67 SEMINCI – Crítica película Las ocho montañas de Felix Van Groeningen, Charlotte Vandermeersch

67 SEMINCI – Sección Oficial – Crítica película Las ocho montañas de Felix Van Groeningen, Charlotte Vandermeersch

Ficha

Título original: Le otto montagne

Año: 2022

Duración: 147 min.

País: Italia

Dirección: Felix Van Groeningen, Charlotte Vandermeersch

Guion: Charlotte Vandermeersch, Felix Van Groeningen. Novela: Paolo Cognetti

Música: Daniel Norgren

Fotografía: Ruben Impens

Reparto: Luca Marinelli, Alessandro Borghi, Filippo Timi, Elena Lietti, Surakshya Panta, Elisabetta Mazzullo

Productora: Coproducción Italia-Bélgica-Francia; Wildside, Menuet Producties, Rufus, Pyramide Productions

Género: Drama | Amistad

Sinopsis

Pietro es un chico de ciudad, Bruno es el último niño de una localidad de montaña olvidada. Con el paso de los años, Bruno se mantiene fiel a su montaña, mientras que Pietro viene y va. Sus experiencias le harán enfrentarse al amor y a la pérdida, recordándoles sus orígenes y abriendo paso al destino.

Crítica

En el interior de un círculo se encuentran ocho montañas y ocho mares, y en el centro hay una gran montaña: el eje del mundo según la mitología hindú. “¿Quién ha visto más, el que ha hecho el tour de las ocho montañas y de los ocho mares o el que está en el centro?”

Una auténtica sorpresa ha supuesto para mi encontrarme esta película dentro de la Sección oficial de la sexagésima sétima de la edición de SEMINCI.

Acabo de leer el libro homónimo de Paolo Cognetti (2016) ganador del Premio Strega y del Mèdicis. Uno de esos libros que se te tiran de la estantería de la librería de cabecera cayendo de pie en mitad del pasillo. Una historia ambientada en la montaña, en los Alpes italianos y que tiene que ver con la amistad y con la relación paterno filial… tiene muy buena pinta.

Y me duró, como dice Sabina, lo que dura un par de hielos en la copa. Di cuenta de él este verano. Suelo anotar cosas al final del mismo según lo voy leyendo. Apenas hay fragmentos reseñables. Apenas tres o cuatro líneas, pues casi todo él resulta sabroso al paladar. Lo mismo sucede en la película de los directores Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch.

No hay grandes sucesos, no hay grandes giros de guion, no hay escenas espectaculares, ni tan siquiera hay escenas de gran dramatismo. Pero la película te atrapa desde el primer momento. Se trata de una historia de amistad superlativa a lo largo de unos cuantos años y de la importancia de esa relación paterno-filial, cuando la hay y también cuando está ausente.

Son bastantes las películas que se enfrentan a la amistad de dos hombres. Algunas de ellas en la cárcel (no te queda más remedio que hacer amigos) como Cadena perpetua (1994, Frank Darabont), o de dependencia como Intocable (2011, Olivier Nakache, Eric Toledano) o de amor como Brokeback Mountain (2005, Ang Lee).

Bruno y Pietro se conocen cuando tienen doce años. Bruno vive en la montaña y Pietro es un niño mimado de la ciudad, de Turín. Su familia, todos los verano acude a una casa que alquila en los Alpes italianos, en las cercanías del mítico Cervino.

El padre de Pietro, ingeniero industrial en una gran fábrica, se convierte en un “rodriguez” durante esos meses de veraneo de los años ochenta. Deja a la familia en el reducto veraniego, y, siempre que puede, acude los fines de semana para alcanzar las cumbres de la zona. Muescas en su cinturón que le proporcionan oxígeno para el resto del año. Es un enamorando de la Montaña, pero a su manera. Una de estas primeras incursiones despierta el interés de Pietro. Su padre, un tanto receloso, decide llevarle bajo la advertencia de que más vale que aguante pues está dispuesto a volverse a mitad de camino por la mierda del antojo del crío.

Esa circunstancia marcará el carácter futuro de Pietro. Muchos padres quieren evocar en sus hijos los sueños deseados y, a veces, no alcanzados por ellos. Pero los críos son los que deben de vivir su vida. Eso lo comprende enseguida Pietro. Le gusta la montaña, pero no la filosofía de su padre: alcanzar cimas deprisa y corriendo, sin apenas disfrutar del paisaje. Pietro es más reposado, es más de disfrutar la ascensión, disfrutar del camino y lo que le rodea, y, por supuesto de una buena compañía.

Años después, Pietro seguirá disfrutando de los Alpes, unas veces acompañado de Bruno y otras en la soledad. La amistad con Bruno experimenta, en esos momentos, en vaivén de una escala, picos de subida, frenesí en la bajada. Pero permanece casi inalterable. Ciao Bruno, ciao Pietro (Berio, en su argot). Con eso les basta. Un gesto con los hombros o una mirada es suficiente para saber el uno del otro.

Años más tarde, la relación de amistad se afianza, sin ninguna pulsión sexual. Es solo una amistad, de dos personas que se conocen desde la infancia, y que se muestra, poco a poco, inquebrantable.

Los directores Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch han sabido captar a la perfección esa historia de dos vidas sin dejarse llevar por sentimentalismos trillados consiguiendo emocionar con una gran facilidad. Para ellos recurren, entre otras cosas, a un par de alardes técnicos, como es el rodar en formato 4:3. Esto tiene una doble intención: centrar la historia que se nos está contando, más allá de los bellos paisajes alpinos, y, acentuar la verticalidad de las montañas, empequeñeciendo la figura humana ante la grandiosidad de las cumbres. Esta opción está muy bien, es como «mira lo guay que soy que conozco otros formatos». Pero si la historia es potente, no te debe importar que también tenga bellos parajes (deja que sea el espectador el que decida). Con esta opción los directores «dirigen» demasiado al espectador. No te pongo un formato panorámico para que no te despistes. Eso se lo puedo perdonar, pero lo que me molestó más es que los interiores estuvieran en penumbra permanente, con una evidente falta iluminación que parece obedecer a la misma circunstancia. Aunque puede ser debido al segundo alarde técnico y es que se ha rodado con lentes de alta calidad y definición, pero en su formato antiguo, pensado para absorber lo que hacen las personas y lo que está sucediendo en la escena central (así lo ha confesado la propia directora Charlotte Vandermeersch en la posterior rueda de prensa). Podíamos pensar lo mismo de la música extradiegética. Ha sido añadida un tanto de forma artificiosa y que llevará a pensar a más de uno que qué coño hace un sueco en esos parajes. Pero la voz melodiosa y potente de Daniel Norgren atrapa y cautiva (ninguna pega a esos 5/6 temas). Estos interludios actúan para relajar la mente, la vista y hasta el alma. Muy potentes.

Los actores Alessandro Borghi (Bruno) y Luca Marinelli (Pietro) dan vida a los protagonistas ya en la edad adulta. Su actuación es contundente, uno porque se tienen que mostrar burdo, parco, rural y el otro porque tiene que ser la antítesis: refinado, extrovertido, dicharachero y urbanita. Una profundidad de los personajes bien llevada.

El resultado es una película llena de belleza por sus paisajes inconmensurables, pero destaca más por esos otros interiores que pueblan las almas de nuestros protagonistas transmitiéndonos una sensación de amistad superlativa que salva la distancia, la clase social y hasta el paso de los años. Una verdadera amistad del que da todo a cambio de nada, del que no le importa dejar lo que está haciendo en el otro lado del mundo por estar al lado del amigo cuando este lo necesita. Una amistad incondicional. Al final resulta ser una historia tan bella y melancólica que nos deja un poco de tristes. Pero esa sensación pronto desaparece al compartir con los amigos una buena copa mientras charlas sobre las bondades de ver cine en otoño en esta ciudad que no tiene montañas pero que sí que tiene muchos amigos.

La directora Charlotte Vandermeersch a su paso por la 67 SEMINCI

Luisjo Cuadrado

fotografías: Luis Gracia Reglero

Revista Atticus