Crítica película El último duelo de Ridley Scott

El último duelo de Ridely Scott, crítica de Carlos Ibañez

Ficha

Título original: The Last Duel

Dirección: Ridley Scott

Guion: Ben Affleck, Matt Damon, Nicole Holofcener. Libro: Eric Jager

Reparto: Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer, Ben Affleck, Harriet Walter, Nathaniel Parker, Marton Csokas, Sam Hazeldine, Michael McElhatton, Zeljko Ivanek, Alex Lawther, Clive Russell, William Houston…

Año: 2021

Duración: 152 min.

País: Estados Unidos

Música: Harry Gregson-Williams

Fotografía: Dariusz Wolski

Productora: Coproducción Estados Unidos-Reino Unido; 20th Century Studios, Scott Free Productions, Pearl Street Films, TSG Entertainment. Distribuidora: Walt Disney Pictures

Género: Drama. Intriga | Siglo XIV. Edad Media. Histórico. Venganza. Basado en hechos reales

Sinopsis

Francia, 1386. Cuenta el enfrentamiento entre el caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques LeGris (Adam Driver), al acusar el primero al segundo de abusar de su esposa, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer). El Rey Carlos VI decide que la mejor forma de solucionar el conflicto es un duelo a muerte. El que venza será el ganador, sin embargo, si lo hace el escudero, la esposa del caballero será quemada como castigo por falsas acusaciones.

Ben Affleck as Pierre d’Alençon, Adam Driver as Jacques Le Gris, and Matt Damon as Jean de Carrouges in 20th Century Studios’ THE LAST DUEL. Photo by Jessica Forde. © 2021 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Comentario

            ¿Cuándo un director utiliza todos los recursos que ya hemos visto en sus anteriores películas está acabado o es un maestro y sabe barajarlos como tal?

            Esta pregunta surge tras el visionado de esta película basado en un hecho real acontecido en el siglo XIV, cuando Francia era el tablero de esa guerra de los Cien años, que, en realidad, duró ciento dieciséis, y en la que un señor feudal ejercía de reyezuelo sin dar mayores explicaciones a su monarca, que vivía en el equilibrio entre contentar a dichos señores feudales y no perder más tierras frente al enemigo inglés.

            La historia habla de tres personajes principales, la esposa agraviada, su esposo, con más ego que personalidad y el supuesto violador y antiguo amigo que, debido a su amistad con el señor feudal de la zona de Normandía le va despojando lo que el marido resentido cree suyo por herencia y valor en el campo de batalla.

            Y Ridley Scott nos cuenta la historia desde los tres puntos de vista sin dejar de reflejar en este prisma la pútrida sociedad de aquella Francia invadida y desangrándose entre batallas e impuestos. Primero nos muestra la visión del marido, que nos parece un tipo algo corto, pero muy decidido. Valiente y que reclama lo que considera suyo sin andarse con paños calientes. Su psicología propia de un señor de la guerra y de la consecución de todo a través del sacrificio de la sangre ajena, de abnegado esposo que se casa con la hija de un rico colaboracionista (vemos que esto también es muy francés desde la noche de los tiempos) y de caballero ordenado porque hacen falta a la hora de conducir una escaramuza en la que los de gran linaje escaseaban por la dificultad y peligrosidad de ésta. Y, a su regreso, ya armado caballero, como hombre de paz primero y marido ofendido después, a quien poco le importa la vida de cualquiera si eso le hace perder su honor. Para esta parte Scott utiliza planos muy al estilo de Legend (Ib., 1985) e incluso retorna a esos planos generales, casi oníricos antes de retornar al salvajismo general de la historia que tan estupendamente supo crear para Un buen año (A good year, 2006), aunque tampoco desdeña esa parte de batallas cruentas e inhumanas que ya nos regaló en El reino de los cielos (Kingdom of Heaven, 2005) donde la cámara nos introduce en el meollo de aquellas batallas de espadas cayendo sobre el enemigo y cercenando todo lo que el enemigo estuviese dispuesto a permitir si no guardaba las distancias u oponía una feroz resistencia a ser mutilado o muerto. Y el odio y la ambición como motores de aquella orgía de destrucción y muerte.

Matt Damon as Jean de Carrouges in 20th Century Studios’ THE LAST DUEL. Photo by Jessica Forde. © 2021 20th Century Studios. All Rights Reserved.

            El director británico pasa a contarnos, acto seguido y continuando con el guion de los actores Matt Damon y Ben Affleck, ambos oscarizados por el libreto de El indomable Will Hunting (Good Will Hunting, G. Van Sant, 1997) a la que se añadió la siempre pulcra, y a veces brillante, Nicole Holofcener, quien aportó un prurito de calidad a la psicología femenina de la época (y de cualquier época); la historia desde el punto de vista del supuesto agresor. Otro tipo valiente, arrebatador ante las damas y las no tan damas de aquella sociedad de Dios condena, salvo que me des oro y entonces perdona y que como ahora daba pena capital a quienes carecían de éste. Adam Driver, siempre acertado a la hora de asumir un papel, nos cuenta lo mismo que el amargado aspirante a todo que hace Damon, pero con sus matices, demostrando que los juicios, desde que el mundo es mundo, son colecciones de mentiras e hipérboles en defensa propia o ataque ajeno, donde, además, cuenta con su señor feudal, magistralmente interpretado por Affleck (cuidado que era malo este hombre en su juventud y cómo ha mejorado, incluyendo una Copa Volpi) quien le regala arbitrariamente todo por dos motivos, porque es su compañero de correrías sexuales y orgías y, de paso, porque así se lo quita delante de sus narices al escudero que es ordenado caballero por exclusión, pero no por su deseo, durante la escaramuza de Escocia. Y aquí el realizador juega con elementos de Blade Runner (Ib., 1982) tales como la muestra de los personajes antes y después del odio y la situación en ese tablero de ajedrez del desdén entre ellos de la figura femenina (sea replicante o hija de rico defenestrado por su colaboracionismo con el enemigo). Aquí, además, Scott juega muchísimos planos escasa pero muy brillantemente iluminados como en El Consejero (The Counselor, 2013) y las orgías para demostrar poder. De esta manera nos muestra la psique del personaje en su época y como los ingredientes del poderoso siguen siendo los mismos a lo largo de los tiempos. Todo ello sin olvidar la estupidez del rey, a quien sólo salvaba de la muerte aquella torticera idea de que lo era por designio divino.

            Y llegamos a la puesta en escena de la bella esposa, objeto de deseo de uno, de riqueza para el otro y con quien nadie cuenta más allá de ser caderas y ovarios para tener un heredero y           que cuenta con el odio de la madre del hombre (sensacional Harriet Walter, una vez más) depauperada tras el fallecimiento de su esposo y tras no ser nombrado capitán su vástago, tal y como parecía lógico siguiendo aquel medievalismo hoy sólo inteligible en determinados estratos sociales. Y ella nos relata una tercera visión en la que ninguno de los dos anteriores sale bien parado. Sobria y con escaso parecido al personaje que le ha dado renombre en la serie Killing Eve Jodie Comer juega con el drama, e incluso con la tragedia en una economía gestual magnífica y de la que debemos destacar dos momentos cruciales, cuando su esposo le ordena que dé un beso a su enemigo, espita de todo lo que acontecerá después, y ese plano escalofriante en la que es encadenada para ver el duelo solicitado por su esposo a modo de juicio de Dios y que acabará con ella en la hoguera si su marido muere en la disputa. Aquí se ve la influencia en su interpretación de la Juana de Arco (Saint Joan, O. Preminger, 1957) de Jean Seberg y la de impotencia ante los acontecimientos que tan estupendamente refleja Katherine Hepburn en El león en invierno (The Lion in Winter, A. Harvey, 1968) donde dos mujeres fuertes saben que tiene todas las de perder en un mundo de hombres y que, aun así, no se rinden utilizando las armas que la sociedad les permite, pero sin olvidar quienes son. Pero recordándonos de fondo la Lady Marian que hizo Cate Blanchett para la versión que el propio realizador británico hizo del mito de Robin Hood (Ib., 2010). Y Ridley Scott juega con la temática de Thelma y Louise (Ib., R. Scott, 1991), La teniente O’Neill (G.I. Jane, 1997) o Gladiator (Ib., 2000) con Lucilla, el personaje de la hermana de Cómodo, ese César corrupto y sanguinario con una ambición sin límite, y donde ella juega sus cartas, todas, sin dejar de entrar en baza alguna. Sin olvidarnos de su impresionante teniente Ripley, batallando contra el alienígena en las reducidas dimensiones de la nave Nostromo en Alien, el 8º pasajero (Alien, 1979).

Adam Driver as Jacques LeGris and Matt Damon as Jean de Carrouges in 20th Century Studios’ THE LAST DUEL. Photo by Patrick Redmond. © 2021 20th Century Studios. All Rights Reserved.

            Y, tras todo esto, Ridley Scott baraja todas las escenas de duelos que ha rodado y lo hace con una maestría ejemplar y con más sangre que la que quitaba la protagonista de Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre (Curdled, 1996). Así, vemos escenas que nos evocan su primer largo, Los duelistas (The duelists, 1977) con su violencia continua y su odio in crescendo que evita la reflexión frente a la barbarie; los enfrentamientos terribles y con complejo de inferioridad a superar de Decker con los replicantes en Blade Runner; y, por supuesto, las mejores escenas de lucha con espada que nos ha regalado este británico de ochenta y cuatro años: las de Orlando Bloom en El reino de los Cielos y las de Russell Crowe en Robin Hood, pero, sobre todo, en Gladiator. Jugando con una estructura de western en el medievo, como antes hizo en el Coliseo romano.

            En definitiva, una atractiva y brillante película en la que el maestro tira de su experiencia para regalarnos una historia cruda y real de quiénes somos y de dónde venimos y, por desgracia, y con estos mimbres tan terribles, adónde vamos.

            Cine para gourmets que sepan ver y escuchar. Absténganse puristas medievalistas y aficionados al cine con palomitas y refresco. Esto es otra cosa, donde la psicología individual del yo profundo debe ser ocultada en la psicología social si se desea seguir perteneciendo al grupo y que, por desgracia, tiene más que ver con la Psicobiología que con las teorías del comportamiento humano desarrolladas en los cincuenta y sesenta. Toda una lección de un maestro que muestra una película más que notable en la que no la hacen sobresaliente minúsculos detalles, tales como, la posición del rey, casi caricaturizado, y, sobre todo, la de la reina, que pasa desapercibida cuando lo que se juzgaba era, en el fondo, el honor de una mujer. Disfrútenla, por favor.

Os dejo un trailer:

Carlos Ibañez

Revista Atticus