Ingenios y máquinas: El reloj: El tiempo en movimiento

El tiempo en movimiento por Ana José Braña-Albillo

Resumen:

Los monarcas españoles, desde los Austrias hasta los Borbones, siempre se han sentido atraídos por los relojes, encargándoselos a los mejores maestros relojeros de Francia, Inglaterra y Suiza. Pero será en el siglo XVIII, con la llegada de Felipe V al Trono de España, cuando surja la necesidad de tener una Escuela-Fábrica, por diferentes motivos: el querer competir con Francia, Inglaterra y Suiza, el gasto que suponía formar a los relojeros con becas en el extranjero y el coste tan grande que suponía comprar los relojes a las potencias extranjeras. Después de varios intentos de formar Escuelas- Fábrica Real y privadas fue completamente imposible que se consolidaran. Ello se debía unas veces a que los directores eran extranjeros, como los hermanos Chârost, que miraban por su interés económico y no por los aprendices, y otras porque no se les ayudaba financieramente, como sucedió con Manuel Gutiérrez.

Palabras Claves: Escuela, Fabrica, Reloj, Austrias, Borbones, Monarquía, Madrid.

El tiempo en movimiento

El reloj es uno de los objetos al que miramos instintivamente y que, en muchos casos, coleccionamos compulsivamente, casi sin darnos cuenta. Para saber el porqué de la necesidad de una Escuela-Fábrica de relojería. El nacimiento del reloj mecánico tendrá lugar en Europa, durante la Edad Media, en los siglos XIII a XIV. Aparecen los primeros relojes en el norte de Italia y en Inglaterra, pero no se tienen testimonios ni de dónde proceden estos primeros aparatos, ni quien es su creador, ni de la fecha de su creación. Por lo que es complicado datar exactamente cuándo, y cómo se produce esta aparición.

En toda Europa surgirá la necesidad de medir el tiempo, para este menester aparecerán dos tipos de relojes: los relojes públicos, utilizados para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y embellecer las ciudades, como el reloj del Ayuntamiento de Praga, y los relojes privado, objetos santuarios como el conservado en la Catedral de Lyon, que en los dos casos actualidad-funcionan como el primer día. También eran utilizados como decoración en los palacios, o se ofrecían como regalo para embajadores, diplomáticos o para tener un reconocimiento por parte de los monarcas a sus cortesanos. Igualmente se utilizaban como regalo de bodas, bautizos y otras celebraciones importantes.

En toda Europa hay un gran interés por los relojes, España no se queda atrás, pero con una diferencia, mientras en Inglaterra, Francia y Suiza se convierte se convierten en potencias a la hora de exportar relojes, ya que crean escuelas y fábricas de donde surgen grandes relojeros, España se convertirá en importadora de estos productos, con el consiguiente gasto, muchas veces realmente astronómico. Este es el motivo principal por el que aparecerá la necesidad de crear una Escuela-Fábrica en España donde se formen relojeros, al igual que ocurre en las Reales Fábricas de tapices, o de cristal.

Con la documentación que hasta ahora hay ya con Isabel I «la Católica» (1451-1504), poseía diversos ejemplares, entre los que se encontraba un reloj de oro regalo de Felipe I «el Hermoso» (1478-1506), que había sido construido para Felipe III «el Bueno», Duque de Borgoña (1500-1558). Pero será con Carlos I de España, V de Alemania «el César» (1500-1558). Desde el puerto de Flessinga (Holanda) el 15 de septiembre de 1556 con una comitiva imperial vendrá al Monasterio de Yuste el ingeniero e inventor hispano-milanés Juanelo Turriano (1500-1558), al que nombrará relojero de la Corte. Montara un taller en la parte norte del claustro del monasterio, con la ayuda de dos oficiales y dos aprendices. Es la primera vez que podemos considerar lo más parecido a una Escuela-Fábrica, dentro de dinastía de los Austrias. Con la subida al trono de Don Felipe II «el Prudente» (1527-1598) al fallecer su padre, continuará Turriano como relojero de la Corte, trasladando su taller a la Torre Dorada del Alcázar de Madrid.

Pero no solo construye varios relojes, se le encargará un libro sobre ingenios y máquinas. Otro relojero de Cámara que nombrara a Felipe II, es Hans de Evalo3 (¿?-1898), relojero traído por su padre, Carlos I, a España, España cuidado de sus relojes. Realizará el reloj preferido del monarca, que hoy en día sigue funcionando en el despacho personal de Felipe II en el Escorial, Reloj-Candil (Fig.4). Será Felipe III «el Piadoso» (1578- 1621), quien ofrecerá un cuantioso premio para quien fabrique un reloj que mida la longitud en la mar, ya que era un dato de vital importancia en un país oceánico como era España.

Se acrecentó en las colecciones Reales, en el siglo XVII, la adquisición de relojes, de los que por desgracia han llegado muy pocas hasta nuestros días. Se tienen conocimiento de ellas gracias a los detallados testamentos de Carlos I y de Felipe II.

La mayoría de esas piezas eran importadas de Inglaterra, Francia, Suiza, los relojes son construidos por relojeros extranjeros. En esta época ya se pedía que los relojes fueran bonitos, buenos y que el sonido de las horas sea armonioso. Tanto Felipe IV «el Grande» (1605-1665), como su sucesor, Carlos II «el Hechizado » (1661-1700) continuaran aportando nuevas piezas y nombrando relojeros de Cámara. Hay que a la Reina Mariana de Austria (1634-1696), consorte de Felipe IV, fue una gran coleccionista de relojes llegando a no separarse de ellos, al igual que hacía con los retratos oficiales.

Al morir Carlos II sin descendencia heredará el trono Felipe de Borbón, duque de Anjou, biznieto de Felipe IV España, y nieto del rey Francés Luis XIV «el Rey Sol» (1638-1715). Reinara con el nombre de Felipe V «el Animoso» (1683-1746). La monarquía en el siglo XVIII en España, al igual que en el resto de Europa era absolutista, siendo el mayor exponente de esta forma de gobierno, el monarca Luis XIV de Francia.

El interés por el arte y las colecciones en la monarquía española se remonta ya a la dinastía de los Austrias, estos reyes tendrán especial predilección por la pintura y la escultura. Pero, también podemos encontramos con un apartado en el que el arte y la ingeniería se unirán, en los relojes.

Felipe V, hereda una gran colección de relojes, por las dos monarquías la española siendo el sucesor de Carlos II y la francesa por ser nieto de Luis XIV. Además, hay un auge científico de la relojería y en las artes plásticas para decorar elegantemente los interiores de los palacios y residencias nobles, haciéndolas a la medida del hombre. Por eso, durante el siglo XVIII se preocuparán por patrocinar escuelas y obradores bajo la dirección de artesanos extranjeros, sin olvidar las becas a los alumnos dentro y fuera de España. Sera Felipe V, educado en la corte francesa, se produce un florecimiento de las artes decorativas e industriales. Con Felipe V, los monarcas españoles, se convirtieron en coleccionistas compulsivos de los relojes. Esto conllevó la necesidad de profesionales de reconocida solvencia para su construcción y mantenimiento, ya que son objetos muy complejos.

Y con Felipe V se inicia la necesidad de una Escuela- Taller recibió el patrocinio real al estilo de las que había en Francia, pero con el sello de la real fábrica de tapices y vidrios que se encontraban en Santa Bárbara y en La Granja de San Ildefonso5, respectivamente. La Escuela-Taller de relojería se encontraba en la calle San Bernardino entre los años 1740-1747, el maestro relojero de París Jean Bernard Bourgeois, de procedencia belga. Estuvo poco tiempo ya que volvía a París, donde estuvo encarcelado en la Bastilla. Le sustituye el flamenco Fernando Nizet que fue nombrado Relojero de Cámara en 1756 reinando Fernando VI (1713-1759) «el Prudente o el Justo» después de haber reparado el reloj que realizo el londinense Thomas Hildeyard (1690- 1746) por encargo de Felipe V, conocido como el reloj de «Las cuatro fachadas»7 (Fig.5-6). Este primer intento de Escuela-Taller de Madrid no resultó fructífero, y tuvo que cerrarse.

Fernando VI, al igual que su padre se interesó por los relojes en espacial por los autómatas construidos por el mejor maestro de relojes androides y autómatas, el suizo Pierre Jaquet-Droz (1721-1790). Destaca el reloj de autómatas «El Pastor», que trajo desde Suiza junto a otros cuatro. Aunque el monarca tenía en su pensamiento formar una Escuela-Fabrica de relojería en Madrid, pero no hubo ninguna iniciativa al respecto.

Con la llegada al trono de Carlos III (1716-1788) «el Político o el Mejor Alcalde de Madrid». Era el tercer hijo de Felipe V, pero el primero de su segundo matrimonio con Isabel Farnesio, reinado en Nápoles y Sicilia, no reino en España hasta el fallecimiento de sus dos hermanos mayores por parte de padre. Se retoma la idea y la iniciativa de la Escuela-Taller de relojería, pero los ilustrados harán suya la idea de que los pueblos que no se esforzaban por desarrollar la relojería no podían llegar nunca a un grado de progreso tecnológico, ya que el oficio de relojero tenía los conocimientos de mecanismos sin los cuales no alcanzaría su grado de madurez. Así lo manifiesta en las memorias sobre el fomento de la Relojería, Francisco Vidal y Cabasés, socio de la matritense

«El ramo de la reloxería es un verdadero compendio de toda la mecánica. No hay ninguna maquina simple, a que no se halle executada en relox; y no hay ninguna de estos prodigios artificios, que por esta misma razón (…) no forme el segundo ramo de la expresada ciencia.»

La necesidad en el reinado de Carlos III, de amueblar el nuevo palacio. Para este menester se instalan las Reales Fábricas de porcelana, cristal, espejos, platería… etc. Había mucha demanda de relojes y la importación de estos era muy cara, ya que la mayoría venían de Francia, Inglaterra y Suiza, por lo que se decide la instalación de una fábrica de relojería. Se encomienda a la Junta de Comercio y Minas la creación de una Real Escuela. En 1770 se hace pública la creación de una fábrica en la Villa y Corte a cargo de la Hacienda Real. El único relojero que fue consultado por la Real Sociedad Económica sobre la construcción de una fábrica de relojes de torre en Madrid fue el suizo Ferdinand Berthod (1727-1807), que gozaba de la confianza del Rey, y de la Junta de Comercio, la cual le encargó entre 1776 y 1778 de la escuela en la calle Barquillo, además del grado de aprovechamiento de los alumnos.

La Junta de Comercio y Mina organizó un concurso para la creación de una Real Fábrica. Se presentaron para su dirección Manuel Tomás Gutiérrez, También se presentan los relojeros francés y hermanos Felipe, Pedro, Santiago Chârost, que para la marina y la artillería española habían construido un reloj astronómico en 1756.

Delegó la Junta en Leonard Fernández Dávila15 (ca. 1742), para elegir el mejor aspirante, para ello tendría que examinar a los candidatos para evaluar sus conocimientos de ella materia. Los hermanos Chârost, para librase de la evaluación, alegando una gran maestría en el arte de la relojería. Mandando una solicitud donde elogiaban el arte de la relojería, así como los beneficios de un buen aprendizaje, para el progreso y el enriquecimiento del país.

«Se ofrecían para crear una escuela de formación en la que enseñar el arte de la relojería con un número limitado de alumnos, entre 12 y 16 años, con un periodo de aprendizaje de siete años, donde aprenderían a fabricar péndolas, relojes y cajas, sin perjudicar a los relojeros de la Corte, por lo que Leonard Fernández Dávila declaró ante la Junta de comercio y Minas que podrían desempeñar bien el trabajo, por lo que la elección recayó sobre los hermanos Chârost».

La Junta sería la encargada de establecer las reglas de la Escuela-Fabrica, y de no permitir la apertura de ninguna nueva fábrica sin que los maestros estuvieran de Francia, Inglaterra y Suiza, por lo que se decide la instalación de una fábrica de relojería. Se encomienda a la Junta de Comercio y Minas la creación de una Real Escuela. En 1770 se hace pública la creación de una fábrica en la Villa y Corte a cargo de la Hacienda Real. El único relojero que fue consultado por la Real Sociedad Económica sobre la construcción de una fábrica de relojes de torre en Madrid fue el suizo Ferdinand Berthod (1727-1807), que gozaba de la confianza del Rey, y de la Junta de Comercio, la cual le encargó entre 1776 y 1778 de la escuela en la calle Barquillo, además del grado de aprovechamiento de los alumnos.

La Junta de Comercio y Mina organizó un concurso para la creación de una Real Fábrica. Se presentaron para su dirección Manuel Tomás Gutiérrez, También se presentan los relojeros francés y hermanos Felipe, Pedro, Santiago Chârost, que para la marina y la artillería española habían construido un reloj astronómico en 1756.

Delegó la Junta en Leonard Fernández Dávila (ca. 1742), para elegir el mejor aspirante, para ello tendría que examinar a los candidatos para evaluar sus conocimientos de ella materia. Los hermanos Chârost, para librase de la evaluación, alegando una gran maestría en el arte de la relojería. Mandando una solicitud donde elogiaban el arte de la relojería, así como los beneficios de un buen aprendizaje, para el progreso y el enriquecimiento del país.

«Se ofrecían para crear una escuela de formación en la que enseñar el arte de la relojería con un número limitado de alumnos, entre 12 y 16 años, con un periodo de aprendizaje de siete años, donde aprenderían a fabricar péndolas, relojes y cajas, sin perjudicar a los relojeros de la Corte, por lo que Leonard Fernández Dávila declaró ante la Junta de comercio y Minas que podrían desempeñar bien el trabajo, por lo que la elección recayó sobre los hermanos Chârost».

La Junta sería la encargada de establecer las reglas de la Escuela-Fabrica, y de no permitir la apertura de ninguna nueva fábrica sin que los maestros estuvieran aprobados. Carlos III, el 28 de noviembre de 1771, aprueba el Real Decreto que permitirá el establecimiento de la Escuela-Fábrica de Relojería a cargo de los hermanos Chârost en la calle Fuencarral de Madrid. En la que se regularizaran y establecen varias condiciones.

«No perjudicar al relojero Manuel Gutiérrez, que quería abrir una Escuela-Fábrica; acatar las leyes de ordenanza de los gremios de plateros y pragmáticas; en la Secretaría de la Junta General de comercio, debía depositar una marca creada con su nombre en una placa de cobre. Para ser utilizada en todos los relojes fabricados en la escuela; ocho sería el número máximo de aprendices entre 12 y 16 años, cobrando los primeros cuatro años de la Tesorería General 100 ducados anuales, y los tres restantes, para completar la formación, sería por parte de los hermanos Chârost, además de las herramientas y útiles necesarios. Les enseñarían a fabricar piezas de madera, cobre, acero, posteriormente jaula, el cubo, el caracol, deberían aprender geometría y aritmética ya que era primordial para construir relojes.

Para entrar en la Escuela-Fábrica se debía probar a la Junta ser cristiano católico, presentando fe de bautismo, saber leer y escribir. Durante el aprendizaje no podían ausentarse sin causa justificada. Y no podían trabajar ni colaborar con relojeros que no fueran sus maestros. Al término de siete años, debían realizar un examen para alcanzar el grado de maestría, mediante los exámenes establecidos por la Real Junta. Realizando un reloj de repetición, o faltriquera, ordinario y presentándolo en la Real Junta con el certificado de los examinadores, además de presentar a la Junta todas las herramientas que hubiera construido para desempeñar su oficio.

El Real Decreto obliga a tener, la Real Licencia otorgada por el Rey, una vez obteniendo el título de maestro relojeros después de haber sido examinados los aprendices para poder una tienda o mostrador. Los relojeros que tenían tienda sitian examinados por los hermanos Chârost hasta que se constituyese un cuerpo formal de relojeros aprobados. Para que no hubiera suspicacias de que no había trampas y engaños, les acompañaban otros relojeros presentando a la Junta los relojes defectuosos, hecho al que se negaron los relojeros españoles».

Esta publicación sobre El tiempo en movimiento esta publicado en Revista Atticus 38

Puedes seguir leyendo el articulo en el siguiente enlace:

El tiempo en movimiento

Ana José Braña-Albillo

Revista Atticus