Un recuerdo a John Denver

Un recuerdo a John Denver por Katy Villagrá Saura

Casi a los veinte años de su desaparición, el 12 de octubre de 1997, cuando aún oímos a las avionetas cortar el cielo de otoño con su vuelo, nos viene a la memoria la figura de John Denver. Su intenso amor por la vida, que plasmaba en las dulces y pegadizas melodías de sus canciones; el aire festivo y alegre de sus conciertos en directo —poseía un envidiable buen humor—; sus camisas estampadas, su guitarra colgada al hombro, su pelo rubio y sus gafas casi redondas; su sonrisa limpia y su contagiosa simpatía y vitalidad siempre quedarán en nuestro recuerdo. Henry John Deutschender Jr., hijo de un piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, nació en 1943, en Roswell, Nuevo Méjico. Tomó como apellido artístico el nombre de la ciudad que acogió su primer reconocimiento musical, como componente del Chad Mitchell Trio.

En 1969, empieza su carrera en solitario y su despegue definitivo como compositor con Leaving on a Jet Plane, su primer número uno. A partir de aquí, su carrera es imparable: en 1975, es nombrado cantante country del año, después de haber recibido varios discos de oro y platino. Títulos como Take Me Home, Country Roads; Rocky Mountain High; Rhymes and Reasons o Annie’s song, una de las más bellas baladas de la música pop del siglo anterior, le encumbran como una estrella de talla internacional.

Convencido del poder conciliador de la música, Denver fue el primer artista norteamericano en dar una gira por la entonces U.R.S.S. en un momento en el que las relaciones entre las dos potencias mundiales no pasaban por sus mejores momentos (en 1987, espontáneamente, ofreció un concierto a beneficio de las víctimas del desastre de Chernobyl). Años después, en 1992, haría lo propio en China. “La música une a la gente con la misma emoción”, declaró en aquel tiempo el cantante. John Denver adoraba la naturaleza y la vida al aire libre (“I’m a country boy, yes!”, afirma en uno de sus mayores éxitos). Defensor a ultranza del espacio natural, intentó que su público se interesara por estos temas a través de sus canciones y conciertos (llegó a crear, en 1976, la fundación Windstar, un centro para la defensa de la naturaleza).

La otra gran pasión de Denver, además de la música, era volar. Tenía licencia para pilotar diferentes tipos de aviones; incluso practicó la acrobacia aérea. Es más: se ofreció como voluntario para subir a la nave Challenger antes de que explotara en el 86, “no como artista sino como ciudadano del mundo”. Desafortunadamente, el 12 de octubre de 1997 su avión, un modelo experimental construido con fibra de vidrio y dotado de un solo motor, se precipitó en el océano Pacífico, en la Bahía de Monterrey, en California, después de incendiarse. “Murió haciendo lo que le gustaba”, dijo por entonces a los periodistas Annie, la primera esposa del cantante.

Lo último que recuerdo de John Denver es una preciosa canción interpretada junto a nuestro Plácido Domingo, Perhaps Love, que sirvió además para un famoso anuncio de cava —¿quién nos dice que no pueda volver a ser telón musical de cualquier producto navideño?— y una entrañable colaboración en el programa de los divertidos Teleñecos de Jim Henson (The Muppets Christmas Show). Ya no tenía la carita redonda de “niño travieso”, que decía Juan Marchán, ni llevaba sus inconfundibles gafas, pero su sonrisa y su afabilidad eran las de siempre.

Acaso suene raro que hoy nos siga gustando John Denver. Nos gusta porque sus canciones huelen a campo, a flores silvestres, a diarios abiertos, a bares de madera, a emociones sencillas, a sábados por la tarde, a una vida que, tal vez, ya sólo exista en nuestros corazones.

Esta publicación sobre Un recuerdo a John Denver esta publicado en Revista Atticus 36

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