Crítica película Joyland de Saim Sadiq

Crítica Joyland de Saim Sadiq por Gonzalo Franco Blanco

Ficha

Título original: Joyland

Año: 2022.

Duración: 126 min.

País: Pakistán.

Dirección: Saim Sadiq.

Idioma original: urdu.

Guion: Saim Sadiq, Maggie Briggs.

Fotografía: Joe Saade.

Música: Abdullah Siddiqui.

Reparto: Ali Junejo, Alina Khan, Rasti Farooq, Sarwat Gilani, Salman Peerzeda, Sania Saeed.

Productora: coproducción Paquistán-Estados Unidos. Khoosat Films, All in Caps Productions, Blood Moon Creative, Film Manufacturers Inc. (FMI), Noruz Films, One Two Twenty Entertainment, Vested Interest.

Género: drama. Transexualidad.

Premios: Festival de Cannes, Premio del Jurado (Un Certain Regard). Primera película pakistaní seleccionada en Cannes y también la primera nominada para los Oscar antes de la criba final.

Sinopsis

En una familia tradicional pakistaní conviven en la misma casa un padre viudo, sus dos hijos casados y las dos nueras. El hijo mayor (y su esposa) acaban de tener un nuevo vástago. El hijo menor (y su esposa), no han tenido descendencia todavía: él, Haider (Ali Junejo) está en el paro y busca trabajo, ella, Mumtaz (Rasti Farooq), trabaja en un salón de belleza. Cuando el marido, Haider, encuentra trabajo en una compañía de danza que dirige y tiene como bailarina principal a una mujer trans, Biba (Alina Khan), las cosas empiezan a cambiar. Y no a mejor.

Ópera prima del director, la película ha sido estrenada en su país, a pesar de los intentos de censura. En Cannes, informan los medios, fue aplaudida durante seis minutos.

Crítica

Joyland es un parque de atracciones en Pakistán. El nombre promete alegría y diversión. Cuando las dos mujeres de la familia deciden ir a pasar un día en el parque, tienen que contar una mentirijilla en casa para poder ir solas. Allí se divierten, sin duda, pero la alegría mayor es ese espacio de libertad mínimo, por unas horas, lejos de las obligaciones cotidianas y de la mirada inquisidora de su entorno.

Saim Sadiq, el director, podía haber optado por presentarnos a una familia pakistaní tradicional de Lahore con un patriarca tirano y con dos nueras encerradas en ese ámbito doméstico que se llevaran a matar. Pero ha optado (con razón) por introducirnos en un hogar con un patriarca que manda mucho, como es obvio, pero que también puede ser víctima de los absurdos de esas mismas costumbres que él defiende y representa. Y las dos cuñadas (las dos mujeres de la familia que vienen de fuera) no solo se llevan bien, sino que comparten cierto grado de confidencias, de complicidad y de rebeldía venial cuando, un día, mienten para poder ir a divertirse solas en Joyland.

La historia que nos cuenta el cineasta parte desde esa normalidad de tanta gente en sociedades que no son las del primer mundo, sin buscar situaciones extremas de opresión o de violencia (que hubiera podido), dejando que la erosión cotidiana de los deseos y de las aspiraciones más sencillas y fundamentales de cualquier persona, en cualquier parte del mundo y en cualquier sociedad, acaben fluyendo en forma de desesperación, a veces silenciosa, a veces trágica. Como en esta historia.

El primer hecho en apariencia mínimo es el momento en que el patriarca y la familia obligan a Mumtaz, la esposa del hijo pequeño, a dejar su trabajo en el salón de belleza y, en consecuencia, a encerrarse en la casa familiar después de que el marido, Haider, haya encontrado un trabajo. Lo excepcional de la situación (y la vergüenza social que supone) ha sido resuelta. El segundo hecho es ese extraño trabajo encontrado por el marido en una compañía de danza que dirige una mujer transexual. El trabajo es vergonzante para Haider (el marido), y tendrá que ocultarlo. El tercer hecho mínimo es la presión para que el matrimonio del hijo más joven tenga (por fin) su primer hijo.

La película se divide en dos partes tras la presentación. En la primera asistimos al encuentro entre Haider y Biba (Alina Khan), la directora y bailarina trans. Biba produce una inicial fascinación en Haider, pues representa la ruptura de las convenciones sociales, con su actitud desafiante y valiente en un mundo tan marginal como es la del teatro sicalíptico en Lahore. Una fascinación convertida en pasión, pues probablemente el corsé moral y social ha oprimido las verdaderas tendencias sexuales de Haider.

La segunda parte nos devuelve al ámbito de la casa y a Mumtaz: una mujer encerrada que necesitaba su trabajo como una forma de autoafirmación y también de creación, como comprobamos cuando maquilla a una novia. Un encierro en tareas domésticas que supone a la vez plantearse la obligación de procrear. Y la “obligación” de no tener o no mostrar deseos sexuales (y sobre esto hay una valiente y bien resulta escena en la película).

La relación adúltera entre Haider, el marido y Biba, la bailarina trans, es una fiesta de los sentidos, rodada con contención, pero con fuerza erótica y sin obviar los malentendidos entre ellos, así como las maledicencias (y groserías) de los integrantes de la compañía de danza sobre sus relaciones sexuales En cambio, la frustración de Mumtaz, la mujer encerrada, es interior, y aquí el director consigue que lo veamos y lo apreciemos en gestos y en pequeños actos muy reveladores. Quiero pensar en Mumtaz sentada en el alfeizar de una ventana, mirando al fondo: en su rostro apreciamos todo el dolor, el deseo insatisfecho, y las aspiraciones truncadas: es un gran momento de la película. Quizá su momento de mayor emotividad.

Saim Said y Maggie Briggs han escrito el guion dando a cada personaje lo que le corresponde. Todos son reconocibles, y ninguno es de una pieza o monolítico. El propio patriarca se verá enredado en una situación absurda con una vecina (anciana) que se ha quedado en su casa una noche para ayudarlo, ya que es discapacitado y deambula en una silla de ruedas. Las dos cuñadas pueden chocar por las tareas cotidianas, pero saben que solo se tienen ellas para escapar, aunque sea solo una tarde, a Joyland. Haider, que ha descubierto la verdadera pasión, que se siente abducido (y no solo sexualmente) puede entender la frustración de su esposa, aunque no haga nada para ayudarla, y puede equivocarse con Biba al tomarla por lo que no es: es una mujer transexual, no es un hombre disfrazado de mujer.

Las relaciones entre los personajes son complejas, como lo es la vida, con sus ambigüedades, necesitadas de un ámbito de cierta libertad para que tengan oportunidad de desarrollarse, y que no sean las leyes de hierro morales y sociales, crueles y absurdas, las que las coarten. Haider padece esas coacciones morales, pero es sobre todo son Mumtaz y las mujeres las que no tienen ni una sola rendija por donde realizar sus aspiraciones, sean sexuales o laborales. Esa complejidad, eligiendo momentos, detalles, crisis, son los que el cineasta ha sabido conjugar para que como espectadores veamos un fresco que emana autenticidad. Bordeando lo sentimental o el síndrome “Emma Bovary”, a veces, pero sin que se conviertan en su trabazón fundamental.

El director ha elegido una puesta de escena que resalta los colores tradicionales de los vestidos de los personajes, o de la decoración de las casa, sin abusar de ningún esteticismo. También ha sabido captar las luces y el tráfago nocturno de una ciudad monstruosa entrevista un tanto a distancia, porque las historias que nos cuenta transcurren en general en sitios cerrados. Mundos separados por cierta distancia espacial, conectados por recorridos en moto que solo se encuentran (y tiene un sentido simbólico) cuando Haider transporta a su casa un gigantesco cartel de Biba, ligera de ropa, sobre el asiento de su moto. (Y que dará lugar a una situación bastante graciosa).

Los actores están a la altura de la propuesta, y tengo que destacar el papel de Rasti Farooq como Mumtaz, que es capaz de mostrarnos toda la desesperación que siente con una mirada. O Alina Khan como Biba, la mujer trans, en un doble desafío para ella, tanto desde el punto de vista de la interpretación como en el personal. Pero el resto del reparto está a la altura de la propuesta: actores desconocidos para el público del circuito del cine de festivales, quizá solo conocidos en Pakistán, que dan una lección de profesionalidad y buen hacer.

Leo que la película ha sido estrenada en Pakistán, tras algunas protestas o reticencias. Es una gran noticia. Al contarnos historias, que incluyen las de nuestra imaginación, ayudamos a despertar nuestros propios deseos, nuestras aspiraciones, nuestros miedos, viéndolos representados en una pantalla, sin las constricciones hipócritas de la moral dominante y de un sistema opresor patriarcal y de clase.  Si la historia está bien contada, con su belleza trágica, como en esta película, mucho mejor, porque no lo olvidaremos fácilmente y los personajes que hemos conocido seguirán con nosotros, enseñándonos, en cierta forma guiándonos.

Como ya he comentado, la película recibió seis minutos de plausos en Cannes. Pues se lo merecía.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus