Crítica película El vicio del poder de Adam McKay

Crítica película El vicio del poder

Todo por la pasta

Ficha

Título en V.O: Vice

Título en español: El vicio del poder

Dirección: Adam McKay

Reparto:

Christian Bale (Dick Cheney), Amy Adams (Lynn Cheney), Steve Carell (Donald Rumsfeld), Sam Rockwell (George W. Bush), Alison Pill (Mary Cheney), Eddie Marsan (Paul Wolfowitz)

Nacionalidad: Estados Unidos Año: 2018

Guión: Adam McKay

Fecha de estreno: 11-01-2018

Género: Comedia Dramática

Música: Nicholas Britell

Fotografía: Greig Fraser

Duración: 132 minutos

Distribuidora: eOneSpain

 

Sinopsis

Explora la historia real sobre cómo Dick Cheney (Christian Bale), un callado burócrata de Washington, acabó convirtiéndose en el hombre más poderoso del mundo como vicepresidente de los Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush, con consecuencias en su país y el resto del mundo que aún se dejan sentir hoy en día.

 

Comentario

Christian Bale as Dick Cheney in Adam McKay’s VICE, an Annapurna Pictures release.
Credit : Matt Kennedy / Annapurna Pictures
2018 © Annapurna Pictures, LLC. All Rights Reserved.

Antes de nada. Ya he comentado en alguna otra ocasión que el marchamo de «basado en hechos reales» parece que le da un plus de verosimilitud y credibilidad a lo que vamos a ver a continuación. La gran baza de El vicio del poder radica en la novedosa y poco convencional forma de contar la historia que sucedió en buena parte de la vida de Dick Cheney. La novedad radica en cómo lo hace. Con una voz en off y con la aparición de un personaje/narrador, de vez en cuando, ajena a los hechos y que en un momento nos dará su justificación. Una vez un buen crítico, mi maestro en esta disciplina, me confesó que una de las cosas a tener en cuenta es la óptica del narrador. A esto hay que sumarle un original y dinámico montaje; el uso de una serie de recursos como es el inserto de animación a la hora de poner cara a cada puesto relevante en la Administración de los diferentes presidentes norteamericanos; o el ofrecer un falso final a medio metraje; o la fina ironía con la simulación de ofrecer un carta con un menú de despropósitos («pónganoslo todos») en una cena; o, por último, el uso del mismo grupo de opinión que consultaban para el asalto de Irak para ofrecer una disputa de los mismos por el ascenso de «ese del pelo colorado».

 

El vicio del poder se centra en la vida de Dick Cheney. Mal estudiante, graves problemas con el alcohol, su carrera quedó marcada por un par de detenciones por conducir borracho. Un don nadie que pudo reconducir su rumbo gracias a Lynne, primero como novia y después como esposa, dejando a un lado su trabajo como electricista de los tendidos eléctricos del medio oeste. Con el apoyo incondicional de Lynne, se formó como becario en la administración de Nixon en Washington D.C., para después convertirse en el jefe de gabinete de la Casa Blanca con Gerard Ford. Tras cinco mandatos en el Congreso, fue nombrado Secretario de Defensa con George W. Bush. Tras perder las elecciones pasó a ser directivo de una petrolera, Halliburton. En el año 2000, abandonó ese cargo para presentarse como vicepresidente con Bush, dejándole bien claro que tendría poder de decisión en determinadas áreas clave, convirtiéndose, prácticamente, en presidente en la sombra. Unos años clave en la política americana como fueron los atentados de 11-S y la guerra con Irak.

Como se ve, la cinta a modo de documental, pero con un tono de comedia dramática, pone el foco sobre una persona gris con una tremenda desfachatez al que le tiembla poco la mano a la hora de urdir sus planes para tener la máxima cuota de poder. Es un repaso a la historia política de los EE. UU. desde el final de Nixon (Watergate) hasta el 11-S y la posterior guerra de Irak. Tanto él como los que le rodeaban se encuadraban en un término que hacer una o dos décadas los definía perfectamente: trepas. Ahora ese vocablo, lamentablemente ha quedado en desuso por que se queda corto, muy corto a la hora de definir a estas gentes sin escrúpulos. Narra una sucesión de hechos, ofrece una multitud de datos y una recreación del juego político. Cheney ha pasado a la historia por ser un hombre que fomentó el terrorismo, el odio y la violencia sin escrúpulos. Urdió tramas y empleó mentiras con el único objetivo de seguir sacando petróleo del Medio Oriente para seguir alimentando a esas grandes multinacionales y que estas sigan financiando las campañas de los partidos políticos mientras, sus directivos, se forran sin escrúpulos.

El vicio del poder, querámoslo o no, también es una parte de nuestra historia reciente. El director, sabiamente nos mete en ese cinematográfico despacho oval de la Casa Blanca, centro de toma de decisiones que interferirán en nuestra vida cotidiana.

El binomio que forman Christian Bale (Dick Cheney) y Steve Carell (Donald Rumsfeld) es digno de estudio. Cada gesto, cada mirada se nota una complicidad que nos acerca, de forma muy sibilina, a esas argucias y tejemanejes del poder. Muy buena química que da como resultado una soberbia actuación de ambos que muestran en la gran pantalla dos caraduras con gran desparpajo. Bale realiza uno de sus mejores trabajos. Se tiene que adaptar físicamente a la corpulencia de Cheney (engordando para ello), tiene que modular su voz y sus gestos (una sonrisa de medio lado) y hasta modificar su forma de caminar. No le va a la zaga la actuación de un camaleónico Steve Carell.

Sam Rockwell (George W. Bush) en su papel de presidente de los EE. UU. Se mete en uno de los personajes más conocidos de la política. Su interpretación acentúa la leyenda de que el que fuera el cuadragésimo tercer presidente norteamericano no tenía muchas luces y era poco menos que un títere. Toda una serie de gestos que lo subrayan: comer las alitas de pollo, poner los pies encima de la mesa, sus paseos por el rancho… Amy Adams vuelve a estar magnífica. Tiene un antecedente en la magnífica The Master (Paul Thomas Anderson, 2012). Su papel como esposa, en la sombra, de Cheney muestra que era la verdadera alma mater del matrimonio que concentró tanto poder. Hay un simple gesto, hacia el final de la cinta, cuando Liz, la hija mayor, decide meterse en la carrera política y le dan la conformidad para entrar a degüello sobre el tema del matrimonio homosexual, poniendo a Mary, la menor de sus hijas, a los pies de los caballos. Ese gesto de poner la mano encima del hombro izquierdo de Dick, lo dice todo.

 

Adam McKay antes de iniciar la carrera por los premios más prestigiosos nos ofreció comedias disparatadas como La leyenda de Ron Burgundy, 2004; Pasado de vueltas, 2006 y Hermanos por pelotas, 2008. Renovó el género con la original y lúdica La gran apuesta (2015). Una denuncia que nos dio las claves para entender la grave crisis económica a nivel mundial. Con ella entró como un huracán en la industria de Hollywood logrando el Óscar al Mejor guion adaptado. Ahora con esta nueva entrega, opta a un buen número de las preciadas estatuillas (aunque en los recientes Globos de Oro, El vicio del poder ha recibido un revolcón, eso sí, Christian Bale se alzó con su premio, sin discusión).

Analices lo que analices de la película, encuentras una muestra de genialidad con la firma McKay. Por poner dos ejemplos (antes me he referido ya a otros tantos). La transición de una secuencie a otra cuando George W. Bush está hablando por teléfono y mueve su pierna de forma nerviosa, casi como un tic. La cámara va bajando hasta centrarse en su calzado y de ahí pasa, con el mismo gesto nervioso, a la bota de un soldado norteamericano que está en plena guerra. Y otro de esos ejemplos de maestría es la utilización de la afición de Cheney como recurso. Se dedicaba en sus ratos libres a la pesca con mosca, una práctica de la tienes que hacer un buen uso de la paciencia. Paciencia de la que debes de hacer gala a la hora de emprender una meteórica carrera política o en los negocios. Sin olvidarnos de los insertos del corazón de Cheney con los infartos que sufrió. Un mensaje que nos dice que sí que tiene corazón, un corazón que se le presupone igual que a cualquiera de nosotros que contempla la película. Un gran recurso humorístico (negro toque, pero de humor).

 

La mirada de Dick Cheney, a cámara, acompañada de un monólogo, al finalizar la película es la mirada del poder, es la mirada de la ambición, es la mirada de un hombre sin escrúpulos que ha sido capaz de anteponer todo por lograr tener la cuota de poder más alta para un vicepresidente (incluso por encima del propio presidente de los EE. UU). Es una mirada de cinismo que no duda en inquirir al propio espectador/ciudadano norteamericano y decirle que para eso le habían elegido, para hacer el trabajo sucio que muchos quieren y pocos se atreven a ejecutar. La mirada de Dick Cheney es la de un hombre orgulloso que era consciente de sus propias limitaciones (no era ninguna lumbrera intelectual, ni tenía estudios, ni habilidades sociales especiales), pero que sí que supo desenvolverse por las cloacas del poder del centro más importante de la tierra.

 

El vicio del poder es de ese tipo de películas que se posicionan con fuerza en su carrera hacia los Oscars. Partió con numerosas nominaciones para los Globos de Oro (sin mucho éxito) y todo el mundo habla de ella. Narra una historia del que fuera uno de los hombres más poderosos, Dick Cheney, y lo hace de una manera muy original, a veces divertida, con un tono de denuncia, todo por la pasta, que nos sobrecoge. Grandes actuaciones, buena música, original puesta en escena con una excelente muestra de lenguaje cinematográfico. Inteligente y creativa.

 

Una reflexión más personal si cabe de lo que acaban de leer hasta ahora. No me puedo imaginar realizar una película en España en la época del pelotazo, por poner un ejemplo, donde banqueros despiadados se alzaron en los primeros puestos del ranking de los más ricos, o de esos políticos nuestros de reciente cuño. Ver en la pantalla no solo a los personajes caracterizados con barbas y gafas (por poner un ejemplo) como si fueran Rajoy, pero por si hubiera alguna duda, subtitular con su nombre, con el cargo y situarlo en su ambiente… O que no salga muy bien parado el personaje (como el caso del borracho Cheney al comienzo de la cinta, o del payaso de George W. Bush) ¿se imaginan la cantidad de querellas que recibirían los productores por su difusión? Es una cosa abominable el retroceso que la libertad de expresión ha sufrido nuestro país en la última década. A su lado, El vicio del poder es una película que con gran inteligencia denuncia, sin miedo a las represalias, como una decisión económica nos mete de lleno en una guerra de la que aún seguimos sufriendo las consecuencias. Todo por la pasta o como dijo aquel, todo por el pueblo, pero sin el pueblo.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus