Efemérides. Paul McCartney – Ochenta años, ochenta Paules

Paul McCartney – Cumpleaños de uno de los más grandes de la música

OCHENTA AÑOS, OCHENTA PAULES

You say it’s your birthday

It’s my birthday too, yeah

They say it’s your birthday

We’re gonna have a good time

I’m glad it’s your birthday

Happy birthday to you

(Lennon/ McCartney, 1968)

            Es 18 de junio y uno de los talentos más grandes que esto de la música ha dado en el siglo XX, incluida esta larga y fructífera coda en el XXI, cumple ochenta años. Paul McCartney, el hijo de un viudo director de orquesta aficionado y enemigo de la soledad, tal y como él se definió una vez, doctor honoris causa “por tantos pequeños momentos de felicidad dados” y mito viviente llega a una cifra respetable y venerable.

            Si nos vamos a sus datos biográficos leeremos que James Paul McCartney nació en el hospital de Walton de Merseyside, Liverpool, mientras los alemanes horadaban Reino Unido con noches de bombardeos y llenando de miedo a toda Europa con su maquinaria de guerra y su propaganda racista y que Londres temía una invasión y ocupación como había pasado dos años y cuatro días antes en París. De hecho, su padre no pudo asistir al parto por ser parte de la brigada bomberos de Voluntarios durante la Batalla de Inglaterra. Mary Patricia McCartney (Mohin, de soltera) asistió a este hospital porque había sido enfermera allí antes de casarse y se sentía más arropada ante la ausencia de su esposo. Ella era una ferviente católica y no tardó en bautizar en esta fe a su hijo, luego hizo lo mismo con el menor de los McCartney, Michael, a pesar de que su marido, Jim, era protestante. Pero Paul pronto se declaró agnóstico y la religión nunca fue parte de su vida.

            Asistió a una escuela pública en su barrio de Speke hasta que aprobó el examen 11+, toda una hazaña porque sólo cuatro de los noventa presentados pudieron pasar tan dura prueba. Eso le permitió asistir a un instituto de prestigio, el Liverpool Institute, y conocer a un chaval nuevo en el autobús al comenzar el curso siguiente, George Harrison, con el que enseguida trabó amistad, aunque él siempre (según declaró Macca) le habló con cierta arrogancia y superioridad al ser un año mayor que Harrison.

            Todo marchaba, incluso el trabajo de partera particular de la madre les hizo tener un mejor nivel de vida y poderse mudar a una casa más grande en un barrio de la nueva clase, la media, que tras la guerra comenzó a generalizarse al estilo estadunidense. Ella, comentaba Paul en el libro The Beatles, al hablar de sus recuerdos tempranos, salía de casa a las tres de la mañana o en plena noche con su bicicleta y las calles nevadas hasta que un 31 de octubre de 1956 una embolia se la llevó. Con lo cual Paul se centró más en un mundo nuevo, la música. Su padre le regaló una trompeta y él la cambió por una guitarra, una Zenith, modelo Framus, porque con ella no podía cantar. Años más tarde redescubrió este instrumento gracias a George Martin, su productor en la etapa de los Fav four, y a Bach y sus Conciertos de Brandenburgo. El empleado de la EMI compró una grabación del genio del barroco y se la prestó a Paul. “Al día siguiente, tras escuchar los seis conciertos, me trajo Penny Lane completa”[1]

            De ese instrumento para olvidar la pena por la pérdida de su madre llegó empezar a tocar con gente y conocer a otro chaval huérfano de madre, John Lennon, cosa que les unió mucho, al menos hasta 1968, cuando la banda comenzó a desmoronarse. Ya en casa su padre, músico aficionado, invitaba a sus hijos a tocar un piano vertical que tenía en casa y recomendaba a Paul que tomase clases, aunque él prefirió hacerlo de oído. Y de esa mezcla entre el padre preocupado porque sus hijos superasen la temprana pérdida de su madre, las nuevas amistades y el amor por la música surgió el músico, compositor y mito que es hoy. De esa época hay que destacar que escribió su primera canción, I lost my little girl, con la Zenith, y compuso otra melodía, aún sin letra, con el piano que muchos años más tarde se convertiría en When I’m sixty-four.

            El 6 de julio de 1957 había un concierto benéfico en la iglesia de san Pedro, en Woolton, allí tocaban los Quarrie Men, un grupo de Skiffle, música muy popular entonces por lo económico que era tener un tipo tocando la tabla de lavar en lugar de un batería, aunque el grupo que lideraba el joven de 16 años, a esas alturas de año, John Winston Lennon, había llenado de influencias folk y blues el sonido de la banda. Paul, al escucharlo, quiso formar parte de ellos. Tocó Twenty flight rock con su Zenith y quedó automáticamente contratado para ser guitarra rítmica.

Tras un par de años haciendo bolos y tocando temas propios cambiaron de nombre, buscaron un juego de palabras entre Ritmo y Escarabajo, tan de moda entonces al relanzarse el Volkswagen con ese nombre, y la propaganda germanófila de finales de los cincuenta ante la peligrosa división del país causante de las dos grandes guerras, y el apoyo de Estados Unidos y su acólito Reino Unido, a la nueva República Federal de Alemania de Adenauer. De hecho, ese país que recuperaba también su libertad, se había lanzado a seducir y conquistar sin invadir el corazón de los enemigos de década y media atrás y Hamburgo era su punta de lanza. Y a The Beatles, que así se llamó el grupo al final, le contrataron en 1960, a finales de año. Así que enrolaron un batería en The Cavern, de nombre Pete Best, y el entonces quinteto, había un bajista Stuart Sutcliffe, “Stu”. Paul pasó a tocar el bajo más tarde cuando Sutcliffe abandonó la banda. Lo hizo a regañadientes, pero en cuanto se dio cuenta del poder de un buen bajo en un grupo se dispuso a componer frenéticamente junto a Lennon mientras Harrison buscaba buenas canciones de rock americano para versionar. Y Hamburgo se convirtió en el principio de la beatlemanía. Fumaban mucho, bebían cerveza y alucinaron cuando vieron la ciudad devastada por la RAF y su artillería totalmente reconstruida y brillante mientras en Liverpool aún había rincones de la ciudad con montañas de cascotes, tal y como relataba el propio Paul en un documental. Pero Hamburgo llegó con problemas. El primero era que George era menor de edad y no le dieron el pasaporte y cuando ya pudo viajar, en la tercera gira de la banda en la ciudad portuaria teutona aconteció la tragedia de Stu, cuando sufrió un derrame cerebral, tras una pelea que había tenido días antes en Inglaterra, y murió. Ya no era parte de la banda, pero era un gran amigo.


[1] G. Martin Eight days a week, R, Howard, 2016

Nota de la redacción. Este es el inicio del artículo (y que ofrecemos a modo de avance) que publicaremos en Revista Atticus, en la edición impresa. Nos sirve para dar un rendido homenaje a una de las figuras más importantes en el mundo de la música. No siempre se tiene la suerte de disfrutar de uno de los hombres que ha marcado el rumbo en el pop-rock.

Carlos Ibañez

Revista Atticus