Crítica película Madres paralelas de Almodóvar

Madres paralelas de Almodóvar

Ficha

Título original: Madres paralelas

Año: 2021

Duración: 123 min.

País: España

Dirección: Pedro Almodóvar

Guion: Pedro Almodóvar

Música: Alberto Iglesias

Fotografía: José Luis Alcaine

Reparto: Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde, Aitana Sánchez-Gijón, Rossy de Palma, Julieta Serrano, Daniela Santiago, Adelfa Calvo, Julio Manrique, Inma Ochoa, Trinidad Iglesias, Carmen Flores, Arantxa Aranguren, José Javier Domínguez, Ana Peleteiro

Productora: El Deseo, TVE, Remotamente Films

Género: Drama | Maternidad

Sinopsis

    Dos mujeres coinciden en una habitación de hospital donde van a dar a luz. Ambas están solteras y se quedaron embarazadas por accidente. Janis, de mediana edad, no se arrepiente y está exultante. La otra, Ana, una adolescente, está asustada, arrepentida y traumatizada. Janis intenta animarla mientras pasean por los pasillos del hospital. Las pocas palabras que intercambien en esas horas crearán un vínculo muy estrecho entre las dos, que por casualidad se desarrolla y se complica, afectando a sus vidas de forma decisiva.

Comentario

La historia no es muda

Eduardo Galeano

Con sus formas orondas, las obras de Fernando Botero son reconocibles para la inmensa mayoría de todos nosotros. El cine de Almodóvar (en sus últimos títulos aparece sin el nombre, Pedro) tiene una sólida y potente imagen icónica que hace que sus películas sean reconocibles desde el momento en que comienza. Tienen una gran personalidad y un sello inconfundible. Es lo que persiguen muchos artistas. A veces se apoya en una música para la que casi siempre recurre a su inseparable Alberto Iglesias o en la fotografía con el maestro José Luis Alcaine y, por supuesto, en el montaje de Teresa Font (una de las más relevantes del panorama español). Lejos de anclarse en un estilo arcaico, Almodóvar ha experimentado una clara evolución. Sus primeras entregas fueron criticadas porque reflejaban a España como un país lleno de travestidos, homosexuales y yonquis –entre otras cosas-. Algunos de los rasgos más significativos de esta última etapa son la contención dramática y el abandono de ese espíritu transgresor e inconformista de sus orígenes que le han llevado a una depuración estilística de la que hace gala en esta entrega. Ya no son aquellas hilarantes astracanadas que reflejaban un mundo caótico en lo sentimental, muchas de ellas con propuestas un tanto surrealistas.

Es difícil afrontar esta crítica de la esperada película de Almodóvar intentando no desvelar aquello que no figura en las breves líneas que nos proporciona la sinopsis. Cuanto menos sepamos de ella antes de verla, mucho mejor. Madres paralelas es una propuesta que participa de esas primeras películas en el que el color, primario y brillante, y la geometría llenan la gran pantalla y también de ese otro período, más cercano en el tiempo, en el que sus propuestas son más contenidas, más de llorar para adentro con una gran sobriedad estilística. Hay una clara contención dramática, sin histrionismo, ni gritos, ni vocerío, ni plañideras. La cinta es un doble drama pero que está contando de un modo en el que las cosas van sucediendo con mucha naturalidad casi sin forzar la situación. Y como suelo hacer en la mayoría de los casos (no leo nada antes de ver la película), dejo que lo que me cuente me asombre porque es la primera vez que lo veo, y es la única manera de sentirlo como propio porque no tengo una idea predeterminada. Enterarme de lo que le sucede a la protagonista casi al mismo tiempo que ella (lógicamente en la ficción) ayuda a empatizar.

Pedro Almodóvar refleja en la pantalla a la mujer como nadie lo sabe hacer. Siempre ha mostrado obsesión por mostrar en la pantalla la psique femenina. Desde su ópera prima, allá por 1980, con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón hasta la penúltima, 2019, Dolor y gloria (en la que aparecía un personaje que representaba a su propia madre echándole en cara lo mal hijo que había sido). En Madres paralelas, el director manchego nos muestra la vida de una mujer que ronda los cuarenta, Janis (Penélope Cruz). Acude a retratar a Arturo (Israel Elejalde), antropólogo forense, para una publicación. Fruto de un encuentro amoroso, y un tanto azaroso, Janis se queda embarazada. Ilusionada con un hijo tal vez no buscado, pero sí muy querido decide criarle sola. Tiene una vida bastante acomodada gracias a su profesión de fotógrafa trabajando, sobre todo, para las publicaciones que dirige su amiga (Rossy de Palma). Coincide en el hospital con otra mujer que apenas ha llegado a alcanzar esa condición pues es casi una adolescente que ha pasado de vestir muñecas a tener que manejarse con un bebé. Es Ana (Milena Smit), asustada ante lo que se le viene encima. Es una mujer que tiene que acelerar su madurez a fuerza de golpes. Janis tiene una potente historia en su pasado por ser bisnieta de uno de los desaparecidos de la Guerra Civil. Lo ha mamado desde la infancia al tener que criarse con su abuela al que su padre lo mataron unos indeseables. Por el contrario, Ana, su compañera de habitación, es una mujer con padres «modernos» atareados, más pendientes de sus carreras profesionales que en criar una hija con el afecto necesario. Vamos, una familia disfuncional donde no tiene peso el pasado, penoso es el presente y el futuro casi mejor no pensarlo.

A diferencia de otras películas, en Madres paralelas hay dos tramas bien definidas que tienen como nexo común la maternidad -o la familia, por extensión-. Por un lado, los problemas de sacar adelante una criatura y por otro lado el saber qué ha pasado con los familiares que desaparecieron en las cunetas de las afueras de los pueblos en tiempos de la Guerra Civil. En este último tema, y a diferencia de otras propuestas, Almodóvar sí que acentúa, sí que pone énfasis en este tema que algunos de nuestros políticos nada quieren saber (uno muy en concreto sale con nombre y apellido -ha vuelto a su condición de registrador recientemente-). Quizás Almodóvar, un hombre comprometido con la izquierda, sintiera la necesidad de hablar de este tema. Sintiera que debía algo a nuestra sociedad y por eso acomete en este momento en el que se sigue debatiendo sobre la conveniencia de sacar a la luz estos episodios o dejarlo como está (como así se refleja en la pantalla esa terrible dicotomía que nos asola). Así lo ha expresado en alguna ocasión: «la sociedad española tiene una deuda moral enorme con las familias de desaparecidos». Ha sido difícil encajar la trama de la Memoria Histórica a través de explicaciones quizás demasiado obvias, o discursos que lastran el avance de la película y rechinan un tanto. Pero el resultado, un tanto emotivo, por la implicación de los familiares y los relatos que nos cuenta, hacen que «le perdonemos» al director manchego ese pequeño desajuste.

En el cine no se deja nada al azar y, en este caso, para incidir en la cuestión de los desaparecidos, el director manchego elige de forma oportuna y contundente un trasfondo que tiene que ver en esta línea argumental. La representación que tiene que realizar la madre de Ana (Aitana Sánchez Gijón) no es otra que Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca. Se trata de una obra cumbre del poeta granadino y una de las más importantes del siglo XX. Tal es así que ha tenido infinidad de representaciones de la mano de artistas como Margarita Xirgu (en 1935, en su estreno), Nuria Espert, Silivia Marsó, Veronica Forqué o Nora Navas. Pero no solo tiene peso en esta película el tema de la Memoria Histórica. El tema de la maternidad y como se enfrentan a él las dos mujeres es muy potente. Es terrible lo que plantea Almodóvar el cual se ha alejado de esos laberintos pasionales de anteriores propuestas para dejarlo bien definido sin más artificio que las dos madres y su posible resolución, sin parejas, sin madres de por medio. Solo ellas ante la decisión.

Se suele decir de Pedro Almodóvar que es un director de actores. Me imagino que cada director tendrá sus virtudes que le hagan destacar en uno u otro campo, pero si eres un director de cine… tendrás que saber dirigir a tu gente. Sea como sea, Almodóvar destaca, y mucho, en este campo. El elenco de actores es admirable. No se le puede achacar el mérito de ser el descubridor de Milena Smit (debutó con un inusitado éxito en la cinta No matarás de David Victori, 2020, por la que recibió el Goya a la mejor actriz revelación), pero sí de sacar de ella el mayor partido posible. Lo mismo se puede decir de Penélope Cruz. La actriz madrileña está, simplemente, inconmensurable. Realiza, posiblemente, uno de sus mejores papeles y así lo han sabido reconocer en la pasada edición del Festival de Venecia donde recibió la prestigiosa Copa Volpi como mejor interpretación. Su papel como fotógrafo le habrá traído infinitos recuerdos de lo que es esta profesión. Se habrá acordado de cuántas veces le han dicho a ella eso de mírame a mí, mira al objetivo… Todo ello le habrá ayudado a la hora de realizar esta solvente actuación. Una actriz que se ha labrado una magnífica carrera partiendo de aquel Jamón, jamón (Bigas Luna, 1992) con el que llamó nuestra atención. Chapeau para Penélope Cruz. Aitana Sánchez Gijón tiene un papel un tanto corto, no le da para lucirse mucho, pero lo hace con mucha solvencia porque la cámara la sigue queriendo. Sucede lo mismo con Rossy de Palma. Y apenas tiene una escena Julieta Serrano. La aparición de Ana Peleteiro es simbólica. La medallista olímpica apenas hace un mero cameo como modelo. Israel Elejalde se muestra muy comedido acompañando a Penélope Cruz, como pareja y como antropólogo forense implicado en la apertura de las fosas comunes de la Guerra Civil. No sabemos si se convertirá en chico Almodóvar (como ya sucedió con Antonio Banderas, Eusebio Poncela o Gael García Bernal) o si simplemente está de paso.

Del director y guionista manchego poco puedo añadir. Si acaso destacar el magistral uso que hace de la elipsis. Una de las cosas difíciles en esto del cine es saber cuándo tienes que parar de contar, no excederte más allá de lo necesario. Eso se ve muy bien a la hora de la introducción, cuando nos está planteando la situación por la cual Janis va a tener un hijo. Ahí se muestra magistral Almodóvar, de unos cuerpos desnudos, fogosos, pasamos a una cortina que mece el viento al hospital maternal. En un pis pas ya sabemos qué es lo que ha pasado. Genial uso de la elipsis.

Madres paralelas no se queda solo en tema de la maternidad o el de los desaparecidos, va más allá, pero, quizás, se puede resumir a una sola pregunta: ¿qué habrías hecho tú? ¿Qué habrías hecho tú en el caso de tener a algún familiar enterrado en la cuneta? ¿Dejar las cosas como están o remover Roma con Santiago para que los muertos recobren la identidad? No hacer nada nunca es una solución (aunque al referido político le fuera de perlas) y como le dice el personaje de Janis a Ana: «ya es hora de que te enteres en qué país vives. Tampoco el no hacer nada en el caso de las madres es una solución. ¿Qué habrías hecho tú ante la decisión terrible que tienen que tomar las dos mamás?

Madres paralelas fue presentada en la 78ª edición del Festival de Venecia con la clara intención de alzarse con el máximo galardón. Pero no fue así. Era la primera piedra para el camino hacia los premios norteamericanos. Ahora el freno se lo ha puesto, definitivamente, nuestra Academia de cine que ha preferido apostar por El buen patrón de Fernando León Aranoa. Será la encargada, si pasa en próximo corte, de la lucha por los Oscars como mejor película de habla no inglesa.

Película lúcida, contenida, austera, preciosista, extraordinario melodrama, centrado en la historia de dos madres solteras que pone el acento en uno de los más triste episodios de la historia reciente en España: la de los desparecidos. Y con un cruce de destinos, algo muy propio y característico de su obra que nos dejará sin aliento. Una película que nos recuerda nuestro reciente pasado abogando para que impere la cordura y se cierren las heridas de la dictadura que siguen supurando en forma de fosas comunes, porque la historia no es muda como bien nos recuerda en su cita final Eduardo Galeano.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus