Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana (3/3)

La Construcción de un estatus para la mujer desde el arte. La historia de Sofonisba Anguisola por Laura Rendón Posada

Introducción

Son muchas, pero al parecer no las suficientes, las mujeres que se han interesado por el papel de la mujer en la historia. En el caso de las escritoras, que han hecho publicaciones en las que se manifiesta como a través de los años, las sociedades misóginas se han encargado de opacar el trabajo, no sencillo, de destacarse entre los hombres, he notado cómo las autoras expresan su inconformismo al no encontrar suficientes fuentes que hablen de mujeres destacadas; y es así como por medio de sus publicaciones pretenden demostrar que la historia ha contado con mujeres con talentos, actitudes, pensamientos y acciones que merecen ser registrados.

Anguissola, Sofonisba - Museo Nacional del Prado

Para esta investigación no fue diferente, a pesar de la importancia que tuvo en vida Sofonisba Anguissola, y digo en vida, porque luego de su fallecimiento hubo un olvido injusto sobre su vida y obra, es poco lo que se encuentra de esta mujer italiana quien con su larga trayectoria se encargó de abrir caminos para futuras artistas; además es información poco detallada, con brechas de tiempo e incluso con datos repetitivos en las diferentes bibliografías.

Sin embargo, los textos que hacen referencia a esta pintora del Renacimiento, demuestran como ella, a pesar de haber sido “la primera mujer pintora que alcanzó una celebridad considerable”, (Mayayo 2003, 28) se hizo un espacio dentro de la corte española con otros atributos, igualmente relacionados con su educación, y luego por su entrega en el papel de una dama de honor.

1-La sociedad a la que Sofonisba hizo frente. El contexto del siglo XVII

La percepción de la mujer fue con pasos cortos, pero firmes. El acceso a la educación y la cultura por parte de las mujeres de la aristocracia, trajo consigo un cambio social.

[…] hubo quienes propugnaron la inferioridad del bello sexo, como Ariosto en sus sátiras, al presentar a las mujeres como niños pendencieros y peligrosos. Pero la amplia educación y formación igualmente recibidas por las hijas y los hijos de las clases dirigentes muestra ya de forma clara que la imagen ideal del hombre renacentista, la personalidad perfecta en todos los sentidos, halló la aplicación en ambos sexos. El individualismo basado en la educación y el arte de la vida, ese logro del siglo XVI, produjo en Italia magníficas personalidades femeninas que no aparecieron hasta más tarde. (Heyden-Rynsch 1998, 27)

Por otro lado, el valor que ahora tienen los artistas y sus obras no fue algo de siempre; si bien su trabajo era reconocido por la nobleza y la burguesía, no hacían parte de la élite; era un oficio que seguía una tradición familiar y se casaban entre los del mismo gremio.

Algunos de los casos que reflejan este tipo de relaciones son el de Juana Pacheco, pintora, su hija Francisca contrajo matrimonio con un discípulo de su padre, también pintor, llamado Juan Bautista Martínez. María de la Concepción Valdés Carrasquilla, miniaturista española, hija de los pintores Valdés Leal e Isabel Carrasquilla. Artemisa Gentileschi, hija de Orazio Gentileschi, se casó con Pietro Antonio De Vincenzo, también artista.

Aunque se hablada de educación femenina y se afirmaba que a las mujeres se les debía enseñar a leer, se les limitaban sus horizontes, pues este nivel de educación era para que cumplieran mejor sus funciones en el hogar. Los buenos modales, la obediencia y el silencio era lo que se enseñaba, porque otras temáticas no eran necesarias en sus vidas.

Con el tiempo, las mujeres de la aristocracia, empezaron a disfrutar de libros devocionales o piadosos, pues otro tipo de literatura y el aprendizaje del latín, no era posible para ellas. Luego a este tipo de lecturas se añadieron manuales para amas de casa, historias sencillas o biografías de mujeres. Esta visión pedagógica cambió dentro de la clase privilegiada junto con la posición social de los artistas. Quienes se dedicaban a la pintura, escultura, y arquitectura adquieres un estatus, al dejar de ser vistas estas actividades como oficios, para ser artes o espacios de creación.

En El Cortesano, publicado en 1528, Baldassare Castiglione, se habla sobre las características que debía tener una persona de la aristocracia, tanto hombres como mujeres debían tener una buena educación, habilidades para la conversación y conocimientos, entre otros, en pintura y música. Destaca la importancia de la presencia de las mujeres, así como la belleza y feminidad como cualidades indispensables.

Algunos padres empezaron a ver en la educación a sus hijas la posibilidad de mejorar la reputación familiar; como en el caso de Cassandra Fedele, quien descendía de la clase dirigente italiana, y apoyada por su progenitor, estudió latín y griego, historia y filosofía, algo excepcional en las mujeres de la época. Su fama fue a nivel internacional, a tal punto de que la reina Isabel de Aragón la invitó a su corte, pero el Senado veneciano prohibió la partida de este brillante personaje.

Es así como Sofonisba, al no pertenecer a una familia de artistas, se representa a sí misma como una dama de la nobleza, con la formación propia de su posición social, como se describía en El Cortesano, haciendo un
autorretrato tocando clavicordio junto a su dama de compañía. Fue esta manera de verse a sí misma lo que le abrió las puertas de la corte.

“Donde quiera que existieran cortes como centros de riqueza y actividad artística e intelectual, abundaban las oportunidades para que las mujeres inteligentes desempeñaran el papel de patrocinadoras del arte y la cultura”. (King 1993, 207)

La mujer, entonces, adquiere un nuevo valor en la corte; ya no solo es belleza, su acceso a otro tipo de educación, le da modales, refinamiento y el don de una conversación; hay un nuevo respeto, y ella deja de ser ese elemento utilizado por su marido para mostrar riquezas y posiciones sociales (por sus vestidos y joyas), para ser estratega con importantes amistades y alianzas.

Pasa a ser un personaje activo en la corte, y para ello era casi un requisito haber leído la obra de Castiglione, de este modo sabría comportarse a la altura de este selecto círculo, debido a que se consideraba que para que hubiera caballería era necesario la gracia y presencia de las damas.

Ellas se adaptaron a estos cambios sociales, hacían lo que se les pidiera, lo que debían, y pronto aprendieron de nuevas exigencias.

Por otro lado, los intereses de la aristocracia se habían transformado y se buscaban beneficios como mercados, títulos, territorios y privilegio sobre ciertos impuestos. Y esto no solo se conseguía en los campos de batalla, sino con aptitudes que les dieran ventajas a las familias y así, hijos o hijas, podrían pasar a la corte.

Una mujer, por servicios a su señor, por su belleza e ingenio, podía obtener una lucrativa posición en la corte […] De esta forma, elevaría a su familia a extraordinario niveles de riqueza y prestigio. La imaginación y la iniciativa, no el sexo, eran la clave del éxito en este nuevo mundo de opulencia de las grandes cortes de Europa. (Anderson and Zinsser 1991, 478)

Una vez admitidas en la corte, las damas se debían olvidar de sí mismas sin dejar de lado capacidad de agradar, debían convertirse casi en la sombra de su señora, apoyarla y defenderla, serviles y acompañarlas en ocasiones especiales. Debían moderar su forma de comer, no hacer visible la fatiga y estar de pie de forma adecuada.

Los monarcas le daban la sensación de ser privilegiados a sus cortesanos, algunas podían dormir en la habitación de su señora, llevar su copa de vino y alcanzarle las zapatillas.

Según con Anderson y Zinsser, a Felipe II y su esposa, cuando comían, las damas les servían desde sus propias rodillas; en el caso de Felipe IV y su esposa, debían estar acompañados de un médico y tres servidores; y la reina inglesa Carola, esposa de Jorge III, escogió a la novelista Fanny Burney y la nombró “segunda encargada del guarda ropa”. (Anderson and Zinsser 1991, 482)

En esto se resumía la vida de las mujeres aristócratas del Renacimiento. ¿Hubo un cambio? Sí, pero aún no se puede afirmar que ellas lograron el valor que, no solo como mujeres merecían, sino como mujeres cultas y excepcionales. Si bien sus dotes les permitían sobresalir y ser visibilizadas socialmente, aún seguían siendo peones a disposición de los planes ajenos.

Sofonisba Anguissola (1532-1625) - Cultural - ABC Color

2-Acerca de Sofonisba Anguissola y cómo se fue forjando su camino

De su carácter se ha dicho poco, incluso no se tiene certeza de su fecha de nacimiento, pues unos afirman que fue en 1532 y otros que fue tres años después. Lo que sí es seguro, es que nació en una época (siglo XVII) y en un país (Italia) en donde la cultura del Renacimiento tuvo grandes aportes por parte de las mujeres consideradas educadas.

Proveniente de una familia de la aristocracia de Cremona, fue la mayor de siete hijos, de los cuales solo uno fue varón. A los cinco años quedó huérfana de madre, y fue su padre quien debió encargarse de la formación de los niños.

Aunque a partir del siglo XV la figura del artista empezara a tomar valor, solo fue hasta el siglo XVIII que la pintura, la escultura y el dibujo se consideraron pasatiempos de la nobleza. Sin embargo, Almicare Anguissola, tal vez movido por esos tiempos de transformación o por una sensibilidad particular, al estar rodeado de 6 hijas, quiso darles una buena educación y las introdujo en el mundo del arte, mayoritariamente desempeñado por hombres.

En la adolescencia, Sofonisba, junto con su hermana Elena, entraron en un taller en calidad de estudiantes, pagaban por aprender y por vivir en casa del pintor Bernardido Campi. Algo realmente curioso, pues las mujeres para entonces se educaban en conventos o se alojaban con familias de mejor linaje para adquirir nuevas destrezas. Sin embargo, como hemos dicho, los pintores aún no hacían parte de la élite.

Era común que se desempeñara este oficio por la saga familiar, y las mujeres hacían parte de las labores del taller si eran hijas o esposas del artista. “La mayoría de los padres no deseaba que sus hijas se educaran; muy pocos supervisaban o mentaban su educación, La lectura era una destreza útil, pero amenazaba el orden establecido del hogar”. (King 1993, 237)

En general, los talleres eran espacios masculinizados, pues eran hombres aprendices o ayudantes quienes los frecuentaban, es obvio que, debido a los materiales, llevaban la ropa y manos manchadas; es posible que hubiera conversaciones y comentarios misóginos sobre la naturaleza de las mujeres y su conducta apropiada en el lugar que le correspondía, la familia.

De manera que Sofonisba creció en un ambiente pensado para los hombres, y si a esto le añadimos el apoyo de su padre, podríamos empezar a encontrar aquellos elementos que le permitieron encontrar nuevos caminos, circunstancias que hacen particular la vida de esta pintora respecto a las mujeres de la época, pues para entonces solo estaban destinadas a ser esposas o monjas.

Algo especial debía distinguir las obras de Sofonisba, ya que contó con el privilegio de ser aconsejada por Miguel Angel Buonarroti, ya famoso por sus obras y que en años anteriores tuvo que enfrentarse a su padre, un político de Florencia, quien rechazó que su hijo se rebajara a dedicarse al oficio del arte. Tal vez no solo sintió admiración por el desempeño de Sofonisba, sino también por el respaldo que Amilcare daba a su primogénita, y que Miguel Ángel no recibió de su progenitor.

El deseo de ser parte de los hombres de la época, la llevó a que su nombre fuera referente en Roma. Al no pertenecer a una genealogía de pintores, no pudo dedicarse a pinturas más valoradas como la histórica o la religiosa; sus obras fueron entonces los retratos.

Y, a pesar de que las mujeres trabajaban en desventaja respecto a los hombres (pues recibían pagos en especie por un valor inferior al justo, por lo tanto, no tenían ingresos para comprar materiales de calidad), incluso el papa Julio III adquirió una de sus creaciones.

Luego fue el Duque de Alba quien le encargó un retrato, y fue este el que la recomendó con el Felipe II para que fuera dama de compañía, de su esposa Isabel de Valois, una adolescente francesa. Nuevamente el talento de Anguissola, fue valorado por un hombre y su vida dio otro giro.

La joven pintora, pasó así a ser parte de las damas de honor, conformado por españolas y francesas, con las que el rey buscaba que su esposa no sintiera la nostalgia de su tierra natal y así mismo aprendiera las costumbres de España. ¿Por qué entonces esta italiana en tal grupo selecto? Pues se pensó en ella como la mejor compañera para la reina, por su origen, educación y talento.

Según se ha citado, era un orgullo para las mujeres y sus familias, el ser escogidas para pertenecer a la corte; de forma que podríamos afirmar que, al ser Sofonisba invitada por el rey de España, Almicare estaba cumpliendo uno de sus objetivos. No fue en vano el haber invertido en ella educación, viajes y recomendaciones, pero más que eso, esperanzas familiares.

Representación del niño en la pintura españolaSofonisba Anguissola, una  gran precursora

Muy bien debió haber hecho las cosas Sofonisba, no solo como dama de compañía sino como persona, pues a pesar de que era diez años mayor que la reina Isabel de Valois, se entretejió un lazo, no podría afirmar que de amistad, aunque Caso asegura “sin duda, una verdadera amiga” (166); yo no comparto esta idea, pues entre las amigas no hay jerarquías ni protocolos, pese a que compartían ideas, aficiones, incluso Anguissola le enseñó a su reina a dibujar de carboncillo, no por eso dejaba de ser una asistente personal, “la cremonesa”.

Por otro lado, a las mujeres artistas también se les permitía retratar, y esta artista italiana no desaprovechó la oportunidad de destacar sus habilidades con grandes personajes.

Están documentados sus retratos de la mayor parte de los miembros de la familia real: varios de la reina, por supuesto, pero también del rey, del príncipe don Carlos, de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, de Juana de Austria y de otros diversos personajes de la corte. (Caso 2005, 167)

En esta especialidad también se destacan Levina Bening Teerlinc, Susan Penélope Rosse, o Caterina van Hemessen. Eran obras que encargaban con frecuencia por su facilidad de envío para otros países, cumpliendo en la función de representar al rey en diversos territorios.

Al no ser reconocida en la corte como retratista, sino como dama de compañía, la cremonesa no recibió pagos por sus encargos, sino otro tipo de recompensas propias de una dama de honor, como vestidos, joyas, alimentación e incluso el importe de un impuesto de su ciudad natal.

Como ya hemos señalado, los matrimonio como alianzas estratégicas eran algo común, y a la edad de cuarenta años aproximadamente, Sofonisba contrajo nupcias con un hombre que no conocía. Esto último no era de extrañarse, pero sí que una mujer, con el prestigio y categoría de Sofonisba, fuera soltera.

¿Otra recompensa del rey? ¿otra estrategia de hombres de poder en el que Sofonisba no podía más que aceptar? No está claro. Pero pongo en duda que fuera por amor. Lo cierto es que su esposo, Fabrizio de Moncada era hijo del príncipe de Paternó, Italia, este título nobiliario había sido concedido por el rey Felipe II. ¿Casualidad? El caso es que el rey mismo se encargó de la dote.

Para algunas mujeres de la época, casarse representaba abandonar el arte y dedicarse exclusivamente a las tareas del hogar. ¿Es posible que Sofonisba sintiera presión social al seguir soltera a su edad, y por ello solicitara al rey un casamiento? ¿Estaba esta mujer dispuesta a dejar aquello que le apasionaba a cambio de tener a su lado un hombre de renombrada ascendencia?

En todo caso, al matrimonio asistió el monarca y dentro las capitulaciones de la italiana figuraban objetos de valor propios de una mujer que estuvo al servicio del rey. Luego de catorce años de permanencia en España, Sofonisba partió a Sicilia con su marido.

Lo curioso está en que no tuvo hijos y no dejó de pintar. Cinco años después quedó viuda e hizo honor a su marido por medio de una pintura que ofreció a los franciscanos a cambio de sus oraciones.

Una mujer viuda y a su edad, era normal que pasara el resto de sus años en un convento. Pero en esta ocasión, la artista sí tuvo la opción de escoger a quién amaría, incluso contradiciendo a sus más allegados, pues se casó con un hombre que conoció camino a Cremona.

“[…] ni la familia de su difunto marido ni la suya propia querían que se casase con Orazio Lomellini, tal vez por la diferencia de edad que había entre ellos o por su condición social, inferior a la de la novia”. (Ángeles 2006, 174)

Otra muestra del carácter fuerte de la retratista. Ya era hora de que pensara en ella misma, y dejara de lado las complacencias ajenas. De manera que siguió adelante con sus planes en Génova, donde además siguió pintando cuadros religiosos, lo que antes por su formación no le era posible. Supo mantener las relaciones con el rey de España y la infanta Isabel Clara Eugenia, de quien recibió visita y a quien pintó su retrato de bodas.

Estando en su hogar, su espacio, pudo hacer las cosas a su manera. Su marido era de clase humilde, pero supo darle a ella su espacio como artista, quien sabía que de ella no podría esperar un primogénito, su mujer
contaba con fama y con encargos de grandes personajes, y para la época ¿qué pasaría por la cabeza de un hombre cuya esposa era referente de la nobleza?

De todas maneras, estuvo con Sofonisba hasta que ella falleció, teniendo un poco más de noventa años. Se mantuvo activa como pintora hasta que las limitaciones que trae la vejez se lo permitieron. No sabemos si fue un acto de humildad o la época no lo aprobaba, pero muchas de sus obras se quedaron sin su firma, facilitando las atribuciones a terceros.

Hoy en día, en el Museo del Prado, se exponen retratos de corte, entre ellos de Isabel de Valois, pero no hay mención de la cremonesa, a pesar de que es considerada la primera artista exitosa de su época.

Su legado dejó un referente para artistas venideras como Luisa Roldán, Rosalba Carriera y Artemisia Gentileschi.

Fue así como esta italiana combinó el encantó personal, con los talentos innatos y adquiridos, para ocupar un lugar especial en la corte de un país ajeno al suyo, y aun ya no estando en él, siguió siendo un personaje recordado.

Conclusión

Pese a que la sociedad del renacimiento reprodujera un discurso misógino, paradójicamente, el talento de Anguissola no solo hablaba por sí mismo, sino que gracias a hombres que reconocían su buen desempeño, ella logró ir escalando a un estatus que luego abrió caminos a otras pintoras.

Los cambios sociales trajeron consigo una visión diferente de la mujer, se comenzó a darle la oportunidad de demostrar, lo que Christine Pisan reclamó durante el siglo XIV: que la mujer tiene tantas capacidades como el hombre, pero había que darle las mismas oportunidades; pero hay que tener en cuenta que más allá de eso, hay que reconocer la fortaleza mental de aquellas mujeres de la época, quienes soportaron presiones y tareas que, hoy, no se verían como propias de una poetisa, pintora o novelista.

Esta retratista no solo aprendió el protocolo de una dama de compañía, sino también el arte de la estrategia: se ganó un afecto especial por parte de su patrona, haciendo lo que le correspondía, seguir órdenes, y así mismo haciendo lo que le gustaba, pintar y enseñar este arte; y es por esto que aun cuando Isabel de Valois ya había muerto y estando ella fuera de España, siguiera en contacto con la monarquía y adicional a esto, continuó recibiendo encargos por parte de la corona.

Es posible que ella no pensara en la posteridad, en lo que sus acciones representarían luego para su gremio, en la referencia en que se convertiría; pero podría asegurar que ese desinterés por figurar fue la clave para que fuera una pintora exitosa del Renacimiento.

Este artículo sobre La Construcción de un estatus para la mujer desde el arte. La historia de Sofonisba Anguisola está publicado en Revista Atticus 39

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La Construcción de un estatus para la mujer desde el arte. La historia de Sofonisba Anguisola

Laura Rendón Posada

Revista Atticus