STAR WARS: Trilogías y Psicopatías (y 5)

Trilogías y Psicopatías V

por Carlos Ibañez Giralda – Pilar Cañibano Gago

cine de ciencia ficción que tantas alegrías le ha dado en su carrera. Y nos plantea enigmas y lazos familiares retornando a la senda de los lazos de sangre y nos hace preguntarnos por el tema de la partenogénesis de la madre de Anakin. El mal nace o se hace. El vigor de la lucha interior está en ese recomienzo en un paisaje de planeta desértico o en aquella máscara quemada en un bosque de la luna de Endor cuando todo parecía haber quedado cerrado en un círculo del bien frente al mal, en un maniqueísmo más propio de los monoteísmos occidentales que de la profundidad de donde surgen en las dudas y la meditación oriental.

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Y la rueda comenzó a girar para placer de los seguidores y horror de los cinéfilos de la Nouvelle Vague y placer al recibir la recaudación mundial la Disney, quien no pasa precisamente por ser una oenegé en el mundo del cine. Recibió más de dos mil millones de dólares por su inversión, nada desdeñable, de doscientos.

La crítica fue bastante buena y borró de un plumazo el mal sabor de la segunda trilogía, la de los tres primeros episodios, de un plumazo. Abrams había logrado que tres generaciones de seguidores se pusieran de acuerdo en que la historia tenía mucho más recorrido de lo que Lucas había creído.

De nuevo se rodeó de nuevos valores unidos a los ya consagrados y a talentos premiados, como Lupita Nyong’o o el grandísimo Max Von Sydow, para escarnio de los puristas bergmanianos. Tras ser rechazados actores como David Tennant o Robert Pattison fueron elegidos talentos incontestables como Adam Driver, Daisy Ridley o John Boyega, además del actor de origen hispano Oscar Isaac. Por si fuese poco en febrero de 2014 fue confirmado todo el elenco protagonista de los episodios IV, V y VI, incluidos Hamill, Fisher y Ford, pero también Peter Mayhew, Anthony Daniels (que con esto se confirmaba como el único actor que estaría en las nueve películas) y Pete Baker, con lo cual ya sólo quedaban flecos en la ficha artística, que Kathleen Kennedy cerró con Andy Serkis, con quien había trabajado ya en Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio (The Adventures of Tintin, Steven Spielberg, 2011) y el prometedor Domhnall Gleeson.

Se comenzó a rodar el 14 de mayo de 2014 en el desierto de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos y en Pinewood, donde Harrison Ford sufrió una fractura de tobillo por culpa de una puerta hidráulica que literalmente se le vino encima atrapándole el hueso fracturado. Aquello hizo variar un tanto el plan de rodaje, pero no lo retraso, al menos hasta el mes de agosto, cuando hubo que hacer una parada técnica ante la más que evidente cojera de Han Solo. En septiembre se retomó hasta su conclusión el tres de noviembre tras seis meses de rodaje de ambas unidades tanto la principal en Londres como la segunda en Islandia, Marruecos o los ya citados Emiratos. Todo esto mientras muchos de los efectos eran rodados a la antigua usanza, con maquetas y cámaras de 72 y 96 fotogramas por segundo en lugar de efectos CGE, que restaban credibilidad a la producción, tal y como había expresado Mark Hamill antes del rodaje.

El resto, a partir de ahí y hasta el día del estreno fueron un teaser, el título final del episodio y una sustanciosa entrevista a Mark Hamill, auténtico inspirador de la película, según Abrams, tras hablar con él un par de ocasiones. La Disney movió todos sus recursos, canales y tiendas para la promoción de los nuevos productos y generar la ansiedad necesaria para reventar la taquilla el primer fi n de semana del estreno. Por si fuese poco un enfermo de cáncer terminal pidió ver la cinta antes de fallecer y la Disney le hizo un preestreno para él el 11 de noviembre ya que no llegaría al 18 de diciembre, cuando Buenavista había fijado la fecha del estreno a nivel mundial. Aquel detalle de humanidad catapultó, aún más, el fenómeno Star Wars en este mundo de buenismos y gestos.

El 18 de diciembre se convirtió en el mejor estreno de las siete y tres semanas más tarde era la más taquillera de la serie y la cuarta de la historia. Todo eso sin contar todos los juguetes, disfraces y demás artilugios que la Disney puso a la venta a nivel mundial con acuerdos entre otros con Lego o Hasbro, Rubies o Giochi Preziosi.

Entonces Abrams se tomó un descanso para poder concentrarse en el episodio final (¿?), el IX. Y cedió el testigo en la dirección y el guion para el octavo quedando él en los créditos como productor ejecutivo de la nueva cinta: Los últimos Jedi (Star Wars: Episode VIII – The Last Jedi, Rian Johnson, 2017). Y aquello no había sido una buena idea. El guion fl ojeaba y el enfrentamiento entre el bien y el mal, entre el respeto y el cariño quedaba cojo por ese vano intento de convertir a Luke Skywalker en Yoda y a Rey en nadie sabe qué exactamente. Mientras esto ocurría se había rodado una excelente escisión para contarnos como se habían robado los planos de la Estrella de la Muerte, precuela del episodio IV y esto obligaba a un esfuerzo extra, ya que competía contra dos películas, su precedente en el episodio VII y ésta, que había sido hecha con un mimo excelente y con un elenco repleto de buenos actores capaces de eclipsar esta octava entrega. Así, Rogue One (Ib., Gareth Edwards, 2016) consiguió un respaldo unánime de la crítica y la consideración de gran película más allá del sello de la saga galáctica por excelencia (con permiso de Star Trek). Por si fuese poco contó con un equipo de guionistas con ese nivel que exigiría Peter Bogdanovic sobre conocimientos históricos de la estética del cine como arte y uno de esos finales que habla de la metafísica del bien y el sacrificio mucho más allá de la mera situación personal. Por si fuese poco volvió a mostrar a dos de los malos por excelencia: el Gobernador Tarkin (en Una Nueva Esperanza interpretado por Peter Cushing, y aquí por Wayne Pygram y unos magníficos efectos digitales) y su “perrito faldero” Lord Vader, donde el mal respira con él como lo hace en la primera cinta, el episodio IV retomando el escalofrío en el espectador a ver su siniestra imagen. Y, además, Rian Johnson y Ram Bergman, director y productor de Star Wars: Episodio VIII, respectivamente, tuvieron un cameo como dos técnicos de Estrella de la Muerte para que el auténtico fan se fijase aún más.

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Pero todo lo que funcionó para la precuela no lo hizo en Los Últimos Jedi. El guion no se trabajó siguiendo la línea marcada por Kasdan y Abrams y la producción se disparó. Para reforzar el elenco se retomó la idea de Yoda como mentor del mentor y Frank Oz retomó su papel del maestro jedi. También se reforzó una de las partes más flojas y liosas del guion con la presencia, siempre de agradecer, de Benicio del Toro, retomando la idea del sinvergüenza con escrúpulos que era Han Solo en el episodio IV. Y ahí naufraga la entrega. Es una mezcla del episodio V en las enseñanzas jedi, del IV para el tema del contrabandista, del VI habla de la desaparición del líder del mal y la toma del poder por un nuevo líder sith. Pero no define ninguno de ellos convirtiendo aquello en una coctelera sin sentido. No más allá del que le da Abrams en el noveno episodio para atar todo lo que Johnson había desenlazado y deslavazado en esta octava entrega. Como dijo un analista del séptimo arte en la revista Variety: todo podría haber funcionado, pero no lo hizo. Abundando en el porqué o porqués de esta falta de éxito Martín Chiavarino, de Metacultura, opinó: con diálogos demasiado pobres, escenas que no convencen o incluso resultan ridículas, demasiada confusión, ideas sin pulir y una intención exagerada y desatinada de nunca abandonar as analogías constantes con El Imperio Contraataca el guion de Los Últimos Jedi. Así que el rodaje en Pinewood para interiores, Irlanda para la isla en la que mora Luke, Dubrovnik o el Salar de Uyuni, en Bolivia, donde se rodó en secreto, hasta para las autoridades bolivianas, de la escena final del octavo capítulo no convirtieron en una gran película tanto gasto en producción salvo como un mero episodio de transición hasta llegar el esperado IX, de nuevo bajo las órdenes de J.J. Abrams y un equipo de producción a su servicio para desfacer entuertos, como diría el ingenioso hidalgo Don Quijote. La taquilla aguantó, más por no perderse el espectáculo del noveno que por la propia cinta de Johnson recaudando cinco veces lo invertido, pero dejando muy tocado a su director y guionista. Se estrenó en diciembre de 2017, aunque su intención inicial fue hacerla coincidir con el cuadragésimo aniversario del estreno del episodio IV, entonces simplemente Star Wars.

Y con esto y el pinchazo que dio Han Solo (Ib., Ron Howard, 2018), que no funcionó porque el guion comienza con alguien que jamás diríamos que es Han Solo, sino un ser diferente y nacido del despecho en lugar de la vida elegida, tal y como parecía Harrison Ford. Aquí, con ese nombre, surge el problema principal: Alden Ehrenreich posee una ausencia de carisma capaz de hacer paradigmático el hecho de cómo no se debe seleccionar en un clinic avanzado para directores de reparto. Sólo su pertenencia al lobby hebreo y ser apadrinado por Spielberg puede explicar que un actor tan limitado y con esa mal llevada exageración de muecas pudiese ser elegido. No consigue, en ningún momento, hacer olvidar al personaje creado por Ford. No evita que constantemente el espectador se vaya a la pregunta “¿qué hubiese hecho Harrison Ford en este brete del libreto?”. Tampoco son creíbles los personajes del primer amor, con la siempre limitada Emilia Clarke, y el malvado Dryden Vos, que encarna Paul Bettany, con la máxima de Hitchcock sobre que cuanto mejor actor sea el malo mejor será la película. Pero el guion de los Kasdan, padre e hijo, no funciona. Sólo Woody Harrelson, que hace una vez más de sí mismo, da un poco de aire a determinados pasajes, pero no da empaque a un proyecto de tal envergadura.

Fracaso en taquilla, apenas si recuperó su presupuesto en Estados Unidos y el primer fi n de semana hizo que la Disney se replantease la estrategia de lanzamientos de episodios y busque nuevas formas de lanzamiento tras semejante desastre. Lo que sí que hizo fue calentar las ganas de lo que en Londres estaba ya comenzando a diseñar el equipo de J.J. Abrams: Star Wars: Episodio IX, El ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, J.J. Abrams, 2019). Y, para empezar, había que coser todo lo que el VIII había dejado hecho hilos y la historieta, casi pulp, de Han Solo. Abrams y su coguionista, Chris Terrio, el hombre que dio forma a la más que premiada Argo (Ib., Ben Affl eck, 2012) por el que ganó el óscar de la Academia por su labor adaptando el libreto. Y la Disney, Abrams y Lucas Films pusieron toda la carne en el asador. Comenzaron por un guion repleto de guiños a las películas de Franklin J. Schaff ner, especialmente a El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, F.J. Schaff ner, 1968) o Patton (Ib., 1970), además de su idolatrado Edgar Allan Poe, con detalles de El Cuervo o el inolvidable La Casa Usher en una de las escenas mejores de los nueve episodios. Todas las infl uencias y el saber de Abrams y Terrio, quien es un gran conocedor del tema cómic y dar forma de historietas; colocaron detalle tras detalle para que se cumpla la máxima de Billy Wilder sobre el cine: “yo escribo películas para una señora inmigrante en Wisconsin y para un ingeniero de la NASA. Los matices que adviertan es cosa de ellos”.

Abrams construyó un universo adicional, nuevo, con una galaxia oscura al otro lado de la galaxia y con una nueva versión, a veces, del episodio VI, en lugar de Ewoks hay gente desarrapada y apartada, pero son ellos quienes aguantarán mientras la flota rebelde llega para destruir la casa del mal, con todo lo allí escondido, incluido el secreto de quién es Rey y quien Kylo Ren, o Ben Solo, que es quien siempre fue o quien nunca quiso ser, en una suerte de doppelgänger o Jekyll y Hyde, y aquí nos muestra su respeto por la literatura de Stevenson y lo que influyó en él su idolatrado Poe.

Para esta última película Hamill le había pedido a Abrams que todos los protagonistas estuviesen en la cinta, que no se dejase a ni uno solo de los originales de los episodios del IV al VI. Y así se hizo. Se regresó a Pinewood, a las afueras de Londres para los interiores, además de otros estudios en Manchester, los Estudios Cardington, y el resto se rodó en California y Toronto. Para las escenas de Pasaana y Tatooine esta vez el desierto elegido fue el de Wadi Rum, famoso porque David Lean, el director que más ha influido, sin duda, en Spielberg, rodó en ese mismo lugar Lawrence de Arabia (Ib., D. Lean, 1962).

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Y ahora sigue en las carteleras de cines de todo el mundo recaudando dinero para que la Disney ruede su idea de ir a la Alta República, cuatrocientos años atrás, para ver a Yoda convertirse en el gran maestro que fue hasta morir en el exilio del cenagal de Dagobah. Así que esperemos en los próximos años una nueva trilogía del dinero y la fantasía, de ahí es título de este artículo: Trilogías y Psicopatías, porque lo que ha conseguido esta saga será difícilmente superable, dado el nivel de locura colectiva que desata, entrando en despachos de señores muy serios con una reproducción del Halcón Milenario en una estantería o un montón de gente con sables láser por la calle los días de estrenos a lo vasto del mundo. Cómo diría Darth Vader: it’s pointless to resist (es inútil resistirse). Esperemos, cómo no, que la fuerza nos acompañe.

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Star wars Trilogías y Psicopatías

Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus