La lluvia en el impresionismo de Claude Monet, Gustave Caillebotte y Camille Pissarro

Imagen 1. Caillebotte, G. El Yerres. Lluvia (1875). Óleo sobre lienzo, 80,3 x 59,1 cm.
Museo de Arte de Eskenazi, Indiana. Estados Unidos

El refranero popular nos ha dado gran cantidad de dichos. Son hereditarios, como el color de los ojos. Los refranes del tiempo han sido siempre certeros y, si el cambio climático no nos quita la palabra legada, en abril, aguas mil.

La búsqueda impresionista por representar los efectos lumínicos a cualquier costa y en cualquier momento, sea el idóneo o el inapropiado, lleva a la pintura a nuevas figuraciones naturales que recojan los efectos atmosféricos antes marginados. Uno de ellos es la lluvia, que puede llegar a ser el tema central de la composición. El efecto de lluvia en el Impresionismo, el estilo de los amigos, ayuda a estudiar las calidades lumínicas tamizadas por un cielo encapotado y los reflejos urbanos en los charcos. Las investigaciones cromáticas de Chevreul fueron fundamentales para la pintura impresionista y su tesis se resume en una proposición: “los colores en proximidad se influyen recíprocamente” (Pool, 1997, p.14). La yuxtaposición de rápidas pinceladas de colores conseguía vigorizarlos en la distancia. Del mismo modo, los inicios de la fotografía ejercieron una influencia fundamental en las composiciones, centrándose en la anatomía de un instante fugitivo perfectamente visible y cognoscible, además de retratar la nueva y ajetreada vida urbana. El sentido de la pintura impresionista es el del registro inmediato, por ello también empieza a priorizarse la acuidad visual frente a la habilidad manual del pintor, pues la intención es bien distinta a la de la pintura tradicional (Coronado e Hijón, 1998, pp. 305-306). Y, a pesar de que la influencia de la Escuela de Barbizon es obvia, su objetivo es bien distinto al preferir lo transitorio en detrimento de la solidez paisajística.

En el presente artículo trataré de unificar el sentido de los efectos de lluvia en tres cuadros impresionistas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

El primer cuadro (imagen 1) que vamos a tratar es El Yerres. Lluvia (1875) de Gustave Caillebotte. Este autor terminó uniéndose a la corriente impresionista en 1875, tras haber contemplado las rompedoras obras de Monet y Renoir. Si bien es cierto que, debido a su elevada posición económica y estatus no fue considerado un pintor prototípicamente impresionista—considerados bohemios—, su estilo artístico se adapta con bastante certeza al Impresionismo. La obra está realizada en el periodo de apogeo (1874-1881) de la corriente que nos ocupa, como consideran los expertos del estilo, entre ellos Phoebe Pool. El río Yerres es un afluente del Sena que atravesaba el complejo doméstico privado propiedad de la familia Caillebotte. Esta propiedad fue objeto de sus primeras obras apegadas al estilo impresionista, teniendo una especial devoción por el río Yerres (Berhaut, M. et. al 1994, p. 10). El agua en movimiento le permitía estudiar los reflejos de la vegetación, así como las sombras proyectadas y el rielar de la luz en las ondas. Y en esta obra se manifiesta el agua sutilmente, permitiendo un sensible estudio de las preocupaciones impresionistas. La lluvia ligera, invisible a nuestros ojos, llega a la superficie acuosa y la transforma en una delicada lámina maleable, susceptible de ser perturbada ante el más mínimo contacto. Así vemos la formación de ondas concéntricas que desmaterializan la luz y la dispersan. Caillebotte tiene aquí más la labor de un científico que la de un pintor, pues estudia rápidamente los efectos visuales y los plasma con la mayor agudeza posible, reflejando una visión personal que termina convirtiéndose en la nuestra. El punto de vista bajo favorece que el espectador participe de esa verdad natural, dejando claro que es el agua quien protagoniza el cuadro. Las pinceladas, aunque rápidas, son delicadas y ofrecen una visión más minuciosa.

