Crítica París, Distrito 13 de Jacques Audiard

París, Distrito 13 de Jacques Audiard por Gonzalo Franco Blanco

París, Distrito 13.

Ficha

Título original: Les Olympiades.

Año: 2021.

Duración: 105 min.

País: Francia.

Dirección: Jacques Audiard.

Idioma original: francés.

Guion: Jacques Audiard, Léa Mysius, Céline Sciamma, Nicolas Livechhi. (Sobre un cómic de Adrian Tomine).

Fotografía: Paul Guilhaume (en blanco y negro).

Música: Rone.

Reparto: Lucie Zhang, Makita Samba, Noémie Merlant, Jehnny Beth, Geneviève Doang, Lumina Wang, Camille Berthomier, Line Phé, Pol White, Lily Rubens, Anaïde Rozam, Camille Léon-Fucien, Oceane Cairaty.

Productora: Page 114, France 2 Cinema, Canal+, Ciné+, France Télévision, Cofinova 17.

Género: amor, sexo, mileniales, redes sociales y nuevas tecnologías.

Premios: 2021, Premios César: 5 nominaciones, incluyendo mejor guion adaptado. Festival de Cannes: sección oficial. Festival de Sevilla: Mejor actriz (Lucie Zhang).

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Sinopsis

Émile (Lucie Zhang), trabaja de teleoperadora y vive en un piso propiedad de su familia taiwanesa en el barrio de Les Olympiades (Distrito 13 de París), en el que alquila una habitación a Camille (Makita Samba), profesor eventual de un lycée. A la vez, Nora (Noémie Merlant) ha llegado a París desde Burdeos para reemprender su carrera de Derecho. La mala baba de sus compañeros de clase que utilizan (como broma) una simulación propia de las nuevas tecnologías para humillarla, la obligará a abandonar sus estudios y buscar trabajo en la venta inmobiliaria. Obsesionada, contactará con la pornoactriz o girlcam Amber (Jhenny Beth), cuya imagen han utilizado para hacer la suplantación de identidad…

Crítica

Es Les Olimpiades un retrato generacional, la de una generación condenada a la precariedad laboral, a pesar de su buena formación académica y profesional, con unas escasas perspectivas de vivir con la estabilidad y progresión social que consiguieron su padres: trabajo de por vida, familia convencional, hijos… Una generación que vive también, y en primera fila, la fragmentación de la realidad producida por las nuevas tecnologías (TIC) y las redes sociales. Ambas situaciones, precariedad y conectividad, están dando lugar a unas nuevas relaciones y condiciones de trabajo, a la vez que provocan una nueva vuelta de tuerca a las relaciones personales y entre ellas a las relaciones amorosas y sexuales. “Folla primero, y luego pregunta”, afirma una provocadora Émile a Camille y… no tardan en llevarlo a la práctica.  

Jacques Audiard quería acercarse a la realidad de esos jóvenes, entre los veinte y los treinta y pico años, con voces diferenciadas, con sus formas particulares de enfrentarse a los hechos y sus contradicciones, pero con coraje para redirigir el rumbo de sus vidas, tanto en lo laboral como en lo afectivo. Jóvenes que viven en lugares como el barrio de Les Olympiades, (construido en torno a ocho torres iguales que nos alejan de cualquier visión de un París de postal turística), de orígenes diferentes, sociales y étnicos, pero con problemas comunes.

Otro tema al que quería aproximarse Audiard con su película es al de las TIC y al de las redes sociales y su papel en las nuevas relaciones personales y laborales. Sobre este asunto, las nuevas tecnologías en la vida y en el cine, conversaron Paul Schrader (Affliction, 1997, The card counter, 2021, Espiga al mejor guion) y Jacques Audiard en Valladolid, durante la SEMINCI de 2021. Decía Audiard en la conversación que hay que saber utilizarlas con inteligencia, y le respondía Schrader en un sentido parecido (ver el final de la crítica). Algo que Audiard muestra en su film.

Y la tercera intención de Audiard al empezar a preparar esta película era reflejar lo que podemos denominar “nuevos usos amorosos” (utilizando un título de Carmen Martín Gaite) de los tiempos actuales: usos amorosos diferentes, al menos en las formas, a los retratados por las generaciones anteriores de cineastas. La frase “folla primero y luego pregunta”, tiene algo de broma pero también de lema, si comparamos el tempo amoroso de Éric Rohmer en sus películas (por poner un ejemplo citado por el propio Audiard), donde la charla, el cortejo, el reflejo de un rayo de sol en una rodilla, precedían al momento culmen de irse a la cama.  

Audiard ejemplifica lo anterior con el personaje de Ambar, la girlcam, a la que vemos casi toda la película en una pantalla de ordenador, afianzando una relación personal (y no clientelar) entre ella y Nora (la chica que había sufrido la suplantación), y a la que solo veremos en “carne y hueso”, una sola vez. Este juego de una pantalla en una pantalla (la del ordenador o la del móvil en la pantalla del cine), de un espejo en otro espejo, es otra aportación de los nuevos tiempos reales y cinematográficos, que ya hemos visto en otras películas, pero que aquí se explota en toda su amplitud.

Jacques Audiard es quizá un romántico en el fondo (y en la forma), o alguien preocupado por el amor romántico, por el amor consistente, aquel entre dos personas (o más…) que buscan la complicidad, cierta fidelidad, el gusto de estar juntos y compartir las cosas de la cotidianidad, tan anodinas a veces, y tan añoradas otras: la compañía, en fin, para combatir la soledad. El final de esta cinta lo confirma: es nuestro momento de desahogo como espectadores, aunque active nuestro escepticismo crítico.

El argumento del film (sobre todo la relación entre la actriz porno y mujer suplantada), contando así, a palo seco, podría sonar un tanto rocambolesco, pero el cine, la literatura, las artes narrativas, no son solo el argumento o la trama. Hay otros elementos importantes que podemos llamar el estilo, o que se llamaba el estilo. Y sin duda Audiard lo tiene. En El profeta, 2009, nos introducía en la cárcel, con la historia del chaval de origen magrebí obligado a ponerse al servicio de la mafia corsa. En Dheepan, 2015, vivíamos la vicisitudes de una antiguo guerrillero tamil refugiado en un barrio sin ley en Francia, donde acababa haciendo algo parecido a Travis en Taxi Driver, 1976, de Martin Scorsese. Los hermanos Sister, 2018, es un western sobre la relación turbia de dos hermanos matones donde resuda el odio. De todas ellas (y de De óxido y hueso, 2012), recordamos su intensidad, las emociones fuertes que sentimos al verlas, aunque el argumento se haya desdibujado en nuestra memoria. Es el toque Audiard.

De todas estas películas nos ha quedado en la memoria la opresión producida por el uso de espacios reducidos (celdas, pisos…), cierta fisicidad dada por una cámara pegada en muchas ocasiones a los actores, por la intensidad de la hechos narrados, por la extremosidad de la situaciones, desde luego nada normales, y por un trabajo actoral que unía autenticidad de origen con una entregada interpretación. Audiard, como otros directores, ha introducido una estructura y ritmo de thriller en la forma de narrar asuntos de carácter social. Sus filmes no son abiertos o dispersos, y mucho menos discursivos: hay un comienzo, un nudo y un desenlace, muy de literatura y cine noir, con un in crescendo narrativo que lleva a un pico de dramatismo…, aunque finalmente puede llegar la esperanza. No es un happy end, pero tampoco pretende deprimir al espectador. Algo muy visible en Dheepan y en Paris, Distrito 13 (Olympides).

En Olympiades, Audiard no recurre a la estructura y al ritmo de un thriller de otras películas. Tiene otra intención: quiere presentar a unos jóvenes con trabajos y vidas en situaciones más normalizadas, menos extremas, sin el dramatismo de películas anteriores, pero manteniendo el resto de sus característica, como son los diálogos acerados, algunas situaciones tensas (el acoso a la chica universitaria), los giros rápidos en la historia o los vaivenes de las relaciones entre los cuatro protagonistas.

El cineasta escribe guiones muy bien estructurados, muchas veces en colaboración, que suelen partir de una obra previa para llevársela a su propio terreno. Para esta película ha partido de algunas de las historietas de la novela gráfica Intrusos (Ed. Sapristi, 2020), de Adrian Tomine, dibujadas en blanco y negro. Y ha contado con las aportaciones en el guion de la directora y guionista Céline Sciamma, (Bande de filles, 2014, Retrato de una mujer en llamas, 2019) en una fase inicial, y después, sin coincidir ambas, de la también directora y guionista Léa Mysius. Son aportaciones que se aprecian en ese nuevo tono menos tremendista del director.

El trabajo interpretativo de las tres actrices y del actor resultan fundamentales para que apreciemos esa autenticidad, esa cercanía a lo que les ocurre, de forma que nos sintamos habitando la película o ser virtuales residentes de ese barrio de París. Lucie Zhang,  Makita Samba, Noémie Merlant y Jehnny Beth, son actores con carreras largas en un caso (Noémie Merlant) o no tan largas en dos de ellos, pero en el caso de Lucie Zhang estamos ante una debutante que fue premiada en el Festival de Sevilla como Mejor actriz: normal, diríamos, después de ver su desparpajo y buen hacer.

La elección del blanco y negro (algo relacionado con el cómic de Adrian Tomine) y la fotografía de Paul Guilhaume, consiguen además unas imágenes de rara belleza y calidez, muy jazzísticas, donde encajan y no desentonan el uso cinematográfico de las pantallas de móviles y de ordenadores. Como nos advierte Paul Schrader: “La melancolía no es un lujo que un artista pueda permitirse; no debemos protestar contra la tecnología, sino explotarla”. (El País 22-oct-2021, en una entrevista realizada en Valladolid).

Eso hace esta película.

Os dejo un tráiker:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus