STAR WARS: Trilogías y Psicopatías (1)

Trilogías y Psicopatías I

por Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

Hace poco tiempo, en una galaxia en la que nos movemos cada día, un tipo pensó, como Picasso, que si tenías la idea ya existía y existió, tanto, que alcanzó las once películas e hizo más dinero que los presupuestos generales del estado de más de un país. Y ahora nosotros hablamos de este fenómeno siguiendo una de las mejores frases de diálogo del maestro Yoda: «Hazlo o no lo hagas… Pero no lo intentes».

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George Lucas era un estudiante de UCLA donde Cinematografía era una carrera con futuro y un listado de compañeros que no deja de sorprender por mucho que ya se haya leído. Le rondaba una idea y la convirtió en la gallina de los huevos de oro gracias a la Fox, a Alan Ladd, jr. y a Gary Kurtz, un productor repleto de paciencia y con unas excelentes dotes para la diplomacia. La mitología cuenta que tenía escrita las historia para seis películas, pero que se concentró en la que el joven George, que acababa de obtener un razonable éxito de crítica y público con American Graffiti (Ib., 1973) y con Coppola y el propio Kurtz como pro ductores, pensaba que podría ser la más comercial y que le permitiría rodar el resto. Decidió concentrarse en la cuarta entrega, en 1977 se llamó simplemente La Guerra de las Galaxias (Star Wars, G. Lucas, 1977) y comenzó a buscar un lugar para rodar suficiente mente eficiente y barato para que aquel sinfín de maquetas y pirotecnia de escaso gramaje (a la que luego se añadiría una nueva sensación en efectos de sonido), lo cual daría un empaque a toda la producción: visto desde dentro parecía algo de serie B y cuando se editó fue una sensación audiovisual que revolucionó el cine, premiado, entre otros, con siete Oscar de la AMPAS. Los premios artísticos, eso sí, se los negaron. La eternamente conservadora Academia, siempre enemiga de los jóvenes, no tuvo en cuenta aquella vuelta de tuerca a la industria a veinticuatro fotogramas por segundo.

Pero habría que hablar previamente de aspectos conocidos y desconocidos de la producción, como que Lucas no quería ningún actor que hubiese esta do en la nómina de su realización anterior fuese de partida de su nueva película de ciencia ficción. De hecho, contrató a Harrison Ford para dar las réplicas durante la selección del elenco. Cambió la idea original. Fue evolucionando. Así, en 1974, el protagonista era un general retirado y septuagenario. Después ya fue un adolescente y hasta escribió un tratamiento para que Luke Skywalker (antes Luke Starkiller y después hermano pequeño de una familia en la que todos aguardaban a su padre, que aparecía en la coda de la cinta) fuese una chica que se enamorase de Han Solo y, al final, el contrabandista buscavidas y ego céntrico, que se hacía acompañar de un felpudo con patas, según su propio guion, de nombre Chewbacca y más de dos metros de estatura, fue para aquel jo ven actor contratado para leer diálogos. Nadie convencía a quienes mandaban en la Lucas Films Ltd., pero Harrison era un buen tipo y se había llenado de paciencia para ver a otros que lo hacían peor que él, pero eran candidatos a tan jugoso personaje. Al final, y ya con el texto prácticamente ter minado, aunque todo el mundo sabe que lo escrito no se acaba hasta que alguien grita el último corten y el montador da el último tijeretazo (ahora digital); se creó un personaje que uniese la historia de las tres primeras películas a rodar y la que ahora se iba a producir, la princesa Leia Organa, aunque después se modificó la historia original del episodio tres y todo pareció un estrambote como el de un mal soneto. Por si fuese poco, todos los actores principales, salvo quizás David Prowse, quien encarnaba al malo entre los malos de la historia del cine reciente, Darth Vader, opinaban que aquello era una patochada y que no llegaría a nada (Anthony Daniels, en un documental sobre su trabajo en Star Wars; recordemos que es el único actor que ha estado en las nueve entregas rodadas). Pero ellos, ninguno, tenía el mapa completo de aquel tesoro.

A las afueras de Londres montaron decorados y rodaron todas las escenas de interiores. Gary Kurtz recuerda en un documental sobre la fi gura de David Prowse (I Am Your Father, Marcos Cabotá, Toni Bestard, 2015) que en los Elstree Studios londinenses guardaron en contenedores algunos decorados por si aquello tenía éxito y la Fox les permitía rodar una segunda cinta. Después Túnez y los exteriores de la dura vida en Tatooine. Pero tras una tormenta de arena, que encareció la producción hasta límites insospechados por el destrozo de los decorados y el retraso que esto provocó en el rodaje, todo parecía aún más difícil. Por fortuna los tunecinos son gente amable y muy trabajadora y los actores se equivocaron lo menos posible porque rodar en el norte de África estaba siendo más duro que pertenecer al Afrika Korps. Cuenta Kenny Baker, el actor que estaba bajo la máscara y el cuerpo metálicos de R2-D2, que en una ocasión había salido todo bien a la primera y que el equipo se fue a almorzar tan emocionado que le dejaron allí metido con el calor del desierto. Alguien se dio cuenta al no verle en las mesas del almuerzo y tres cuartos de hora después le sacaron entre risas mientras él era un charco de sudor, pero todo se había originado porque aquella mañana había ido todo bien entre las dunas cercanas a Matmata. Y, por fi n, los últimos exteriores en Tikal, las ruinas mayas de Guatemala, donde se fijó la base rebelde. Allí todo fue más sencillo, salvo alguna disentería por la nula potabilidad del agua local.

Y comenzó la durísima labor de posproducción en la fantástica Industry Light & Magic, de la que era propietario y fundador el propio Lucas desde 1975. Sonidos de diales moviéndose a toda velocidad para dar voz a R2-D2, un obturador de equipo de buceo para la respiración de Darth Vader, un enlatado de voz para C3PO y una mezcla de rugidos y gruñidos para el wookie, además de sables láser hechos con tubos fluorescentes (no se sabe el número exacto de los que se rompieron durante el rodaje al entrechocar) de diferentes colores, azul para el bien, rojo para el mal, siguiendo las gamas cromáticas para los personajes creadas muchos años atrás por John Ford para sus westerns, con sonidos parejos a los que produce un theremín para la sensación de movimiento.

Y aquella historia surgida de amalgamar situaciones del Flash Gordon de los primeros años treinta con leyendas artúricas y el mito de Beowulf, más la metafísica parda de algunas religiones orientales, que quedó concluida cuando Lucas vio La Fortaleza Escondida (Kakushi Toride No San Akunin, Akira Kurosawa, 1958), de aquí toma los personajes de los dos campesinos encarnados por los dos droides, y la forma del casco de Darth Vader y de las tropas imperiales. Hay autores que hablan de la influencia también de Yojimbo (Ib., A. Kurosawa, 1961) y la utilización de las katanas como los jedi o los sith usan las espadas laser. Todo esto sin dejar de homenajear a una de las series de novela más influyentes de la ciencia ficción de los sesenta y setenta, Dune.

El paralelismo con un planeta desértico, Arrakis, rico en una droga (o especia) para una mayor longevidad denominada melange (la mezcla) y que aguardaba a un héroe que cabalgase por encima del mal, encarnado por unos gusanos de arena gigantes es más que evidente. Así, Arrakis y Tatooine son ambos lugares inhumanos de arena y calor. Han Solo trafi ca con algo llamado Kessel, para subrayar aún más su infl uencia en El Retorno del Jedi (The Return of the Jedi, Richard Marquand, 1983) nos mostraba un gusano gigante, como los que debía cabalgar el héroe de las narraciones de Frank Herbert, enterrado en la arena: Sarlacc, donde Jabbah el Hutt lanzaba a sus más íntimos enemigos: en su vientre se encuentra una nueva definición de dolor y sufrimiento a medida que te digieren lentamente a través de mil años.

Y todo tras leer al maestro de maestros de la ciencia ficción, H. G. Wells, cuya obra había estado denostada en las décadas anteriores, especialmente durante el macartismo, por el fi lo marxismo del autor británico. De éste tomó la imaginación para salvar las situaciones más peligrosas de sus protagonistas y la maldad de los poderosos. Aunque aquí hay autores que hablan más de que esto viene de Ming y las tropas imperiales del cómic pulp creado por Don Moore y Alex Raymond en 1934.

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Otros seguidores y críticos han hablado o escrito sobre parecidos como El Mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939), Metrópolis (Ib., Fritz Lang, 1927); o 2001, Una Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968). Aunque esto sea más o menos discutible, tanto como los diálogos y escenas de batallas aéreas de películas británicas de los años cincuenta que tanto puso Lucas a sus técnicos para desarrollar las escenas del asalto a la Estrella de la Muerte.

Pero las dificultades continuaban, primero con la contratación y despido antes de empezar de Orson Welles para poner voz a Darth Vader (demasiado reconocible adujo Lucas) y el fichaje de James Earl Jones porque Prowse tenía un acento del sur de Inglaterra inaceptable para un malvado, aunque aquí sólo sería el segundo de a bordo de uno de los grandes rostros del cine británico de la época, Peter Cushing. Pero Vader debía encarnar la perfecta máquina de matar, como Aquiles, pero sin talón y con una gestualidad cercana a la que mostraba Lon Chaney en El Fantasma de la Ópera (Phantom of the Opera, Rupert Julian, 1925).

Después llegó el primer montaje, que más parecía el trabajo de un funcionario que el de un técnico al servicio de una actividad artística. Todo eran fundidos y tajazos. Lucas despidió a los responsables de tamaño desastre y le pidió a su entonces esposa Marcia que echase un vistazo a aquello y ella le sugirió dos grandes profesionales porque ella estaba involucrada en el proyecto del momento de Scorsese, New York, New York (Ib., 1977). Y aquello parecía funcionar. Aunque se dio cuenta, ya en la mesa de montaje, que cuatro escenas hechas con las maquetas por su empresa eran de dudosísima calidad y rápidamente mandó rehacerlas con las consecuentes protestas y la necesidad de supervisarlas en origen por el propio director.

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Carlos Ibañez Giralda Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus