Crítica película Las paredes hablan de Carlos Saura

Crítica Las paredes hablan de Carlos Saura por Gonzalo Franco Blanco

Las paredes hablan

Ficha.

Título original: Las paredes hablan.

Año: 2022.

Duración: 75 min.

País: España.

Dirección: Carlos Saura.

Idioma original: castellano.

Guion: José Morilla, Carlos Saura.

Fotografía: Juana Jiménez, Rita Noriega.

Música: Alfonso G. Aguilar.

Montaje: Vanessa Marimbert.

Participantes: Carlos Saura, Cuco, Miquel Barceló, Zeta, Suso33, Musa71, Juan Luis Arsuaga, Pedro Saura…

Productora: Malvalanda (María del Puy).

Género: documental. Prehistoria. Arte urbano. Grafitismo.

Premios: Mejor dirección en los Premios Cygnus de Alcalá de Henares 2023.

Sinopsis

Las paredes hablan es un acercamiento de Carlos Saura a uno de los temas que más le gustan y le inquietan: la razón del impulso creativo manifestado por los homo sapiens desde casi su “despertar a la consciencia” (en expresión de Juan Luis Arsuaga), visible en las pinturas de las cuevas de Altamira, El Castillo, Chauvet…, y que tiene continuidad hasta el actual arte urbano y el grafitismo. Un arco temporal grande (en apariencia) que tiene a la pared no tanto como un lienzo pasivo sino como protagonista e inductor. Un documental que despierta nuestra curiosidad y que puede llegar a estremecernos cuando la cámara mira en los muros de esas otras cámaras que son las cuevas.

Momento de la presentación de la película en el Cine Casablanca, Valladolid

Crítica

El jueves 2 de febrero tuvo lugar en los cines Casablanca uno de los cinco preestrenos de Las paredes hablan de Carlos Saura. Un preestreno en Valladolid favorecido probablemente por un conjunto de circunstancias propicias: el interés del actual programador de las salas de cine, Arturo Dueñas, cineasta y documentalista, con una ya larga trayectoria, la presencia de un muralista vallisoletano como es Cuco (Javier Carrera) en la película, y el impulso de la concejalía de Cultura a las actuaciones de arte urbano en la ciudad.

Un preestreno que contó con la presencia de la productora María del Puy, de la concejala de Cultura Ana Redondo y con Cuco, cuyo mural representando un Bisonte (sito en la Rondilla), sirve además de hilo conductor del documental, pues el inicio y la finalización del proceso de realización del mural, son la obertura y la clausura de la propia película.

Según explicó la productora, María del Puy, las ideas y el guion de Carlos Saura y José Morilla, centrados al principio en el origen del arte rupestre y en ese impulso creador propio de lo humano, se fue ampliando hasta conectarlo con el grafitismo y el arte urbano actual. Saura, en su infinita curiosidad, había fotografiado miles de grafitis por el mundo y, en un momento dado de la producción, se vio la necesidad de unir los orígenes del arte con un arte o manifestación actual (arte urbano, grafitis) que usa las paredes como telones: paredes que, en buena parte, determinan el propio contenido de la obra. La pared, el muro, “habla” porque no es amorfo, ni en la cueva ni el medio urbano, tiene una estructura y una configuración tan importante en el resultado final como la propia firma o el tema de la obra representada.

El documental está estructurado como un viaje temporal de más de treinta mil años, que no son contados cronológicamente, sino en un viaje permanente de ida y vuelta, donde se obvian (se abriría en exceso el tema) las estaciones intermedias de la historia del arte, salvo una referencia incidental a Giotto. Las voces (las entrevistas o charlas de Carlos Saura) son las de un paleoantropólogo como Juan Luis Arsuaga, las de un fotógrafo y pintor (y coautor de la neocueva de Altamira) como Pedro Saura, o las de grafiteros y artistas urbanos como Zeta, Suso33 o Cuco. La entrevista a Miquel Barceló es como una bisagra, un interludio que hace de puente entre los conceptos de progresión y regresión en la historia del arte, una charla con un artista plástico que dentro de su ya inmensa obra se ha interesado por el arte étnico (estancia en Malí…), o por el uso de espacios, de muros o techos de cúpulas, bien en la catedral de Palma o en la Sala de los Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.

En un documental (y más si cabe en este por su gran arco temporal), cómo se organice o monte el material fílmico acaba siendo la clave entre hallarnos con el surgimiento de algo nuevo (el hecho artístico del propio film) o solo ante un conglomerado, un agregado, de distintas entrevistas o tomas de cuevas o paredes de ciudades. Esto último sería un digno, sin duda, reportaje de televisión, pero nada más. En el film documental, si el cineasta consigue su objetivo, nos hallamos ante una obra de arte en sí, cinematográfica en este caso. Carlos Saura es lo que ha querido hacer con su última obra y lo consigue desde la sencillez, teniendo muy claro lo que quiere contarnos y lo que quiere mostrarnos a los espectadores.

No es casual que el documental se inicie con Cuco pintando un bisonte, cuya composición iremos ver crecer a lo largo del film. Y a continuación pueden venir las reflexiones de Arsuaga sobre los orígenes del arte en las cuevas, tras ese “despertar de la consciencia”, consciencia que nos hace interrogarnos sobre ese ya inicial afán humano por la representación; o los comentarios de Pedro Saura sobre la importancia mayor de la propia pared en el resultado final de las pinturas en las cuevas, donde resulta clave su relieve o su posición en el conjunto. Un hecho que es destacado por grafiteros y artistas urbanos (Zeta33, Musa71…) en sus comentarios sobre las causas de que elijan unas paredes u otras para pintar, sobre la impronta que supone la presencia y obsesión de la firma (sobre todo en la fase inicial del grafitismo desafiante y algo gamberro), que puede tener vínculos con esas manos que se repiten en las paredes de algunas cuevas.

Las palabras de Miquel Barceló, tan sabias, no son solo un interludio entre pasado remoto (prehistoria) y actualidad (grafitis), sino un toque de atención o aldabonazo sobre la propia historia del arte, concebida por el artista no tanto como una progresión sino como una regresión más bien a los orígenes, a las motivaciones que todavía no conocemos por los que unos hombres y unas mujeres empezaron a pintar en cuevas, durante periodos de tiempo largos, de miles de años, en lugares muy determinados dentro de las cavernas. Ese impulso creativo es el hilo que une el pasado y el presente no solo de las artes, sino de los afanes humanos más dignos.

Un documental como este se sustenta, como se puede entrever, en una fina labor de guion y, sobre todo, en un montaje del material rodado que suena a ímprobo. Por eso es destacable el trabajo de la montadora, Vanessa Marimbert, para organizar y dar coherencia interna a elementos tan dispares que acaban formado un conjunto homogéneo, un todo nuevo. Y sin duda de enorme interés por las propias reflexiones de los intervinientes, por la curiosidad sin límites de todos ellos, y por lo emotivo que resulta adentrase en la cuevas y volver a interrogarnos sobre las motivaciones y el significado de lo que nos legaron. Pero también es interesante acercarse a un movimiento como el grafitismo, sobre el que podemos tener opiniones de bulto o contundentes, y a esa deriva más cívica del arte urbano, de mayor calado artístico y conceptual, y que está generando ahora mismo obras de arte en nuestras calles. Darles voz es un acierto más del documental.

De Carlos Saura, que recibirá (por fin) el Goya de Honor de 2023, no hace falta hacer un resumen de su extensísima filmografía. A mí me ha sorprendido siempre su capacidad de tener buen el oído o buen ojo, o las dos cosas, puestos sobre lo que estaba ocurriendo en España y en el mundo. Y no solo con algunos de sus grandes títulos como Los golfos (1960), La caza (1966), Cría cuervos (1976), Mamá cumple 100 años (1979), Deprisa, deprisa (1981) Ay, Carmela (1990), Goya en Burdeos (1999)…, que son retratos fidedignos de la sociedad y la cultura española de cada momento histórico, y que al volver a verlos nos sirven de memoria común y nos siguen descubriendo aspectos de esas épocas que nos pudieron pasar desapercibidos en su momento. Un director que me sorprende, además, en su filmografía menos conocida, bien cuando curioseamos sobre arquitectura contemporánea y nos encontramos que rodó La madriguera (1969) en la muy citada casa Carvajal (del arquitecto Javier Carvajal), o estudiamos a una figura del feminismo como la mexicana Antonieta Rivas, y resulta que ya Saura había rodado sobre ella Antonieta (1982). O ya, como anécdota personal, formar parte de un comité de selección y encontrarte con un cortometraje de Carlos Saura como es Rosa Rosae. La guerra civil (2021), realizado con dibujos y fotografías sobre su memoria de la guerra y la represión. Un creador total, que pintaba acuarelas durante el rodaje, según nos contó la productora, y llevaba siempre en ristre su cámara fotográfica.

Cuco con su grafiti en el barrio de La Rondilla, Valladolid

He dejado (casi) fuera la relación de Saura con la música, que es amplia y generosa, y donde caben Luis de Pablos, José Antonio Labordeta, la jota, la salsa, los corridos, el flamenco, el tango, el fado, el pop… Si Cría Cuervos quedó asociada a Jeanette y a la canción Porque te vas (de José Luis Perales), Las paredes hablan finaliza con una bachata, con letra y música original. Una buena forma de rehuir cualquier solemnidad en un documental que es a la vez riguroso en su información, que discurre de forma sencilla y sin estridencias en las tomas (aunque hay una enorme complejidad en su montaje), y que despierta nuestra curiosidad y nos emociona, y hasta nos estremece, cuando la cámara entra en esas otras cámaras que son las cuevas, donde las imágenes se pintaban a la luz vacilante de una mecha y grasa ardiendo.

El documental finaliza con Cuco (Javier Carrera) terminando su Bisonte de la Rondilla. Que además podemos ir a contemplar en persona.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus