Bébel (Jean-Paul Belmando) ya es inmortal por Carlos Ibañez

Bébel ya es inmortal

           

Nació justo antes de una guerra brutal, además de mundial, en una república que hablaba de democracia en Europa mientras explotaba, y de qué manera, a las colonias y sus habitantes allende los mares. Lo hizo en el seno de una familia de artistas, su padre era el escultor Paul Belmondo (muy recomendable su museo donde se conservan más de mil doscientas piezas entre esculturas y medallas, de las que era un gran grabador), su hermana Muriel fue bailarina profesional y su hermano Alain productor de cine.

            Jean-Paul Belmondo tuvo una infancia dura, como cualquier niño de guerra, ocupación, liberación y posguerra. Pero también, como toda persona con temperamento artístico supo utilizar la resiliencia como método vital. Así que comenzó a estudiar teatro, interpretación y asomó su cabeza siendo muy joven en el cine que Gaumont y otras pequeñas productoras habían relanzado tras la Liberación. Pronto consiguió un papel, su aspecto sano, deportivo y algo canalla, éste último conferido por su afición al boxeo, lo que le torció la nariz y elevó sus pómulos. Además, tenía afición por el riesgo, lo que pronto le granjeó la fama de tipo que hacía todas las escenas y ahorraba mucho dinero, cosa que en aquellos primeros años de relanzamiento de la industria venía de perillas a los productores.

            Pero nada de esto hubiese pasado de anecdótico si en 1959 el irreverente Jean-Luc Godard hubiera escogido a otro actor para encarnar al duro y tierno (matices que le persiguieron durante gran parte de su carrera) protagonista de Al final de la escapada, donde mantenía un tour de forcé maravilloso e imanador con Jean Seberg, la actriz y activista estadunidense, una de las primeras grandes actrices de es que ahora se llama economía gestual, donde todo emana de la mirada y del leve movimiento de los labios, mujer de armas tomar, capaz de quemarse el torso haciendo de Juana de Arco o de internarse en una clínica de reposo para gente con dinero para hacer una de las mejores locas del cine. Pero Jean-Paul necesitaba rellenar a su manera esos huecos de guion que tanto gustaba dar a sus actores el director y la conjunción entre ambos hizo que la película sea un clásico entre los clásicos del cine europeo y universal. Jean Rochefort, otro de aquellos jóvenes actores que se arriesgaban a todo por conseguir un papel (Fernando Trueba así lo constató y subrayó cuando trabajó con éste en su versión algo tosca y aburrida de La bella mentirosa[1], titulada El artista y la modelo[2], decía que era el actor con el que había trabajado que asumía más riesgos en su oficio), afirmaba que Bébel, nombre cariñoso con el que llamaban a Jean-Paul sus allegados, había mostrado al resto de los miembros de la profesión hacia dónde iba el oficio de la mano de la Nouvelle Vague.

            Y el éxito inundó su vida alternando papeles espléndidos, tanto en la comedia y en el cine de aventuras, como en trabajos magistrales con Truffaut. A mí me llegó su imagen dura de niño con dos comedias que nos regaló el UHF, que tan mayor me voy haciendo, la primera fue El hombre de Río[3], una de la películas favoritas de Steven Spielberg o de Harrison Ford; y Las tribulaciones de un chino en China[4], mítica adaptación de la novela de Julio Verne a la que el guion de Broca y Boulanger confirieron un hábil sentido del humor al servicio de su protagonista, quien lo aprovechó al cien por cien. Aquí conoció a una de las mujeres de su vida, siempre bellas y espléndidas, aunque menos de lo que la gente decía, tal y como explica el propio Belmondo en sus memorias: Ursula Andress

            Después vino La sirena del Mississippi[5], donde descubrimos un matiz adicional en su forma de ver el trabajo de actuación, el puramente erótico, y del que emanaba una debilidad. Ningún actor que hiciera de duro en la pantalla se podía permitir el lujo de mostrarse vulnerable ante los espectadores, pero él sí. Tan solo lo había experimentado Kirk Douglas en El loco del pelo rojo[6], lo cual le había valido la reprobación de otras estrellas de cine, como John Wayne, quien le dijo que el público no se esperaba eso de un actor de Hollywood, que decepcionaba. Pero este francés supo hacer de esa vulnerabilidad un punto a su favor y el aplauso de gran parte de la crítica, la misma que le daba habitualmente la espalda porque hacía películas muy comerciales, cosa que a él nunca le preocupó. Decía que siempre hacía la película que le apetecía y no la que nadie le marcase. Por eso los premios se le negaron una y otra vez. A pesar de que había sido unánime el aplauso a su interpretación en Dos mujeres[7] y toda Europa, salvo España, donde no se permitió ver hasta 1962 y ante esa tímida e impostada apertura que hubo de hacer el régimen ante la llegada del turismo europeo y las bases militares estadunidenses pactadas con Eisenhower. Ahí hizo el papel catalizador, un secundario casi protagonista, conferido desde la novela de Alberto Moravia y que De Sica potenció en el guion literario y el actor francés bordó sin aspavientos ni sobreactuaciones.

            Todo esto mientras llenaba su cuenta corriente con películas comerciales, pero nunca olvidando su profesión ni siendo obviado por sus directores más creativos de la Nueva Ola. Regresó a Godard con Pierrot el loco[8], y así hasta llegar los setenta, donde nos volvió a regalar su imagen de truhan con principios y amante algo desvergonzado. Para esa época ya había trabado una sólida amistad con Alain Delon y, como éste, había creado su propia productora para controlar mejor su trabajo; algo como lo que está haciendo en la actualidad en España Francisco Conde para crear las mejores películas posibles y poder acercarse a una interpretación que no dependa de caprichos ajenos, como tantas veces ocurre en el cine.

            En 1988, tras cosechar críticas terribles y ser tachado de mera caja registradora por algunos críticos, siempre desde un pedestal que nadie sabe quién les ha concedido, la academia se rinde ante su interpretación de El imperio del león[9], donde había conseguido reconciliarse con parte de la crítica a mediados de los setenta con su maravilloso hacer en Stavinsky[10], de Alain Resnais. Pero Bébel, al igual que años atrás había hecho George C. Scott con el Oscar, renunció al premio por idéntico motivo, él no competía con nadie y no quería hacerlo, y eso incluía los premios.

            Sólo años más tardes, en el invierno de su vida, recogió reconocimientos a toda una vida dedicada a la interpretación con el Coq de la Communauté française de Belgique spécial, en 2012 y, en especial, en Venecia con un León de oro a toda su carrera en 2016.

            Plutôt la vie, como diría André Breton y universalizaría el Mayo del 68 en una pintada en la escalera del rectorado de La Sorbona; Et maintenant la mort, y después el homenaje de estado, cosa que tanto me gustaría ver en España, mucho más allá de esa asquerosa politización partidista donde unos siguen intentando controlar la cultura y los otros, directamente, destruirla. Belmondo aunaba a los franceses con orgullo, porque representaba al héroe, al hombre de cada día, al soldado, a esa persona que a todos nos gustaría ser, más allá de la pantalla. Quizás ahora sea todavía más universal y ya, para siempre Bébel es inmortal.

            La vida es mejora gracias a las incontables veces que le he visto ser un ladrón, un soldado de fin de semana, un atribulado, un hampón o, todo lo contrario, porque él era capaz de ser un todoterreno ante la cámara y eso ahora les dolerá a muchos de los que le despellejaron en vida… Todos ellos perfectamente prescindible, pero Belmondo nunca.

            Merci beacoup, Monsieur.


[1]  La belle noisouse; Jacques Rivette, 1991

[2] Ib.; Fernando Trueba, 2012

[3] L’Homme de Rio; Philippe de Broca; 1964

[4] Les tribulations d’un chinois en Chine; Philippe de Broca; 1965

[5] La Sirène du Mississipi, Francois Truffaut; 1969

[6] Lust for life; Vincente Minelli, 1956

[7] La ciociara; Vittorio de Sica; 1960

[8] Pierrot le fou; Jean-Luc Godard; 1965

[9] Itinéraire d’un enfant gâté; Claude Lelouch, 1988

[10] Ib; Alain Resnais, 1974

Carlos Ibañez

Revista Atticus