Patricia Highsmith la fascinación por el mal (2/2)

Patricia Highsmith la fascinación por el mal por Àngel Comas

Ripley, el alter ego

Foto de Matt Damon en su papel de Tom Ripley

Inmediatamente después de la publicación de The Blunderer en 1954, un sobrecogedor relato sobre la mente del criminal, Highsmith publicaría la primera novela con Tom Ripley de protagonista, The Talented Mr. Ripley, El talento de Mr. Ripley (1955). Protagonizando cinco novelas durante veintiséis años, Ripley fue su auténtico alter ego, el que le permitió mostrar a través de su evolución, su propia evolución personal. Ripley no es el mismo en su primera novela que en la última. Highsmith había ido cambiando y el mundo lógicamente también. Ripley fue el personaje la consagró definitivamente.

¿Cómo es Tom Ripley en líneas generales teniendo en cuenta su evolución? En sus cinco novelas (The Talented Mr Ripley (1956 – El talento de Mr. Ripley); Ripley Underground (1970 – La máscara de Ripley); Ripley’s Game (1974 – El juego de Ripley); The Boy Who Followed Ripley (1980 – Tras los pasos de Ripley) y Ripley Underwater (1991 – Ripley en peligro), Highsmith lo presenta como amoral, capaz de mentir, suplantar cualquier identidad o de llevar a cabo cualquier acción criminal que sirva a sus propósitos. Estos, en definitiva, son ser alguien más de lo que es en realidad. Este antihéroe provoca sentimientos ambivalentes en el lector quien suele ponerse de su parte a pesar de que choque contra sus propias convicciones y saber que es un auténtico profesional del engaño y del crimen. Es un personaje inquietante.

En El talento de mr. Ripley, juega con la apariencia y realidad. Ripley parece un joven insignificante, tímido y lleno de temores, pero en esencia es capaz de matar o suplantar personalidades. En esta novela aparece en primer término la idea del doble, inspirada quizá en el relato del mismo título de Dostoyevski. Sienta las bases de la impunidad de Ripley frente a la ley, una cínica falta de castigo de un criminal, que es una visión de la propia autora sobre la sociedad. Y como en la mayoría de sus obras, es mucho más importante la descripción de la psicología y las relaciones entre los tres protagonistas que no la acción que se le supone al género en que querían encasillarla. En las siguientes novelas, Ripley ha cambiado, ya no es aquel aprendiz de criminal de la primera, aunque el crimen sea su actividad principal, su modus vivendi. Ahora es un hombre aparentemente respetable, casado con una rica heredera con la que vive en una mansión del sur de Francia y se dedica a la compra y venta de falsificaciones de pinturas, aunque en algunas vuelva a reaparecer su pasado. (La máscara de Ripley), lo que le obliga a alternar su ocupación principal con actividades propias de un sicario. Highsmith sigue jugando hábilmente con su doble personalidad para seguir fielmente con las características del personaje: un hombre capaz de disponer de las vidas humanas para sus fines. Introduce nuevos elementos con la lenta transformación de su mujer. En Tras los pasos de Ripley, Highsmith muestra una faceta insospechada de Ripley: la generosidad.

Todas las novelas —aparte del interés de su parte argumental— son introspecciones en el sentimiento de culpa, jugando también con su ambigüedad sexual. Y par ser fiel a sus principios, Highsmith siempre le dejará fuera de peligro de la justicia y hasta recompensado por sus crímenes. Con su mordaz sentido del humor, Highsmith trata sus hazañas como malévolas comedias negras, mientras que, en Ripley en peligro, desvela su vulnerabilidad.

Las adaptaciones al cine son para mí, en su conjunto bastante decepcionantes, aunque algunas puedan tener elementos interesantes, ajenos a la propia esencia del personaje. Su principal defecto es caer en los convencionalismos del filme criminal y no profundizar en la filosofía vital de Patricia Highsmith. La mayoría están hechas por autores de cine, con todo lo que representa esta palabra, y son versiones libres de las obras originales. Tienen aciertos parciales, pero juegan con las reglas del starsystem (Alain Delon, Matt Damon, etc.), aunque en algún caso sea un acierto porque demuestran su poder de seducción. En algunas no se aborda su homosexualidad latente (A pleno sol, 1960, René Clément), mientras que en otras se hace (El talento de Mr. Ripley, 1999, Anthony Minghella), en la cual su director se inventa escenas, personajes y situaciones. En El amigo americano (1977, Wim Wenders) el director alemán no consigue darle su verdadera importancia y le convierte casi como un secundario, añadiéndole un desenlace acelerado y confuso y dejando en segundo plano sus artes como manipulador (A Highsmith no le gustó nada). Más interesante es la adaptación de Liliana Cavani (2002, El juego de Ripley) que, aparte de mostrar a Ripley como el paradigma del mal, es mucho más fiel a Highsmith, lo que precisamente no hace Roger Spottiswoode en La máscara de Ripley (2005, Ripley Underground — Roger Spottiswoode), cuya trama ni el personaje tienen nada que ver con el original, haciendo un típico fi lm de género, que es precisamente la especialidad de este director. La gran variedad de actores tan diferentes que le han interpretado ha impedido que cuajase una imagen uniforme de Ripley en el imaginario colectivo. En general, y como sucede casi siempre en las adaptaciones, el cine se ha quedado en la anécdota.

Patricia Highsmith, la quebradiza frontera entre el bien y el mal

Escribió más de treinta libros, entre novelas, colecciones de relatos y un ensayo, y siempre trató de escapar de los encasillamientos. No lo consiguió. Wim Wenders que adaptó El juego de Ripley, definió su obra muy certeramente: “Al leer estas historias nos observamos a nosotros mismos. De una pequeña mentira inocente, de una confortable traición, se deriva de golpe una historia horrible (…) Esto puede ocurrirnos a todos. Es por ello por lo que sus historias son verdaderas, por lo que casi hablan de la verdad, pese a toda la ficción. Constatan que las pequeñas cobardías y la indulgencia mediocre hacia uno mismo o hacia los demás son las cosas más peligrosas que hay.”

Es cierto, la mayoría de sus personajes esconden lo peor de ellos en lo más profundo de sus entrañas. Aunque no lo aparenten, la mayoría son criminales de la peor especie, hombres incompletos que siente que les falta algo y recurren al crimen. Las mujeres apenas aparecen como protagonistas, aunque lo intentó en un libro de relatos, Pequeños cuentos misóginos. (Sus relatos cortos merecerían un estudio aparte que por su extensión no se puede hacer en este artículo). Fue su reacción lógica ante el hecho de que sus editoriales le rechazasen estas novelas, como lo demuestra la difícil publicación de El diario de Edith, porque “no era una novela policiaca”.

Highsmith parte lógicamente de las tradicionales novelas policiacas y de intriga, aunque, desde su primera publicación, rompa todos sus convencionalismos. El criminal se convierte en el gran protagonista para que afloren sus motivaciones para cometer los crímenes. Son unos imprevistos antihéroes de gran ambigüedad moral, lo que les convierte en marginales, aunque se muevan aparentemente en sociedad. Son personajes
turbios que aprovechan para sus fines la hipocresía social pero que Highsmith los hace atractivos y les convierte en criminales queribles (término inventado por ella misma) a quienes el lector ama más que odia y se identifica con ellos.

Por esos sus novelas son perturbadoras, inquietantes, malévolas… tratadas con un peculiar sentido del humor… transgresor y negrísimo. Curiosamente, lo más perturbador sucede en entornos domésticos, cotidianos, cercanos… y no quedan claras las fronteras entre el bien y el mal. Ninguna de ellas está protagonizada por un policía ni un detective privado. A diferencia de la novela policiaca, el lector conoce al criminal desde el principio, y este escapa o no escapa de la ley.

Según Ramón Arana, en su trabajo La lógica del crimen: Patricia Highsmith, las estructuras de sus novelas son casi siempre así:

“En una situación normal y cotidiana, algún personaje nos es descrito con cierto detalle: sus costumbres, su carácter, su familia. En un momento, este personaje ejecuta con precisión un crimen, que se describe con morosidad. El personaje se retira a la cotidianidad. Después, cuando piensa que puede ser descubierto ejecuta otro crimen y los que considera necesarios para que no le capturen. Finalmente, el criminal es detenido o no”.

Sus personajes (y su sociedad) son depresivos, pesimistas y sombríos, como ella misma. En su ensayo Suspense: Cómo se escribe una novela de intriga, escribió:

“Yo creo que muchos escritores de novela negra […] tienen que sentir alguna clase de simpatía o identificación con los criminales pues, de no sentirla, no se verían emocionalmente involucrados en los libros que escriben”.

Su editor español Gonçal Herralde la definió como la «artista del mal», una mujer que destilaba «humor negro», «lacónico», «sarcástico» y «socarrón», destacando “su calidad literaria y su fantástica capacidad de creación de atmósferas perturbadoras y de personajes inolvidables”.

Highsmith dejó un legado que ahora está depositado en los Archivos Suizos de Bernay y que fue descubierto por su editora, Anna von Planta, y el albacea de su herencia literaria en su casa de Ticino, poco después de su muerte en 1995. Lo guardaba todo envuelto en toallas y sábanas en un armario. En total eran cincuenta y seis cuadernos, unas ocho mil páginas escritas a mano, divididos en dos tipos, los personales y los profesionales. Había también su correspondencia y textos de proyectos o simples notas de ideas. En los personales hablaba con franqueza de su vida sentimental. Y la gran sorpresa fue que sus deseos y sus conceptos personales confesados en sus cuadernos coinciden mayoritariamente con los de sus personajes en la ficción.

Gracias a estos documentos, Joan Schenkar escribió Patricia Highsmith, biografía defi nitiva (The Talented Miss Highsmith: The Secret Life and Serious Art of Patricia Highsmith) en la que describe sin concesiones quien fue personalmente Patricia Highsmith.

Este artículo sobre Patricia Highsmith la fascinación por el mal (2/2) está publicado en Revista Atticus 40

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Patricia Highsmith la fascinación por el mal

Àngel Comas

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