STAR WARS: Trilogías y Psicopatías (3)

Trilogías y Psicopatías III

por Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

tales como David Cronenberg, quien se sintió rápidamente distanciado al ver que aquel guion era una colección de excusas para vender a los niños fi guritas; y David no tenía ganas de ser cómplice de eso que odiaba tanto de la industria, que se primase más los alrededores que el centro. También se entrevistó con otro David, Lynch, que venía de tener un éxito espectacular con El Hombre Elefante (The Elephant Man, D. Lynch, 1981), pero en cuanto vio la sandez de los ewoks y se imaginó a niños de medio mundo con uno abrazado para dormir, dijo no. De hecho, al poco tiempo aceptó dirigir Dune, su propio proyecto de ciencia ficción.

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Tras encontrar en el vicepresidente de su productora Lucas Films, Howard Kazanjian, el apoyo necesario, le ofreció ser él el productor de la cinta y pasar página de Kurtz. Y ambos se fueron a seguir buscando director. El guion de Kasdan y el propio Lucas continuaba variando, pero siempre hacia algo que ni se adivinaba en las dos anteriores películas, especialmente tras el giro de la paternidad de Vader. Aparte de ellos colaboraron, aunque no fueron acreditados, el magnífico David Webb Peoples y el director que, por fi n y juntos, ficharon para que aquel conglomerado de excusas para vender figuritas y muñecos pareciese una película suficientemente digna: Richard Marquand, un británico del que hablaban maravillas sus actores. Venía de tener un gran éxito de crítica y una aceptable acogida en taquilla por El Ojo de la Aguja (The Eye of the Needle, R. Marquand, 1981). Así que convenció a Lucas y comenzó su trabajo en el guion técnico tratando de armonizar aquel mazo de naipes entre la esperanza de la primera película y el pesimismo oscuro de la segunda. Todo ello sin descartar que Lucas Films ganaba mucho más dinero con el merchandising que con las películas, así que ese ingrediente era principal. El acomodaticio director sabía que debía complacer a su jefe y su guion técnico infantilizó hasta límites insospechados la saga.

Así, comenzaron el rodaje en enero de 1982 y se prolongó hasta la penúltima semana de mayo. El presupuesto era el triple que el de la primera, de manera que alquilaron los nueve estudios de Elstree, en Inglaterra y multiplicaron los exteriores: el desierto de Arizona para Tatooine y el parque nacional de Redwood, en California, para la luna de Endor. Todo salió tal y como estaba planeado y el día veinte de mayo Marquand gritó un corten definitivo.

Lucas se dio tiempo para montarla y terminar las escenas rodadas con maquetas. De manera que hasta un año después, el 25 de mayo, coincidiendo con el sexto aniversario del estreno de la primera, no se hizo la premier.

La crítica fue bastante benévola y sólo algún miembro del equipo fue reticente a aquel final que hacía flojear la trilogía. El primero en decir que aquello no funcionaba fue Mark Hamill, el mismísimo Luke Skywalker. Y cuando Lucas la reeditó a su gusto destrozó el final como si la república regresase tras aquello con alegrías y fuegos artificiales por toda la galaxia.

Aunque quizás el golpe más duro que recibió George le vino de su maestro, y director de la anterior película de la trilogía, Irving Kershener, quien dijo:

Le falta unidad. No parece seguir una progresión dramática lógica. Además, yo nunca habría mostrado el rostro de Darth Vader. En El Imperio contraataca se le ve la cabeza durante un segundo y nada más. Cuando de pronto resulta que Vader es un hombre normal con un par de heridas en la cabeza, me pareció un timo. Después de verla siento no haber querido dirigirla.

Aun así, la hidra que no paraba de devorar taquillas a nivel mundial, recaudó más de quinientos setenta millones de dólares. Y multiplicó las ventas de todo lo que giraba en torno al universo galáctico.

Lo mejor de esto es que entre historias descartadas e historietas que parecía que no irían a ninguna parte nació el germen de las tres primeras películas, las que rodaría a partir de 1999.

George Lucas trabajó en más proyectos, se enemistó y reconcilió con Coppola, adoptó tres hijos y agrandó su leyenda de aficionado a los buenos dividendos al crear una heredad, Rancho Skywalker, para que Lucas Films, Lucas Arts e ILM pudiesen crecer, hasta que en 1997 dice que está trabajando en tres nuevas películas de Star Wars, los episodios I, II y III. Las acciones de su compañía se disparan y la rumorología habla de quien y de quién no podría ser Anakin Skywalker. La primera de las tres películas, a las que había calentado con una edición remasterizada de la trilogía de los setenta y ochenta y un nuevo sonido, el THX, bautizado así por su primer cortometraje y después película, estuvo lista en 1999. La Amenaza Fantasma (The Phantom Menace, G. Lucas, 1999) fue todo un éxito comercial y una decepción monumental para la pléyade de fans de la ópera galáctica. Parecía más una aventura para un videojuego creado por la división Lucas Arts que una película. Había personajes inverosímiles y otros sacados de la manga. Rápidamente el personaje digital Jar Jar Binks fue el blanco de las críticas. Y todo el mundo se preguntaba que quién era ese tal Qui-Gon Jinn, quien jamás había sido mencionado en las tres primeras, y más siendo el maestro jedi de Obi-Wan Kenobi, en esta cinta aún padawan, quien después sería la piedra angular de la ética jedi de la trilogía ya rodada. Y el maestro Yoda quien cuando lucha más parece Sonic en una videoconsola que ese anciano rebosante de sabiduría y paz interior. Lo mejor, sin duda, los excelentes actores elegidos para esta reentré. La nómina encabezada por el irlandés Liam Neeson, el escocés Ewan McGregor y la israelí Natalie Portman unida a las apariciones esporádicas de Samuel L. Jackson, Terence Stamp y la suma de Anthony Daniels en un C3PO aún en construcción y Kenny Baker como R2D2 (el conocido como Arturito desde el sur de Río Grande hasta Tierra de Fuego por la pronunciación en inglés del nombre: Ar two-Di two, y de esta confusión el tierno nombre del más famoso androide del cine). Además, Frank Oz volvió a ser la voz de Yoda y el gran actor británico Brian Blessed aportó su tonalidad de barítono (y hasta su aspecto de gordo bonachón, pero con personalidad) al jefe de los Gungan en Naboo.

Con todos esos mimbres es difícil que algo no funcione, pero la historia recuerda muy a menudo al episodio IV y sólo el homenaje a Ben Hur (Ib., William Wyler, 1959) salva una cinta sobredimensionada y con una pregunta clara: si ya se sabía que se podía destruir una gran nave desde un pequeño caza de combate, ¿cómo es que el Imperio comete el mismo error? (¡Dos veces!)

Las malas lenguas cuentan que fue el terrible acuerdo de divorcio lo que impulsó a Lucas a escribir las nuevas historias. Desde 1987, fecha legal de su ruptura, aunque desde el ochenta y tres ya hacía vidas separadas, él estaba descolocado. No deseaba seguir con la saga galáctica, pero necesitaba dinero para seguir desarrollando sus empresas y concluir su Xanadú, su San Simeón, su Rancho Skywalker y, tras el inesperado éxito de los cómics Dark Horse sobre la temática Jedi se sentó ante la máquina de escribir (le costó mucho cambiar al tratamiento de textos de un ordenador) y garrapateó la vida de Anakin, el padre de Luke y Leia y cómo conoció a su amada esposa, Padmé Amidala.

Tomó las quince páginas que tenía sobre el tema y que, para algunos autores tenía desde 1976 y para otros tras el quinto borrador de El Retorno del Jedi, y a comienzos de noviembre de 1994 diseñó las líneas maestras de esa amenaza rebosante de dólares. Por si fuese poco ese mismo año Rick McCallum, productor junto a Lucas de la cinta, comenzó a buscar lugares para rodar, se entrevistó como actores y jugó con la idea de las tres películas y les hizo firmar acuerdos para las tres a los que parecían más interesados, es conocido que bromeó Samuel L. Jackson en un late night de la televisión americana sobre la idea de ser un jedi y al día siguiente le llamó el director de reparto para ofrecerle el papel de Mace Windu. Además, fichó a estudiantes universitarios de último curso y becarios de universidades expertos en diseño digital y de cinematografía para que fuesen preparando cada localización. Aquello ahorró mucho tiempo y, sobre todo, dinero, a un Lucas que había perdido la mitad de sus pertenencias al romper como Marcia.

El diseñador de producción Doug Chiang comenzó a hacer una revisión de cada posible escenario con el fin de que efectivamente pareciese una época anterior y todo se considerase más monumental, aunque la capital de la República fuese asfixiante, copiando, como otras tantas, el diseño de Juez Dredd, hecho por Nigel Phelps, lo único a destacar de tan mala película. Pero para Naboo buscó algo majestuoso, casi medieval, al estilo de películas clásicas como Ivanhoe (Ib., Richard Thorpe, 1952) o Los Vikingos (The Vikings, Richard Fleischer, 1958).

Con esto George avanzaba en el guion y Rick en la producción a buen ritmo. Se habían dado dos años para tener todo a punto. Cuando todo comenzaba a cuadrar Lucas y Chiang se dieron cuenta de que debían ser más ambiciosos con el diseño del vestuario, precisamente por la visión medievalista de los decorados en Naboo. De manera que contrataron a Trisha Biggar, una figurinista excepcional, quien hizo un estudio digno de un antropólogo hasta encontrar lo que realmente le pedían Lucas y Chiang. Para subrayar la importancia de esa parte de la producción estudió el maquillaje en el Kabuki y el Butoh para que nada quedase al azar y el juego propuesto por el guion de engaños para saber quién era la reina Amidala resultase creíble. Sus diseños se han exhibido en exposiciones y museos dada su indiscutible calidad.

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Y llegó el momento de comenzar a rodar. Fue durante el verano de 1997 en Inglaterra, en los estudios Leavesden Film y en los viejos conocidos de Elstree, además de exteriores en Watford, en el parque Cassiobury, para Naboo. Después irían a Caserta, al Palacio Real de esa ciudad del sur de Italia. Aquel palacio barroco, patrimonio de la humanidad, hizo que el vestuario luciese aún más ampuloso y nos trasladase a todo lo planeado por Chiang y Biggar, para regocijo de Lucas y placer para cualquiera que viese la película.

Tras esto había que regresar a Túnez para rehacer Tatooine y buscar orígenes comunes y una salida de pata de banco monumental: el jedi no es sólo algo espiritual, también genético: análisis de índice de midiclorianos (¿?). Ese detalle hablaba de agotamiento creativo y de huida hacia delante del otrora mago del cine de ciencia ficción. Y presagiaba que ni el final de ésta cinta ni las otras dos irían más allá de llenar la hucha con el dinero de las legiones de fans a lo vasto del mundo, aunque muchos de ellos renegasen ante algo tan pueril y maniqueo. Por no hablar de la partenogénesis como origen de Anakin.

En el país africano una tormenta se llevó medio set y sólo la pericia del equipo de carpintería y Doug Chiang lograron reorientando cámaras y colocando arena y armazones de madera rehacer el decorado y rodar en tiempo y fecha. Aquí, además, Lucas vio la posibilidad de rodar partes con la nueva tecnología de HD para las escenas hechas con croma después de desarrollar el director de fotografía, David Tattersall junto a John Knoll, director de efectos visuales, un software, ideado por este último, para la reducción de los azules del suelo y que el fondo verde pudiese ser utilizado para cualquier escena. Con esto, más el desierto, más la carrera de vainas Lucas y McCallum llegaron a la conclusión que debían evolucionar desde el 35mm hasta el HD y para ello adquirieron la cámara HD Cine Alta patentada y comercializada por Sony. Y así, lo más destacable, desde el punto de vista técnico, es que La Amenaza Fantasma fue la última producción de Lucas Films en el vetusto 35 milímetros.

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Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus