Crítica película Close de Lukas Dhont

Close de Lukas Dhont por Gonzalo Franco Blanco

Ficha

Título original: Close

Año: 2022.

Duración: 104 min.

País: Bélgica.

Dirección: Lukas Dhont.

Idioma original: francés.

Guion: Lukas Dhont y Angelo Tijssens.

Música: Valentin Hadjadj.

Fotografía: Valentin van den Eeden.

Reparto: Eden Dambrine, Gustav De Waele, Émile Dequenne, Léa Drucker, Igor van Dessel, Kevin Janssens, Marc Weis.

Productora: Coproducción Bélgica/Francia/Holanda.

Premios: Cannes, Gran Premio del Jurado. Sevilla, Gran Premio del Jurado. Morelia, Premio del Público, etc.

Género: drama, amistad adolescente, acoso escolar.

Sinopsis.

Léo (Eden Dambrine) y Rémi (Gustav De Waele) tienen trece años y son amigos de juegos y confidencias. El nuevo curso se ha iniciado y allí, entre los compañeros, algo ocurre que los separa y que tendrá graves consecuencias. Este hecho obliga a Léo a entender lo sucedido, a entenderse, y para eso necesitará acercarse a la madre de Rémi, Sophie (Émile Dequenne).

Crítica.

Once personas esperan en la barra de la cafetería del bar del cine a que se inicie la sesión. Son las diez y media de un lunes frío y casi todas se tendrán que levantarse temprano al día siguiente. Todas son conocidas o amigas y han coincidido en esa sesión nocturna en VOSE muchas veces, o en otros cines o en la reciente SEMINCI. Forman parte de esa disminuida legión de cinéfilos que sin apenas organización previa (algún guasap), han coincidido para ver Close de Lukas Dhont. Todos o casi todos hemos visto su película anterior Girl (2018), que nos gustó, que nos interesó, y hemos leído qué premios ha recibido y las excelentes críticas sobre su nueva película: Close.

Valga esta introducción muy personal para comentar no solo una película, sino también un acontecimiento: el hecho de saber que se ha visto algo excepcional, algo que recordaremos en el futuro, a pesar de la desmemoria que nos acecha por la cantidad indigerible de información que tragamos en el día a día. Recordamos mejor lo que nos emociona porque remueve en nosotros sentimientos que, por semejanza, ya conocemos o tenemos, sean de alegría o de tristeza. Y en este caso, salimos emocionados, un tanto conmovidos por lo que hemos visto.

La película se inicia con los juegos de dos chavales de trece años que viven en casas de campo, no lejos de una ciudad donde se halla el instituto en el que iniciarán el nuevo curso. Los padres de Léo son agricultores, cultivan flores (creo que dalias), y los distintos ciclos de las plantas, su floración, su recogida, son el paisaje y el lugar de una buen parte de esos juegos de dos amigos, muy amigos, que juegan, bromean, comen y duermen en las casas de sus respectivos padres. Sin que el cineasta haya pretendido hacer ninguna “naturaleza flamenca”, es cierto que las tomas de los chavales en sus bicicletas recorriendo los caminos entre los campos floridos, los sonidos de los frenos, los gritos de alegría, la propia banda sonora, nos recuerdan esa felicidad de la inocencia de una infancia tardía que parece que nunca va a finalizar. Léo y Rémi tienes aficiones diferentes: Rémi toca el oboe y a Léo le gustan más los deportes, pero esos diferentes gustos les complementan, da más profundidad a su relación de amistad al fomentar la mutua admiración. En un momento dado Léo le dice a Rémi: “yo seré tu mánager”.

Un viaje en bicicleta nos llevara al instituto, a la nueva realidad con compañeros, profesores, y charlas en el recreo. Los amigos son muy amigos, y ese hecho llamará la atención maledicente en una edad  y en una sociedad (la nuestra), donde los roles siguen marcados a hierro en nuestro en nuestra piel y en nuestro cerebro. Es en este momento donde se produce una conversación sin importancia, pero que en una edad como es la adolescencia, donde se pisan arenas movedizas y en la que la propia inseguridad busca asideros, aceptación en el grupo, es fácil equivocarse y hasta contradecir los propios sentimientos de afecto y lealtad. Este breve conjunto de conversaciones, de dudas, de toma de decisiones, de crueldad, está narrada por el director con brevedad, de forma a veces indirecta, como en susurros, sin cargar nunca las tintas o recurrir al trazo grueso.

Hay una serie de secuencias fantásticas a continuación, en el sentido de extraordinarias, como es un regreso en autobús tras una excursión: se suceden las advertencias de un profesor, unos padres esperando inesperadamente, un pasillo vacío, unas palabras absurdas por “imposibles”… Con la mayor concisión narrativa nos hacemos cargo de la dimensión de lo ocurrido, aun sin saberlo todavía.

Las consecuencias emocionales para Léo serán especialmente duras, pues tendrá que asumir ese hecho absurdo que supera a cualquier persona, pero más a un chaval que lo siente desde la culpa, desde una culpabilidad que solo le atañe a él, pues la amistad entre ambos, Léo y Rémi, solo era suya, de nadie más. Léo solo sabrá descargar su rabia hacia fuera, hacia algunos compañeros, hacia su familia, o en la práctica del hockey sobre hielo, donde exagera su agresividad en ocasiones contra su propio cuerpo, contra sí mismo.

Un sentimiento de culpa siempre busca y necesita su redención. No siempre está en la mano de quien la busca encontrarla, ni siempre se halla a quien pueda ayudar en ese camino de expiación, que no es tanto arrepentirse (que también) sino asumir lo ocurrido: mirarlo a la cara y saber que no tiene vuelta de hoja, que siempre estará ahí y que no vale volverle la espalda. La madre de Rémi, Sophie (Émile Dequenne), asumirá ese papel de ayuda, de acompañamiento, casi sin palabras, de espera para que se rompa el caparazón donde Léo ha escondido su dolor. Decirlo, como yo hago ahora mismo, puede ser fácil o difícil, pero narrarlo y narrarlo bien es un hecho extraordinario: Lukas Dhont lo sabe hacer, se toma su tiempo, acumula hechos circunstanciales, como un río serpentea hasta encontrar el momento culminante. Ese en el que Léo amenaza o se defiende con un palo.

Una película en la que los actores, algunos de ellos no profesionales, naturales, como es el caso de los chavales, adquieren una importancia especial. He leído u oído  que el director encontró a Eden Dambrine (Léo) en el metro, fruto de la casualidad. Es posible y es bonita la anécdota, como otras que ha contado el director sobre la génesis de su film. El asunto es que ese actor natural, primerizo, que es Eden Dambrine, es fundamental en la película: su mirada transparente nos hace ver, en cada instante, lo que siente y lo que piensa. La cámara, muy cercana siempre a los actores, al estilo del cine social belga, nos proporciona a veces esa sensación de cercanía y corporalidad: aquí, además, nos parece entrar en los sentimientos de Léo a través de esos ojos, de esa mirada. Hay además, (al menos en dos momentos) una maniobra en la que el director hace algo muy arriesgado, como es pedir a Léo que miré por encima del público que ve la película a algo situado más allá, a nuestras espaldas, para que a continuación veamos a quién mira: en una de las ocasiones a la madre de Rémi, y en esa mirada entre ambos, que nos ha abarcado a nosotros, sabemos que Léo ha empezado a madurar en su alma lo que ha sucedido y que se sabe comprendido, que no es lo mismo y que es mucho más que perdonado.

Para muchos críticos el ahora cine social belga se inició con Rosetta (1999) de Jean-Pierre y Luc Dardenne, Palma de Oro en Cannes, al igual que obtuvo el Premio a la mejor actriz Émile Dequenne, que es Sophie, la madre de Rémi, en Close. Después de una larga trayectoria hemos visto recientemente Tori y Lokita (2022), película rodada con cámara al hombro y con la planificación y el brío propio de su cine, que aun tratando un tema de explotación de unos adolescentes inmigrantes, saben narrarlo con el ritmo de un thriller.

Lukas Dhont se enmarca en esa tendencia del cine belga, de un cine de denuncia social (homofobia, prejuicios…), pero quiere hacerlo desde la emoción, sin caer en los trucos de lo sentimental o en moralinas por muy correctas que sean. Lukas Dhont (hemos leído) quiere emocionar a su madre con sus películas, y sin duda lo habrá conseguido, como lo ha hecho con nosotros, desde la sencillez, la sensibilidad, y un buen hacer narrativo y dramático.

El resto del elenco, tanto Rémi, otro actor no profesional, como la citada Émile Dequenne, ofrecen unas interpretaciones perfectas en equilibrio, muy pendientes de que la emoción salga desde dentro hacia fuera, de forma natural, muchas veces desde las miradas o desde lo gestos más sencillos, como un toque con la mano o un abrazo.

La fotografía no subraya lo idílico de los campos de flores, sino que lo contrasta con las propias tareas agrícolas, a veces con barro. Los interiores son sobrios, con una iluminación muy natural, nada forzada. Como la música, que no busca superponerse a la acción dramática. La contribución de fotografía y música nos indican esa intención de un film que nos quiere emocionar, esa vocación de melodrama tan digna que tiene esta película.

Hay una negación en un momento de la cinta, hay también una pregunta muy cruel y dolorosa de Leo a Rémi, y hay un grito casi final de Leo: “¡yo lo rechacé!”, que todavía vibran en mi memoria.

Como siempre: no se la pierdan.

Os dejo un tráiler:

https://youtu.be/wLGCn5oB9ms

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus