STAR WARS: Trilogías y Psicopatías (4)

Trilogías y Psicopatías IV

por Carlos Ibañez Giralda – Pilar Cañibano Gago

También fue la primera montada con edición no lineal gracias a la traslación a digital de todo el proceso de revelado y al puerto IEEE 1394, capaz de volcar imágenes y sonido por separado y que el programa adecuado lo una. Bien era cierto que Knoll había realizado más de tres mil anotaciones de guion para los efectos visuales y eso retrasó el montaje, el cual tardó casi dos años, y eso puso muy nerviosa a la distribuidora ávida, por lo visto, de dinero y de buenos rendimientos para los accionistas. De hecho, alguien comento que la Fox buscaba un nuevo empuje, como pasó tras el estreno del episodio IV, cuando las acciones doblaron su valor en pocos días. Pero George quería que todo, al menos lo técnico, fuese perfecto. Y por eso retrasó el estreno hasta el 21 y después se matizó y adelantó al 19 de mayo de 1999 dentro del festival de la convención ShoWest. Además, siguiendo con su proceso de digitalización frente al cine anterior se hizo un estreno paralelo en Salas de Proyección Digital el día 18 de junio, con lo cual la experiencia de ver La Amenaza Fantasma alcanzaba otro nivel, al menos en lo sensorial, ya que en lo sensitivo estaba claro que no daba la talla, tal y como dijo la crítica especializada, hasta la más benévola. Aunque hasta 2010 Lucas, siguiendo la estela de James Cameron y su Avatar (Ib., J. Cameron, 2009) no se llevó a cabo un reestreno en 3D y Omnimax.

Pósters minimalistas de Star Wars

El resultado en taquilla fue espectacular. Centuplicó la inversión, aunque la crítica dio duro a Lucas y a aquella infantilización de algo que podría haber sido tan profundo como el viaje de un niño a la oscuridad del mal. Copó las nominaciones a los Razzies con siete, incluida peor película, director y guion y ganó el de peor actor de reparto para Ahmed Best por poner voz al irritante Jar Jar Binks. Sin duda, lo mejor fue la lucha entre los dos jedi, maestro y padawan, y el sith, Darth Maul con toda su parafernalia luciferina, acompañados por el coro creado por el siempre eficaz John Williams para darle un trasfondo metafísico a ese encuentro de espadas láser Y con esto Lucas se reafirmó en su idea de avanzar en la segunda trilogía y nos comenzó a mostrar al joven Anakin enamorado de la reina, ahora ya sólo senadora de la república, en un giro político ininteligible desde la Historia y la Politología y el nacimiento del amor y el despertar del mal. Kenobi es el maestro del joven Skywalker y Palpatin es un senador con ánimos imperiales, más o menos como cualquier extremista da igual la orientación política. Y todo eso confluyó en El Ataque de los Clones (Attack of the Clones, G. Lucas, 2002).

Dadas las pésimas críticas de la anterior película Lucas se tomó un poco más en serio el siguiente guion y se dio cuenta de que debía madurar los personajes y la historia. Concibió un Obi-Wan inmensamente más serio y jedi, alguien en quien pudiese verse reflejado Alec Guinness. Pero la elección de Anakin volvió a ser un desastre. Sobreactuado, con voz chirriante y menos química con su amada Padmé que el huerto de un hippy vegano Hayden Christiansen, el elegido, dilapidó su oportunidad de convertirse en una estrella, cosa que se puede llegar a ser sin tener la capacidad de ser actor, sobran ejemplos, pero él convirtió al malvado por excelencia del cine en un chiste. Lucas, que es un muy mal director de actores, fue incapaz de conducir su actuación a un lugar donde no retumbase su incapacidad para ser creído como el futuro Lord Sith. No se le veía relajado en ningún momento y hasta su corte de pelo resultaba irritante, o eso se desprende de una encuesta hecha por una revista juvenil.

La producción comenzó, como de costumbre, sin tener el guion cerrado y el equipo volvió a trabajar con muchos interrogantes y alguna certeza. El planeta donde se encuentra el Senado de la República, Coruscant, ya está diseñado. Naboo también y Tatooine está también, pero hay que añadir Geonosis y Kamino y ahí debían añadir personajes, los habitantes del primero y los del segundo, incluidos los clones, con una espléndida grabación digital en capas sobre el personaje interpretado por el actor de origen maorí Temuera Morrison, rocoso, ancho, con aspecto de duro; en contraposición con los aborígenes sutiles, elegantes, estilizados y de ojos enormes que le están clonando. La elección de Morrison viene motivada porque la película se rodó en los estudios de la Fox en Australia y varios actores de las antípodas fueron seleccionados siguiendo el concepto desarrollado por McCallum de la relación calidad precio que ya había comenzado a desarrollar en La Amenaza Fantasma.

El rodaje fotografió exteriores en el lago de Como, la plaza de España de Sevilla o su casi habitual Matmata, en Túnez. Todo lo demás fue digitalizado o con cromas, porque el grueso de los sesenta y ocho decorados se construyó en Australia por el equipo del diseñador Gavin Boquet, quien siguió el principio de paneles móviles del maestro Alexander Trauner para poder modificar algunas posiciones de cámara y puntos de iluminación, especialmente en el Consejo Jedi y los escaños de los senadores.

El diseño de los efectos de sonido se hizo completamente digitalizado y se añadieron todos en posproducción. Hayden Christiansen contó, con gran sentido del humor, que para hacerse una idea y meterse en el papel él iba haciendo con sonidos nasales y guturales el rumor característico del sable láser y que se acercó el jefe de sonido directo y le dijo que lo dejase ya porque ese trabajo ya se haría luego y que estaba estropeando la escena.

Para dar un empaque mayor a las fuerzas del mal Lucas fichó a Christopher Lee, el mejor Drácula y acostumbrado a los papeles de antagonista. El rol del Conde Dooku parecía irle como anillo al dedo. Y aquí Lucas establece un paralelismo al duelo entre Vader y Luke en El Imperio Contraataca sabedor de que ésta era la mejor película para la crítica y el público. De manera que le hace un guiño y muestra cómo no todo debe ser digital, cosa que agradecieron los fans más veteranos de la saga. También hace algo parecido con la persecución a Kenobi, quien se esconde en un campo de asteroides.

Tras un calendario bastante bien ajustado y después de un susto por la aparición de una copia pirata en Kuala Lumpur y la detención de una pareja con nueve mil copias en la vecina Singapur la nueva entrega, el episodio número dos se estrenó el 16 de mayo de 2002 con mejores críticas y peor acogida por parte del público, que le retiró su apoyo tras la infantilada anterior. Lucas sufrió un revés por ello, a pesar de que los beneficios sextuplicaron la inversión. Pero eso no le quitó las ganas de concluir lo que él mismo denominó su hexalogía. Y se puso manos a la obra con el episodio tres: La Venganza de los Sith (Revenge of the Sith, G. Lucas, 2005). Con dos premisas: ganar más en taquilla y dejar todo atado y bien atado después de tan flojo comienzo desde el punto de vista del guion.

Para este episodio, donde el final ya era sabido desde aquella explicación en Dagobah por parte del extinto Ben Kenobi, retoma elementos escritos y descartados desde El Retorno del Jedi, como la lucha entre maestro y aprendiz en las minas, con la lava bajo sus pies y como el senador Palpatine nos va mostrando su ya bastante adivinada oscuridad como Darth Sidious. Para remontar el menor éxito de la anterior entrega hizo todos los cambios que irritaban a la pléyade de afi cionados que despellejaron la película en las redes sociales, esa arma de doble filo capaz de encumbrar o hacer caer una producción. Lo primero que hizo fue variar el aspecto de Anakin, ese corte de pelo que tanto fue criticado, se convirtió en una melena de estrella de pop de los ochenta. Padmé se quedó embarazada, como correspondía. Y la norma secreta introducida en el ADN de los clones para acabar con sus generales jedi es aplicada después del golpe de estado perpetrado por Palpatine y su nuevo aprendiz, el rebautizado como Darth Vader. La orden secreta 66 acaba de un plumazo con la orden jedi y sólo el maestro Yoda y Obi-Wan Kenobi logran huir con un mandato: esconder a los hijos no natos de Anakin, ya seducido por el lado oscuro. Así, envía a la niña con el senador de Alderaán, cosa que le costó la vida al planeta en el episodio IV, el rebautizado como Una Nueva Esperanza, de 1977, y a Luke, el niño, a Tatooine, donde nació su padre, y está su familia más cercana, su tío Owen, nuevo rizo del guion original, cuando se supone que Anakin tenía hermanos, luego llegó lo de la partenogénesis o el Espíritu Santo.

Pósters minimalistas de Star Wars

Con todos estos elementos aislados debía coserlos todos y que pareciesen un traje único. Y, más o menos, lo logró, convenciendo al público, recaudó más de 870 millones de dólares siendo la segunda más taquillera de la saga, y a la crítica, que fue muy benévola y que aplaudió, en general, la apuesta de Lucas, aunque siguió viendo elementos chirriantes y actores incapaces de soportar el peso de tal amalgama de historias paralelas, más las ya contadas dos décadas atrás.

Pero la producción fue bien, muy bien. Todo salió a pedir de boca y Lucas dijo que era una hexalogía completa, por fi n, y cerrada. Nuevamente colas en los cines y entradas agotadas para el primer fi n de semana del estreno. Y un exhaustivo trabajo para que la concordancia con los cinco capítulos rodados satisficiese a todos los que buscaban poner peros, que de ésos también había una legión. Hasta se hizo un documental The People Vs. George Lucas (Ib., Alexandre O. Philippe, 2010) para desprestigiar la labor de aquél. Pero el monstruo, que parecía dormido y alimentando a su creador, dejó de ser útil a George y prefirió el dinero, y mucho, de Disney, quien compró Lucas Films en octubre de 2012 por una cantidad exorbitante (tres mil ciento veintico millones de euros) y que presagiaba muchas películas, tanto aisladas como en trilogía de la franquicia galáctica. A finales de ese mismo mes se anunció la nueva trilogía compuesta por los episodios VII, VIII y IX, y para dirigirla, producirla y escribirla contarían con un grande del cine de ciencia ficción, J.J. Abrams, quien estuvo a punto de decir no porque estaba muy comprometido con el relanzamiento de Star Trek y muchos de los trekies verían su marcha a Star Wars como una traición.

Abrams contó como asesor con el mismísimo jubilado de oro, George Lucas, y se rodeó para la producción de Kathleen Kennedy, presidente de Lucas Films, y de su habitual compañero en las tareas de producción de sus proyectos audiovisuales, el recientemente fallecido Brian Burk, un tipo acostumbrado a Abrams y capaz de sustentar la producción de cualquiera de sus proyectos con unas dotes de malabarista a caballo entre la diplomacia, el conocimiento del medio en el que se movía y la capacidad para oler los buenos planes para la realización de una serie o una película. A él debemos series como Six Degrees o Lost, entre otras, grandes éxitos de los últimos años. Así que con ese equipo ganador y todo el dinero del mundo, que es, más o menos, lo que posee la Disney, el guion comenzó a fluir con la inestimable ayuda de Lawrence Kasdan, quien había hecho acrecentar su buen nombre por no haber aparecido en los créditos de la segunda trilogía, la que tanto dividía a los fans. Kennedy, la productora más exitosa de la historia teniendo en cuenta todos los taquillazos que ha tenido a lo largo de sus cuatro décadas en la industria hollywoodiense, llegó al nuevo proyecto de la Disney tras haber sido nombrada presidente de Lucas Films y haber negociado con la maca de Mickey Mouse la venta y el traspaso de poderes o, como dijo un crítico, Sansón, cómo le ponían las orejas del ratón más famoso del mundo a Darth Vader. Fue tan excelente su labor que la compañía de los parques de atracciones le mantuvo en su puesto y fue la encargada de acompañar a Abrams y Burk en la nueva andadura de la saga que comienza hace mucho tiempo; en una galaxia muy lejana.

Abrams no fue el primero en la lista, de hecho, Disney barajó varios nombres: John Favreau, Joe Johnston, Joseph Kosinski y Christopher Nolan sonaron durante esos primeros días de la Disney como dueña de la nueva trilogía. También la propia Kathleen habló con su amigo Steven Spielberg o Quentin Tarantino, pero ambos rechazaron la oferta, el primero por fi delidad a Lucas de quien era amigo desde sus años de estudiantes en UCLA; y el segundo porque asustó a la gente de Disney con sus ideas rayanas en el gore para algunos personajes. En el comienzo del invierno la nueva dueña de la franquicia hizo un último esfuerzo con el propio Lucas almorzando con gente del calado de Guillermo del Toro o Sam Mendes y, su favorito, Colin Trevorrow, que, sin embargo, rechazó el trabajo porque no colmaba sus expectativas sino las de la compañía. Y, por fi n, se alcanzó el acuerdo con Abrams, que siempre había sido del gusto de todos los que seleccionaban el personal para la película y la trilogía, en general. Esto fue el 20 de enero de 2013.

Abrams escribiría el guion, produciría la cinta y la dirigiría, para mantener cierto control sobre el producto final. No deseaba sufrir amputaciones traumáticas en la mesa de montaje porque un gerifalte de Buena Vista estuviese caprichoso esa mañana. Así que, con esas premisas y su compañero de batallas, Brian Burk, comenzaron a buscar el elenco técnico y artístico para la película mientras el propio J.J. y Kasdan hacían y rehacían diálogos y situaciones, escenas y escenarios hasta que todo parecía funcionar. No olvidaban el pasado, cosa que sí parecía haber hecho Lucas en alguna ocasión, y, además, todo creció por el fondo cultural atesorado por el nuevo director, ávido lector de gente como Poe, Twain o Pearl S. Buck y estudioso del cine de ciencia ficción al que hizo un precioso homenaje en Super 8 (Ib., 2011). Aquí ya dominaba el producto final salido de sus guiones, al principio, como todo guionista que se precie, su trabajo fue sobado y manipulado por productores, directores y estrellas que no quieren decir tal frase, como diría Ricky Gervais: “… que han ido menos a la escuela que Greta Thumberg” y se atreven a contradecir y airarse por una frase. Y eso exigió en Star Wars, dominar lo salido de la mesa de montaje tanto como lo que él había escrito y dirigido.

Así que firmó tener el control de la tercera trilogía dejando a un lado las historias relacionadas: Rogue One (Ib., Gareth Edwards, 2016) y Han Solo (Ib., Ron Howard, 2018), sobre las que no estaba interesado. Y comenzó a rodar con mucha ilusión y un grave sentido de la responsabilidad. Sobre todo, porque su elenco iba a estar encabezado por los mismo tres protagonistas de los episodios IV, V y VI: Carrie Fisher, Mark Hamill y Harrison Ford. Además, quería que la historia partiese donde se había quedado tras la primera versión del episodio VII. Donde vencer al emperador no era vencer al mal. Y nació El Despertar de la Fuerza (Star Wars: Episode VII, The Force Awakening, J. J. Abrams, 2015).

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Y con esa premisa y un concienzudo trabajo de guion, que incluía a Lawrence Kasdan, además de su propio crédito y el de Michael Arndt. Tras varias remodelaciones y el consejo sabio de Mark Hamill, a quien se pretendía dar un protagonismo en ausencia, tal y como habían diseñado Graham Greene y Orson Welles para su personaje en El Tercer Hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949), es decir, donde se adquiera relevancia en la película sin salir, pero no dejando de nombrar al personaje constantemente, se compuso un guion muy al estilo de los ochenta sobre una película de acción sin dejar de lado un aspecto más cultural y repleto de guiños tanto a sus episodios precedentes (el más notable el de llamar al planeta asesino Base Starkiller, tal y como se llamaba originalmente el comandante Skywalker, en 1976) como al

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