Crítica película Competencia oficial de Gastón Duprat y Mariano Cohn

Competencia ofical con Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez

Ficha

Título original: Competencia oficial

Año: 2021

Duración: 114 min.

País: España

Dirección: Gastón Duprat, Mariano Cohn

Guion: Gastón Duprat, Mariano Cohn, Andrés Duprat

Reparto: Antonio Banderas, Penélope Cruz, Oscar Martínez, Carlos Hipólito, Irene Escolar, Nagore Aranburu, Pilar Castro, José Luis Gómez, Juan Grandinetti, Koldo Olabarri, Melina Matthews, Manolo Solo, Ken Appledorn…

Fotografía: Arnau Valls Colomer

Productora: Coproducción España-Argentina; Mediapro

Género: Comedia. Drama | Cine dentro del cine

Sinopsis

En busca de trascendencia y prestigio social, un empresario multimillonario decide hacer una película que deje huella. Para ello, contrata a los mejores: un equipo estelar formado por la celebérrima cineasta Lola Cuevas (Penélope Cruz) y dos reconocidos actores, dueños de un talento enorme, pero con un ego aún más grande: el actor de Hollywood Félix Rivero (Antonio Banderas) y el actor radical de teatro Iván Torres (Oscar Martínez). Ambos son leyendas, pero no exactamente los mejores amigos. A través de una serie de pruebas cada vez más excéntricas establecidas por Lola, Félix e Iván deben enfrentarse no solo entre sí, sino también con sus propios legados.

Comentario

Competencia oficial desgrana y desvela algunos de los procesos que intervienen en la realización de una película. Desde la concepción de la obra hasta el final de la misma con la presentación a concurso a uno de los prestigiosos festivales. No solamente pone en solfa la industria del cine, sino que aborda la temática de lo que es o no es una obra de arte. Adentrémonos en Competencia oficial.

Un empresario farmacéutico (José Luis Gómez) que ha rebasado la edad de la jubilación (ochenta años) y que ha llegado a lo más alto de su carrera (forrado de pasta) no se siente bien consigo mismo. Como parece que el dinero no le da la felicidad, quiere pasar a la posterioridad como una persona muy eminente, muy filantrópico él. Ya está: construiré un puente que me garantice pasar a la historia. Bravo. Pero hum… no lo veo. Su ego exige de más aclamación popular. Ya está. Haré una gran película que me asegure la cumbre de la popularidad. Matías (Manolo Solo), su mano derecha tira la casa por la ventana y compra los derechos de una aclamada novela: Rivalidad. Para ello deciden contar con una de las más reputadas jóvenes directoras de cine, Lola Cuevas (Penélope Cruz) que con apenas tres películas se encuentra en lo más alto de su carrera. Un tsunami de ideas inunda su estudio llegando a materializarlo en una carpeta que contiene el proceso creativo. Para lograr su propósito decide contar con la participación de dos de los mejores actores del momento y que, además, le proporciona el plus de no haber coincidido en una película. Se trata de Iván Torres (Oscar Martínez) y Félix Rivero (Antonio Banderas). Dos grandes, dos monstruos de la interpretación con dos métodos bien distintos. Uno, Iván, un hombre maduro, sereno, contenido y austero. Es un hombre intelectual y más de teatro que de cine. Dirige una escuela de futuros actores y que es el paradigma de lo que es la interpretación de método. Considera que es el público el que no está a la altura, pues él lo da todo en la interpretación. Rehúye la vida social mundana. Y el otro, Félix, vive por y para su público. Es histriónico, se vale más de la intuición que de una planificación, caprichoso y voluble a partes iguales. Alto concepto de sí mismo. Amante de la alfombra roja y los deportivos de alta gama.

El proceso creativo de Lola se basa en una gran planificación. Para ello reúne en una estancia a los dos actores y les enfrenta en esa lectura guionizada. Desde un primer momento vemos que Lola es una perfeccionista. Y cuando algo no le convence… no lo ve. Y lo repite y repite hasta la extenuación. Sus métodos son poco ortodoxos, pero solo busca la excelencia.

Cuando vemos el tráiler de la película que constituye el aperitivo de lo que va a ser un suculento plato (y que podéis ver al final de estas líneas), lo primero que te viene a la mente es lo «rara que parece esta película». Raro no es sinónimo de nada en esto del cine, ni mucho menos en el mundo del arte. Como tampoco lo son esos adjetivos de buenos o malos. Fuera maniqueísmo. Podemos estar ante una obra, sosa o aburrida, pero ser una gran obra de arte. Eso es lo que tiene muy claro Lola Cuevas y trabaja con esa máxima como si fuera la piedra que pende su cabeza como así, en un puro ejercicio interpretativo, les hace pasar a los dos protagonistas.

Competencia oficial tiene muchas lecturas y no deja indiferente a nadie. Una lectura tiene que ver con el desarrollo de una historia y con una intrahistoria o meta cine.

«Arruinas tu película varias veces, sobre todo, si hablas de ella. Una película es como un sueño. Puedes romperlo al escribirlo o destrozarlo con una cámara. Una película podría cobrar vida durando un momento o dos cuando tus actores se la devuelven pero luego vuelve a morir entre latas de películas. Aunque a veces, misteriosamente, en la sala de montaje, se obra un milagro al colocar una imagen tras otra, de modo que, cuando el público se siente en la oscuridad, si tienes suerte, mucha suerte –y admito que yo la he tenido- ese sueño vuelve a cobrar vida […]».

Soliloquio de Guido Contini, Nine (Rob Marshall, 2009)

Es decir, la película narra las vicisitudes que pasan sus protagonistas en el camino de llevar a la gran pantalla el proyecto en el que se encuentran involucrados. Lecturas de guiones, ensayos de sonido, de relación entre los actores, de vestuario, de todo lo que tiene que ver con la realización de esa película Rivalidad, basada en la novela. Ahí los actores están magníficos. Hay un ejercicio de interpretación de la interpretación que es magnífico. Una de las primeras tomas de contacto entre los dos actores y la directora, nos muestra la subordinación del texto a las directrices de Lola Cuevas. Quiere que Iván dé el tono adecuado y le hace repetir el texto una y otra vez. Y solo son dos palabras: buenas noches. Pero Lola… no lo ve. Tiene que descolgar el teléfono y transmitir sorpresa ante la llamada. Y repite y vuelve a repetir y en el patio de butacas te incomodas porque en esa reiteración no encuentras justificación (lo mismo que los actores). Piensas que es más una cosa snob de la directora, pero cuando le da el tono adecuado de asombro, esas dos palabras transmiten una sensación que antes no lo estaban trasmitiendo. Y te dices, es verdad, ahora sí que veo ese asombro. Brillante.

Hay una lectura de Competencia oficial que supone una feroz crítica al mundo del cine. Desde esa concepción del proyecto como un simple capricho del farmacéutico metido a productor de cine con la idea de limpiar su nombre y pasar a la historia como un hombre bueno, filantrópico. Hasta esa crítica irónica y rotunda a los críticos de cine que después del estreno hace una pregunta pseudo inteligente con demasiadas palabras y poco acierto y que la directora se vale con la contestación de un monosílabo: no.

Y ahí otra lectura en la que se cuestiona lo que es o no es una obra de arte. Se me escaparon algunas frases de esas que se dicen lapidarias, pero la nueva entrega de los directores argentinos está trufada de ellas. Esta es una de las partes más jugosas y que, para mí, presenta un mayor interés.

Básicamente tres actores (que me perdonen Escolar y Solo) sustentan la película y, por supuesto el gran binomio que forman Mariano Cohn y Gastón Duprat, tanto en las labores de dirección como en su parte de guion (con la ayuda de Andrés Duprat). A estos últimos les tenía echado el ojo por aquella magnífica El hombre de al lado que mostraron una buena dosis de su genialidad. Recientemente, en al año 2016, pasaron por la SEMINCI con una muy buena propuesta, El ciudadano ilustre (se alzó con la Espiga de Plata y el premio al Mejor Guion). Al repasar lo que me inspiró esta película tras su pase por el certamen vallisoletano observo que también en esta sigue un poco intentando descifrar lo que es una obra de arte: «A parte de esos momentos de humor, El ciudadano ilustre toca muchos palos a través de las clases magistrales que le han preparado (a las cuales con un fino toque de ironía cada vez acuden menos contertulianos). En ellas se da un repaso a lo que es arte, a lo que es cultura, a lo que es la libertad del artista, al papel que este tiene en la sociedad y así un largo etcétera. Casi vale para Competencia oficial. Si en aquella brilló con luz propia Oscar Martínez, aquí lo vuelve a hacer al unísono. Se produce un cara a cara con Antonio Banderas y los dos salen muy airosos.

Penélope Cruz va de diva algo alocada con un pelo rojizo lleno de rizos. Una caracterización exagerada acorde a su papel. Lo hace de maravilla. Y cuando la cámara se centra en ella no hay titubeo alguno. Muy convincente. Antonio Banderas está en un momento de juego soberbio. Parece como si el susto que recibió le haya hecho centrarse en aquello que le importa (su teatro y su actuación en la obra que representa y en proyectos muy concretos y definidos). Hay quien ve en este papel algunos tintes autobiográficos. Su actuación es sencillamente soberbia. En su conjunto, el resultado final de las actuaciones de los tres actores principales es brillantísimo sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que es ser interpretarse interpretando.

Como si los directores quisieran que el espectador se centre en los actores y en cómo se desenvuelven, los interiores son minimalistas, simples y de lo más asépticos posibles. Eso sí: espectaculares. Los interiores nos remiten al Pabellón Barcelona diseñado por Mies van der Rohe para la Exposición de 1929 que se celebró en la capital catalana. Y sin duda este pabellón ha sido el modelo para el rodaje. Los directores argentinos han demostrado su amor por la arquitectura y aquí hace un rendido homenaje al icónico edificio que supuso «el menos es más» defendido por el arquitecto alemán. Consiguen una hermosura visual también gracias a la ayuda de la fotografía de la mano de Arnau Valls Colomer.

Además de esa escena reseñada referente al primer encuentro de la pareja de actores y la directora, hay una escena muy destacable. Lola cita a los dos actores en el interior de un teatro sin público y los anima a que lleven alguno de sus laureles. Se trata de un ejercicio más para la concienciación e involucración en su proyecto. Somete a Iván y a Félix a una prueba. Los envuelve a los dos juntos con papel film, inmóviles. Y Lola, con una trituradora potente, va destruyendo los premios ante la mirada atónita de los dos protagonistas. Un premio no te hace mejor actor. Y que no te den un premio no quiere decir que no seas un buen actor. Lola, predica con el ejemplo y también destruye alguno de sus galardones.

Competencia oficial es una sátira, es una comedia negra, a veces divertida y otras no tanto. Cine que nos habla del cine que narra los problemas que se encuentra un director a la hora de manejar los egos de los dos protagonistas (antagónicos), cada uno con su método interpretativo. Y ambos egos, subordinados a los de la propia directora para dar con un producto digno, que pueda alcanzar la consideración de obra de arte (sea lo que sea tal consideración). Un arte que parece una constante en la producción de los argentinos Duprat y Cohn y que en ese mercado de las vanidades parece que ahora le ha tocado a la industria del cine. Una comedia para reírse de la superficialidad del postureo, del famoseo que rodea al séptimo arte, pero que contiene una critica a la banalidad de los premios, esos que tanto inflan el ego de los protagonistas. Y una crítica a las ruedas de prensa de los certámenes en la que algunos sesudos críticos, tratan de colocar su preguntita donde buscan más su lucimiento personal que el saber. Competencia oficial no solo es un mero entretenimiento. No es tampoco un film de deliberación juiciosa sobre la metaficción, pero sí que es una película que nos invita a la reflexión y además nos brinda unos cuantos minutos muy divertidos. Sí que la veo.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus