Obituario: Kenzaburo Oé o el existencialismo llevado al naturalismo.

Kenzaburo Oé o el existencialismo llevado al naturalismo. Por Carlos Ibañez

KENZABURO OÉ O EL EXISTENCIALISMO LLEVADO AL NATURALISMO

            El pasado 3 de mazo falleció uno de los más grandes escritores japoneses del siglo XX. Incansable, políglota, afrancesado, pero sólo de manera existencial y padre de un hijo autista, nacido con hidrocefalia y al que el autor nunca ocultó, sino que dedicó tiempo, obra y amor durante toda su vida.

            Nacido en 1935 en una familia numerosa y con cierta comodidad debido a que su padre trabajaba en una empresa donde se fabricaba un excipiente para la no falsificación de los yenes. Aunque el ataque de Pearl Harbor y la loca carrera militar por controlar el Pacífico que esto desencadenó entre el imperio nipón y Estados Unidos hizo que reclutaran a su padre, quien murió en plena II GM, cuando apenas tenía nueve años. Al año siguiente la derrota le llevó a unas posiciones que nunca abandonó de pacifismo y existencialismo de izquierda. Durante años mantuvo una relación epistolar con Mao, hasta que se dio cuenta de que sólo era un tirano más con una política belicista que Oé aborrecía, con lo que cortó toda relación con el autócrata mandarín.

            Todo esto le condujo a una vida silenciosa, aunque él apuntó en una entrevista que en la adolescencia se dedicó en cuerpo y alma a la lectura porque balbucía al hablar y no quería que nadie se riese de él. Entre esto y todo lo que su abuela le inoculó sobre la tradición oral folclórica de su isla natal, Shikoku (desde donde pudo apreciar con diez años el resplandor del hongo nuclear de Hiroshima, situada al otro lado del mar interior de Seto, lo que le llevó a pedir en reiteradas ocasiones el desmantelamiento de las centrales nucleares de Japón, y más cuando aconteció el desastre de Fukushima, en 2011), le convirtió, casi sin querer, en escritor.

            Marchó a Tokio para realizar sus estudios universitarios. Realiza su tesis doctoral sobre la obra de Jean Paul Sartre y bajo la dirección de Kazou Watanabe, todo un especialista en Rebelais y la poesía francesa del siglo XVI.

            Inicia su vida de publicaciones y viajes. Tras la lectura de su tesis, en 1954, comienza a trabajar como traductor de francés a la vez que tomaba conciencia política denunciando el pacto con Estados Unidos y sus bases en suelo japonés y el apoyo absoluto y sin fisuras al artículo 9 de la constitución tras la derrota prohibiendo la guerra al país.

            En 1957 escribe su primera novela, que se publica al año siguiente, La presa, donde un niño en un pueblo se convierte en un sumo sacerdote de un nuevo dios caído del cielo, un piloto estadunidense negro durante la guerra del Pacífico. Con este acontecimiento el autor nos narra la vida en un pueblo costero, la vida y el trastorno que provoca la nueva situación, teniendo en cuenta que pocos africanos o descendientes de éstos se habían visto en aquel Japón aislado, en todos los sentidos, del mundo. Con ésta ganó el premio Akutagawa para autores noveles.

Eso le llevó a la rápida publicación de su siguiente obra Arrancad las semillas, fusilad a los niños, sobre la toma simbólica que hace un grupo de jóvenes de un pueblo abandonado. Es curioso el paralelismo de esta obra con la situación actual de la España interior y su abandono por parte de las autoridades. Es una obra sin desperdicio.

Fuente: Infobase

En 1959 puede viajar a París y conocer de primera mano las obras y personajes que tanto le acompañaron en su etapa universitaria. Pasar ratos con Sartre y su esposa, Simone de Beauvoir. Su existencialismo de izquierda se radicaliza y comienza a escribir con el tema de la colectivización y la figura de un ser vacío como eje de su obra. También, a su regreso, se casa con la cineasta Itami Yukari, hermana del polímata del cine Itami Yuzo, quien trabajó en 55 días en Pekín, en España.

Parecía que su vida iba bastante bien y su esposa y él deciden tener un hijo, Hikari (Luz), pero el niño nace con problemas de hidrocefalia y se le diagnostica, palabra bastante mal empleada porque una conducta no es un diagnóstico, autismo. Y sus padres se vuelcan en él y trabajan para que Hikari logre todos sus objetivos vitales independientemente de los contratiempos. La obra de Kenzaburo se resiente, pero después aprovecha sus conocimientos en este nuevo tema para crear personajes con sus mismos problemas. El existencialismo se vuelve puro naturalismo y, así, escribe algunas obras prodigiosas de un equilibrio propio de funambulista entre ambas corrientes.

Publica en poco tiempo: Una cuestión personal, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura o la magnífica El grito silencioso (penoso título en español de una obra que en kanji se llama Fútbol en la etapa de Man’em, donde describe un anacronismo que las nuevas formas de colectivización estaban trayendo a la civilización nipona), que girarán o, al menos, mostrarán la vida, su vida en el entorno del problema de su hijo. Un poco más tarde, a mediados de los ochenta, escribirá ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!

Pero su curiosidad no cesa y decide ir a México, invitado por el erudito de Estudios Japoneses de la Universidad Católica del D.F., Óscar Montes. Da clase allí en los años 76 y 77, aunque su precario español y su nulo inglés, en aquel momento, le llevan a darlas en japonés teniendo al propio Montes como traductor. Aquello le espoleó a seguir aprendiendo idiomas y a estudiar obras en castellano.

Su vida continuaba, su hijo se comunicaba a través de la música y la obra del artista total William Blake, tanto sus grabados como sus poemas, base de la última novela citada, y con los que Oé se siente muy identificado a través de las opiniones, tanto en sus parcas palabras como en su creación compositiva. Ambos se expanden, cada uno como puede, y el novelista comienza a explorar otras temáticas al tiempo que abandona completamente la radicalidad de la izquierda más belicista y se concentra en su pacifismo moderado y en su discurso de un futuro mejor frente al presente de voracidad industrial y económica que a veces denuncia en su obra.

M/T y la historia de las maravillas del bosque (1986), Cartas a los años de nostalgia (1987), y La torre de tratamiento (1990) son sus siguientes obras escritas justo antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1994 convirtiéndose, así, en el segundo autor japonés en obtenerlo y cuando su nombre sonaba muy de fondo y no era favorito ni por asomo.

Oé no se deja presionar por su editor y no saca su nueva novela hasta 1999. Y es una auténtica joya: Salto mortal.

La historia sigue a dos exlíderes de un culto religioso, Salvador y El Profeta, que intentan establecer un nuevo movimiento, una posible catástrofe nuclear y sectas religiosas en la sociedad cotidiana. Recibió inspiración del culto de Aum Shinrikyo y su ataque de gas sarín en el metro de Tokio de 1995. No tiene desperdicio, aunque en Estados Unidos y Reino Unido tomaron más el volumen que la dimensión de la obra, absolutamente ecologista e iconoclasta a ese tótem social que es la sociedad de fin de milenio de Japón.

Un año después nos regaló la autobiográfica Renacimiento, sobre la figura de un cineasta que aparentemente se ha suicidado y su cuñado, quien trata de distanciarse de tan doloroso hecho yéndose a Alemania y reflexionando ahí sobre que quizás haya sido una venganza de la Yakuza por haber la ridiculizado en sus películas en no pocas ocasiones. Kogito, el protagonista, es un escritor, como Oé y el fallecido en extrañas circunstancias es Goro, hermano de su esposa, en realidad, Itami Yuzo, del que antes hemos hablado someramente. Es otra novela de calidad, de pausa y reflexión, tan alejada de las modas que asusta a quien no esté acostumbrado a leer y que sirve, una vez más, al autor para sacar sus demonios y convertirlos en arte. Es la resiliencia en versión literaria llevada al extremo más hermoso.

            ¡Adiós, libros míos! (2005), La bella Annabel Lee (2007) y Muerte por agua (2009) son sus tres últimas obras con especial belleza la referente al personaje de Poe y que tiene muchísimo que ver con su amor por la literatura alemana, el cine y la tradición de Shikoku, su isla natal. La amalgama creada por el autor va cambiando al héroe de origen teutón hasta crear de él una heroína local y con el guion y la historia de fondo. incontestable obra mayor del ya Nobel sobre la reflexión de la creación en la ancianidad, porque la novela va treinta años atrás nada más empezar y al final retoma esas tres décadas para contarnos lo duro que es tener proyectos que no nacen más allá de la cabeza. Una hermosura para cualquiera que haya iniciado una etapa artística, da igual la índole y disciplina.

            Para concluir tomo las palabras de José María Guelbenzu sobre Oé:

            “Kenzaburo Oé es un escritor que se distingue por tres características habituales de su escritura: su alto grado de compromiso con los valores morales universales, la frecuente presencia suya como personaje central en sus obras y su notable conocimiento de la literatura occidental”, a lo que nos atrevemos a añadir, que es un autor irrepetible, capaz de atrapar con la serenidad de su prosa y de alcanzar unas cotas de brillantez difícilmente repetibles. Baste como ejemplo esta frase de Salto mortal: “Las cosas sólo se pueden entender correctamente cuando se capta su espíritu mismo con pureza, lejos de las palabras e imágenes que las representan”.

            Gracias por representarlas para nosotros.

Carlos Ibañez

Revista Atticus