Crítica película Voy a pasármelo bien

Voy a pasármelo bien en Valladolid. Crítica película Luisjo Cuadrado

Ficha

Título original: Voy a pasármelo bien

Año: 2022

Duración: 108 min.

País: España

Dirección: David Serrano

Guion: David Serrano, Luz Cipriota

Música: Zeltia Montes, Hombres G

Fotografía:  Kiko de la Rica

Reparto: Raúl Arévalo, Karla Souza, Izan Fernández, Renata Hermida Richards, Dani Rovira, Raúl Jiménez, Jorge Usón, Michel Herráiz, Isabel Aerenlund, Rodrigo Gibaja, Yaël Belicha, Teresa Hurtado de Ory, David Lorente, Miguel Rellán, Roberto Álamo, Secun De La Rosa

Productora: El Estudio, Les Parapluies Rochefort, Paraíso Torres, RTVE

Género: Comedia. Musical. Romance

Sinopsis

Valladolid, 1989. David y Layla acaban de empezar Octavo de E.G.B. y a ambos les encanta el grupo “Hombres G”. También se gustan mucho entre ellos, pero como a David le aconsejan tan mal sus amigos, todas las cosas que hace para conquistarla terminan siempre siendo un fracaso. A pesar de todo, los dos se hacen inseparables y siempre se lo están pasando bien. Muy bien.

Valladolid. Poco más de treinta años después. David y Layla no se han vuelto a ver desde finales de los ochenta, pero nunca se han olvidado el uno del otro. Layla es directora de cine y ha ganado un Oscar. La vida de David, en cambio, ha sido más normal sin fama ni premios. Cuando Layla vuelve a la ciudad para recibir un homenaje, ambos pasarán juntos una semana en la que se dan cuenta de que los niños que fueron no han desaparecido del todo.

Comentario

La sinopsis de Voy a pasármelo bien, recoge perfectamente la historia que nos relata David Serrano. Para esta crítica, voy a variar un poco el esquema habitual y me voy a centrar en tres apartados: la historia, los personajes y la ciudad de Valladolid.

La historia

David Serrano nos cuenta, en Voy a pasármelo bien, la historia de David y Layla, en dos planos temporales, de forma paralela y en un género que tiene tantos detractores como seguidores: el musical. Para ello echa mano de temas superconocidos del grupo Hombres G. La excusa es que este grupo y sus canciones les gustaban a los dos jóvenes protagonistas. De ese hilo saca una historia de amor adolescente. Por un lado, estamos a finales de los años 80 cuando David y Layla se conocen al iniciar octavo de EGB en un colegio público. Y la otra historia es la historia del reencuentro de David y Layla tras tres décadas. Layla llega a la ciudad de Valladolid a recoger un premio que le otorga la SEMINCI, esa será la excusa para contactar con David y retomar aquello que dejaron tiempo atrás. Ese es el otro hilo del que Serrano tira para ver que es lo que ha sucedió con aquel amor juvenil.

La clase de octavo es un microcosmos: inadaptados, gordos y flacos, guapitos y no tanto, abusadores, empollones y repetidores. Lugares comunes en esos años en que uno empieza a adentrarse en este mundo. David es un buen estudiante, el típico empollón bien educadito. David ha sentido la llamada del amor (aunque todavía no sabe qué es eso), la chispa saltó al entrar a Layla. Ella no duda en hacerle ojitos y mostrar claramente su interés, pero los amigos de David, sobre todo por la influencia del que parece más resabiado, le dice aquello tantas veces oído de sé malote, no le hagas caso, bebe y fuma y verás como cae rendida a tus pies. Mal empieza David. Entre los amigos destacan sus dos compañeros de viaje: Luis y Paco, Luis/Robocop es un todo terreno. Puro nervio. No hay frase que diga que no contenga uno o dos chascarrillos de aquellos que todos, en mayor o medida hemos repetido. Una joya.

Layla parece que ya se haya graduado en experiencia. Así que maneja al trío a su antojo. Les adentra en las más variadas pillerías: robo de cinta de música en Galerías Preciados; robo de algún refresco, etc. Y lo que es más atrevido la sustracción de la cámara de vídeo del colegio para realizar un corto con guion de David. Pero Layla guarda un secreto que será determinante en la historia de la pandilla.

