Tarzanes de papel en el franquismo

Tarzanes de papel en el franquismo por Francisco Javier Martínez Cuesta

El personaje de Tarzán, creado por Edgar Rice Burroughs en 1912, se convierte en imprescindible a la hora de comprender la visión popular que Occidente tiene sobre el continente africano. Las revistas infantiles españolas también adoptaron al héroe dedicándole abundantes números, colecciones propias y concibiendo sui géneris tarzanes patrios.

En 1942 Enrique Pertegás adapta al cuadernillo los folletines de Ultus —editados por la propia Editorial Guerri en la década anterior—. El personaje, copiado de Tarzán, vive historias en una jungla imaginaria plagada de fantásticos seres: leones, pulpos y vampiros gigantes, incluso dinosaurios. Pertegás, pintor, ilustrador y dibujante, ya había mostrado su arte ilustrando las portadas de los citados folletines. Dos años más tarde Pertegás vuelve a encargarse de la parte gráfica de Silac, el Hombre León —una continuación de Ultus de la editorial Valenciana—. Se trata también de un tarzánido amo y señor de una selva imposible en la que junto a feroces animales salvajes pueden verse seres antediluvianos —por lo que no se producen novedades en el argumento—. Destacan los cuidados dibujos de la fauna llenos de dinamismo y movilidad. La gaditana Ediciones Patrióticas presenta en 1947 las aventuras “del nuevo Tarzán” Milo. Tebeo de fugaz vida y ramplona factura.

Otro niño salvaje fue Zarpa de león (1949). Cuadernillos editados por Toray con guion de Joaquím Berenguer i Artes y dibujos de Ferrando. En Dixon, el felino (1954) se mezclan las aventuras marinas de piratas con las de Tarzán en los guiones de J. B. Artes —cuñado de Ferrando—. Creado por Ferrando para Ricart Jorga, Piel de Bronce (1954) presenta escenarios selváticos y marinos. Su protagonista Javier, aristócrata español, es criado entre nativos polinesios ignorante de su condición y fortuna. Cuando se hace justicia y recupera su posición social, el conde, escoge renunciar a ella y seguir viviendo con los indígenas. La colección tiene una reimpresión en 1963. Pedro Quesada vuelve a repetir en Pantera Negra (1956) el esquema de hombre blanco que se cría en la selva africana, convirtiendo la colección en el éxito más perdurable de Maga. Los primeros cuadernos son confeccionados esmeradamente por José Ortiz que más tarde, por razones de trabajo, deja el personaje en manos de Miguel Quesada.

Pasado más de un año desde su aparición en el mercado Pantera Negra se casa con su novia Susana y —estableciéndose en una plantación— tienen a su hijo Jorgito. Debido al desgaste del personaje y al éxito que adquieren en la época colecciones protagonizadas por adolescentes, se decide convertir en protagonista al joven que se conocerá como Pequeño Pantera Negra. Después de una serie de aventuras en un África fantástica repleta de civilizaciones perdidas e inusitadas tribus, Jorgito, se separa de sus padres tras una catástrofe. El protagonista, perdida su familia, vaga por la selva acompañado de la pantera Isabelita (nombre de broma utilizado en las pruebas del guion que por error pasó finalmente a la imprenta) y de su amiga Gacela –hija de un explorador blanco perdido-; más adelante aparecerá el gorila Juanito -compañero de nuevas aventuras africanas-. De la mano del pequeño empresario Beltrán aparece en Córdoba Tunga (1958); cuadernos de pobre grafismo que tienen muy escasa difusión fuera de su ámbito local.

El dibujante Antonio Guerrero consigue uno de sus mejores trabajos en Rayo de la selva (1960), destacando la recreación de los recónditos ambientes salvajes y la movilidad de sus fi guras. Una historia convencional de valientes héroes blancos, mujeres fatales, cazadores furtivos y tribus salvajes en la que destaca su acertada puesta en escena. El personaje de Tamar (1961), obra del guionista Ricardo Acedo, es un claro remedo del Tarzán de Burroughs. Criado de niño por una mona después de que sus padres fueran asesinados por nativos salvajes, siendo adulto, conoce por su novia Ruth que en realidad es un lord inglés (Sir Gerald Leylan Nottimer). Después de viajar a Londres y no adaptarse a la civilizada vida de la urbe, Tamar, decide volver a la selva para vivir excitantes aventuras junto a su chimpancé Gogó. Puede que esa analogía con Tarzán sea, precisamente, la causa del éxito del personaje que se prolonga a lo largo de ciento ochenta y seis cuadernos -considerable cifra en un tiempo de decadencia de los tebeos de aventuras-.

Esta publicación sobre Tarzanes de papel en el franquismo por Francisco Javier Martínez Cuesta esta publicado en Revista Atticus 37

Puedes seguir leyendo el articulo en el siguiente enlace:

Tarzanes de papel en el franquismo

Francisco Javier Martínez Cuesta

Revista Atticus