Crítica literaria: Nunca sabrás quien fui de Salvador Navarro

La nueva novela de Salvador Navarro

En muy contadas ocasiones la vida nos regala grandes obras. Nos sorprende más aún cuando vienen envueltas en un manto de modestia y buen hacer. Y nos subyugan de tal manera que, prendados de su universo particular, nos introducimos en la historia hasta vivirla, como si fuéramos parte de ella.

La última novela de Salvador Navarro, Nunca Sabrás quien fui, es una de esas grandes obras.

            Si nos centramos en desgranar la narración ateniéndonos al aspecto literario, en esta novela coexisten varias influencias en perfecta armonía. Por una parte encontramos paralelismos con el teatro experimental de Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de Autor, o de Samuel Beckett en Esperando a Godot. Además, la génesis de la narración de Salvador Navarro, todo un contador de historias, entronca también con las arquitectónicas narrativas de los grandes de la literatura rusa, como por ejemplo León Tolstoy y su máxima: «todos piensan cambiar el mundo sin cambiarse a sí mismos». Encontramos también semblanzas con los poemas íntimos y sociales de Maiakovski y su obra teatral La Chinche, donde el autor de origen georgiano abochorna a la burguesía rusa. Igualmente, Salvador analiza sin piedad, pero sin tomar partido, la vida de las clases acomodadas bajo un prisma que, por fortuna, nada tiene que ver con la revolución soviética.

La historia transcurre a lo largo de una distancia temporal de varias décadas, a la que se añade una amplitud geográfica entre dos continentes, sobre todo entre dos ciudades: Nueva York y Sevilla.

            Comienza mostrándonos al protagonista, un periodista digital pro bolivariano, término que incomodaría al libertador a todas luces, con vocación de escritor. Una mujer expatriada de Venezuela, carismática y adinerada, le ofrece un jugoso contrato como ‘actor’. Su personaje debe formar parte de una realidad-ficción un tanto oscura y escabrosa. Y el periodista gallego exiliado en Madrid, llevado por sus deseos de aventura y comodidad, por huir de su familia y su pasado en su tierra natal, y por su anhelo de escribir, acepta la oferta. Y se traslada a Sevilla, luminosa y repleta de rincones maravillosos. Destacar aquí la fantástica vivencia que percibimos de la ciudad a través de la magistral narrativa de Salvador, que en ningún momento se deja caer en el solipsismo provinciano de otros autores con sus ciudades natales o de afincamiento.

Sevilla saca lo mejor y lo peor de este joven apuesto y sin muchos remilgos, hasta que comienza a darse cuenta de que el dinero no lo es todo… Transita de la codicia a la expectación de conocerse a sí mismo y de superar las metas y trabas que va encontrando como autor, tan difícil hoy y que continuamente prostituye la sociedad española con escritores mediocres, eso sí, con un programa en la televisión o lo que ahora se denomina con el neologismo youtuber. Juntar palabras no es escribir, del mismo modo que ‘con un seis y un cuatro te hago tu retrato’ no te convierte en pintor. Y Salvador Navarro, con un excelso trabajo documental y un acervo de hábil viajero del mundo occidental, nos confirma que él sí es escritor; y que su protagonista lucha denodadamente por serlo, y que en esa pugna no puede olvidar un concepto abstracto pero tremendo: la verdad. Porque su historia nos interpela y juega con nosotros entre falsedades, medias verdades, y ridiculizaciones y dolorosas angustias acerca de ese término que daba nombre al diario oficial de la Unión Soviética, pero sólo eso; y tan denostado por el periodismo patrio y la sociedad actual.

            El novelista, Salvador Navarro, juega con el autor y sus personajes. ¿Todos reales? ¿Todos falsos? O no… Como todos aquellos en torno al autor italiano, Nobel de Literatura en 1933. En esta ocasión es un autor en busca de personajes, tras hallar en los personajes el deseo de encontrar quien los describa, narre y ponga voz.  Importante citar que los diálogos están francamente logrados y que no suenan a impostados. Cada vez es más difícil encontrar buenos dialoguistas entre nuestros contadores de historias.

Por fortuna no estamos en Marienbad ni está Alain Resnais al timón. Pero todo lo que resulta aclaratorio al romper la línea temporal, y establecidos los paralelismos lógicos para no perdernos, se descompone en un momento dado. La ingeniosa estrategia de su concepto narrativo así lo exige, y nos convierte en lectores investigadores entre un autista de alto rendimiento, su hermana marchante de arte, una socia confidente, un colombiano de la Gran Manzana, y una surtida baraja de personajes secundarios que fuerzan al joven inexperto a buscar un hilo de verdad al que aferrarse en medio de un juego tan sucio como lucrativo para él.

            Llegados hasta este punto, si tuviésemos que definir Nunca Sabrás quien fui, diríamos que es Joel Dickers adecuando a Sófocles y su habitual Deus ex machina a su voluntad. Y hay que ser muy bueno en el oficio de narrar para no perderse y buscar la solución fácil. Pero Salvador Navarro no se queda ahí y decide girar el tornillo otra vuelta refrescándonos con un agua nueva.

Entramos entonces en la tercera parte de la novela. Falsedad y realidad se aclaran tras mezclarse en un juego que nace de un tatuaje al estilo del que lleva Robert Mitchum en La noche del cazador, pero sin amor y odio, más bien toda una grosería. Pero eso sí, en latín. Todo deja de ser turbio y comienza a ver la luz, tal y como hacemos los lectores para conocer la identidad de la mente que realmente mueve los hilos, aunque sólo acertemos a vislumbrar quien fue.

            Salvador nos sorprende de nuevo y nos regala una traca final muy alejada de las novelas pretendidamente cinematográficas a la caza de un productor y abundancia de dinero hasta el fin de los tiempos. Su manera de desovillarlo todo es de pura novela negra, aunque sin policías ni asesinos. Sólo un joven que buscando la verdad se encuentra a sí mismo, y ya nada será igual… Thomas Harris en versión escritor acallando corderos, o Donna Leon paseando por Sevilla y Madrid en lugar de por su Venecia tan lejana a la de los turistas. Y lo hace con una intimidad que nos remueve nuestro yo más profundo, y nos susurra palabras tan familiarmente repetidas y tan poco creídas; porque consigue que nunca sepamos quienes fuimos, aunque creamos que sí, porque la narración que de nuestra persona hacen quienes nos aman o amaron es bastante más completa que ese monólogo en el que decidimos movernos, más o menos afortunado y veraz.

            Nunca Sabrás quien fui consigue que amemos la literatura, que pensemos en quienes fuimos, quienes somos, y que la verdad es una y nunca trina, por mucho que nos cuenten. No dejen de leer la novela, no podrán…

Sólo nos queda agradecer tanto esfuerzo a Salvador Navarro, ese contador de historias al que deseamos muchas ventas y muchos lectores para que, por favor, nos siga deleitando con su prosa sin débitos.

Nunca sabrás quién fui

  • Navarro, Salvador
  • Editorial: Algaida Editores

Sinopsis

Álex Panelas, un joven periodista gallego que malvive en Madrid, contratado por una revista digital de ultraizquierda, recibe amenazas de una millonaria venezolana tras publicar un artículo a favor del régimen chavista. La señora lo seduce para escapar de sus miserias laborales con un trato irrenunciable, cinco mil euros al mes y un apartamento de lujo en Sevilla, a cambio de hacerse amigo de Dan, un empresario treintañero. Sin más. Sin prisas. Con la sola condición de no pedir explicaciones. El reto le abre mil puertas luminosas al gallego, aunque comprende pronto la fuerza destructora de la venganza que esconde ese desafío: una batalla entre familias que hunde sus raíces en el Nueva York de los ochenta. Aun participando a ciegas en el complot, acaba de encontrar una trama explosiva para construir su primera novela, con dos líneas argumentales: el pasado perverso de quien le contrató y el chantaje al que debe enfrentarse conforme la venezolana va subiendo la apuesta. Y esa oportunidad no hay quien se la quite a quien dudaba de su capacidad para nacer como escritor, para crear ficción; un Álex entusiasmado que aprovecha para empaparse de técnicas de escritura y así estructurar una historia llena de flecos y ángulos muertos, sin saber hasta qué punto él va a convertirse en el epicentro dramático de su propia narración.

Carlos Ibañez – Pilar Cañibaño

Revista Atticus