Esa es la historia de los adolescentes. La parte de la plena madurez cuando los cuerpos hace mucho tiempo que se formaron y han perdido el apresto y los tics maniáticos ya se han quedado para agravarse con el paso del tiempo. Esa parte es la que transcurre después de treinta años de aquellos hechos. David y Laila se ponen al día y quedan con toda la pandilla para recordar aquella parte de la vida llena de sueños, deseos y frustraciones.

Los temas musicales sirven de eje conductor. Encajan bastante bien. Si no tanto la letra con la trama, sí que lo está con la ambientación de una época. Una ambientación que tiene uno de los mayores iconos en la cinta de casete (aquella que había que rebobinar el principio con un bolígrafo y también aquella rotulación esmeradísima con la caratula artesanal (sobre todo si iba para la persona amada). Por ahí desfilan Voy a pasármelo bien, Venecia, Suéltate el pelo, Te quiero, Dos imanes, entre otros temas.

Ambas historias, además del evidente punto en común (el amor juvenil, el reencuentro), tiene el nexo del valor de la amistad, de la camaradería que se establece en aquellos años de infancia/juventud. Juega con la idea de ese amor no concretado y la idea de qué hubiera pasado si… Aunque es una película de «sentirse bien» no elude mostrar algunos temas delicados: el acoso escolar, la homosexualidad, el divorcio. Todo ellos de plena actualidad. Todo ello con un toque ligero y alegre.

Los personajes

La fuerza de la historia se tiene que basar en dos puntos muy importantes: que sus personajes nos la hagan creíbles, nos transitan esa emoción y que los temas musicales encajen y no rechinen (atención al último tema musical cantado a capela por la protagonista, si eso no funciona te cargas toda la película; pasas de una cosa emotiva a una cosa irrisoria). Los amigos se hacen llamar «los pitus», tres chavales: Luis, David y Paco (vecinos de la Plaza del Viejo Coso).

El principal actor de los pequeños es Izan Fernández (David). Un crío cuya actuación resulta muy solvente tanto en la interpretación como en los bailes de las distintas coreografías. Vive junto a su madre (recién separada) y se ha propuesto ser más «molón» ya que es objeto del acoso de los mayores del colegio. No quiere que se le llame empollón. Y justo cuando comienza el nuevo curso, con esa nueva táctica, aparece Layla que le desbarata el corazón.

Y la atracción se acrecienta cuando descubre que Layla se ha convertido en su nueva compañera de clase. Necesitará de la ayuda de sus amigos para intentar conquistarla. Y las canciones de su grupo preferido, Hombres G, pueden ser una buena conexión entre ambos.

David de mayor (Raúl Arévalo) se convierte en el dueño de la librería (Clares, en la calle Felipe Neri). Siempre, desde pequeño, con aquel proyecto de guion para Layla soñó con ser escritor. Solo ha publicado una sola novela y su vida, un tanto azarosa, ha dado algún tumbo que otro.

Layla (Renata Hermida Richards), la pequeña y pizpireta novieta de David, es una joven que encandila no solo a David, sino también a la cámara (y, por ende, a la mayoría de los espectadores). Vive en el pasadizo de la calle Torrecilla, al lado del Museo de Escultura.

Inesperadamente, antes de que el curso se acabe, Layla tendrá que marcharse a México. Unos cuantos años después, Layla (Karla Souza, una actriz y cantante mexicana, un tanto desconocida por estas tierras; saltó a la fama con la película Nosotros, los Noble, Gary Alazraki, 2013), ya como reconocida directora de cine, acude a la SEMINCI, para recibir un homenaje. Años atrás había perdido el contacto que durante mucho tiempo mantuvo con David. Quiere retomar ese contacto y recordar sus años de adolescencia al lado de los «pitus». Layla localiza a David y queda con él en su vuelta a Valladolid.

Los dos mejores amigos de David son Paco (Rodrigo Díaz) y Luis (Rodrigo Gibaja). Sus familias viven en la misma plaza del Viejo Coso. Pasan la mayor parte del tiempo en casa de David, haciendo planes. Pero la casa de Paco se queda vacía porque sus padres se van al pueblo. Ese es el motivo para organizar una fiesta con el fin, entre otras cosas, de que David conquiste a Layla. Luis, al que le llaman «Robocop» por un problema físico en su pierna por el que tiene que llevar una prótesis, es un latiguillo andante. Hablando con sus amigos suelta constantemente coletillas muchas de las cuales eran comunes en nuestros tiempos, en los tiempos de los Hombres G. «Qué nivel Maribel» una de sus frases más recurrentes. No tiene vergüenza alguna a pesar de ser el objetivo de las burlas más variadas de los compañeros de clase. Objeto de acoso constante. Con el paso de los años, Paco (Dani Rovira) tiene su propia consulta como dentista. Ya no tiene dudas sobre sus gustos y mantiene la amistad con sus antiguos compañeros. Luis (Raúl Jiménez) se ha hecho cargo del Real Valladolid como presidente de la institución.

Fernando (Michel Herráiz) es un amigo «apegado». Es un amigo de conveniencia. Pronto se apuntará para que el trío de amiguetes le ayude a superar los exámenes. Es un repetidor sin redención. A cambio él se encargará de proteger de los abusones a sus nuevos amigos y algunas artimañas en el arte del ligoteo (él que se las da de listo). Los mismos conejos que de adulto, Fernando (Jorge Usón), parecen no haberle servido de mucho al llevar varios divorcios a cuesta. Ahora es taxista y fiel amigo.

La actuación de Izán Fernández es más que solvente. Lleva buena parte de esa carga dramática de la historia. Los números musicales los interpreta con naturalidad y una buena dosis de ingenuidad, al igual que sus jóvenes compañeros de reparto. No son grandes cantantes, pero sí que ejecutan adecuadamente ese papel. Su transición a adulto no está muy lograda. Mientras que Izán resulta un chaval guapete, no se puede decir lo mismo de Raúl Arévalo. Pero es que el inquieto y alegre Izán pasa a un agriado Raúl, muchas veces mostrando el mismo rostro inexpresivo. No convence mucho. Eso, por ejemplo, no sucede con el personaje femenino de Layla. Renata lo borda y Karla hace lo propio con su papel de adulta. Justifican ese acento por su estancia en México desde que partió del lado de David. En los números musicales lo clava. El resto de actores están muy bien elegidos y desarrollan su papel de forma correcta. Salvo el gracioso de Rodrigo Gibaja que se sale por arriba. Parece que se hubiera dedicado a esto toda su corta vida. Nadie sabe si estamos ante uno de esos críos que con el paso del año se convierte en un Jorge Sanz. El tiempo dirá. Los chicos han conseguido que nos emocionemos un poquito y nos transporten a esa edad en el que todo nos parecía un mundo y el que llegar a, por ejemplo, los cincuenta años, nos parecía una cosa a años luz. Una etapa de descubrimientos, de aceptación de pérdidas, de elegir, de alegría, de frescura, de inocencia, de… ¡vida!

Valladolid

La ciudad de Valladolid es un protagonista más de Voy a pasármelo bien. Tiene nombre propio. Se la designa con el fin de que se la identifique. Sale bien guapa. Son exteriores rodados en la Plaza Mayor, y sus alrededores, la calle Teresa, Gil, la plaza del Viejo Coso, la ribera del Pisuerga, y algunos interiores, como el del Estadio José Zorrilla (metido un poco con calzador, como si fuera un sponsor más). Estos escenarios por los que se mueven nuestros personajes están ambientados en dos líneas temporales: 1989 y treinta años después.

Salíamos del cine poniendo en común los lugares en los que se había rodado. Llegamos a la conclusión de que nuestra ciudad todavía tiene muchos lugares para enseñar y que a buen seguro sorprenderán al curioso viajero. David Serrano ha sabido sacar un buen partido de esos mimbres sin volverse loco, con unas ambientaciones naturales, sin apenas maquillaje, y unos interiores más rebuscados (algunos de los cuales no están en la propia ciudad).

No sé como se verá la película fuera del propio Valladolid, fuera de la propia ciudad donde hemos visto como se rodaba. Muchos de nosotros hemos sufrido algún pequeño contratiempo porque tal o cual calle estaba cortada «porque se estaba rodando una película de los Hombre G en Valladolid». Algunos conservamos algún recuerdo en forma de foto con la plaza caracterizada en los años ochenta (alguna cabina telefónica y turismos aparcados en la plaza). Pero todo ha sido por ver a nuestra ciudad en la gran pantalla. No defrauda. Y no sé como se verá por ahí, pero luce un montón y dan ganas de decir aquello: «tenemos que pasar un fin de semana en Valladolid». Un rendido homenaje a una ciudad que vive algo más por el cine y no solamente una semana en octubre con su Festival más Internacional. Vayan al cine. Vengan a Valladolid, les acogeremos con los brazos abiertos.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus