Charlie Watts: el adiós a un Dios silencioso – Carlos Ibañez

Charlie Watts: el adiós a un Dios silencioso

Charlie Watts

Charlie poseía todas las virtudes del jazz, pero tocaba en la banda por excelencia del rock and roll. Siempre estaba rodeado de un halo de paz interior y sabiduría que aplicaba a su manera de tocar, muy física, pero sin aspavientos. Decía, sin ambages, que él tocaba para Keith y para Mick en los Stones. Que sus sonidos, los propios, esos que le salían del alma, los ponía todos en su quinteto de jazz, en el que se diluía en la banda porque nunca deseaba protagonismo.

Siempre contaba cuando con dieciocho años se fue a París a ver a su gran ídolo, Elvin Jones, e incluso coincidió con él a la mañana siguiente del concierto en la rue de Saint Germain, más o menos donde se encuentra la estatua de Danton, y pudo conversar unos instantes con él. Charlie venía tocando, como tantos chicos jóvenes de ese Londres aún con cascotes de ruinas y V2 por sus barrios menos afortunados, en una banda de jazz, Alexis Korner Blues Incorporated. Y así lo hizo hasta finales de 1961, cuando se cruzó en su vida un joven alocado, feo y con unas ganas de honrar a la música negra americana como había pocos en esos momentos, porque todos imitaban los sonidos nacidos tras una interminable jornada de trabajo y una pobreza extrema, cuando no directamente de la esclavitud, pero muy pocos se atrevían a decirlo en voz alta y Keith (Keef para los amigos) sí. Y Charlie, sonriente, tranquilo y callado, aceptó tocar con él y con su amigo Mick, que traía con él a otro músico de raza de nombre Ian Stewart, pero para el mundo de la música, para el mundo en general, siempre será Stu, quien tocaba el piano con la maestría de Oscar Peterson, pero que estaba más interesado en los sonidos nacidos del rythm and blues. El resto ya es historia, tenían un bajista con ideas y un tipo capaz de sacar sonidos maravillosos hasta de una nuez al romperse de nombre Brian, el que sale en el estribillo de Concierto para ellos, la mítica canción de Barón Rojo para los grandes del rock muertos antes de 1982.

Alexis Korner Blues Incorporated

Pero Charlie no disfrutaba de los sonidos compuestos por Mick y por Keith, se aburría, siempre lo decía, pero no tocaba para él sino para lo que ellos le pedían. Aquel muchacho, el hijo de un camionero que sobrevivió a la II Guerra Mundial transportando víveres y suministros a la población civil y de una mujer que gozaba la música y que canturreaba todo el día, según dijo Keef en una ocasión; aquel chaval adoraba un traje bien hecho y una caja que sirviese para hacer disfrutar a toda la banda y que rara vez se quejaba, pero cuando lo hacía todos escuchaban, y de qué manera. Él era la reserva moral de los Stones, la puridad de sus sonidos definidos por Richards como un grupo que lleva ocho horas tocando, son las tres de la madrugada y le piden otro tema y lo tocan como si les fuese la vida en ello, pero siempre con un poso de agotamiento al final de las notas. Y Watts sabía imprimir a su batería esa dulce extenuación.

Charlie Watts, de jovencito

Lo mejor de él era que nunca quería hablar de sí mismo, así que contaba historias de los Stones, de sus grabaciones, de las drogas que corrían por los estudios y las giras como los caramelos en un cumpleaños infantil, pero no lo hacía a modo de chisme sino con una tremenda comprensión de la situación y de cada escenario.

English rock group The Rolling Stones, London, 1963. Left to right: Mick Jagger, Charlie Watts, Brian Jones, Keith Richards and Bill Wyman. (Photo by Terry O’Neill/Getty Images)

En una ocasión le preguntaron que cuánto aconsejaba a Keith Richards y él respondió con un nunca… Bueno, sólo una vez. Le dije que siempre tuviese un buen sastre. Pero no hacía falta. Cuando cumplieron cuarenta años salió un documental en el que Bernard Fowler sostenía que Keith le asustaba al principio, pero que Charlie asustaba a Richards con su mirada severa y su saber estar en todo momento. En ese mismo documental de cinco capítulos Bill Wyman dejó claro que el batería era un tótem para los Stones y nadie osa mancillar un símbolo de ese calibre y Keith Richards no dudaba al gritar a los cuatro vientos que el único sir de la banda era Charlie, cosa que hacía en parte como reconocimiento a su amigo y en parte para molestar a Mick Jagger tras haberle sido concedido este título por la reina.

Ahora se nos ha ido a hacer sonar su instrumento sin alardes a un Cielo en el que gente como él nos obliga a creer. Le vi tocando jazz y con su banda de siempre. No sabe cuánto me hizo gozar, con su manera de dominar las bases rítmicas y todo lo que eso conlleva. Porque la técnica de Charlie era muy depurada, pero nunca exhibicionista. Cuanto sonaba para los Stones dejaba todo el protagonismo a los otros miembros de la banda, se diluía en aquel sonido, su favorito con Sus Satánicas Majestades era el de Out of control, aunque nunca escuchaba los discos de éstos. Y con su quinteto, que llevaba su nombre, aún era más capaz de desaparecer en el sonido de los otros cuatro, sin ninguna necesidad de destacar ni de creerse mejor que cualquiera de sus compañeros.

Sus Satánicas Majestades

Pero, como afirmaban Los Módulos: todo tiene su fin, tema, por cierto, compuesto por su batería, Juan Reyzabal. Y, como muy bien afirmaba con cierto humor Victor Hugo: lo malo de hacerte inmortal es que debes morir antes. Y esto es lo que le ha pasado a Charlie Watts.

Un placer haberle escuchado. Una tristeza tremenda que nos haya dejado ya.

Carlos Ibañez

Revista Atticus