La redención de Don Juan 1/2

La redención de Don Juan por Katy Villagrá Saura

Don Juan espolea a su caballo y galopa al viento sin mirar atrás, ajeno al tiempo y al espacio. El bosque que atraviesa esta vez tiene tonos azules y un quejido lóbrego e irreal. Truenos y relámpagos anuncian la entrada de Don Juan en el nuevo siglo. Su fi gura va a simbolizar la libertad, el individualismo a ultranza y la rebeldía sin límites del nuevo héroe romántico. Los escritores se ponen de su parte. Tras dos siglos de condena —más humana que divina: “Raptado a la venganza de los hombres por las potencias subterráneas”, decía Hoff man—, Don Juan ha alcanzado al fi n su redención.

Contrario al orden establecido, crítico con una sociedad burguesa, hipócrita y puritana, enemigo de viejas instituciones como el matrimonio (en el drama romántico, el marido es la bête noire; Shelley o Byron propugnan, el “amor libre”, sin ataduras); creador, por tanto, de una moral individual al margen de la sociedad y de la iglesia, no era extraño que el escritor romántico viera en Don Juan un espejo en el que reflejara sus frustraciones.

El primer Don Juan romántico es el de Hoffman, escrito en 1912. Subtitulado Un cuento fabuloso sucedido a un viajero entusiasta, su autor lo incluiría en una recopilación de cuentos titulada Fantasías a la manera de Callot. En el relato que nos ocupa, un espectador asiste fascinado a la representación de Don Giovanni, de Mozart. Muy pronto, los personajes de la obra, Don Juan y doña Ana, adquieren otra dimensión en la mente del protagonista, que es víctima de una especie de encantamiento, embrujo, “sonambulismo”. El Don Juan que nos presenta Hoffmann es bello y apasionado, con cierto aire mefistofélico en su fisonomía. Su Don Juan “espera hallar en el amor la satisfacción de ese deseo infinito que desgarra su pecho”. “De bella en bella”… se embarca en una borrachera de placer “destructora, hasta el hastío”… “esperando siempre encontrar el ideal que aplacará sus pasiones”. Y esa mujer que destruye sus ideales será el medio que utilice Don Juan para vengarse del mundo —para Hoff mann, el odio es el reverso del amor— y su desprecio por la vida hará que camine más rápido hacia el infierno.

En Hoff mann, aparece ya la amante predestinada, venida al mundo para salvar a Don Juan; nace así el Don Juan romántico. Pero Ana no conseguirá su propósito: Don Juan se condena. No importa que éste no merezca su amor: “La posición de maldito —como explica Jean Rousset en El mito de Don Juan— le aprovecha, pues se beneficia así de la aureola de los grandes filibusteros románticos. Las canalladas de Don Juan son plenamente justificadas por la búsqueda de un “ideal desconocido que ninguna de ellas ha podido darle”.

Hoff mann acaba su corto relato sobre Don Juan con una burla macabra del destino; su protagonista, el viajero espectador del D. Giovanni, sufre, al igual que don Juan, el terrible desengaño romántico: la intérprete de doña Ana, compañera en el palco de ese rapto amoroso, de ese ensimismamiento romántico, muere esa misma noche: “Ayer estaba como poseída. Parece ser que durante todo el tiempo que duró el entreacto, permaneció inconsciente, y en la escena del segundo acto, sufrió un ataque nervioso…Y de verdad que no pudieron sacarla del teatro… murió esta madrugada, a las dos en punto”. Estos dos personajes embrujados, súbitamente atraídos el uno al otro, unidos espiritualmente por la fuerza de la música, chocan contra una realidad que les es adversa y cruel. Para la cantante, la intérprete de doña Ana, que no logra el amor de Don Juan y por ende, su salvación, su momento más dichoso desemboca inexorablemente en el horror de la muerte.

Fausto, de Goethe, escrita en plena efervescencia romántica y El Paraíso perdido, de John Milton, obra recuperada del siglo XVII, van a ser dos referencias fundamentales para el escritor romántico. En las dos aparece el diablo, encarnación para los románticos de la rebeldía llevada a sus últimas consecuencias. Luzbel, el bello ángel caído que se alza ante Dios en actitud soberbia, teñirá de satanismo, en mayor o menor medida, todas las obras de este período, incluidas las dedicadas a la fi gura de Don Juan. El carácter luciferino de Don Juan ya se dejó sentir desde su nacimiento: Don Juan, desde las mismas páginas de El Burlador de Sevilla, ya es identificado con Lucifer. Recordemos los siguientes versos de la obra: “Pero pienso que el demonio / en él tomó forma humana, / pues que, vuelto en humo y polvo / se arrojó por los balcones…” (I,vv. 300-306).

El satanismo de Don Juan es para muchos autores algo inherente a su personalidad. “La verdadera esencia del donjuanismo —dice Pérez de Ayala— está en su misterioso poder de fascinación, de embrujamiento por amor…” Don Juan enamora a las mujeres con su sola presencia; sus rápidas conquistas no tienen una explicación lógica: Don Juan posee el inexplicable poder de seducción del mismo demonio; en Don Juan “se encierra un agente diabólico, un hechizo de amor”3. La idea que tiene Torrente Ballester de Don Juan no está tampoco muy alejada del Romanticismo: “El paso arrebatado de Don Juan por la tierra —dice— obedece a una cuestión personal con Dios… El verdadero Don Juan Tenorio es una blasfemia… Para Don Juan mito, la seducción de mujeres no es un fi n en sí, sino una expresión de un sentimiento terrible… en una palabra, Don Juan mito es el que se hombrea con Dios”4. Podríamos seguir hablando de satanismo de Don Juan durante horas —la bibliografía sobre el tema es amplísima—. Bástenos lo comentado hasta ahora. Goethe publica su primer Fausto en 1808 y su segundo volumen, en 1832. El mito fáustico, como ya hemos dicho, empezará a contaminar a Don Juan por sus reminiscencias satánicas5. Así, en La Comèdie de la Mort, de Teòfi le Gautier (1838) y en Don Juan y Fausto, de Grabbe (1829), ambos autores enlazan las aventuras de los dos personajes: Fausto y Don Juan. Gautier, en La comèdie de la mort hace envejecer a Don Juan. Sentimentalismo, nostalgia y hasta arrepentimiento inundan los versos de este bello poema. Después de que Fausto haya acabado de contarnos su desdichada vida con estas elocuentes palabras: “Amad, pues todo está allí”, toca el turno a Don Juan: “Engañosa voluntad, a ti te he seguido —dice un arrepentido Don Juan— / tal vez, ¡Oh, virtud!, el enigma de la vida, / Eras tú quien lo sabías…” Y más adelante, nos aconseja: “No escuchéis al amor, pues es un amo cruel; / Amar es ignorar, y vivir es conocer. / Aprended, aprended…”

Será precisamente Gautier en Histoire de l’art dramatique en France (1847) quien nos confirme con sus palabras lo que hasta aquí llevamos dicho sobre Don Juan: “En nuestra época, el personaje de Don Juan, engrandecido por Mozart, Lord Byron, Alfred de Musset y Hoff mann, es interpretado en forma más vasta, más humana y más poética; en cierto modo, se ha convertido en el Fausto del amor; simboliza la sed de infinito en la voluptuosidad… la búsqueda del ideal femenino, de la innombrada, de la inencontrable, de la Beatriz…”.

En Don Juan y Fausto, de Grabbe sigue estando la amante inaccesible, la amante redentora de la que hablaba antes Gautier. Es precisamente este personaje, doña Ana, la que une los destinos de Fausto y Don Juan. La intriga es promovida por el diabólico caballero: Fausto se adelanta a Don Juan raptando a doña Ana. Don Juan va rápidamente en su busca. La lucha entre el deber y el amor en que se debate la heroína (“¡Seductor! ¡El mayor dolor y la mayor dicha/ se confunden cuando te veo y te escucho…!”; “Cuánto más fogosamente lo amo, / con más ardor lo odio”) no conduce necesariamente al desenlace: el envidioso y soberbio Fausto asesina a la única mujer a la que ha amado.

Grabbe nos presenta a un sacrílego7 Don Juan que se burla cínicamente del más allá8, que vive plenamente el aquí y ahora y que todo lo reduce al goce sensual, a lo terrenal y palpable. Fausto representa su polo opuesto: la espiritualidad, la sabiduría, el idealismo. “Es para reírse —le espeta doña Ana— : ¿ardes de amor y filosofas?”; “Soy un alemán y un erudito —le contesta el sabio, / y como tal, investigo hasta en el infierno”. Ambos afirman sus posturas: Don Juan —¿Para qué lo suprahumano / si sigues siendo humano? ; Fausto —¿Para qué lo humano / si no aspiras a lo suprahumano?

El autor deja bien claro que las dos posturas merecen el castigo: Lucifer (el caballero), que sustituye aquí a la clásica fi gura del Comendador, se lleva a Don Juan y a Fausto al infierno. Don Juan rechaza la salvación con arrogancia: “Prefi ero mil veces ser Don Juan en el abismo sulfuroso —dice— que santo bajo la luz del paraíso… Me has preguntado con voz de trueno, y con voz de trueno te respondo ¡NO!

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Katy Villagrá Saura

Revista Atticus