Este cuadro me sirve de excusa para hablar del sexto objetivo de desarrollo sostenible: “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. Según los estudios realizados por la ONU, entre los años 2017 y 2020, entre el 61 y el 80% de las masas acuáticas francesas gozaban de buena calidad. Aunque es un buen dato comparado con otros países, no deja de ser necesario conseguir la salubridad del mayor número de aguas para permitir el correcto desarrollo vital de los ciudadanos y de los ecosistemas. Además, la ONU también indica que debido al cambio climático y a la sobreexplotación de los recursos naturales, una de cada cinco cuencas hidrográficas experimentó fuertes fluctuaciones en los últimos años (Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2017, 2017, pp. 24-25). Sabiendo estos datos, es claro que la acción debe ser urgente y contundente para evitar que la humanidad pierda el acceso al agua corriente o, directamente, no sea capaz de poseerla. La claridad de este río Yerres pintado por Caillebotte nos recuerda la importancia del agua no tanto como para el consumo humano, sino también para el sustento de los ecosistemas. En torno al agua se desarrollan gran parte de los organismos vivos. Es claro que la salvaguarda de ésta es un deber y una necesidad.

Imagen 2. Monet, C. Lluvia en Belle-Île, 1886. Óleo sobre lienzo, 60 x 60 cm.
Museo de Morlaix, Francia

El segundo cuadro (imagen 2) que nos ocupa es Lluvia en Belle-Île (1886) de Claude Monet. Belle- Île es una preciosa isla francesa situada en el océano Atlántico a la que marchó Claude Monet después de unos tristes años donde presenció la muerte de su mujer Camille (1847-1879) y el deterioro de su grupo de amigos impresionistas debido al cuestionamiento de su estilo. Justamente en esta década, el estilo de Monet fue variando paulatinamente a una mayor simplificación rítmica de los elementos naturales. Este viaje estaba, muy probablemente, dedicado a estudiar las variaciones lumínicas y cromáticas que se imprimían en los elementos naturales a lo largo de Francia durante varias horas del día (Pool, 1997, pp. 216-225) Así, en este cuadro presenciamos el efecto de lluvia sobre un campo abierto. En la línea del horizonte encontramos ciertos elementos civiles, como perfil de una aldea o un imponente molino empequeñecido ante la tormenta. En la obra, hay un claro enfrentamiento entre la tierra y el cielo, ocupando ambos una parte de similares dimensiones en la composición. De hecho, si nos alejamos lo suficiente, apenas apreciamos dos grandes manchas de color azul y verde que podrían recordarnos a las obras de Rothko. El robusto verde de la hierba mojada queda complementado con los tonos terrosos del barro, regalando a la vista un sentido sensorial. En la parte del cielo, hay una cierta armonía a pesar de la tormenta. Sonaría contradictorio sino se tratase de un cuadro impresionista de Monet, pero este pintor tenía la habilidad de que la inmensa naturaleza que antes era susceptible de ser sublime, se representase con absoluta verdad alejada de una impostada melancolía sobrecogedora. Así, el chaparrón está compuesto de largas y finas pinceladas azuladas que forman una etérea celosía a través de la cual se tamiza la poca luz acristalada por las nubes. Nubosidad variable, como diría Carmen Martín Gaite.

Este cuadro es una buena excusa para tratar el decimoquinto objetivo de desarrollo sostenible: “Gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras, detener la pérdida de biodiversidad”. De nuevo, Francia se coloca a la cabeza teniendo mejoras en la superficie forestal entre los años 2015 y 2020. Sin embargo, otros países como los sudamericanos sufrieron un gran deterioro. Este campo abierto sí nos recuerda la importancia de la preservación de los campos silvestres y de evitar la sobreexplotación de los suelos a favor de la agricultura intensiva. Seguramente Monet, en su deseo de representar su realidad, habría visto la belleza en la tierra yerma y en la neblina de los pesticidas. Sin embargo, es necesario admitir que este modelo es insostenible al poner en riesgo a la biodiversidad y, en consecuencia, al ser humano. (Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2017, 2017, pp.24-25).

Imagen 3. Camille Pissarro. Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, 1897
Óleo sobre lienzo. 81 x 65 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

El tercer cuadro (imagen 3) que vamos a tratar es Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia (1897) de Camille Pissarro. Su espíritu vanguardista le llevó a dejar de lado el más puro impresionismo durante la década de los años 80 para acercarse a los experimentos puntillistas. Además, este pintor buscaba una técnica más acorde a los afamados experimentos científicos en torno a la óptica y a la teoría del color elaborados por Charles Henry, Chevreul, Rood y Maxwell. Pissarro entonces hizo una diferenciación entre “impresionistas científicos” (aquellos que seguían técnicas derivadas de las leyes científicas) e “impresionistas románticos” (aquellos que se guiaban por el empirismo más inmediato). Sin embargo, terminó abandonando esta nueva corriente. Es reseñable también la enfermedad crónica que comenzó a padecer Pissarro a partir de 1889, la cual le obligó a domesticar su pintura, esto es, tuvo que limitar sus incursiones pictóricas al exterior. Sus últimas series son vues plongeantes urbanas realizadas desde su balcón (Pool, 1997, pp. 243-250). A pesar de que hay una razón médica, no debemos descartar que el afán por la vida moderna del impresionismo no llevase a Pissarro a poner más atención en el mundo urbano. Pissarro, a través de su ventana, veía las grandes avenidas abiertas por el Barón Haussmann. Las imágenes urbanas dejan de ser las inmensas vedutas, rotundas e imponentes, para pasar a ser imágenes concretas, instantáneas sencillas reflejo de la Nueva Vida, donde el hombre no es ya el centro (Ureña Escariz et al., 1996, pp.83-85). La pintura que nos ocupa es una evocación que yo considero nostálgica. Es esa lluvia vespertina que convive con el pavimento y juega con la fuente. Paloma Alarcó considera que las últimas obras dedicadas a la ciudad de Pissarro son lejanas en comparación con las visiones rurales debido a su posición anarquista (Rue Saint-Honoré Por La Tarde. Efecto De Lluvia, n.d.). Sin embargo, yo veo cierto tratamiento individualizado de la sociedad. Cada persona tiene su mancha y su lugar en el cuadro, no mezclándose en una masa indiferenciada de viandantes ajetreados y estresados antes las últimas gotas de lluvia. En un cuadro donde dominan los colores beiges y los reflejos licuosos se vuelven imprescindibles para comprender ese efecto de lluvia. Es también muy interesante cómo la lluvia se fusiona con el agua de la fuente y la ayuda a desbordarse, a integrarla aún más en esta imagen urbana. Y la composición bebe mucho de los encuadres fotográficos. La velocidad de la ciudad queda congelada en un suspiro, en una lejanía filantrópica que critica al capitalismo en pos de una vida alegre y libre. Eso es la Rue Saint-Honoré, un canto a la vida bajo la lluvia.

El cuadro puede relacionarse con el undécimo objetivo de desarrollo sostenible: “Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”. Frente a esta maravillosa visión urbana, alejada de los horrores de los barrios obreros carentes de una calidad de vida salubre, reflexiono sobre el modelo urbano actual. Un modelo que prioriza la carretera, el asfalto, la transitoriedad vial y la mercancía. Un lugar que roza la inhabitabilidad por el precio de los alquileres. Y, según los datos de la ONU:

En promedio, los espacios públicos abiertos representaron solo el 3,2 % de la superficie urbana en 2020, aproximadamente cuatro veces menos que la proporción ocupada por las calles. (Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2017, 2017, pp.35)

Si la ciudad deja de ser para la gente, nos enfrentamos ante un panorama desolador donde éstas pasan a ser unos banales conjuntos de edificios sin personalidad, fruto de la especulación inmobiliaria y sujetos por fondos buitres. Ante esta alarmante situación, debemos unirnos para devolver a la ciudad su función vital.

Con el presente artículo, pretendo hacer un pequeño alegato social a través de tres pinturas impresionistas. El efecto de lluvia nos recuerda la fragilidad del paisaje, sea natural o urbano, ante cualquier perturbación. Los efectos lumínicos y cromáticos nos hablan de un cambio constante, de la rapidez con la que se produce esta mutabilidad y del dinamismo intrínseco en lo inamovible. Veo en los cuadros impresionistas la oportunidad de enlazarlos con los ODS, pues considero que la imagen es un organismo vivo que, a pesar de haber sido realizada en un tiempo específico, sigue interactuando con nuestra realidad socio-temporal. Por ello, aquellos cuadros impresionistas que nos retrotraen el refranero popular—“en abril, aguas mil”—, son la perfecta excusa para tratar temas de candente actualidad. Y cada uno de ellos nos recuerda que un mundo mejor es posible.

Álvaro Maguiño Martín

BIBLIOGRAFÍA

  • Caillebotte, G., Berhaut, M., & Wildenstein, D. (1994). Gustave Caillebotte, 1848-1894. Réunion des musées nationaux
  • Coronado e Hijón, D. (1998). Fotografía e impresionismo: de Nadar a Manet y Toulouse-Lautrec. Laboratorio de Arte, (98), 301-317.
  • Pool, P. (1997). El impresionismo. Ediciones Destino.
  • Ureña Escariz, M., Doreste Chirino, L., & Rodríguez Acosta, J. C. (1996). Las imágenes urbanas de los artistas.

Álvaro Maguiño Martín

Revista Atticus