Crítica documental Fire of Love de Sara Dosa

Crítica Fire of Love por Gonzalo Franco Blanco

Fire of Love.

Ficha

Título original: Fire of Love.

Año: 2022.

Duración: 93 min.

País: EE.UU.

Dirección: Sara Dosa.

Idioma original: inglés, francés.

Guion: Shane Boris, Erin Casper, Jocelyne Chaput, Sara Dosa.

Narradora: Miranda July.

Fotografía: Pablo Álvarez-Mesa.

Productora:  Sandbox Films.

Premios: Festival de Sundance, Mejor montaje/Documental. 2022

Género: documental (vulcanología) y biografía.

Sinopsis.

Katia y Maurice Krafft eran vulcanólogos y pareja. Los unió el amor en sus tiempos universitarios, pero también una pasión común por los volcanes como objetos de estudio científico y también como aventura o desafío personal. Ambos recorrieron el planeta persiguiendo erupciones o explorando volcanes legendarios, a la vez que documentaban sus hallazgos y experiencias en películas documentales y libros, o participaban en programas de televisión y en conferencias para darlos a conocer a un público cada vez más interesado, y como forma de financiar sus proyectos. Amor mutuo y pasión común por el vulcanismo, reunidos en ese Fire of Love del título del documental.

Crítica.

Durante dos décadas Katia y Maurice Krafft (matrimonio, franceses de Alsacia) rodaron y grabaron sus expediciones a los volcanes más legendarios del planeta y asistieron a cuantas  erupciones se produjeron en esos años. Si se producía una erupción lo dejaban todo, como dice el bolero, y acudían al pie mismo de los ríos de lava, o a la boca de los cráteres, dependiendo de las características de cada caso. Estando en la isla de Martinica, tuvieron noticia de la erupción del volcán del Monte Unzen en la isla de Kyushu (Japón) en 1991, donde encontraron la muerte junto a cuarenta personas como consecuencia de un violento flujo piroclástico de unos de esos volcanes “grises”, a diferencias de los “rojos”, que son los especialmente peligrosos.

Katia y Maurice Kraftt se habían conocido en la Universidad de Estrasburgo, donde Katia estudiaba física y Maurice geología. Maurice era extravertido, gracioso, algo histriónico y amigo del peligro, Katia era más tranquila, seria e irónica, y buena planificadora. Los había unido el amor de juventud y una pasión en común: los volcanes. Participaron en los movimientos políticos y sociales de finales de los años sesenta del siglo XX, pero desencantados con sus logros limitados, centraron su vida en común en viajar para conocer in situ los volcanes cuyos nombres son leyenda (Stromboli, Etna…), a la vez que empezaban a grabar sus expediciones para poder financiar sus viajes: resulta encantadora y un tanto cómica una de su primera expediciones a Islandia con un “Cuatro Latas” entre la nieve.

Los Krafft grababan los volcanes en erupción, las fumarolas, las coladas de lava más espectaculares, el magma bullendo, todo ese submundo que aflora bajo nuestros pies y nos recuerda qué frágiles son nuestros fundamentos sobre la superficie de la tierra, o nuestra precariedad de animales que quieren construir sus cimientos sobre placas tectónicas en movimiento… Los volcanes en actividad son fenómenos terribles y a la vez fascinantes, hipnóticos, capaces de generar pasiones como la que arrebató a los Kraff. A la vez, los Krafft  se grababan a sí mismo junto a los volcanes, pues eran conscientes de la eficacia de asociar las imágenes de elementos físicos con el de los científicos, como individuos de carne y hueso, que arriesgaban en muchos casos sus vidas para que los espectadores pudiéramos disfrutarlos en el salón de nuestras casas. Practicaban esa “personificación” de la naturaleza que hemos contemplado en tantos documentales, sobre todo en los realizados para la televisión. No eran, por otra parte, solo vulcanólogos, científicos, eran también cineasta, documentalistas y expertos en comunicación. Como cineastas y documentalistas Katia y Maurice Krafft habían atesorado una enorme experiencia para realizar las mejores tomas y sabían cómo introducir al espectador en el espectáculo del fuego.

Por esta causa, la directora Sara Dosa ha podido contar con mucho material fílmico para podernos contar la vida de esta pareja de vulcanólogos, con el apoyo de fotos, documentos, y el recurso limitado a la animación como elemento descriptivo y simbólico. Un material fílmico ya dado de cuyo montaje, guion y ritmo narrativo depende que la biografía de unos científicos se convierta en una obra con una cadencia casi de ficción: empezando por la reconstrucción de los inicios de su relación y continuando por las imágenes donde se los ve a ambos al borde siempre del precipicio, cada vez mas imbuidos por la necesidad de arriesgar, de proporcionar una nueva perspectiva sobre los volcanes, sobre sus erupciones, que ningún otro vulcanólogo y documentalista hubiera ofrecido hasta el momento.

En uno de sus viajes los vemos cabalgando sobre unos caballos y oímos una conocía composición de Morricone de fondo (introducida por Sara Dosa en su montaje), dándonos a entender el sentido épico y poético de su trabajo, más allá de hacer tomas de temperaturas o recoger muestras de lava. Fire of Love no es un documental sobre volcanes (que también), sino sobre dos vulcanólogos muy particulares, siempre al límite de sus posibilidades, siempre conscientes de para quiénes están estudiando los volcanes y grabando sus expediciones de la forma en que lo hacían, y no de otra: para nosotros, para los que hoy vemos sus documentales y este documental sobre ellos.

Esa pasión llevada al límite, lo que no excluye el rigor de su trabajo científico, es el sello que imprimieron a su trabajo, y que el documental de Sara Dosa consigue reconstruir y transmitir al espectador, que asiste asombrado no solo a la visión de uno de los hechos más extraordinarios de la naturaleza como es un volcán activo o en erupción, sino que ve a los científicos, a los Krafft, al límite mismo del accidente, del riesgo de ser abrasados o engullidos: no como una muestra de frivolidad, sino como una pulsión irresistible, como una forma de ser y de estar en el mundo. En el cartel del documental vemos a los Krafft embutidos en un traje de amianto con cascos como si fueran astronautas de un planeta extraño en formación, como viajeros en el tiempo a los primeros albores de la Tierra. Ese sentido de ser los primeros en llegar o intentar algo nuevo, es lo único que puede explicar que navegaran con una lancha neumática por una laguna de ácido sulfúrico o que Maurice tuviera el proyecto de construir un vehículo blindado para poder deslizarse sobre una colada de lava en Hawái.

Es esa dimensión de Katia Y Maurice Kraftt de buscar, de perseguir estar siempre estar al límite, en el borde del abismo, la que recoge Werner Herzog en su documental Dentro del volcán (2016), donde se les homenajea subrayando esa singularidad de ir más allá que otros vulcanólogos o documentalistas, en el repaso que hace Herzog sobre la relación entre los volcanes y las poblaciones que viven en su entorno, y entre los volcanes y los científico que los investigan.

Asistimos, por tanto, en este documental de Sara Dosa, a la contemplación de imágenes inolvidables, y cualquiera que haya estado cerca de un volcán, aunque esté inactivo, sabe cómo impresiona el paisaje desolado, el olor a azufre o el calor de la lava después de pasados muchos años o siglos desde la última erupción. Mientras las imágenes y el sonido del documental se sucedían en la pantalla y en los altavoces, revivían en mí el recuerdo de los olores de los volcanes en los que había estado: San Antonio de La Palma, Vesubio, Etna…

Pero la vida es circular, y ese inicial desapego de sus inquietudes sociales y políticas, se esfumó  también gracias a su pasión por los volcanes. Los Kraftt presenciaron la erupción y posterior catástrofe y hecatombe del Nevado del Ruiz, Colombia, en 1985. Los científicos había previsto la inminencia de la erupción y habían advertido con tiempo para que se evacuaran las localidades cercanas al volcán: algo que las autoridades no hicieron con el resultado de que se produjeron más de veinte mil muertos. Esta catástrofe con una doble dimensión humana, por la destrucción de Armero y su población, y por la inacción e indiferencia de las autoridades, les hizo tomar mayor conciencia de la dimensión social de su actividad como científicos, y se convirtieron en activistas: sus películas también tenían que advertir sobre los peligros de algunos volcanes para la población circundante y recordar que las erupciones pueden ser previsibles.

El documental finaliza ante una carretera en el Monte Unzen, donde Katia y Maurice Krafft encontraron la muerte, en la que una persona huye a la carrera y una cámara abandonada y solitaria graba algo tan monstruoso como un enorme flujo de piroclastos avanzando y tragándose todo lo que encuentra a su paso hasta un fundido final en negro.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus