Crítica película Sueños de una escritora en Nueva York

Sueños de una escritora en Nueva York de Philippe Falardeau

Ficha

Título original: My Salinger Year

Año: 2020

Duración: 101 min.

País: Canadá

Dirección: Philippe Falardeau

Guion: Philippe Falardeau. Novela: Joanna Rakoff

Música: Martin Léon

Fotografía: Sara Mishara

Reparto: Sigourney Weaver, Margaret Qualley, Douglas Booth, Colm Feore, Matt Holland, Théodore Pellerin, Seána Kerslake, Jonathan Dubsky, Xiao Sun, Yanic Truesdale, Leni Parker, Romane Denis, Gavin Drea

Productora: Coproducción Canadá-Irlanda; micro_scope, Parallel Films

Género: Drama | Biográfico. Literatura. Años 90

Plataforma para verla en España: Movistar+

Sinopsis

    Finales de los años 90. Joanna, una joven que sueña con ser una gran escritora, consigue trabajo en una de las principales agencias literarias de Nueva York como ayudante de la directora. Entre otras tareas, Joanna ha de responder las numerosas cartas que envían los fans de uno de los escritores de la firma, el mítico J.D. Salinger, autor de “El guardián entre el centeno”. Apartándose del protocolo, Joanna imprimirá a sus respuestas un carácter muy personal… Adaptación de la exitosa novela autobiográfica “Mi año con Salinger”, de Joanna Rakoff.

Comentario

            Tras este deplorable título (a alguno en la distribuidora deberían haberle parado los pies por esta majadería) se nos muestra una película homónima de la novela Mi año Salinger, en la que la autora cuenta sus inicios en Manhattan después de abandonar Berkeley e iniciar su vida laboral a mediados de los noventa en una agencia de representación de escritores que tiene, entre otros, a Jerry Salinger, ese icono de la literatura estadunidense que sólo publicó una novela y que mantiene un halo de verdad absoluta hasta seguir manteniendo el nombre de su protagonista, Holden, entre los que se mantienen como más puestos en registros civiles y pilas bautismales de aquella vasta nación.

            Pues aquí, Joanna, la protagonista, una aspirante a escritora, que escribe poesía en sus ratos libres y que ha ganado un par de concursos en la lejana California, comienza a trabajar en la agencia como secretaria de la reina de ese enjambre, y lo que parece va a ser una versión culta de El diablo se viste de Prada se convierte paulatinamente en una sucesión de preguntas existenciales que la protagonista, la últimamente vista en varias cintas de bastante interés Margaret Qualley (como ya dije en otra de mis anteriores reseñas, bastante más talentosa que su madre, Andie McDowell) va sustanciando en el guion sin grandes alharacas pero sí con una dolorosa efectividad: primero reconociendo lo mal que lo había hecho con su novio en la bahía de San Francisco a través de una carta de él que nunca pudo leer, un poco por cobardía, un mucho por culpabilidad; luego reconociéndose alejada del imanador novio neoyorquino que juega a ser comunista en la capital mundial del capitalismo a ultranza y a ser escritor con una novela más masturbatoria y acomplejada que literaria, más o menos como tantos supuestos artistas capaces sólo de mostrar su estrechísimo mundo interior.

            Y en medio de todo esto está el mundo editorial, su complejidad, las preguntas no por la calidad sino por las ventas, como si de melones se tratase, y autores que se van por intentar variar su estilo o la búsqueda de un nuevo tipo de lector mientras se mantiene en una burbuja a Salinger, porque su Guardián entre el Centeno, libro que no ha leído, por cierto, Joanna, sigue vendiéndose a buen ritmo. Así que ella, nuestra anti heroína copia a máquina transcripciones de cintas de casete demostrando lo anquilosada en el pasado que está esa agencia y su jefa, la impoluta Sigourney Weaver, que fluctúa desde dicho envaramiento hasta la actualidad de esos años en los que Clinton trataba de modernizar, a su vez, la administración que había dejado doce años de republicanismo.

            Secuencias de historia insustancial dan paso momentos de una belleza visual sensacional y a diálogos dignos de ser escuchados, tan lejanos de los que trata de dictarnos Disney a través de su sello Marvel, como dijo Scorsese, “eso no es cine”. Y Mi año Salinger sí lo es y trata de serlo con cada plano y, repito, con frases tanto en primera persona como intercambiadas de buen nivel.

            La Literatura de calidad queda mostrada en una miríada de guiños, tales como los errores de The New Yorker que Salinger le pide al profesor de Georgetown que no corrija, o la visión del corredor del Waldorf como un salón de baile al estilo de Willa Cather y, cómo no, con la imagen de pérdida absoluta del amor muy del tipo Carson McCullers y su inevitable EL corazón es un cazador solitario.

            Película muy recomendable si al espectador le gusta escuchar además de ver y ha disfrutado de la literatura de Estados Unidos del siglo pasado. Es de esas películas que nos hacen pensar, a pesar de sus errores, que aún hay esperanza para los cinéfilos más allá de los festivales y las plataformas de cine independiente.

            Por cierto, el director y guionista teje una película sobre mujeres sin esas agotadoras pancartas del feminismo extremo, cosa que también se agradece porque me encanta ver (y escuchar) a mujeres y no sólo esos complementos bonitos del protagonista, tan nauseabundo siempre, hasta cuando lo ves en la vida real, incluido el ocho de marzo. Aquí está la protagonista que quiere ser ella incluida sus sueños y su amiga, que desea redefinirse y redefinir éstos. También está su jefa, con todo lo que esconde tras su rictus y, por supuesto, los consejos de Salinger por teléfono a Joanna, a la que su sordera hace llamar continuamente Susannah en sus conversaciones telefónicas.

Os dejo un tráiler:

Carlos Ibañez

Revista Atticus