Juan Diego, panes y flores

Fallece el actor Juan Diego

JUAN DIEGO, PANES Y FLORES

            Cuenta la mitología católica que san Diego llevaba pan a los pobres desde el obrador donde trabajaba y que a su jefe este detalle no le gustaba nada y un día le rogó que alzase su saya para ver qué llevaba bajo ésta y que cuando la abrió donde antes portaba panes ahora había flores, tal y como muestra la magnífica talla de Gregorio Fernández que se puede visitar en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Escultura.

Pues otro Diego, Juan (Juan Diego Ruiz Moreno), ateo y comunista, hizo otros milagros antes de marcharse a algún lugar en el que seguramente no creía, el olimpo de los grandes actores, de esos urticantes que con solo rozar su carrera envenenan para siempre los ojos del buen cinéfilo con su amplísimo arco de registros e interpretaciones para enmarcar.

El recorrido elegido son pocas, pero maravillosas interpretaciones, de ésas que hacen ver que la frase de Javier Bardem sobre él era una verdad como un templo: “tú eres el mejor actor del mundo”.

Comenzamos con la ineludible Los santos inocentes[1] donde interpreta el papel de un señorito sin escrúpulos en la España profunda, ésa en la que los pobres jamás tendrán la más mínima oportunidad y los ricos piensan que son la sal de la tierra y que, por tanto, es suya. Su rol es el catalizador de toda la trama del guion. Dicho en sus propias palabras: “Iván es un cabrón de los que no deberían existir”. Sin esa maldad de quien se cree mejor por derecho de nacimiento, altanero, traidor, soberbio y malhablado, no habría película y nada podría contar salvo algo a modo documental sobre la pésima existencia de un matrimonio de guardeses con tres hijos, la menor de ellas con lo que parece una mezcla de síndrome de Rett y parálisis cerebral, aunque esto es mera especulación, y un cuñado con retraso mental.

Juan Diego, Miguel Delibes y Alfredo Landa en Los santos inocentes

Juan Diego dicen que aplaudió cuando acudió al estreno y Azarías hizo justicia con tan mala persona, pero es que está para aplaudirle a cada fotograma que ocupa, encarnando la alegoría del mal, pero de un mal cotidiano, un tiranuelo provinciano, chulesco y enemigo de los valores que cualquier ser humano debería portar y defender.

Dos años después, y tras bordar el papel que su amigo Fernando Fernán Gómez le regaló en su adorable El viaje a ninguna parte[2], encarnó en Dragón Rapide[3], a Franco, ese personaje que tanto asco le daba y que bordó, sin salirse de la estética del dictador justo antes de serlo y dominado por esa triada que conformaban: su megalomanía, su formación y su esposa. Nos enloquece con sus miradas severas, sus frases lapidarias y su manera de mover los hilos mostrando la felonía que perpetró desde Canarias, donde acababa de jurar lealtad a la república para hacerse cargo de su región militar. Impecable porque no jugó con la voz atiplada del dictador, ni con su más que supuesta sumisión a su mujer, ni con el odio que desprendían sus discursos y sus opiniones privadas. Juan Diego escruta la psique de Franco y compone un personaje para que entendamos quién era ese general bajito, con bigote y con ansias de poder costase lo que costase y que se resume en la conversación con su cónyuge, encarnada por la gran Vicky Peña, cuando le cuenta que en París un taxista que le llevó había sido general del zar en Rusia y que él no iba a terminar así, de ninguna manera. No ensalza al personaje en ningún momento, pero le desnuda moralmente cada vez que interviene.

Tras varias películas en las que seguía arriesgando con personajes variopintos y de entidad, siempre de entidad, saliese un minuto o noventa y cinco; llega La noche más larga[4], donde encarna al fiscal militar que llevó la acusación contra los últimos fusilados por el régimen de Franco, en 1975, pocos meses antes de que el jefe del estado muriese. Basada en la novela de Pedro J. Ramírez y tomando un verso de Al alba, de Luis Eduardo Aute, quien compuso el tema por tan siniestro acontecimiento, Juan Diego regresa a los personajes difíciles, duros y con un punto de derrota en cada momento de actuación bajo el aparente triunfo. El gran José Luis García Sánchez compone una película donde nos deja claro quién era quien en los últimos días de la dictadura y le dio al actor sevillano un papel especialmente oscuro, pero que rellenó con tantos matices que se comía a todos sus compañeros de escena durante el metraje final. Parecía tan asesino como quienes mataron al policía por el que se juzgaban los hechos, y era la encarnación de la dictadura, agonizante y sedienta de sangre para poder sobrevivir. Nuevamente el comunista prestaba su persona a todo cuanto odiaba en privado.

Y poco después, en 1991, compone uno de esos personajes que no se olvida nunca, el fraile Villaescusa, en El rey pasmado[5], un monje en la corte del joven Felipe IV, de los que preferían el poder a la idea de Dios, un enemigo del único mandamiento que Jesús dejó y, sobre todo, un tirano desde su supuesta superioridad moral. La crítica fue unánime con el actor de Bormujos, por su exageración sin llegar a la caricatura y su juego de ser la sombra donde se supone que eres portador de la luz. La obra de Torrente Ballester fue algo trastocada en aras de que la acción resultase más evidente para el espectador, pero, en líneas generales fue muy bien acogida por la crítica, especialmente por la magnífica interpretación del elenco elegido por Uribe para la cinta. En las clases de interpretación de muchas escuelas de cine se nombra y estudia este Villaescusa al que dio vida Juan Diego, porque podría habérsele caído por muchos sitios: la comedia, la exageración, el pancartismo anticlerical, pero él permanece ajeno a todo esto para componer ese sátrapa disfrazado de pobre servidor de Dios.

Juan Diego en El rey pasmado

Nos siguió dando pie para el elogio durante toda la década siguiente pero fue en 1999 cuando regresó por sus fueros con otro personaje de esos que nunca se olvidan, Boronat, el ácrata puro que sólo viste con una bufanda larga anudada al cuello en la desigual París Tombuctú[6]. Su desnudez hablaba, y mucho, de la capacidad continua de riesgo que era capaz de alcanzar Juan Diego. Compone un rol donde podemos ver mucho de lo que Azcona, todo un anarquista intelectual, mostró durante años a Berlanga: inconformismo, odio a la moral establecida, asco por los triunfadores y respeto por todo aquello que supusiese crear. Otra vez su papel pendía del hilo de su equilibrio en un personaje nacido para todo lo contrario, pero él, desnudo, con su bufanda, sus gafas de culo de vaso y un cigarrillo en la comisura borda su composición y logra que todas las vistas se centren en su gestualidad, a veces exagerada, a veces hierática, y no en su cuerpo corito.

En 2004 su buen amigo Carlos Saura le da el papel de uno de los hermanos asesinos de odio endémico en El Séptimo día[7]. A caballo entre el mal puro y la demencia inoculada por sus hermanas podría haberse ido a un personaje salido de El Caso, pero nos muestra la triste piscología del odio cuando no se tienen ideas ni sentimientos propios sino dirigidos por alguien que te manipula bajo ese veneno que es la familia mezclada con la sinrazón. Un asesino por mandato, una vez más toma el papel de algo que le asqueaba y, otra vez más, lo borda. Logró salvar la polémica al estar basada en los hechos reales acontecidos pocos años atrás en Puerto Hurraco, Badajoz, donde los hermanos Izquierdo asesinaron a nueve personas, incluidas dos niñas, de trece y catorce años, de la familia rival, los Cabanillas, e hirieron a otras doce por las calles del pueblo, que contaba con un par de centenares de habitantes en ese momento de finales de verano de 1990. Juan Diego cosió su personaje, una vez más, desde la psicología del yo íntimo para mostrar lo peor en su yo social, pero ni mostró una fotocopia de los hermanos Izquierdo, ni exageró su personaje, dotándolo de una credibilidad que hiela la sangre al verlo.

Víctor García León le ofreció, con buen criterio el protagonista de un duelo interpretativo con el actor hispano argentino homónimo suyo, salvo por el apellido Botto, en el que un actor recibe la visita de su hijo, al que hace tiempo que no ve, porque la madre de éste le ha echado de casa y comienza la batalla entre el padre que no ejerció jamás de esto y el hijo que no ha querido saber hasta ahora y ahogado por las circunstancias. Película muy desigual a la que salva continuamente Juna Diego con frases lapidarias y un equilibrio digno del mejor Charles Laughton o Lawrence Olivier en los diálogos a calzón quitado, que diría Iñaki Gabilondo, entre el padre y su hijo cuando tratan de reconocerse como tal el uno en el otro. Vete de mí[8] le valió su único Goya a mejor interpretación en papel protagonista, aunque ya tenía otros dos como actor de reparto.

Juan Diego junto a Juan Diego Botto en Vete de mí

El último gran regalo que nos hizo fue su papel de padre enfermo terminal en la hermosa No sé decir adiós[9] donde todos luchan por recuperar el tiempo perdido, pero ninguno lo acaba de lograr. A Juan Diego ya le habían diagnosticado el cáncer que se le llevó el pasado 28 de abril, y respeta a los enfermos, a sus familiares y a sus decisiones, con un rol que pasó mucho más desapercibido de lo que debería porque Lola Dueñas y, sobre todo, Nathalie Poza inundan la pantalla con sus interpretaciones del arrepentimiento de haber sido como han sido respecto a su padre, cada una por sus motivos, ambas allí, junto al ser que se seca en un rincón, harto de luchar contra una enfermedad insidiosa.

Pues espérame en el Cielo (con permiso de Antonio Machín), en ese Empíreo que los grandes de la interpretación poseen en algún lugar que ni Dante Alighieri fue capaz de mostrar y en el que a buen seguro ya sonríe, fumando un pitillo, Juan Diego, todo un maestro de la interpretación y también aquel modesto chaval arrodillado junto a Antonio Banderas en un teatro de Málaga cuando recibió el premio de esta ciudad y su festival de manos del actor venido desde Hollywood para entregárselo en mano.


[1] Ib., M. Camus, 1984

[2] IB., F. Fernán Gómez, 1986

[3] Ib., J. Camino, 1986

[4] Ib., J.L. García Sánchez, 1989

[5] Ib., I. Uribe, 1991

[6][6] Ib., L. Gª Berlanga, 1999

[7] Ib., C. Saura, 2004

[8] Ib., V. Gª León, 2006

[9] Ib., Lino Escalera, 2016

Carlos Ibañez

Revista Atticus