TEO LEGIDO, un joyero con arte y oficio

TEO LEGIDO, un joyero con arte y oficio por Juan Antonio Sánchez Hernández

Sabed, lo primero, que, para Teo Legido, una joya es un mensaje. Cualquier joya parida por sus manos nos habla del origen geológico de los metales, del poder de seducción en su tacto inexplicable, de la magia indescifrable de un crisol en la fragua de los siglos. En su estudio luminoso y neoplasticista de la calle Santo Domingo, dentro de las murallas de Ávila, Teo Legido es el heredero de los herreros y alquimistas de Mircea Eliade, aquellos seres poderosos, mitad místicos, mitad científicos.

Como tantos de nosotros, Teo era un muchacho de pueblo. En su caso, la nitidez horizontal de la estepa morañega fue creando un espíritu esencialista de líneas sencillas e ideas puras. Llegó a la joyería cambiando la luz esbelta de la ribera del Zapardiel por las bombillas sin vatios de Vallecas. Fundiciones y pulido de piezas, duro aprendizaje industrial hasta llegar al taller de la familia Rojas. El padre, Antonio, era el joyero clásico de gremio. Su hijo, Jorge Rojas, por el contrario, era diseñador reconocido de joyería contemporánea. Con él compartirá Teo sus primeras tallas y sus atractivos escaparates en pleno barrio de Salamanca.

El proceso de instrucción en Madrid ya fue imparable. Su noviciado sería intenso en dibujo y modelado, estudios de Manolo Arjona o Santiago de Santiago. Para el joven Teo la escuela dominical obligatoria era el Prado, el Reina Sofía, los hallazgos de Moore o de Picasso, el teatro infantil, los desgarros del flamenco. El suyo era un camino acelerado, extremo, penetrante, ardiente, recio, hondo, valiente que, pasando por las deconstrucciones del inolvidable Ángel Baltasar acabará en el tacto, en la elaboración a mano.

El maestro joyero abulense es un orfebre comprometido que constantemente dialoga con los materiales de sus joyas. Incesantemente experimenta e interactúa con el platino, con el oro (amarillo y blanco) o con la plata. Su mano de artífice les sonsaca sus durezas, descubre sus secretos y sus amistades, les ofrece nuevos medios expresivos, nuevos caminos de diseño. Moldea, bate, cincela, funde, calienta, retuerce, estira, crea.

Conoce el oficio desde dentro y desde siempre. Es un artista que continuamente anhela descubrir nuevas técnicas, nuevas fórmulas que fundan la metalurgia tradicional y artesana con el atrevimiento formal y la vanguardia. Su taller es a la vez un impoluto laboratorio y un viejo obrador de talla y forja. En los cajones de su venerable mesa de madera guarda herramientas diminutas con las que transforma barritas de metal anodino en alardes de irresistible fascinación y sobria elegancia. Trabaja con pasión y con fuego de soplete anillos gravitacionales, pendientes escalonados, colgantes que anudan el misterio a los cuellos que adornan y sosiegan.

Cada joya de Teo es una fantasía irrepetible, cada joya es una caricia manual, cada joya es un sistema de matemática pura, de geometría excelsa. Cada sortija de platino es una utopía, una alucinación soñada por Eduardo Chillida o Martín Chirino, un ensueño que hipnotiza los ojos y predispone la piel para recibir el precioso metal.

El trabajo como artista joyero de Teo Legido es el resultado, a partes casi iguales, de un largo aprendizaje y una insatisfacción permanente con lo sabido. La búsqueda irrenunciable de su piedra filosofal le permite el encuentro de fragmentos inesperados de ignota belleza. El artesano y el creador más apasionado caminan juntos con un mismo objetivo: transformar las escorias de la historia del arte en piezas de singular transcendencia.

Sus Ariadnas, sus candelas, sus habitad, sus laberintos, sus granallas, sus letras, sus tubos, sus casas de Bernarda Alba, son miniaturas refinadas, lazos o nidos que arrebatan el aire y lo poseen, círculos nacidos de secciones cuadrangulares. Teo ha conseguido el maridaje de formas que se abisman en el espacio interrogando, ha generado una aleación de minerales y gemas de textura tan exquisita como precisa.

Teo Legido es un hombre de mirada penetrante y pensamiento profundo que vierte sus reflexiones en la mesa de operaciones de su estudio a lo Piet Mondrian. Nada en sus obras es superfluo, todo tiene una insistencia, un contrastado argumento. Nada le es ajeno, discute con los metales a martillazos de silencio, se ilustra, investiga, estudia, prueba, renuncia, se inspira, se esfuerza y descansa. Es un obrero del metal, un filósofo, un artista a la vez minimalista y bizantino que igual expone sus creaciones en las paredes de las salas de exposiciones como practica un body art sensual, epidérmico y sin concesiones.

Teo Legido es el platero jazzista, el coleccionista que ofrece deseos, el equilibrista que lidia a diario con el toro de la mediocridad y la incomprensión como esforzado Teseo en la Creta abulense, el alquimista paciente que obtiene panes de oro de las virutas de azófar.

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TEO LEGIDO, un joyero con arte y oficio

Juan Antonio Sánchez Hernández

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