El Palacio de Monterrey La Casa de Alba en Salamanca (1/3)

El Palacio de Monterrey La Casa de Alba en Salamanca por Luis José Cuadrado Gutiérrez

El palacio de Monterrey

Situado en el centro de la ciudad, a escasos 50 metros de la Plaza Mayor, se alza el palacio de Monterrey con su fachada imponente levantada con la característica piedra de Villamayor. Se encuentra casi al final del eje que se puede definir como la Milla de Oro salmantina con una pequeña parte de los monumentos que han permitido catalogar a Salamanca como ciudad Patrimonio. Ese eje lo formaría en un extremo la Catedral y en el otro, cercano a nuestro palacio, el convento de la Anunciación (más conocido como «Las Úrsulas»), a los pies del Campo de san Francisco, reconocible por su esbelto ábside gótico. Partiendo de este convento, pasaríamos por la pequeña iglesia de Santa María de los Caballero (hoy cedida para el culto de la comunidad rumana), el palacio de Monterrey, el convento de las Agustinas, el Real Colegio del Espíritu Santo (con el colegio —sede la Universidad Pontificia de Salamanca—) y la iglesia conocida popularmente como La Clerecía (ambos formando un conjunto perteneciente a la Compañía de Jesús), para acabar en la plaza de Anaya con el palacio de Anaya y la Catedral (no olvidar que en realidad estamos antes dos catedral, la Nueva y la Vieja, la una gótica y la otra de traza románica). Pocas ciudades hay que en tan poco espacio acojan esta serie de regios edificios.

El palacio

El palacio de Monterrey fue erigido por Alonso de Acevedo y Zuñiga (1495-1559), III conde de Monterrey. Hijo de Diego de Acevedo y de Francisca de Zuñiga y Ulloa (II condesa de Monterrey). En la actualidad el condado de Monterrey lo ostenta Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo que es el XVII conde (XIX duque de Alba). También heredó los estados de Biedma, Ulloa, de la Casa de Ribera y el título de pertiguero mayor de Santiago1. De origen gallego, su influencia no se reducía a las posesiones orensanas, sino que se extendió por tierras de Zamora y de Salamanca. Sirvió al emperador del Sacro Imperio, Carlos V. Encargó los planos al arquitecto Rodrigo Gil Hontañón y a fray Martín de Santiago. Con un coste elevado (diez millones de maravedíes) no pudo terminar la traza del palacio original debido al alto precio del apoyo al rey en su lucha por mantener unido el imperio.

Lo que hoy se mantiene en pie, lo que es en sí el palacio, es solamente un ala de lo que estaba proyectado en su origen. Es decir, que es una cuarta parte del monumental palacio que se proyectó. Hoy se aprecia la fachada meridional, con dos pisos y galería con arcos (en la actualidad cubierta) rematados en crestería, un excelso ejemplo del Renacimiento plateresco. Todo invita a pensar que, posiblemente, estaríamos ante un palacio de planta cuadrada con cuatro patios porticados en su interior y un torreón en cada esquina (según Checa Goitia).

Rodrigo Gil de Hontañón y fray Martín de Santiago trabajaron juntos en otros proyectos, como la catedral de Coria de Cáceres. Gil de Hontañón está considerado como uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XVI. Su estilo renacentista también se puede observar en otra obra clave como es la fachada del Colegio de san Ildefonso, actualmente sede de la Universidad de Alcalá de Henares. También trabajó (por poner algunos ejemplos) en las catedrales de Segovia, de Salamanca y en el palacio de los Guzmanes en León.

En 1540 se habría construido ya el cuerpo inferior, destinado a las caballerizas. La siguiente fase de construcción sufrió distintas vicisitudes y alteraciones. La altura de las torres supera en un cuerpo la inicial proyectada. Una de las cosas que más nos llama la atención al curioso viajero es que carece de una entrada acorde con su traza. En una de las últimas reformas se retranqueó una parte del muro para poder realizar el acceso que hoy se utiliza. También se incorporaron la decoración en crestería y las chimeneas de ventilación a la francesa. Los torreones junto con su decoración es la parte más llamativa, con los escudos del III conde de Monterrey y el de los linajes de los Acevedo y Fonseca.

El palacio de Monterrey es uno de los máximos exponentes del Plateresco, siendo una de las obras más significativas, por lo menos en cuanto a la arquitectura civil, del Renacimiento español. De este ejemplo surgieron pequeños movimientos o corrientes artísticas como son el «neoplateresco» o «estilo Monterrey» y ha servido como inspiración para la Academia de Caballería de Valladolid, el Museo Arqueológico de Sevilla o el palacio de la Diputación de Palencia, construidos a principios del siglo XX.

El edificio fue declarado Monumento arquitectónico artístico el 6 de mayo de 1929 (en la misma Orden también se incluía la Casa de las Conchas).

Su incorporación a la Casa de Alba

Cuando Catalina Méndez de Haro y Guzmán y Enríquez de la Cerda (1672-1733), VIII condesa de Monterrey (entre otros muchos títulos nobiliarios) se casó con Francisco Álvarez de Toledo y Silva (1662- 1739) X duque de Alba de Tormes (entre otros cuantos títulos nobiliarios), el palacio de Monterrey entró a formar parte del patrimonio de los Alba. Su hija María Teresa Álvarez de Toledo y Haro, (1691-1755), les sucedió en sus numerosos títulos y fue la XI duquesa de Alba de Tormes, la primera mujer de la familia de los Álvarez de Toledo que ostentó el famoso ducado.

Acondicionamiento como palacio-vivienda

Durante los siglos XIX y XX se realizaron una serie de trabajos encaminados a lograr que el palacio fuera un espacio acogedor. Estas reformas llegaron de la mano de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó (1878-1953) y de su hija María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva (1926-2014). Es el momento en que se hacen obras en los torreones, tejados y toda una serie de acondicionamiento de las instalaciones de fontanería, electricidad y pintura. En 1949 se inauguró la casa, aún así se sigue con el acondicionamiento con trabajos en la cocina, en el jardín, cobertizo…

Por su importancia, destacan las reformas emprendidas en 1952 por Manuel Cabanyes. Es cuando hacen ese pequeño retranqueo para facilitar la entrada, dejando visibles los adornos y medallones de la primera y segunda planta. Un años después se culmina esta reforma con la instalación de la verja principal.

Entre 1956 y 1960 el palacio experimenta otra mejora. Consistió en el cerramiento de la última planta, la galería, creando un gran espacio noble. Para su decoración se compra a las monjas del Servicio Doméstico (Hijas de María Inmaculada) un artesonado de catorce tableros. También se encargan una serie de piezas de cerámica de Talavera para el baño. Asimismo, se adquieren ventanas, vidrieras, escalera y pinturas.

La última intervención se realiza por deseo expreso del XIX duque de Alba, Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo. Se culminaron el 10 de mayo de 2018, momento en que se abre al público el palacio por un acuerdo entre la Casa de Alba y el Ayuntamiento de Salamanca.

La visita

Tras cruzar la pequeña verja de entrada se acede a un modesto zaguán. En el suelo y protegido por un cristal se encuentran dos escudos: el de la ciudad de Salamanca y el de Álvarez de Toledo (con su característico jaquelado o ajedrezado de quince puntos). A la izquierda se encuentran una serie de dependencias privadas del personal a cargo del mantenimiento del palacio. A la derecha, una pequeña tienda. Tras pasar la puerta central accedemos a un vestíbulo del que arranca una escalera para subir al primer piso. Sencilla, monumental y con escalones de piedra de Villamayor. Decorando la estancia se encuentran una serie de reposteros (hasta siete) flamencos del siglo XVII de la Casa de Osera. Los reposteros son una especie de paño generalmente cuadrado similar al tapiz, que tiene plasmados emblemas heráldicos de familia o casas nobiliarias, aunque también se da en forma rectangular o portando otros motivos heráldicos. La luz proviene de una enorme vidriera con el escudo heráldico de la Casa de Alba (ilustración 7) realizado en 1949.

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Luis José Cuadrado Gutiérrez

Revista Atticus