Vangelis en seis pinceladas – Carlos Ibañez

Vangelis (1943 – 2022) en seis pinceladas

La lluvia y las lágrimas son lo mismo,

sólo que cuando hace sol hay que interpretar el juego.

(Rain and tears)

            Tres veces seis, el número de Belcebú, fue el más completo álbum de Vangelis, quien nos acaba de dejar, en la noche del día 17 de mayo de 2022, con su mítica banda, Aphrodite’s Child, donde él, su primo, Demis Roussos y Loukas Sideras, elevaron la música griega, aunque cantasen en inglés y viviesen exiliados en París, a las cotas más altas desde que Mikis Theodorakis hiciese la banda sonora original de Zorba, el griego, dos décadas antes.

Aphrodite’s Child: Loukas Sideras, Demis Roussos y Vangelis Papathanassiou

            Pero Vangelis era un tipo inquieto y con un cerebro en continua expansión y quedarse en el rock progresivo no parecía su meta, sino sólo una escala en su largo camino. Por eso vamos a repasar la trayectoria del indefinible músico nacido en Volos en plena ocupación alemana de los Balcanes, en 1943, y que desarrolló una carrera tan llena de etiquetas como indefinible en su conjunto: si se lee su biografía, a grandes rasgos, siempre aparece el compositor que ganó un óscar por la música de Carros de Fuego, pero difícilmente se examina toda la evolución, digresión y regreso a sonidos de sus orígenes que hizo a lo largo de toda su carrera. Si tuviésemos que definir su trabajo sería con la misma palabra que los italianos definen su cine: bello.

            Así que hablemos de esas seis pinceladas comenzando por la que lleva acompañados otros dos seises en el título del álbum, 666 (1972), con un fondo rojo carmesí, un versículo del Apocalipsis, de san Juan, y los tres números idénticos en blanco sobre fondo negro. Tomando como base el libro del escritor del evangelio sinóptico, último de la Biblia, Vangelis y sus compañeros crean una música hipnótica, profunda, para paladares exquisitos, “música para gourmets”, como escribió un crítico holandés en Rolling Stone.

            Para este álbum habían incluido a un guitarrista de estilo David Gilmour, pero con matices como los que utilizaba Andrew Lloyd Weber en sus arreglos, en especial los que años más tarde descubrimos en sus Variaciones de Paganini, con Gary Moore. Y la banda, ya disuelta por exceso de liderazgos y aburrimiento del teclista y compositor, asombró al mundo entero desde que el 26 de junio de 1972, vio la luz aquel doble ambicioso y repleto de magia en su composición y arreglos. Demis Roussos dijo que había sido un disco tan grande como destructivo en sus vidas. Años más tarde los primos se reconciliaron y volvieron a grabar juntos, pero aquel ensalmo a ocho manos nunca se repitió.

            A lo largo de las cuatro caras, el disco se editó en formato de doble vinilo originalmente, y sus casi setenta y nueve minutos de duración, el viaje es un giro completo en derredor de la música hecha y creada hasta ese momento: hay elementos tomados de la psicodelia, de la música de raíz griega continental y mediterránea oriental, del rock progresivo, del free jazz, de los nuevos sonidos de la Costa Oeste americana, y de heavy y el hard rock y la poesía paleocristiana, pero también influenciada por la generación Beat, la que tanto gustaba a Roussos. Está construido como una lemniscata, en el que cada tema se monta sobre el siguiente y cuando termina tienes ganas de volver a escucharlo otra vez, muy al estilo en sus mezclas a Tommy, porque The Who era la referencia por excelencia en ese momento para los músicos que no deseaban tener un hit sino hacer reflexionar al mundo con sus sonidos. Así que cuando se escucha y analiza, hay una doble sensación: estar escuchando un rompecabezas, cosa que se acentúa al leer los versos de los temas; y sentirte parte de ese viaje donde el infierno está asegurado sólo para quien no es capaz de entenderlo. También vemos orígenes de bases rítmicas y composiciones luego trabajadas de otra forma en el futuro: por ejemplo, La boda del cordero incluye un coro a boca cerrada como más tarde utiliza en 1492: la conquista del paraíso. Así como el trabajo de teclados semejando los sonidos de sus orígenes helenos que utiliza en El Niño y que ya había trabajado el comienzo del álbum, entre El Sistema y Babilonia, aunque donde más se ve hacia donde quiere ir es al final del álbum donde escuchamos sonidos que luego trabajará en su dúo con Jon Anderson con quien iniciaría una carrera años más tarde, cuando tras editar su tercer álbum en solitario contrató a Anderson, que había fundado Yes, para cantar el tema So Long Ago, So Clear, quien le convenció por el colorido de su tonalidad para rellenar los huecos que dejaban sus melodías. Además, era una voz opuesta a la de Demis Roussos, en esos años en los que Vangelis quería alejarse del sonido por el que tanto le preguntaban en público y en privado, el de Aphrodite’s Child.

            Segunda pincelada, El apocalipsis de los animales (1973), es un regalo para los oídos, utilizado después por Frederic Rossif en alguno de sus documentales para la televisión francesa y que encierra un catálogo de pequeñas obras maestras desde el electro rock hasta la balada del último romanticismo, el de Richard Strauss, del que toma alguna base y eleva electrónicamente con sus teclados. Después de él artistas como Suzanne Ciani o Wim Mertens han experimentado con sonidos paralelos en el new age, aunque sin llegar a la profundidad generada por el exiliado griego en París y Londres. En este álbum vemos ya más que pinceladas del futuro compositor de bandas sonoras de éxito Le single bleu es un antecesor del tema de amor de Blade Runner por momentos y La hija pequeña del mar nace desde una ternura que veremos mucho después en Antarctica y profundizaría en algunas de su definiciones e interludios en su siguiente trabajo, la joya Heaven and Hell, conectada, de alguna manera, con la parte final de 666.

            Tercera pincelada, Heaven and Hell (1975), obra capital y definitiva donde Vangelis abandona definitivamente las tentaciones del progresivo y se instala en la pura creación, con temas góticos interpretados por el English Chamber Choir o el ya citado primer contacto con Jon Anderson. Aunque ellos mismos dijeron, años más tarde, que nunca fueron un grupo, sino un par de amigos que colaboraban de vez en cuando y si les gustaba lo grababan y lanzaban. Pero volviendo al enorme elepé que referimos decir que fue grabado en septiembre de 1975 en los Nemo Studios, que fundó y armó en Londres Vangelis, y que produjo él mismo para el sello RCA, quien lo distribuyó en Europa, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Canadá y Estados Unidos. Y años más tarde, tras el éxito de Carros de fuego, al resto del orbe, incluidos los países tras el telón de acero, término acuñado por Churchill. “Este álbum transporta a mundos interiores insospechados y desconocidos por el oyente” (L. Bigott).

El sinfonismo de Heaven and Hell, que consta de dos partes, a manera de suites: Parte I, que llena toda la cara, a excepción de la canción So Long Ago, So Clear. Y Parte II, que toma toda la cara B, cuando los álbumes se hacían con calidad y en vinilo (nota para millenials). El formato suite había sido un éxito para Mike Oldfield y sus Tubular Bells, cosa que allanó el camino para el resto de músicos experimentales tipo Jean Michel Jarre o el propio Vangelis.

A excepción del tema donde canta Anderson y otra parte en la que Vana Verouti como invitada, el álbum es enteramente instrumental con las voces del coro sin palabra alguna. Y donde Vangelis se pone especialmente descriptivo con ese énfasis en un sonido orquestal denso, que no plomizo, y atractivo por su colorido suave donde la calma representa al cielo y el infierno está representado por sonidos alargados y agresivos, casi como versos de Dante al citar a sus enemigos en Florencia, los que le expulsaron a Ravena.

Cuarta pincelada, Short Stories (1980), primer trabajo en serio y muy reflexionado de Jon & Vangelis, sin alharacas y con una producción cuidada para que el equilibrio entre voz y teclados produzca una especie de paz revuelta en el alma de quien escucha. Juega muy bien los temas y la voz acaramelada y algo rockera de Anderson no nos hace olvidar de ese pionero de la música electrónica que es Vangelis. Los sintetizadores y el piano juegan continuamente a acoplarse a las tonalidades del cantante y éste adapta sus matices a los de los distintos teclados usados por su compañero. Años más tarde este trabajo fue citado como referencia por Rob Halford en su trabajo con John Lowery denominado Two. La influencia de este trabajo y el siguiente del dúo, Los amigos de Mr. Cairo (1981), son evidentes en todo tipo de grabaciones y estilos, desde Annie Lennox a Evanescence han sucumbido a esa forma de grabar un tema o todo un disco.

Quinta pincelada, Carros de fuego (1981). Y entonces su música se universalizó. Aquello que sonaba para un público determinado, y era odiado por otra parte por la supuesta traición al rock progresivo del artista griego, dejó de generar polémica y escuchas selectivas y todo el mundo coincidió en que aquella música habla de superación, de “citius, altius, fortius” y de todo lo que significaba el olimpismo, al menos hasta llegar Samaranch y convertir el esfuerzo de los deportistas en una caja registradora de la que éstos poco sacan.

Carros de fuego posee el embrujo de la pura descripción de la belleza del esfuerzo, esa cultura que se ha perdido porque ahora los cantantes no saben ni una nota de música, los productores creen que todo debe ser mínima inversión y máximo beneficio y los músicos de verdad perecen en este imperio de la caquistocracia.

La historia de Vangelis y la película fue así: “el director de cine inglés Hugh Hudson acudió a él con un bajo presupuesto para que compusiera la música que acompañaría al guion de Collin Welland basado en la historia real de dos atletas británicos que compitieron en las Olimpíadas de 1924.

>>Eran ellos Eric Liddel, un devoto cristiano escocés que corría por la gloria de Dios, y Harold Abrahams, un inglés judío que corría para terminar con prejuicios. Fueron personificados por los actores Ian Charleson y Ben Cross, respectivamente.

>>El título de la película estaba inspirado en la frase “Bring me my Chariot of Fire!”, del poema de William Blake que forma parte de “Jerusalem”, la composición que ha sido propuesta muchas veces como el himno nacional de Gran Bretaña” (Juan Carlos Ballesta).

Pero Vangelis, tras aceptar el encargo, quizás porque su padre había sido velocista en su juventud y quería hacerle un regalo, quizás porque el mundo del cine le atraía para desarrollar su teoría de la música electrónica descriptiva, algo que ya había comenzado con las pinceladas dos y tres, y que ahora iba a enriquecer plasmando su música con las imágenes creando una sensación nueva gracias a sus sonidos. Así que le dijo a Hudson que no haría nada hasta que la película estuviera rodada y con un montaje, más o menos final de las imágenes. Por lo que contó en una entrevista se puso con su Yamaha CS-80 ante los títulos y todo comenzó. Títulos, nombre del tema que abre su trabajo,dejó a todos impresionados y pronto supieron que aquello funcionaría. Agregó arreglos para piano y percusiones digitales para dar sensación de gloria y esfuerzo, de sudor y coronas de laurel sobre la cabeza y el compositor griego dio la grandeza de quienes inventaron los juegos a una película que no sólo habla de París 1924, sino de profesionalismo, de racismo, xenofobia, de los principios y de equipo, aunque cada uno corriera una disciplina.

Tangerine Dreams señalan esta obra como capital para el resto de su trabajo y su propio sonido, incluida la estupenda banda sonora de Risky Bussiness.

Pincelada número seis, Blade Runner (1982). Ridley Scott le cuenta que le han encargado una película futurista basada en un relato de Arthur C. Clark, que a ambos había gustado. El guion es bastante sólido y el protagonista está firmado, Harrison Ford, y la metafísica de los replicantes, toda, incluido su amor por la vida y la desesperación por la muerte cuando no es ajena, queda plasmado en una banda sonora con uno de los temas de amor más utilizados, copiados y sobados desde que se estrenase hace ahora cuarenta años.

Posiblemente sea la etapa más madura de Vangelis, Evangelos Odysseas Papathanassiou en la pila bautismal, y que tuvo otras cotas altísimas, como El Niño, pequeña obra maestra que se coló en la banda sonora de El año que vivimos peligrosamente o la joya coral que supuso 1492, La conquista del paraíso, insoportable película con una bellísima partitura del músico de Volos.

“Yo, apenas si soy un conducto, una especie de herramienta grande y peluda”, dijo en una ocasión de cómo se sentía él a la hora de componer. En Italia se definió como un radar que captaba la música que le llegaba de otros grandes maestros y le conectaba, como un embudo conectado a un teclado. Y en su juventud nos regaló una idea sobre la universalidad de la música: “somos griegos en París, por eso cantamos en inglés”, esa universalidad que ahora tantos tratan de acotar con sus etiquetas. Descansa en paz y compón algo maravilloso acompañado por la voz de tu primo Demis, al que tanto admirabas y querías.

Os dejo este magnífico tema El niño.

Carlos Ibañez

Revista Atticus