57, (PA-8, 1959), Manolo Millares (Cuadro número 2, 1957) o José Guerrero (Rojo sombrío, 1964).

Aspecto de una de las salas de la exposición «el pequeño museo más bello del mundo». Fotografía: Luisjo

Un túnel del tiempo te va encaminado hacia el mundo contemporáneo que se encuentra más allá de estas salas. En él se recogen una serie de cartas, de fotos, de pastiches, de postales de… un sinfín de trozos de historia, sabiamente colgados en la pared y en expositores para la contemplación del viajero. Este pasillo desemboca en una de las joyas de la colección que tenía Fernando Zóbel. Se trata de una representación, de una muestra, de la gran colección de la biblioteca/tesoro del artista filipino-español. Zóbel siempre quiso que la gente accedía a los fondos del museo, no solo a las obras de los artistas sin de eso objetos que él había atesorado durante sus viajes, sus estudios, es decir… durante su vida.

Antes de la salida podemos disfrutar de una de las grandes obras de la colección del Museo de Arte Abstracto Español. Toledo, 1960 de Rafael Canogar que despide al visitante. Canogar creó, en 1957 junto con otros artistas españoles (Antonio Saura, Manolo Millares, Luis Feito y Pablo Serrano), el grupo El Paso. Un grupo que se vieron influidos por la Action painting (básicamente el goteo de la pintura como técnica cuyo máximo exponente era Jackson Pollock) y que defendían, en la España franquista, una estética informal y la apertura con la expresión de la libertad como máximo exponente. Esta obra recogía ese espíritu libertario como síntesis de esos grandes formatos donde el protagonismo está en el modo de proyectar el pigmento sobre el lienzo. Renunciaba así al interés colorista de su anterior obra y se ceñía al negro y blanco añadiendo algún ocre o rojo. El resultado son obras de gran dramatismo y de una gran expresividad. El título alude a la ciudad natal de Canogar, pero no vemos en ella ningún elemento reconocible de la misma. Es, por tanto, una ciudad metafórica reelaborada en la memoria del propio artista. Es una obra intuitiva y pasional.

Abandono la sede de la Fundación Juan March en Madrid con la sensación de haber participado en un evento con magia. Lejos quedan las presentaciones tan numerosas de los principales museos de la ciudad. Esas citas congregan un gran número de profesionales que acuden a la cita con inusitada expectación. Sin embargo, en este espacio tan singular hemos sido muy pocos lo que hemos asistido a la presentación del equipo curatorial de la exposición. No se formarán largas colas a la entrada ni, a buen seguro, sus salas se encontrarán tan abarrotadas como los otros museos. Pero, la colección que aquí se puede contemplar está a la altura de los grandes, de esa gran Champions Leagues de los principales museos. No se la pueden perder. Disfruten de esta irrepetible experiencia como es la recreación del pequeño museo más bello del mundo en el que se producen un notable equilibrio entre la pintura, escultura y arquitectura. Y esta vez, sin entrecomillado.

Aspecto de una de las salas de la exposición. Fotografía: Luisjo

Aspecto del cajón blanco recreado en la Fundación Juan March. En primer término mobiliario de Mies van der Rohe, a la izquierda obra de Miguel Ángel Campano Sin título (El puente II), 1979 y al fondo la obra Semana Santa en Cuenca, 1967 de Manuel Hernández Mompó. Fotografía: Luisjo

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus