Crítica película La casa de Álex Montoya

Ficha

Título: La casa

Año: 2024.

Duración: 84 min.

País: España.

Dirección: Álex Montoya.

Idioma: castellano.

Guion: Álex Montoya y Joana M. Ortueta. Adaptación de la novela gráfica del mismo título de Paco Roca (2020).

Fotografía: Guillem Oliver.

Música: Fernando Velázquez.

Reparto: David Verdaguer, Óscar de la Fuente, Luis Callejo, Lorena López, Olivia Molina, María Romanillos, Marta Belenguer, Jordi Aguilar, Miguel Rellán, Tosca Montoya, Arantzazu Pastor.

Productora: RAW Producciones, Nakamura Films, Haciendo la casa, RTVE.

Género: drama, familia, el paso del tiempo.

Sinopsis

Uno año después de la muerte del padre, sus tres hijos se reúnen en la casa del campo que construyó su progenitor y en la que veranearon durante su infancia y su primera juventud. Lo hacen para limpiarla, reparar algunos desperfectos y tirar la ropa y los objetos ya inútiles, con la intención de ponerla a la venta. En esos días los dos hermanos y la hermana, sus respectivas parejas y la hija adolescente de uno de ellos, conversarán, rememorarán cosas de su pasado común, ajustarán algunas cuentas pendientes, sin acritud, y comprobarán cómo el tiempo es ido y, quizá, solo cabe contarlo y asumirlo.

Crítica

Sensible, delicada película de Alex Montoya sobre la obra de Paco Roca, donde siendo fiel a la historia y a las viñetas que proponen la novela gráfica, ha sabido trasladarlo a las imágenes propias del cine (arte en movimiento), dotándolas de un ritmo propio, donde no solo los personajes sino también los objetos de la casa o de la naturaleza, tienen un papel fundamental para trasmitirnos algunas sensaciones que alcanzan al espectador con sutileza y a la vez le impactan con fuerza.

En el epílogo a la novela grafica de Paco Roca, Fernando Marías concluye que el tema del libro, que el tema de la literatura en general, es el paso del tiempo, del tiempo ido, del tiempo pasado. Paco Roca rememora, reflexiona, sobre un episodio de su propia biografía, como fue la muerte de su padre, lo que eso supuso para cada uno de los tres hermanos, y las decisiones que como familia tuvieron que tomar durante su enfermedad y las que tiene que tomar ahora (momento de la narración) sobre esa casa en el campo que él había construido con sus propias manos y la ayuda de sus hijos.

La casa es el continente donde está depositado el pasado, los recuerdos más directos del padre y de la familia, es la obra (en el sentido artístico del término) donde el padre expresó su mundo de experiencias y fantasías, la que eligió como refugio, como lugar ameno y retirado, lugar donde poder hacer lo que le gustaba y cumplir la ilusión de un niño pobre, de un adulto que solo se había dedicado a trabajar y trabajar hasta su jubilación. Por eso, quizá, cuando no pudo seguir haciendo esa vida, la que le gustaba, cuando se lo impidió la enfermedad, se dejó ir.

Cada objeto de esa casa, desde los suvenires a la pérgola, desde cada uno de los árboles del jardín a las herramientas del taller perfectamente alineadas, son depositarios de memoria, de la memoria del padre muerto y, de paso, de sus hijos. Tirar al contenedor esos objetos, esa ropa, es tirar una parte de esa memoria: actos sin duda necesarios pero que despiertan esos fantasmas del pasado que suelen quedar por debajo (enterrados) del trajín y de las preocupaciones del día a día.

¿Por qué se dejó morir mi padre?, se pregunta José (David Verdaguer) nada más alojarse en la casa donde va a pasar unos días con sus hermanos. Una casa, como confiesa el mismo José (el hijo escritor) a su pareja, de la que huyó, como huyó de sus raíces, porque estas le daban vergüenza. Un casa de autoconstrucción, hecha de forma ilegal, con los materiales más baratos y en emulación, en cierta forma, de las que poseían los ricos, aquellos jefes para los que trabajó el padre.

Desenterramos con la novela gráfica de Paco Roca, con la película de Álex Montoya, la vida de una generación, la que nació en la posguerra, y la de los hijos que crecieron en los años ochenta (s. XX), y que ahora son adultos. Se desentierra el hambre en la infancia de esa generación de la posguerra, el pluriempleo en tantos casos, las ganas de tener en propiedad un piso o una casa en el pueblo o en el campo en cuanto hubo un poco de dinero, gracias a una prosperidad ganada con mucho trabajo y que, en bastantes casos, se ha preferido olvidar o edulcorar, pues no es grato para ciertas personas recordar de dónde vienen y quiénes son. Es la vergüenza que confesaba José como preámbulo a la reunión con sus hermanos.

La casa, la película, respeta la obra que adapta, pero toma unas cuantas decisiones acertadas al trasladar el mundo gráfico de la historieta al mundo en movimiento del cine. Agrupa en una sola unidad temporal lo que nos va a contar, concentrando así la acción dramática, perfila a los personajes con un trazo más fuerte, al incluir algunas tensiones familiares no tanto de la biografía personal del Paco Roca (que las hay), como del propio director o de los guionistas. En una película de grupo familiar destaca un personaje, Vicente, ese hermano mayor problemático, gruñón, con una interpretación memorable de Óscar de la Fuente.

Siendo los recuerdos, las rememoraciones del pasado, una parte menor en duración pero importante en la trama, el director ha recurrido al cambio de formato de pantalla cuando aparece ese pasado, de forma que esas escenas las vemos con el tamaño más pequeño de las cintas caseras de Súper 8, y con ese granulado y ese tono desvaído propio de un celuloide deteriorado. No menos importancia tiene el tratamiento de la naturaleza, de los arboles, de una higuera por ejemplo, del pinar y del paisaje, que no son un fondo, sino personajes en sí mismos, que nos indican el paso de las estaciones, del tiempo meteorológico y del cronológico. O esa vida propia que llegan a adquirir los objetos con el tiempo: el montaje paralelo del fin de una vida (la del padre) con una manguera y la gota de agua que cae hasta extinguirse, es una de las secuencias más bellas y más significativas de la película.

En un film de grupo, el reparto está a la altura del proyecto, tanto David Verdaguer (José), como Olivia Molina (Silvia), Luis Callejo (Antonio, el padre), Lorena de la Fuente (Carla, la hermana) o María Romanillos (Ema, un personaje que no está en la novela grafica tal como aparece aquí), y el ya citado Oscar de la Fuente. Como contrapunto y apuntador está el personaje de Miguel Rollan (Manolo), amigo y vecino del padre, que ayuda a José, el escritor, a descubrir aspectos o anécdotas de su padre que no conocía. El padre es un hombre silencioso que solo se jactaba de sus hijos antes los extraños, pero no ante ellos.

Soy lector habitual del historietista Paco Roca, del que aprecio en su obra más personal su sentido para captar lo cotidiano, su empeño en hablarnos de nuestra memoria mas reciente, bien sea la familiar o la común, utilizando un trazo de dibujo sencillo y una gran capacidad para estructurar en viñetas lo que quiere contarnos. Lo hago desde Arrugas (sobre la vejez en una residencia), Regreso al Edén (con recuerdos de su madre también como fondo),  Los surcos del azar (una novela gráfica imprescindible sobre un combatiente republicano), o la más reciente El abismo del olvido, (sobre memoria histórica contra las políticas del olvido). Algunas de sus obras han sido llevadas al cine, como la excelente Arrugas (animación, 2011), dirigida por Ignacio Ferreras, Memorias de un hombre en pijama (2018), de Carlos FerFer, o La Fortuna (2021), una serie de Alejandro Amenábar que adaptaba El tesoro del cisne negro.

Alex Montoya ha dirigido varios cortometrajes y dos largos, Asamblea (2019) y Lucas (2021). En La casa ha conseguido concentrar la acción dramática desarrollada en la obra original, perfilar con rasgos más duros a alguno de los personajes y retratar a los objetos inanimados, a los arboles, a la naturaleza, con una vida propia, como si la película fuera un metrónomo que marcara ese paso del tiempo sobre el que pivota toda la historia. Es un merito a destacar, ya que solo grandes cineastas, como un Yasujiro Ozu, suelen conseguir que los objetos y el tiempo sean personajes de sus películas.

Contribuye a lograr ese efecto de autenticidad que el rodaje se efectuara en la misma casa de la familia de Paco Roca, que es la que aparece dibujada en la novela gráfica. La fotografía y la música contribuyen a lograr ese tono de serenidad, de cotidianidad, de drama sin dramatismos, que tiene la novela gráfica y que conserva la película.

Suelo (solemos) leer los libro antes de verlos adaptados al cine. Pero no siempre es así. Me ha ocurrido recientemente con El silencio del mar (1949) de Jean-Pierre Melville: vi primero la película, que me impresionó, por lo que leí a continuación el relato del mismo título de Vercors (seudónimo de Jean Bruller), un resistente contra la ocupación nazi de Francia. La visión y la lectura se complementaban al comprobar cómo el lenguaje cinematográfico y el literario usaban sus recursos más propios para narrar la misma historia. Con La casa me ha ocurrido algo semejante: vi primero la película y a continuación leí la novela gráfica; son lecturas complementarias, ninguna destierra a la otra, ninguna pisa la memoria de la otra.

Es cierto que La casa (vuelvo a la película) me provocó algo que ya no se reprodujo con la novela gráfica: como en Proust y su magdalena, la sensorialidad que tiene el film desató recuerdos propios de forma torrencial, pues las cosas que se cuentan son comunes a varias generaciones, y esos interrogantes sobre si se hizo lo que había que hacer con los padres, esas dudas sobre el aprecio o el amor que nos tuvieron o no mostraron, y esos silencios que se llevaron definitivamente a la muerte, nos dejan al final de la película ante esa pregunta inicial de ¿por qué se dejo morir?, fácilmente comprensible.

Solo cabe, como propone Antonio, el escritor (el que siempre falla según Vicente, el hermano perfecto), hacer algo absurdo, quizá, en homenaje póstumo al padre y como una manera de volver a hacer, toda la familia, algo en común. Al padre le hubiera encantado.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus