STAR WARS: Trilogías y Psicopatías (2)

Trilogías y Psicopatías II

por Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

La Fox, que había querido estrenar la cinta en la campaña de navidades de 1976 hubo de retrasarla hasta el verano 1977, dando un ultimátum a Lucas, quien aceleró todos los procesos y dejando el tiempo de trabajo de su empresa en la mitad: en seis meses todo concluido, rodado y montado, dijo.

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Y tras sufrir gran presión para acelerar los pasos por parte de la Fox y con un Gary Kurtz ejerciendo de parapeto para que Lucas concluyese como él quería su película llegó la locura. Y el homónimo del coronel belga de El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad y del oficial estadounidense de Apocalypse Now (Ib., Francis Ford Coppola, 1979) le dio los días exactos para que la Fox la presentase a tiempo para los premios de la Academia y tener una carrera más o menos larga de exhibición antes de esta cita. Bien era cierto que Alan Ladd, jr., jefe de producción de la Fox e el hijo del magnífico actor y que había encarnado al mejor antihéroe del cine hasta ese momento, Shane, en Raíces Profundas (Shane, George Stevens, 1953) había apostado por Lucas y más después de las magníficas críticas cosechadas por American Graffiti.

De ahí, coinciden la mayor parte de los estudiosos del fenómeno Star Wars, nació la franquicia y la posibilidad de que hubiese más películas si la primera triunfaba y la posibilidad de control del merchandising por parte del propio Lucas. La renegociación dio un respiro a Lucas Films y permitió una mejor promoción y publicidad. Aquel acelerón final, los aplausos de la prensa especializada a su película sobre la juventud americana de los cincuenta y la precisión quirúrgica de su edición final llevó al equipo a eso tan agotador que es la promoción por todo el país (o el mundo, como pasa ahora) y a multiplicar sus apariciones en la prensa. Ladd quedó muy gratamente sorprendido y se sintió aliviado después de su personal apuesta por aquel tipo bajito con barba y un millón de ideas para cambiar esta industria definitivamente.

Algunos directores y guionistas amigos de George no se sintieron tan entusiasmados, pero el jefe de la major era el que mandaba y tenía olfato para saber cuándo algo iba a funcionar, incluida esa banda sonora tan sumamente clásica en un contexto de imágenes tan novedoso. Aun así, la Fox no dio todo cuanto se esperaba para la promoción y Kurtz y Lucas hubieron de ingeniárselas para fichar a un director de promoción digno de lo que ellos esperaban. Pronto, Charles Lippincott, que así se llamaba, llegó a un acuerdo por Stan Lee para hacer un comic sobre las aventuras galácticas de Skywalker y con una editorial, De Rey, para lanzar una serie de novelas con esta temática. Y firmó con la Kenner Co. un acuerdo para vender figuritas con los vehículos de la película y que se vendiesen en cada lugar donde se iba a estrenar la película ese verano. Pero la distribución fue muy escasa. Sólo treinta y siete salas de toda la nación y tras forzar Ladd a que aceptasen, muchas a regañadientes, la cinta si querían proyectar la gran apuesta de la temporada primavera verano del 77 de la 20TH. Century Fox: Más Allá de la Medianoche (The Other Side of the Midnight, Charles Jarrott, 1977).

Y después todo se convirtió en esta hidra con, de momento, once cabezas, y un millón de tentáculos en forma de series, dibujos, figuritas, desmontables, troquelados, cromos en chicles y caretas en la parte atrás de los cereales que desde aquel 25 de mayo de 1977 hasta hoy nos ha llegado y que desgranaremos una a una comenzando por el siguiente capítulo rodado en orden cronológico.

El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, Irving Kershner, 1980) es, sin duda, la mejor de las once desde el punto de vista cinematográfi co, con un aprovechamiento del presupuesto que para sí deberían haber aprendido Cimino o Coppola. George Lucas estaba agotado y contrató un coguionista y un director para su nueva propuesta galáctica. Para realizar el libreto sobre su historia fi chó a Lawrence Kasdan y a Leigh Brackett. Un joven con ganas y toda una veterana, que nunca pudo ver el resultado de su trabajo ya que falleció durante la preproducción de la película. Kasdan aportó frescura, diálogos profundos y la idea que había lanzado durante una entrevista en un periódico David Prowse después de la primera película, que Darth Vader fuese el padre de Luke, cosa que hasta hace relativamente poco todo el mundo creyó que era idea de George Lucas. La veterana guionista y escritora de novelas de ciencia ficción buscó escenarios y frases con base en la religión Jedi (a veces sintoísta, siempre maniquea) y sus conocimientos sobre la Ontología de Schopenhauer para que aquel personaje a caballo entre la estética de Jim Henson y el ladino que gobernó Cataluña desde ese mismo año 80 no fuese tomado a broma sino como el eje mesiánico que convertía a un agricultor de Tatooine en todo un futuro para la galaxia.

Por otro lado, comienza con un furibundo ataque del Imperio contra los osados rebeldes capaces de destruir la estrella de la muerte, de la que luego veremos cómo se robaron los planos para asaltarla en un excelente desglose llamado Rogue One (Ib., Gareth Edwards, 2016).

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Pero el guion de Brackett era tan decepcionante que Lucas habló con el escritor de otra de sus historias convertidas en taquillazo: En Busca del Arca Perdida (Raiders in the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981), Lawrence Kasdan, un joven repleto de buenas ideas y que captaba a la primera las intenciones e intuiciones de su patrón. Y el contratado para dirigir la película, Irving Kershner, con ese sano pesimismo de judío viejo y la experiencia de saber de qué habla cuando habla de cine, fue profesor en UCLA de Lucas, le comentó aspectos a cambiar y como debía oscurecer en el texto. Y Kasdan destripó el tratamiento y habló con George de hacía dónde debía avanzar aquel proyecto: como historias aisladas de una franquicia o como una continuación de la historia.

Así llegaron a la conclusión de dar varios giros a lo largo de la cinta para conectar con la anterior, pero sin ser esclava de situaciones ya rodadas. De hecho, ahí es donde vio Lucas la posibilidad de que aquello fuese una trilogía de trilogías y aquel episodio II pronto se convirtió en el V y la historia del padre Luke, del fi n de la República y las citadas Guerras Clon fueron tomando cuerpo, pero para ello aquel brindis al viento de Prowse en un periódico debía hacerse realidad para que todo cuadrase de cara a la primera y la las tres que había ideado Lucas para que la gallina siguiese dando huevos del más noble de los metales.

De nuevo aparece Yojimbo, pero también hace un guiño al cine de serie B que tanto le inspiraba y gusta de niño al guionista con The Snow Creature (Ib., W. Lee Wilder, 1954) y el idolatrado por Lucas, Herbert George Wells y su La Isla del Dr. Moreau al plantearse el lugar donde se escondía Yoda. No había maldad ni deformidades provocadas por un loco, pero sí oscuridad, una humedad insoportable y alguien oculto a un mundo que le había dado la espalda y que ya no le gustaba. Pantanos que encierran secretos como en la novela del autor pro soviético son los bosques tras las playas y acantilados. Eso gustó al productor ejecutivo, que, nuevamente contó con el mismo equipo para toda la filmación y puso a su entonces esposa a supervisar el montaje final a su lado para que nada quedase al azar.

Además, ésta tuvo muy pocos exteriores, apenas el comienzo, con aquel rodaje en Finse, Noruega, donde Vader y las tropas imperiales destrozaban la base rebelde en el congelado planeta Hoth con lo cual, como decía el maestro Billy Wilder, todo podía controlarse y nada estaba al albur de los acontecimientos meteorológicos o sociales en derredor.

Pero Lucas, que esta vez creía tener todos los triunfos, incluidas nuevas piezas del maestro John Williams y un vestuario del oscarizado John Mollo, se topó con la intransigencia del sindicato de directores, que le multaron por no poner los títulos de crédito al principio. George pagó, pero abandonó aquella unión que, en realidad, no le defendía: ni a él ni a su creatividad.

Así: Luke, tras abandonar Hoth, donde está a punto de morir congelado o devorado por una especie de Yeti, acude a Dagobah para ser entrenado en el arte de ser un jedi, como si fuese un samurái repleto de profundidad moral, algo así como Francisco Felipe de Fachikura tras bautizarse. Han y Leia comenzaban a tontear mientras huyen de los cruceros imperiales en un campo de asteroides donde se esconden de la potencia de fuego de aquellas máquinas de destrucción y aparece Lando Calrisian, un buscavidas fullero metido a gobernador de un planeta minero gasístico del que descubrimos que fue el anterior dueño del tótem de las naves galácticas: el Halcón Milenario. Y Han y los demás son emboscados en ese lugar entre las nubes y Solo es congelado en carbonita y trasladado por el caza recompensas Bobba Fett a manos del viscoso Jabba el Hutt, aunque esto no lo veremos hasta el comienzo de la tercera parte de la trilogía. Y Skywalker escucha aquello que destripaba, con un humor sensacional, Homer Simpson en un capítulo de Los Simpson mientras salía de la primera sesión y una larguísima cola le escuchaba y agradecía con sarcasmo e impotencia:

“Mosquis, quién iba a decir que Darth Vader era el padre de Luke Skywalker”

Justo después de la mano amputada, como en la citada cinta de Kurosawa, como si debiera perder aquel apéndice por haber intentado matar a su propio padre con él.

Y todo quedaba atado para que se rodase El Retorno del Jedi (The Return of the Jedi, Richard Marquand, 1983), cuyo primer nombre era La Vengaza del Jedi, hasta que alguien le dijo a Lucas que un Jedi jamás se vengaría y tuvo que cambiar el nombre a toda prisa y ya con los carteles para la promoción impresos.

La película, ya esperadísima, debía batir un récord de un amigo y colaborador de George, Steven Spielberg, que acababa de reventar la taquilla mundial con ET, el extraterrestre (E.T., the extra-terrestial, S. Spielberg, 1982) y batido el récord de ingresos que hasta ese momento ostentaba la primera película de la trilogía galáctica de Lucas. Por si fuese poco Gary Kurtz se hartó del mercader en el que se había convertido su otrora amigo George y abandonó el proyecto durante la preproducción. Kershner tampoco parecía muy contento con la labor como productor ejecutivo de su ex alumno de dirección y declinó la invitación a seguir participando. Dada la impericia con los actores y la absoluta carencia de mano izquierda del creador de la ópera galáctica con las personas decidió buscar un director de actores y un productor que estuviese acostumbrado a soportarle. Así que, tras ver las posibilidades y entrevistarse con varios directores,

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Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus