Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana (1/3)

Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana por Luisjo Cuadrado

Hoy día, nadie en su sano juicio, se le ocurre cuestionar la pericia artística distinguiendo entre hombre y mujer. Pero esto que constituye un gran logro, un gran derecho humano, no siempre ha sido así. Incluso si echamos un vistazo a la relación nominal de los artistas que exponen cuadros, por poner un ejemplo cercano, el Museo Nacional del Prado, vemos que las mujeres artistas que cuelgan cuadros en las paredes de la institución se pueden contar con los dedos de una mano. Una gran injusticia. Conocedor de esta circunstancia, la propia institución organizó en 2016 una magna exposición con una de las grandes artistas del siglo XVII, Clara Peeters.

Un paso más y dentro de los fastos de la conmemoración del Bicentenario de su nacimiento, el Museo Nacional del Prado ha organizado una exposición que enfrenta la obra de dos grandes artistas, de dos grandes mujeres artistas, Sofonisba Anguisola y Lavinia Fontana.

El propio director de la institución madrileña, Miguel Falomir, es consciente de esta «anomalía» señalando que: «la presencia de las mujeres es una laguna que tenemos todos los museos». De los cerca de cinco mil artistas en la nómina del Museo Nacional del Prado, solo treinta y tres son mujeres (sesenta y nueve si ampliamos la relación a artes menores como ilustradores, grabadores, etc.). En la actualidad siete son los cuadros de mujeres que se pueden contemplar en la pinacoteca: Angelica Kauff mann, Anna von Escher van Muralt, h 1800; Artemisia Gentileschi, Nacimiento de san Juan Bautista, h1635; Clara Peeters, cuatro obras, Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con aceitunas y aves… h 1611, Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas, 1611, Bodegón con gavilán, aves, porcelana y conchas, 1611, y Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra, 1611, y de Rosa Bonheur, El Cid, 1879. Bonheur es protagonista de una anécdota que nos cuenta el propio museo que viene a ilustrar la situación de las mujeres artistas no en un tiempo tan lejano, a fi nales del siglo XIX. A Rosa Bonheur le gustaba representar a animales (el propio cuadro de El Cid es una cabeza de león, una clara alegoría). Para ello se valía de la contemplación de los animales en vivo, pero como era mujer, se tuvo que poner unos pantalones «masculinos», previa autorización de la autoridad con un «permiso de travestismo» pues era una prenda reservada a los hombres. A esta exigua nomina hay que añadir las obras que ahora se exponen que corresponden a Sofonisba, cuatro, y a su hermana, una.

La muestra reúne un total de sesenta y cinco obras (veinticuatro de Lavinia y veinticinco de Sofonisba) procedentes de distintas instituciones y colecciones privadas de Europa y Estados Unidos. Está comisariada por Leticia Ruiz, jefa del Departamento de Pintura Española hasta 1500 de la institución madrileña. Constituye un relato sobre dos pioneras de la historia de la pintura, que va a permitir dar visibilidad y respetabilidad a las mujeres en la creación artística. No es una sorpresa el arte de Sofonisba. Nuestra publicación puso un poco de luz allá por 2015 (Revista Atticus Cinco) en un artículo de Cristhian Mielost para la edición impresa, volviendo a incidir sobre esta genial pintora en la edición digital (RA36, artículo de Laura Rendón Posada).

Por el contrario, la fi gura de Lavinia Fontana es más desconocida (sobre todo en nuestras tierras). Como nos recuerda el Museo del Prado, «Sofonisba y Lavinia nacieron y se formaron en Cremona y Bolonia respectivamente, dos centros artísticos cercanos geográficamente en Italia, pero condicionados por sus propias tradiciones pictóricas, sociales y culturales».

Sofonisba Anguisola (Cremona, h 1535 – Palermo, 1625) perteneció a una familia noble, los Anguissola- Ponzoni, de Cremona. Era la mayor de siete hermanos, seis mujeres. Y su padre Amilcare siempre los animó a cultivarse, a que perfeccionaran sus talentos, destacando cuatro de ellas en la pintura. Pero sin duda el talento se lo llevó Sofonisba (nombre que le pusieron en honor de la hija del general cartaginés Asdrúbal ya que la familia tuvo contacto con la historia de Cartago). Con catorce años empezó sus estudios en Bellas Artes alcanzando notoriedad rápidamente. Pero lo que supuso el espaldarazo definitivo fue cuando en 1558, estando en Milán, pintó al duque de Alba. El duque de Alba era el encargado de preparar los esponsales del rey Felipe II e Isabel de Valois, su tercera esposa. Como la reina era aficionada a la pintura, decidió incluir como dama a Sofonisba. Desde febrero de 1560, con veinticinco años, hasta el verano de 1573, Sofonisba Anguisola vivió en la corte de Felipe II, primero como de Isabel de Valois y, después tras la muerte de la reina, como tutora de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Durante estos años pintó retratos oficiales de la Corte. Tras su paso por España, volvió a Italia y siguió con su carrera. Estamos ante una pintora de reconocido prestigio. Como muestra de ello, su padre, siendo muy joven Sofonisba, mandó un dibujo a Miguel Ángel Buonarroti en el que una niña se ríe cuando trata de enseñar a leer a una criada. El genio italiano le contestó que le gustaba mucho, pero ¿por qué no mostrar el sentimiento contrario, como la pena o el llanto? Y es así como Sofonisba Anguisola realizó un dibujo muy bello con un niño llorando porque un cangrejo le ha mordido (hoy en el Museo di Capodimonte de Nápoles).

Lavinia Fontana (Bolonia, 1552 – Roma, 1614) fue una pionera al ser reconocida como mujer profesional dedicada a la pintura. Quizás el haber nacido en Bolonia, primera universidad, y primera en aceptar a mujeres en sus aulas, le condicionó su futuro. Aunque también lo que le marcaría sería tener por padre a un pintor de cierto prestigio, Prospero Fontana. Contribuyó a su ascenso el que se casará con otro pintor, Gian Paolo Zappi (por cierto, con el que tuvo once hijos –aun así sacó tiempo para la pintura, increíble-). Al igual que su compañera de exposición, Lavinia entró en la corte como pintora, en este caso de la del papa Clemente VIII (durante su reinado se produjo el proceso y condena a Giordano Bruno, acusado de herejía), lo cual nos da pie para pensar el mérito que tuvo esta mujer.

Lavinia se dedicó, fundamentalmente, a la pintura religiosa para iglesias y oratorios privados, aunque también destacó en temas mitológicos donde puede mostrar su virtuosismo en los desnudos.

Es la primera exposición que se organiza con las dos mujeres como protagonistas. Sus trabajos son de una calidad extraordinaria y, por supuesto, que están a la altura de sus coetáneos masculinos. Solamente con la mera contemplación ya nos podemos dar cuenta de este hecho. Sofonisba y Lavinia fueron dos grandes pintoras, que, en su momento, obtuvieron prestigio y reconocimiento. Y también tienen en común que, con el paso del tiempo, su recuerdo se fue sepultando en los sótanos de la Historia hasta perderse casi su rastro. Hasta Vasari se hace eco de ella en su célebre Vida de… (arquitectos, pintores, etc.…). Han pasado años, muchos, para que vuelvan a escena y se las reconsidere el mérito de su gran labor artística (y hasta social, como es el ascenso a la cumbre en un mundo de hombres).

Sofonisba se crio en el seno de una familia que por su condición de aristocracia se educó en un ambiente que le facilitó el acceso a la pintura. Lavinia era hija de un pintora con lo cual el olor a trementina debía de estar ya en su ADN. Estudiando a esta mujer, nos damos cuenta que, a veces, sufrimos un retroceso en las conquistas sociales. Su padre era tan consciente de su valía que elaboró un contrato matrimonial para que se casara con quien se casara viviera en la casa paterna. De esta manera podría seguir disfrutando del acceso al taller. Incluso a la muerte de su progenitor, toda la familia Fontana (marido y sus once hijos) siguió viviendo de su pintura. Es decir, su marido se ocupaba de las tareas domesticas y además era su ayudante en el taller. Según cuentas las crónicas, por esta razón debió de sufrir bastante escarnio y mofa. Si esto no fuera suficiente para darnos cuenta de que estamos ante una mujer excepcional, Lavinia tiene el honor de ser una de las primeras mujeres en afrontar los desnudos. Para ello se valió de la «excusa» de utilizar las escenas mitológicas, sin abandonar los retratos que le proporcionaban buena parte de su sustento.

En aquella época, se empezó a tener conciencia de que el artista pintor lo era y así era habitual ver la firma en los cuadros. Pero también lo era que las autorías presentaran discusión en aquellos cuadros en que carecía de firma. Precisamente esa circunstancia, la de ser una mujer entre hombres, puede ser la razón por la que algunos de los cuadros se hayan atribuido,
erróneamente, a otros autores, generalmente, integrantes del propio taller,
o para ningunear a la mujer. Marcaron un hito, pero su camino no quedó expedito para nuevas guerreras. Años después surgió la figura de Artemisia Gentileschi. Pero no sería hasta finales del siglo XIX (con el impresionismo) cuando las pintoras vuelvan a despuntar. Ahora tras la exposición del movimiento Me Too (octubre 2017) la sociedad reclama una mayor presencia de la mujer en todos los estamentos de la sociedad, y el arte, es uno de ellos. Por la relevancia volvemos a publicar, en este mismo ejemplar, los trabajos de Christian Mielost y Laura Rendón centrados en la figura de Sofonisba Anguisola.

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Luis José Cuadrado

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